Por Belén Siles y Julieta Miguelez.
Mi experiencia en el gipe
Sali Almansa. Participante
Me uní al espacio GIPE (Grupo de investigación de psicoanálisis y educación) en 2017 debido a la enorme dificultad que estaba teniendo en mi labor como docente con mis alumnos en el instituto al que fui asignada en ese curso. Fue entonces, cuando mi psicoanalista me propuso inscribirme a este grupo.
Las responsables Olga Montón y Marta Mora me acogieron con amabilidad y cariño. Estaban trabajando el capítulo 4: Experiencias: trabajo educativo con adolescentes del libro de Hebe Tizio Reinventar el vínculo educativo y me propusieron realizar un comentario sobre los tres primeros puntos del citado capítulo y me puse a la tarea. Trabajo que fue publicado en el número 1 de la revista de punto de fuga bajo el título Autoridad y educación.
La modalidad de trabajo en el espacio GIPE consiste precisamente en que un participante del grupo realice un resumen, un comentario sobre una parte del texto y lo exponga en la siguiente reunión al resto de los componentes del grupo. Sobre esa base se debate sobre el mismo y se hacen aportaciones personales e incluso se exponen viñetas reales que han tenido lugar en la institución escolar, bien dentro o fuera del aula, o desde el lugar que cada miembro del grupo ocupa: bien como docente, como orientador o como educador.
Todos los que nos acercamos a este espacio estamos concernidos por el interrogante de cómo hacer o rehacer ahora, en la época actual, el vínculo con niños o adolescentes puesto que la autoridad o los nombres del padre que valieron hasta hace unos años han perdido toda su efectividad. Por lo que nuestra labor de investigación consiste en ver la forma o las formas de restituir no solo la autoridad del educador en la institución escolar, sino como involucrar a los sujetos en la transmisión de un saber, todo ello bajo la mirada psicoanalítica, que es nuestra brújula orientadora.
Saúl Gil. Participante
El GIPE es ese lugar en el que algunos profesores, y otros profesionales, dirigimos nuestro deseo y nuestro esfuerzo a intentar elaborar algo acerca de un saber que en muchas ocasiones emerge como ausente cuando enfrentamos nuestra labor como docentes en una clase; también, es ese lugar en el que expresarse y ser escuchado por los otros con tranquilidad, sosiego, con calma, sin prisa, con libertad y responsabilidad, sin el temor a ser prejuzgados o juzgados; es el lugar en el que poder compartir nuestras experiencias y anécdotas, relativizando así el malestar que en muchas ocasiones inevitablemente surge como resultado de nuestra práctica.
El sistema educativo, como no podía ser de otra forma, no escapa al discurso del amo ni al discurso capitalista y, por tanto, queda atrapado en su lógica “productivista”. El sujeto alumno (aunque también docente) queda entonces elidido y convertido en un “cliente” con derechos y demandas exigibles para ser satisfechas. La tabulación “cuasi-matemática” de las competencias a alcanzar que impone el sistema, unido a protocolos rígidos que en muchas ocasiones someten lo imprevisto y lo convierten en lo imposible, parece pretender ignorar la emergencia del objeto, que remitiría al reconocimiento del “uno por uno”. Los efectos de los objetivos “empresariales” a los que son reducidos los centros educativos, regidos por lógicas estadísticas de orden comercial, confirmarían y reforzarían las consideraciones anteriores.
Los efectos del psicoanálisis para un profesor, tanto como resultado de una experiencia subjetiva en un análisis personal, como del trabajo que acompaña una dinámica de conversación en un grupo de investigación, se hacen presentes en el acto educativo del día a día muchas veces de manera casi imperceptible para el propio docente: en sus palabras, calibradas para intentar encontrar un cierto equilibrio; en sus silencios y en su determinación para, en ocasiones, no satisfacer una demanda incesante e insaciable de los feroces adolescentes a quienes nos dirigimos; en su mirada, la que dirige al alumnado y aquella con la que construye la enseñanza de su materia; y, tal vez, en su propio ejemplo, intentando no olvidar el lugar en el que nos podemos situar y nuestra función como referentes, especialmente en una época en la que éstos brillan por su ausencia.
Quizás como resultado del trabajo realizado, cada año surgen algunas vocaciones por parte de algunos alumnos dirigidas a convertirse en el futuro en profesionales de los ámbitos de estudio y trabajo abordados en el aula.
Hace dos o tres cursos, coincidiendo con una fase en la que liberaba alguna sesión horaria en el tercer trimestre, desde jefatura de estudios se me propuso dedicar una clase de refuerzo semanal a un alumno muy «perdido», de incorporación tardía (había venido de un país de Sudamérica) que presentaba dificultades importantes de comprensión lectora; se me propuso, entonces, que le diera una clase semanal de lengua. Desde un principio vi con bastante claridad que la mejor medicina que hay para combatir las dificultades de comprensión lectora consiste en ponerse a leer algo interesante, algo que le interpele al sujeto. Por lo tanto, mi propuesta fue dedicar esa clase semanal a la lectura de un texto que le pudiera enganchar al alumno, lo cual fue aceptado de buen grado por jefatura y la tutora. Estaba pensando en «Mal de Escuela», de Daniel Pennac, un clásico de nuestro GIPE.
