Resumen: La presente reflexión indaga en el prisma postestructuralista presente en los textos de Roland Barthes y Jacques Lacan, en el intento por unir dos temáticas que funcionan y emergen desde las palabras, a saber: la lectura y escritura. Intentar estudiar una sin la otra es un reto complejo, por eso el presente escrito las une manteniendo por objeto generar un esbozo de algunos de los aportes que realizan los dos autores previamente mencionados. A partir de los extensos periodos de confinamiento debido al impacto de la pandemia del Covid-19 en el mundo, las armas para mantenernos en pie, para una gran mayoría ha sido tanto la lectura como la escritura, retornan a nosotros con más fuerza y actuando en muchos casos como una suerte de refugio en estos tiempos que nos corrompen.
Introducción
La palabra es sin duda mediación, mediación entre el sujeto y el otro, e implica la realización del otro en la mediación misma (Jacques Lacan, 1953-1954 p.82).
Roland Barthes (1994) nos recuerda que el individuo habita en el lenguaje, emerge desde y para el lenguaje, emerge en la brecha entre el que escribe y el que lee, emerge desde el mismo vacío que entregan las no-palabras. Respecto de la escritura, es en el terreno de la literatura donde hallamos su nido, el hilo conductor que nos lleva a conocer todos los saberes y disciplinas que conocemos, en nuestro tiempo, en la complejidad del escenario que nos toca habitar hemos sido testigos directos del incremento desproporcionado de producciones teóricas y científicas, en la gran mayoría de estas -incluso en el presente texto- el foco se repite: el fenómeno de la pandemia de Covid-19. Este virus llegó para dejar a la humanidad en jaque, y a su vez, ha actuado como una verdadera suerte de gatillante para que una serie de dilemas sociales, políticos, humanos, culturales, económicos y de todas las esferas vuelvan a exhibirse.
En medio de la crisis histórica que vive el mundo producto de este enemigo invisible, es necesario retornar a Barthes, para poder deconstruir lo que nuestra época mediante la colonización subjetiva del neoliberalismo pretende dejar atrás: la importancia y el abismo que hay detrás de las palabras.
Roland Barthes (1967) afirmaba lo siguiente, cito en extenso: “La literatura posee todas las características secundarias de la ciencia, es decir, todos los atributos que no la definen. Tiene los mismos contenidos que la ciencia: efectivamente, no hay una sola materia científica que, en un momento dado, no haya sido tratada por la literatura universal: el mundo de la obra literaria es un mundo total en el que todo el saber (social, psicológico, histórico) ocupa un lugar, de manera que la literatura presenta ante nuestros ojos la misma gran unidad cosmogónica de que gozaron los griegos antiguos, y que nos está negando el estado parcelario de las ciencias de hoy. La literatura, como la ciencia, es metódica: tiene sus propios programas de investigación, que varían de acuerdo con las escuelas y las épocas (como varían, por su parte, los de la ciencia), tiene sus reglas de investigación, y, a veces, hasta sus pretensiones experimentales. Al igual que la ciencia, la literatura tiene una moral, tiene una determinada manera de extraer de la imagen que de sí misma se forma las reglas de su actividad, y de someter, por tanto, sus proyectos a una determinada vocación de absoluto (p.14). Este breve fragmento nos deja huellas de lo que hoy por hoy es necesario analizar, ¿Qué es lo que atraviesa las producciones de nuestra época? ¿Cuáles son los elementos en común que independientemente de los prismas que se consideren prevalecen tal como patrones?, la respuesta es compartida: las palabras.
En tiempos de incertidumbre, de desesperanza, de vacío, de vagabundear buscando un nuevo porvenir, una nueva normalidad, lo que prevalecen son las palabras, si todos estamos en el mismo barco es porque todos compartimos una misma carta que nos llegará inevitablemente, y porque todos estamos constituidos desde lo mismo, la falta que nos acompaña y que es inseparable de lo que somos -aunque ni siquiera podamos definir qué es lo que somos-.
Anudados a las palabras y el lenguaje…
¿Qué significan las palabras? ¿De dónde emergen? ¿Cuál es su núcleo? ¿Cómo llenar el vacío que acompaña al lenguaje? ¿Es lo mismo “palabra” que “lenguaje”? ¿Qué los une y/o separa? El término “Palabra” proviene del latín “Parabola”, puede traducirse como unidad de la lengua, por otro lado “Lenguaje” proviene del latín “Lingua” lo que significa un sistema de creencias. De manera que lo uno se complementa de lo otro, son una colisión difícil de fragmentar, van acompañadas, devienen juntas. Para Roland Barthes (1966) el lenguaje no puede ser considerado como un simple instrumento, utilitario o decorativo, del pensamiento. El hombre no preexiste al lenguaje, ni filogenéticamente ni ontogenéticamente. Nunca topamos con ese estado en que el hombre estaría separado del lenguaje, y elaboraría este último para ≪expresar≫ lo que pasa en su interior: es el lenguaje el que enseña cómo definir al hombre, y no al contrario.
