Exilio migración y segregación

Por Jenirée C. Marín.

Las migraciones son parte de nuestra época. Los medios de comunicación retoman constantemente como noticia los desplazamientos masivos que se producen a nivel mundial. Migrar ha sido y es parte de la historia de la humanidad. Son muchos los motivos para migrar: guerras, violencia o pobreza, pero también fines religiosos, de investigación, cambios de vida. También el auge del turismo en masa hoy es innegable, así como el incremento de la cantidad de personas que deciden acoger un “estilo de vida nómada” o los conocidos como “nómadas digitales”. Incluso es llamativo cómo desde la ciencia y la tecnología se trata de retomar algo de los efectos de las migraciones a partir de la configuración genética y es cada vez más común escuchar a personas que se realizan estudios genéticos en los que se desvela la presencia de genes de distintos grupos étnicos, sólo explicable como producto de múltiples migraciones a lo largo de la historia familiar. 

La migración está vinculada al desplazamiento de una población de un lugar donde vivía a otro. Implica cambiar de residencia. Resalta en algunas especies animales el que también se pueden observar movimientos migratorios, que se corresponden con los cambios de estación, temporada de apareamiento, entre otros. Para los humanos, en cambio, el empuje a migrar puede estar marcado por circunstancias sociales y subjetivas muy variopintas. Incluso cuando hay migraciones masivas adjudicadas preponderantemente a los efectos sociales de la guerra, la violencia, la escasez o la segregación, no podemos perder de vista que cada sujeto ha sido tocado por ello de una manera particular, siendo el recorrido migratorio también el de cada uno. 

Vemos entonces que la migración está determinada por la salida de un lugar inicial, comúnmente asociado al sitio del cual se es oriundo, a la patria y la llegada a otro lugar en el que inscribir la vida. Actualmente, muchos testimonian la experiencia de varias migraciones, asociadas a cuestiones como la dificultad o imposibilidad de hacerse un lugar en lo otro social pero también a la emergencia de un empuje a moverse ligado a una sensación de extravío perenne que marca el recorrido por la inconsistencia y la imposibilidad para consentir quedarse. Como otrora cantaba Facundo Cabral [1] “… no soy de aquí ni soy de allá…”, toca la dimensión del ser, de poder o no inscribir algo de lo que se es en otras instancias y consentir lo enigmático del devenir. 

Es en este punto, en ese “aquí” ni “allá” donde pienso en otro significante, asociado en parte a la migración: exilio. Si buscamos en google el término, encontramos lo siguiente: “es la separación de la persona de la tierra donde nació, sea voluntaria o forzosamente, comúnmente por causas políticas. Expatriación”. Es una definición centrada en la vertiente sociopolítica del exilio, pero en esta oportunidad, me interesa poner sobre la mesa también su dimensión subjetiva. Lo que lo constituye como parte de nuestra existencia, más allá del conjunto. Miller [2] dirá: “(…) el objeto no idéntico que el discurso de la lógica convoca como no-idéntico consigo mismo y rechaza como lo negativo puro, que convoca y rechaza para constituirse como lo que es, que convoca y rechaza no queriendo saber nada de él, lo llamamos, en tanto que funciona como el exceso que opera en la serie de números: el sujeto. (…) Su exclusión fuera del discurso que interiormente intima es: sutura.”. Más adelante hablará del sujeto como “(…) definido por atributos cuyo envés es político” [3]. 

Aquí hay varias cuestiones que quisiera resaltar: que el reverso del sujeto es el Otro, es político, es decir remite al lazo, algo de lo que es le viene del Otro, de “afuera” ¿qué implicaciones tiene? Pareciera que esto que viene del Otro es tan constitutivo como enigmático. Adicionalmente, el discurso al que hace alusión Miller está atravesado por la falla, no es completo, pero además hay algo del sujeto que queda por fuera del mismo, más no ausente de él. Podríamos decir que entonces el sujeto tiene que ver consigo mismo si y sólo si se excluye a sí mismo. Es así como está marcado por el lenguaje y el discurso, marca íntima que es eco de lo éxtimo. Retomo, de forma muy sucinta, al sujeto como “sutura” [4] del discurso del Otro, el lenguaje y la (su) letra; el sujeto como hilo, como ex-hilio. En palabras de Hebe Tizio [5]: “Lo más íntimo deviene éxtimo, es decir, somos extranjeros para nosotros mismos (…) la respuesta a la propia extranjeridad está dada por el vínculo social y las distintas formas de reconocimiento y la modalidad de goce”.