Fue de esta manera como durante un mes y medio o dos meses estuvimos leyendo en voz alta (fundamentalmente él), con paciencia, intentando disfrutar del sentido y desentrañar el sinsentido que también aparecía. Comenzamos con unas pocas páginas al principio, para ir alcanzando algún capítulo después.
La cuestión quedó ahí; alguna vez me crucé con este alumno por los pasillos o el patio del Instituto. Pero el azar quiso que este curso fuera alumno mío (todo el año) de la asignatura de 2º de diversificación FOPP (formación y orientación personal y profesional); mi sorpresa ha sido encontrarme con un alumno centrado, enfocado en el trabajo, al que quieren el resto de compañeros y compañeras, y que probablemente obtiene las mejores notas de su grupo. Cuando le cuento hoy a la tutora de entonces la situación del alumno resulta sorprendida.
No quiero establecer ninguna relación de causalidad entre los hechos que describo, pues casi siempre éstos responden a causas variadas y diversas, pero me parecía una historia entrañable e interesante a compartir con vosotros.
Lola Luque. Participante
Soy Lola y estoy participando en el GIPE desde hace varios cursos escolares. Mi formación de base es Psicología, formada en la Universidad Complutense de Madrid y digo esto, porque, en la carrera, el contacto con el psicoanálisis fue nulo.
Es con mi formación posterior, tanto en terapia familiar como la formación en grupos, cuando entro en contacto con autores y textos de psicoanálisis y empiezo a conocer otra mirada del síntoma y a entenderlo de forma diferente. Este conocimiento y la vivencia de un hecho traumático a nivel familiar, me llevó a realizar un trabajo personal con el psicoanálisis como guía y de aquí a participar en el GIPE.
Uno de los aspectos que me atrajo de este grupo, era compartir con otros profesionales de la educación pero no psicoanalistas, experiencias, lecturas e intercambio de opiniones y saberes en torno al tema central que escogemos cada curso. Psicoanálisis y educación, un tándem muy enriquecedor para los profesionales que trabajamos en la educación y en mi caso, en educación en entornos muy vulnerables. Me ha permitido acercarme a la intervención mirando más allá del propio individuo.
Jesús Ruiz. Participante
Participo en este grupo desde el año 2019, con el breve paréntesis de la pandemia.
Creo que resulta importante comenzar indicando el enriquecimiento personal que me proporciona el intercambio de ideas y experiencias de este grupo con un número de personas muy cercano: no más de diez. Además, la experiencia profesional de cada una de ellas es bastante diversa: profesionales de otros países, personas que trabajan con grupos que sufren marginación, profesionales de distintas etapas, personas que participan en Juntas directivas de centros educativos, etc. Todo ello enriquece las sesiones con puntos de vista diferentes y significativos.
Parto de una experiencia profesional continuada en el mundo educativo; en paralelo, contaba con breves experiencias de terapia (individual y grupal) que siempre me habían resultado muy motivadoras. Por ello, me resultó muy atractivo el poder comenzar una reflexión grupal sobre lo educativo desde una nueva perspectiva: el psicoanálisis lacaniano.
Como actitud básica, en el trabajo educativo he procurado mantener una reflexión continua desde diferentes perspectivas: laboral, social, científico, etc.
Sin embargo, no siempre he podido conectar esta reflexión con las experiencias de terapia: me pareció que este grupo era una oportunidad de poner en relación ambos ámbitos, que en algunos momentos parecían cercanos y en otros, demasiado alejados. Por ejemplo, la visión de la persona que educa como un elemento de referencia muy fuerte ante quien se está educando, frente a la necesidad de la duda, del cuestionamiento de mi tarea, etc.
Durante todo este período hemos trabajado con diferentes perspectivas. Con una mirada más centrada en el aula, me han gratificado temas como el de “Caos en el aula” o “la tecnología en el aula”; con una mirada más psicoanalítica, las aportaciones de Hebe Tizio sobre la reinvención del vínculo educativo o su mirada sobre el mundo educativo me han servido personalmente; las experiencias educativas como la presentada en el texto de Violeta Núñez, me han permitido contrastar experiencias muy personales; y sin querer agotar la enumeración, la relación entre los problemas de actualidad y la educación me están resultando muy sugerentes: “el mundo pos-covid” o el actual sobre el género van en esta línea.