Aquí, es necesario también recordar a Jacques Lacan (1953-1954) quien en el Seminario 1 “Los escritos técnicos de Freud” afirmaba: “La palabra es la que instaura la mentira en la realidad. Precisamente porque introduce lo que no es, puede también introducir lo que es. Antes de la palabra, nada es ni no es. Sin duda, todo está siempre allí, pero solo con la palabra hay cosas que son- que son verdaderas o falsas, es decir que son- y cosas que no son. Sólo con la palabra se cava el surco de la verdad en lo real” (p.333) ¿Cómo poder pensar lo que es o no-es sin palabras? ¿Cómo despegarnos de las palabras si incluso cuando no hablamos están invadiendo nuestros pensamientos y todo lo que somos?
Escritura como nuevo hogar.
La llegada de la pandemia al mundo entero generó un caso importante, los individuos sin importar su nacionalidad, edad, orientación sexual, cultura, estatura, sin importar de quien sea que se trate, todos y todas sintieron -aquí me incluyo- el peso de la pandemia con todo lo que implica: los efectos psicológicos, económicos, políticos, sociales, etc.
El Covid-19 generó un antes y un después, todo lo que conocíamos como nuestro cotidiano abruptamente se vio desvanecido, evaporado, todo lo que quedó fue saturación de los sistemas de salud, crisis de salud mental, crisis económicas, cientos de pérdidas humanas, caos, inestabilidad, transformación.
En medio de la incertidumbre que deambulaba por cada rincón del mundo, algunos encontramos refugio en las letras, palabras, libros, textos, documentos. Ya sea como escritores o lectores en medio de las palabras encontramos un nuevo hogar.
Esto no es nuevo, es un tema abordado desde temprana data por el autor que hemos decidido explorar en este texto, por ejemplo, respecto de esto, encontramos en Barthes (1975) “Encerrarme con llave para aquellas de mis ocupaciones que exigían una soledad inviolable: la lectura, el ensueño, el llanto y la voluptuosidad”. Así pues, la lectura deseante aparece marcada por dos rasgos que la fundamentan. Al encerrarse para leer, al hacer de la lectura un estado absolutamente apartado, clandestino, en el que resulta abolido el mundo entero, el lector —el leyente— se identifica con otros dos seres humanos —muy próximos entre sí, a decir verdad— cuyo estado requiere igualmente una violenta separación: el enamorado y el místico (…) y el enamorado, como sabemos, lleva la marca de un apartamiento de la realidad, se desinteresa del mundo exterior. Todo esto acaba de confirmar que el sujeto-lector es un sujeto enteramente exiliado bajo el registro del Imaginario; toda su economía del placer consiste en cuidar su relación dual con el libro (es decir, con la Imagen), encerrándose solo con él, pegado a él, con la nariz metida dentro del libro, me atrevería a decir, como el niño se pega a la madre y el Enamorado se queda suspendido del rostro amado. (p45).
Más adelante, en el mismo texto, escribiría “en la lectura, todas las conmociones del cuerpo están presentes, mezcladas, enredadas: la fascinación, la vacación, el dolor, la voluptuosidad; la lectura produce un cuerpo alterado, pero no troceado (si no fuera así la lectura no dependería del Imaginario). No obstante, hay algo más enigmático que se trasluce en la lectura, en la interpretación del episodio proustiano: la lectura —la voluptuosidad de leer— parece tener alguna relación con la analidad; una misma metonimia parece encadenar la lectura, el excremento y —como ya vimos— el dinero” (Barthes, 1975, p.46) A partir de estos dos fragmentos, se puede exhibir la importancia que el autor entrega a la lectura, siendo una aproximación que toca lo poético y que es parte de lo sublime de la vida del individuo.
Esto se puede extrapolar integralmente al escenario que se vivió producto de la pandemia, encerrados en nuestras casas, nos aproximamos a nosotros mismos, entregamos en la lectura y escritura parte de nosotros, conociéndonos, identificándonos, construyendo un porvenir a partir de cada palabra que se iba dejando atrás en la medida en que el tiempo avanzaba.