Marie Hélène Brousse [6] habla del exilio como huida del sentido: “Hay un lugar del que nadie, salvo los autistas, se puede ir… es del lenguaje. Los seres hablantes no pueden irse del discurso del amo, que les constituye”. La huida como funcionamiento mismo del sentido hace que se produzca un efecto de confrontación que nos deja “exiliados en el malentendido”, según sus palabras. Lo que, como seres hablantes, nos precipita al malentendido es el hecho de que, como mencionaba previamente de la mano de Miller, el discurso, está fallado, el Otro está tachado. Es un vacío sin límite, por lo que no se deja de estar huyendo. La falla lo surca y eso hace que la verdad que establece sea equívoco y malentendido ¿Podríamos leer al exilio como condición de la sutura? Decía Maurice Blanchot [7]: “verdad que no es quizá entonces ya sino la de un deslizamiento (…) deslizamiento insólito que se realiza en ocasión de las palabras”. 

Si bien, se migra con el cuerpo: una migración lograda implicaría dejarse tocar el cuerpo… por otros alimentos, clima, olores, sonidos… también entablar una nueva relación con la palabra, con el lenguaje (lo cual trasciende al idioma); asumir el quiebre, el surco y recorrerlo; atender lo que resuena al escuchar (se) otro hablar. El “campo del lenguaje” se habita y habita en el cuerpo y es en éste en que la palabra tiene función ¿cómo podemos pensar esta función? 

Siendo que el sujeto es tal solo en relación al Otro, pienso que en el malentendido se presentifica también el enigma y algo de la función de la palabra tiene que ver con el recorrido (imposible) de ese enigma, en al menos uno de sus registros. Lacan [8] pregunta, a propósito de la frustración que puede producir el silencio del analista ante lo que para el momento llamó “palabra vacía”: “¿no se trataría más bien de una frustración que sería inherente al discurso mismo del sujeto? ¿No se adentra por él el sujeto en una desposesión más y más grande de ese ser de sí mismo con respecto al cual, a fuerza de pinturas sinceras que no por ello dejan menos incoherente la idea, de rectificaciones que no llegan a desprender su esencia, de apuntalamientos y de defensas que no impiden a su estatua tambalearse, de abrazos narcisistas que se hacen soplo al animarlo, acaba por reconocer que ese ser no fue nunca sino su obra en lo imaginario y que esa obra defrauda en él toda certidumbre? Pues en ese trabajo que realiza de reconstruirla para otro, vuelve a encontrar la alienación fundamental que le hizo construirla como otra, y que la destinó siempre a serle hurtada por otro”. 

Hablar del silencio como correlato de la palabra, pretendiendo propio algo que nunca le ha pertenecido ya que un sujeto no puede ser dueño de un sujeto y esto es, primordialmente, que no se puede ‘ser dueño’ de sí mismo. No es lo mismo poseer que gozar. Hay la alienación del goce. Pero por vía de la palabra, porque hay el esfuerzo de decir, entonces se puede introducir algo de la verdad del sujeto en lo real ¿haciéndole borde? Lo que el sujeto tiene para decir respecto de su historia, sus recorridos, su porvenir, sirve también para que no se desparrame la existencia, para poderse situar. Aun siendo mentirosa, y sobre todo, estando advertidos de ello, hablar de la verdad, mediodicha,  puede permitir releerse, puntuarse de otra manera, situarse de otra manera y entonces vincularse de otra manera.