Por ejemplo, en este curso, la existencia de conflictos sociales sobre el sentido que se le da al género, la visión psicoanalítica y la necesidad de posicionarse en la escuela ante el desarrollo identitario de las personas que van a ella, hacen surgir en los debates interesantes, ideas y aportaciones sobre la práctica educativa y mi posicionamiento personal ante el tema.
En cuanto al sistema de organización del trabajo, con una concepción cooperativa y contando con el apoyo de las personas de coordinación, Olga y Marta, partimos de textos de carácter psicoanalítico, cuyo análisis nos permite investigar sobre nuestra práctica educativa en torno al tema elegido. En cursos anteriores, una persona se proponía para comentar el texto elegido y las demás personas iban realizando aportaciones específicas sobre esta propuesta. En este curso, hemos decidido que las aportaciones sean el eje del trabajo, de manera que no exista un comentario central, sino que sean tales aportaciones las que marquen el desarrollo de la sesión. Pese a que llevamos poco tiempo en esta línea, parece que la participación ha aumentado y, desde mi perspectiva, me ayuda a un trabajo más continuado.
La reflexión sobre la educación (teórica y, sobre todo, práctica), teniendo en cuenta el psicoanálisis, permite una mirada que profundiza en aspectos personales que pueden quedar soslayados en una visión más técnica. Además, estos aspectos personales pueden ponerse en relación, con más asiduidad de lo que en un primer momento podría pensarse, con otros aspectos estructurales. Podría hablarse de un camino de doble dirección: desde lo personal a lo estructural y desde lo estructural a lo personal.
Como ejemplo personal de mayor impacto, la necesidad de duda de la persona que trabaja en educación ante la realidad de quien aprende: mis reacciones ante determinadas personas del aula pueden provenir mucho más de mi interior que desde su actuación. Algo que en teoría puede uno conocer, pero que este trabajo en grupo ayuda a sacar a la luz: “la pasión por la ignorancia”.
Otro ejemplo de este camino de doble dirección lo he encontrado en la utilización de la tecnología y la necesidad de “poner el cuerpo” en educación.
Siguiendo en esta línea y partiendo del hecho de que no soy especialista en psicoanálisis, me atrevo a plantear dos cuestiones que en el desarrollo de este seminario de investigación me han hecho aumentar el sentido esperanzador de nuestro trabajo.
En primer lugar, creo que la escuela sigue siendo un lugar muy fértil para “inventar un síntoma con los otros”. Se trata de una experiencia donde seguimos poniendo el cuerpo y por ello, un lugar donde es posible que surjan los síntomas y, lo que sería más rico, se puedan trabajar desde lo educativo, sin pretender ejercer de psicoanalistas. Por ello, mientras que en el trabajo, en el ocio o en otros aspectos de la vida se puede mantener cierta “no presencialidad”, en la escuela no puede tener cabida, como hemos podido observar en el tiempo de la pandemia.
En segundo lugar, pienso que la espontaneidad de las personas que están en la escuela (dependiendo también de las etapas), y la posibilidad de observación de los elementos familiares desde fuera, son elementos muy ricos que tenemos que seguir aprendiendo a observar, escuchar y comprender, para nuestro trabajo educativo y su estrecha relación con lo que está más allá de lo racional (inconsciente?).
Para terminar, deseo comentar algunos de los aspectos que me han resultado más enriquecedores, e incluso provocadores (en el sentido de llamada), en nuestras reflexiones de estos cursos.
Conozco, por mi experiencia educativa, la necesidad, por motivos sociales, de la separación familia/niño a través de la escuela. Sin embargo, me ha impactado en este y en años anteriores la importancia esta separación, que posibilita la escuela, desde un trabajo del inconsciente. No se trata solamente de que la sociedad posibilite una incorporación de la persona a la ciudadanía, sino que se posibilita un desarrollo interior más profundo en este trabajo de “separación”.
Por otra parte, la necesidad de escucha activa de las personas que están en el aula es un principio aceptado profesionalmente; sin embargo, la riqueza que me ha aportado la visión psicoanalítica a este principio es muy importante, porque profundiza en elementos que hasta ahora había trabajado menos. Por ejemplo, entiendo que la atención y la escucha activa no sólo se centra en lo que viene de fuera (desde la persona que se educa), sino en lo que uno pone ante esa “llegada”.
Por último, aunque tan importante como lo demás, el concepto de “no saber” de la persona que trabaja en educación me ha resultado muy “liberador”: la visión de que no tener “todo controlado” en el aula puede ser muy útil para el trabajo pedagógico, me ha resultado muy interesante. Sin embargo, creo que este “no saber” resulta mucho más enriquecedor si se gestiona en grupo: me sigue “doliendo” que, trabajando con muchas personas en un mismo entorno educativo, no aprovechemos nuestra cercanía para seguir creciendo, tanto profesionalmente como personalmente. Como indicaba al comienzo, creo que este grupo es una forma de aprovechar este interés y placer por lo educativo.