Por Ana Ruth Najles.
«Los niños también hablan»
<<El analista que no sabe hablar con un niño no tiene absolutamente nada que hacer con un paciente adulto salvo darle instrucciones>>
Esta frase que nos lanzó como anzuelo Jonathan Rotstein para hacernos hablar de la práctica del psicoanálisis con niños, me condujo al título de mi libro de 1996, “Una política del psicoanálisis –con niños” , título que apuntaba a situar que la política del psicoanálisis es una y la misma cualquiera sea la edad del propuesto analizante. Se trata de la política del deseo, como afirmaba Lacan en “La Dirección de la cura…” . Se trata de hacer desear, lo que equivale a decir, hacer hablar a cualquier parlêtre.
Hacer desear es lo que posibilita oponerse a que el goce invada el cuerpo del que habla, y destruya por ende al sujeto.
Y eso se consigue porque por el dispositivo analítico el analista se ofrece como el destinatario de lo que allí viene a decirse, poniendo en juego el diálogo analítico que permite el despliegue del inconsciente como discurso. Sabemos que el lazo discursivo -amor- permitirá que el goce -autoerótico del cuerpo- condescienda al deseo en tanto metonimia de la falta en ser . Y esto supone siempre la pérdida del objeto plus de gozar que colma el agujero de lo imposible de decir.
O sea que el niño, como cría del hombre, es un ser hablante traumatizado por la lengua y que padece por ese traumatismo.
Por eso el psicoanálisis es la respuesta para ese sufrimiento cualquiera sea la edad del sufriente.
El analista se propone como el objeto con el que el ser hablante –niño o no- juega el juego de la existencia por medio de las palabras, palabras que no alcanzan para darle un ser.
Dar lugar a la palabra de un niño no se diferencia en nada al hecho de dar lugar a la palabra de cualquier ser hablante.
Recordemos que el ser hablante se constituye por el anudamiento de las tres dimensiones, imaginario, simbólico y real, a partir de una cuarta cuerda, la del sinthome que anuda a las otras tres. El ser hablante supone, entonces, la toma del viviente por el significante que produce el acontecimiento de cuerpo –sinthome como acontecimiento de cuerpo. En función de ello, los diferentes estados del ser hablante deben ser considerados con respecto a su posición sinthomatica –relación entre el decir y el cuerpo viviente- y no en relación con etapas de desarrollo cronológico.
Recordemos también que el sinthome, en tanto suple la ausencia de relación sexual para el hablante, es lo único que, como invención, nomina realmente al ser hablante en su singularidad, y le permite escribir algo en lo real que posibilita el lazo con los otros.
Para concluir, no quiero dejar de subrayar, que el analista en la experiencia funciona como ese sinthome que anuda a las 3 dimensiones hasta tanto el que habla se invente su propio sinthome que le permita tener una vida vivible con los otros, lo que supone responsabilizarse respecto de su goce.
Y esto, tenga el parlêtre la edad que tenga.