Es importante pensar que a veces el exilio se da cuando el sujeto se acoraza en identificaciones inamovibles y se dedica a alimentar y cultivar más bien certezas respecto de sí y el mundo, muchas veces matizadas por posiciones morales, religiosas, políticas, particulares que se pretenden leyes para universalizar y gobernar.  Ser hablantes nos deja en el exilio pero también nos posibilita hacer lazos. Y es que el lugar del exilio a veces es también asilo, incluso refugio. Lola Nieto escribe a partir de su viaje a Japón, como ida y vuelta de algo familiar y al mismo tiempo ajeno, desconocido: “Entiendo que si una experiencia no está tamizada por lenguaje no se puede dar cuenta de ella. No me propongo traicionar esto que trato de registrar” [9] (…) “después de todo solo tengo una certeza: hay un lugar en el mundo que suena” [10], que le concierne y que atañe al cuerpo de otra manera.

El cuerpo como territorio habitado nos conducirá al tercer significante: Segregación. Retomando a Marie-Hélène Brousse, vista no como política sino a partir del cuerpo, donde “el cuerpo es lo que nos segrega en un espacio y tiempo propio”[11]. Esto es tocante a lo real pero también a que el transcurso del propio recorrido tiene estos efectos en los tres registros. Daniel Cena dirá que “No hay segregación sin lenguaje” [12] Segregados por nuestra historia, nuestros síntomas, arreglos y modos de gozar; parece que algo más se gesta en la clandestinidad, fuera de orden, uno a uno.

Trabajar en el propio texto atizados por el amor y el deseo, como arreglo ante la segregación y sus efectos, permitiendo encontrar formas de ampararnos. Cena, retomando a Lacan [13], habla de la segregación como origen de la fraternidad en tanto “no hay fraternidad que pueda concebirse si no es por estar separados juntos, separados del resto”. Blanchot, como parte de sus producciones tras la muerte de su amigo Georges Bataille, escribe: “La amistad, esa relación sin dependencia, sin episodio y donde, no obstante cabe toda la sencillez de la vida, pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de nuestros amigos, sino sólo hablarles, no hacer de ellos un tema de conversación (o de artículos) y sino el movimiento del acuerdo del que, hablándonos, reservan, incluso en la mayor familiaridad, la distancia infinita, esa separación fundamental a partir de la cual lo que separa se convierte en relación. Aquí, la discreción no consiste en la sencilla negativa a tener en cuenta confidencias (qué burdo sería, soñar siquiera con ello), sino que es el intervalo, el puro intervalo que, de mí a ese otro que es un amigo, mide todo la que hay entre nosotros, la interrupción de ser que no me autoriza nunca a disponer de él ni de mi saber sobre él (aunque fuera para alabarle) y que, lejos de impedir toda comunicación, nos relaciona mutuamente en la diferencia y a veces el silencio de la palabra” [14]. Por fortuna, no siempre los exilios, la segregación, la diferencia, conducen al horror y la violencia. 

NOTAS

[1] Cantautor, poeta, escritor y filósofo argentino
[2] Miller, J-A. (1988) La Sutura. En Matemas II pág. 61. Ediciones Manantial.
[3] Ibid, pág. 57.
[4] Ibid.
[5] Tizio, H. (1991) Formas de tratar lo extranjero, en Revista Freudiana Nº 1. Versión digital.
[6] Brousse, M-H. (2020) Exilio y lenguas. Conferencia disponible en Radio Lacan https://radiolacan.com/es/podcast/conferencia-exilio-y-lenguas-nel-enlace-accion-lacaniana/3
[7] Blanchot, M. (1976) La Amistad, pág. 128. Editorial Trotta.
[8] Lacan, J. (1999) Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis. En Escritos 1, pág. 242. Siglo veintiuno editores.
[9] Nieto, L. (2024) La isla desnuda, pág. 116. La caja books.
[10] Ibid. pág. 119.
[11] Brousse, M-H. (2020) Exilio y lenguas. Conferencia disponible en Radio Lacan https://radiolacan.com/es/podcast/conferencia-exilio-y-lenguas-nel-enlace-accion-lacaniana/3
[12] Cena, D. Nota sobre segregación. En El Psicoanálisis. Revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. 30-31. Versión online.
[13] Ibid. pág. 1
[14] Blanchot, M. (1976) La Amistad, pág. 266. Editorial Trotta.