Para el autor, es a partir de la intensidad de la lectura, de ese momento en que nos sumergimos en las páginas de un libro, donde encontramos también el deseo de la escritura, uno como efecto de la otra, y viceversa, son una suerte de colisión inseparable, esto queda detallado mucho mejor en las palabras del mismo autor, quien escribió: “la lectura es buena conductora del Deseo de escribir (hoy ya tenemos la seguridad de que existe un placer de la escritura, aunque aún nos resulte muy enigmático); no es en absoluto que queramos escribir forzosamente como el autor cuya lectura nos complace; lo que deseamos es tan solo el deseo de escribir que el escritor ha tenido, es más: deseamos el deseo que el autor ha tenido del lector, mientras escribía, deseamos ese ámame que reside en toda escritura. Esto es lo que tan claramente ha expresado el escritor Roger Laporte: “Una lectura pura que no esté llamando a otra escritura tiene para mí algo de incomprensible… La lectura de Proust, de Blanchot, de Kafka, de Artaud no me ha dado ganas de escribir sobre esos autores (ni siquiera, añado yo, como ellos), sino de escribir”. Desde esta perspectiva, la lectura resulta ser verdaderamente una producción: ya no de imágenes interiores, de proyecciones, de fantasmas, si no, literalmente, de trabajo: el producto (consumido) se convierte en producción, en promesa, en deseo de producción, y la cadena de los deseos comienza a desencadenarse, hasta que cada lectura vale por la escritura que engendra, y así hasta el infinito” (Barthes, 1994. p.47).
Lo curioso, es que no se puede identificar cuando termina una y emerge la otra, en ambas la intensidad, la entrega es total, lo consciente se vuelve inconsciente y lo inconsciente mediante el proceso de la escritura brota por cada palabra que se va trazando. Los tiempos por medio de los cuales tenemos que continuar errando sin rumbo fijo, nos entregaron a muchos un nuevo hogar, un refugio que sin importar cuánto caos se genere nos acompaña, la lectura y la escritura emergen desde la palabra, y la palabra es lo único que incluso una pandemia no nos puede arrebatar.
A modo de conclusión…
El lenguaje es el ser de la literatura, su propio mundo: la literatura entera está contenida en el acto de escribir, no ya en el de ≪pensar≫, ≪pintar≫, ≪contar≫, ≪sentir≫. Desde el punto de vista técnico, y de acuerdo con la definición de Román Jakobson, lo ≪poético≫ (es decir, lo literario) designa el tipo de mensaje que tiene como objeto su propia forma y no sus contenidos. Desde el punto de vista ético, es simplemente a través del lenguaje como la literatura pretende el desmoronamiento de los conceptos esenciales de nuestra cultura, a la cabeza de los cuales está el de lo ≪real≫. Desde el punto de vista político, por medio de la profesión y la ilustración de que ningún lenguaje es inocente, y de la práctica de lo que podríamos llamar el ≪lenguaje integral≫, la literatura se vuelve revolucionaria.
Roland Barthes
Para Jacques Lacan un momento esencial emerge desde la palabra, el poder unirnos a los otros, incluso el momento de interrupción de la palabra abre un espacio de cambio, empero, que tiene que ver con la teoría psicoanalítica en lo que hemos abordado en el presente escrito, a saber: la lectura, la escritura, el lenguaje, la palabra. La respuesta es simple, para el campo psicoanalítico, específicamente el terreno lacaniano, es el mismo sujeto del inconsciente el que emerge desde el vacío reinante y dominante de la palabra, desde allí, emerge estructura y vacío.
Somos lanzados desde el nacimiento a la confrontación de la palabra, avanzamos en la vida entre palabras, entre el lenguaje, entre los símbolos o señales que nos permitan aproximarnos al otro, a la civilización, a la sociedad. En medio de nuestros tiempos donde todo está en jaque, se pone en juego la construcción a la que hemos estado acostumbrados, porque incluso esa antigua normalidad, nuestro cotidiano y el porvenir, solo es posible expresarlo a través de las palabras.
Bibliografía
-Barthes, R. (1966). The Languages of Criticism and the Sciences of Man: the
Structuralist Controversy. The Johns Hopkins Press, London and Baltimore, 1970, págs.. 134-145.
-Barthes, R. (1994). El Susurro del Lenguaje: Más allá de las Palabras y de la Escritura. Barcelona: Paidós.
-Barthes, R. (1967). Times Litterary Supplement.
-Barthes, R. (1975). Escrito para la Writing Conference de Luchon, 1975. Publicado en Le Frangais aujourd’hui, 1976.
-Lacan, J. (1953-1954). El seminario 1. Los escritos Técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós.