Amor, deseo y desamparo

Por Marta Ortiz Caballero

El crimen del loco consiste en que se prefiere a los demás. Esta preferencia impía me repugna en los que matan y me espanta en los que aman. La criatura amada ya no es, para esos avaros, sino una moneda de oro en que crispar los dedos. Ya no es un dios: apenas es una cosa. Me niego a hacer de ti un objeto, ni siquiera el Objeto amado.”

Marguerite Yourcenar, Fuegos.

Es común y bastante frecuente escuchar en el lenguaje popular las palabras “amor”, “deseo” e incluso “desamparo”, pero ¿qué relación guardan?. Si hacemos revisión del Diccionario de Psicoanálisis de Rolan Chemama 1996, podremos leer lo siguiente:

Amor: “Sentimiento de apego de un ser por otro, a menudo profundo, incluso violento, pero que el análisis muestra que puede estar marcado de ambivalencia y, sobre todo, que no excluye el narcisismo […]”.

Deseo: “Falta inscrita en la palabra y efecto de la marca del significante en el ser hablante. […]».

Desamparo: “Estado de dependencia de lactante, que condiciona, según Freud, la omnipotencia de la madre, y el valor particular de la experiencia originaria de satisfacción. […]”.

Podríamos decir que nacemos en el desamparo a merced del amor del cuidador/a que, a través de su cuidado, hará que el bebé sobreviva y en mayor o menor medida logrará calmar las necesidades del recién nacido. Aquí cabría preguntarse si podemos hablar de pulsión de vida, pulsión de muerte y deseo en los primeros días del recién nacido, pero quizá éste sea otro apartado a desarrollar de forma extensa.

El recién nacido en sus primeros años de vida es objeto de cuidados, satisfacciones y sensaciones corporales. Poco a poco irá dándose cuenta de que aquello que le genera satisfacción y calma su displacer viene dado de fuera, al amparo del cuidador/a. Cuando alrededor de los dos años devengan las primeras palabras y el lenguaje, algo de esas sensaciones y satisfacciones corporales que sentía no podrán ser verbalizadas ni descritas. Algo se pierde sin poder localizarlo en el lenguaje. Esa pérdida puede denominarse objeto a.

Este objeto que viene a indicarnos que algo, algo irrepresentable, innombrable, sensacional, que creemos haber tenido en algún momento de nuestra vida, se perdió, y puede ser representado (especialmente en la infancia) por un objeto tangible en el que el sujeto hablante mostrará un fuerte apego. Es común en los bebés la fijación por el pecho materno cuando la necesidad nutricia no es tal, llegando a usarlo como objeto de placer, juego, calma, e incluso pueden angustiarse mucho ante la prohibición y retirada del mismo. Las heces también son, en un primer momento del infante, fuente de fascinación en sus primeras deposiciones. Winnicott aludía también al objeto transicional y puede dar cuenta de ello un viejo truco que con los bebés suele hacerse como medida de calma ante la ausencia de la madre. Éstas pueden dejar un pañuelo impregnado con su olor, que cuando es captado por el bebé, puede hacerle fantasear con la presencia de la madre aunque en realidad ésta no esté presente.

Sin embargo, cuando Lacan habla de objeto a, no se refiere a un objeto que literalmente exista en el mundo, sino a ese “no sé qué” que puede tener una voz, una mirada, un gesto… de otro ser hablante, que hace que algo resuene, vibre dentro de uno mismo y atraiga con gran potencia.

Es frecuente, escuchar en las relaciones de pareja una especie de listado donde nombran las muchas cualidades que les atraen de su amado o amada, e incluso pueden no saber por qué les atrae y quejarse de él o ella, pero sin embargo afirman quererle/quererla mucho.

Podemos decir entonces, que este objeto a indescriptible, es también base del fantasma. Es decir, toda una historia creada por uno mismo, una historia singular, en un intento de poder nombrar y localizar dicho objeto a y sus representantes. Así, es frecuente escuchar “requisitos” sobre lo que se busca en el amor con otro ser hablante, lo que es importante y lo que no, con qué cosas se está dispuesto a lidiar y con cuáles no, que sea rubio/a, alto/a, inteligente, de voz seductora, fuerte, delgado/a…y así hasta un sin fin de representantes que se aproximen a dicho objeto a. Cuando en realidad no se sabe lo que se quiere del otro y los representantes de dicho querer son una aproximación. Sin embargo, lo más interesante de esto es que este no saber, esta falta, nos permitirá desear y movilizarnos en pos de poder alcanzar aquello que se desea o que al menos nos acerquemos mucho a ello. Quizá no tiene tanta importancia de qué objeto a se trate, ni de si puede alcanzarse o no, sino de lo que representa para cada uno, lo que nos hace sentir, lo que significa, la experiencia, la satisfacción, la vida que deja su búsqueda incansable.

Si llevamos esto al ámbito amoroso, podríamos decir entonces que cuando nos vinculamos afectivamente con alguien, puede representar en parte ese objeto a perdido. Es decir, sentir que de alguna forma tiene aquello que creemos que nos falta, llegando incluso a enamorarnos. No obstante, siguiendo la premisa de objeto causa del deseo, podemos decir desde la perspectiva psicoanalítica que el deseo es metonímico, puede cambiar, siendo ahora una persona determinada representante de ese objeto a perdido y en otro momento otra persona. ¿Podría diferenciarse entonces el deseo del amor?, digamos que el deseo puede cambiar de forma constaste, pero ¿y el amor? ¿busca un objeto concreto?. No hablamos de lo mismo cuando decimos amor y deseo, pero ¿puede amarse sin deseo y desear sin amor?, ¿es posible amar y desear al mismo tiempo?

Estas cuestiones pueden ser pensadas de forma extensa, y posiblemente no llegar a un consenso. Sin embargo, me gustaría lanzar una reflexión.

Si la satisfacción del deseo fuere lo que mueve el enamoramiento entre dos o más personas, quizá esta empresa pueda antojarse delicada. Si recordamos el origen que causó la falta, causa del deseo explicada anteriormente, podríamos relacionarlo con la angustia y muerte que propiciaría el desamparo del bebé. Superar esta fase de dependencia absoluta hacia el cuidador, no implica que la angustia de la falta presente en la propia existencia y la consciencia de muerte desaparezcan, pero a priori ya no se necesita de alguien que pueda “salvarnos” de dicho acontecimiento de desamparo. Sin embargo, al enamorarnos pareciese removerse algo de esta experiencia primaria, llegando incluso a pretender que la pareja nos calme dicha angustia y alejarnos de la muerte inconscientemente. Esta pretensión quizá no se hace tan evidente cuando la relación de amor va “viento en popa” pero sí se hace más presente cuando se produce el desencuentro, el desamor, la ruptura, el temor a perder a la persona amada…Como si algo, un temor innombrable y más profundo subyaciera a esa angustia que puede producir la pérdida del ser amado.

Pretender calmar la angustia de la propia existencia y la consciencia de muerte a través del amor por un partener, dudosamente puede considerarse una manera de amar que puje por la pulsión de vida, precisamente. Puede llegar a ser perjudicial tanto para el amado, como para el que ama. El ser amado puede renegar de caer en la dependencia del ser amante y sentirse asfixiado ante el excesivo empeño del otro por cubrir sus faltas. Por contra, el que ama no se sentirá nunca satisfecho, ya que no logrará satisfacer al otro, incluso puede caer en la degradación de sí mismo en pos de intentar conseguir eso que nunca podrá dar, la completud. En esta situación la insatisfacción y la decepción serán una constante, ya que el deseo no se va colmar de ninguna manera.

También hay que añadir que los valores culturales y sociales pareciesen empeñarse en transmitir la idea de que «dar todo por el otro» (tratar de satisfacerlo a toda costa…) es «amor verdadero», dejando difusos ciertos límites que pueden repercutir en la vida física y psíquica del sujeto que pretende llevar esto a cabo, y también del sujeto que pueda querer recibirlo. Si se piensa con atención ¿quién puede soportar ese «amor verdadero»?.

Cabría reflexionar sobre una manera de amar asumiendo que nadie puede librarnos y salvarnos del desamparo. Una manera en la que no necesariamente el otro satisfaga las faltas propias, que no pretenda taponar los agujeros de uno mismo. Que la falta existe, que nacimos con ella, y pretender satisfacerla con la persona amada es ponerse en una posición de infante, de dependencia absoluta por la persona amada, llevando consigo posibles graves consecuencias como soportar situaciones de violencia, maltrato, anulación personal…

Amar de una manera no tan narcisista, es decir, amar de una manera en que la premisa fundamental no sea la pretensión de obtener la satisfacción del deseo propio. Amar de una manera en la que la satisfacción personal no sea el lazo que une al sujeto con la persona amada, quizá haya otros lazos basados en la satisfacción de ver al otro satisfecho por sí mismo. No ver tanto a un salvador o salvadora sino a un salvado o salvada por sí mismo, por sí misma, por sus recursos, por su entorno, por su búsqueda de satisfacción en otros lugares, objetos y personas y no únicamente en la persona que dice amar. En definitiva, amar a un adulto/a y no a un infante dependiente. ¿Será entonces, este concepto de amor adulto lo suficientemente satisfactorio como para sostener los avatares de una vida afectiva?. Habrá que responder desde lo singular de cada uno/a, pero muy posiblemente sea una forma de amar no asfixiante, libre de responsabilidades del otro que no son propias pero que a veces pueden asumirse como tal. Quizá esto desafía las ideas del amor romántico, que a la par pujan por remitirnos al amor del bebé por su madre, y pretender que el deseo se siga manteniendo…

Bibliografía

-Chemamama, R. (1996). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu.

-Lacan, J. (1994). La relación de objeto. En el seminario, libro 4, Barcelona: Paidós.

-Laplanche, J. y Pontalis, J. B. (1996). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

-Sigmund, F. (1995). La negación. En Obras Completas, Vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu.

-Winnicott, D. (1994). Juego y realidad. Barcelona: Gedisa.