Por Joaquín García
Introducción
Cuenta la leyenda, historia apócrifa seguramente, que el escritor Marcel Proust diseñó a finales del siglo XIX, un cuestionario que pretendía desvelar los secretos más profundos de la personalidad. La realidad más probable es que el cuestionario, en realidad de autoría anónima, ya circulaba en su época ̶ los victorianos ya se sabe que apreciaban mucho la personalidad, herencia frenológica y psiquiátrica, y este era un juego de salón para saber quién es quién y cómo es realmente uno ̶ pero que se popularizó por las distintas preguntas, a cada cual más sorprendente, que fue dando el célebre escritor francés a lo largo de su vida.
Desde entonces, ha sido un cuestionario que ha pasado de mano en mano (como el propio significante), y que han respondido, entre otros, distintas personas del mundo del arte y la literatura. El número de preguntas que contempla es treinta, ˗ni una más, ni una menos˗ que en homología con los días del mes, ya anticipa la idea de perfección y totalidad. Una de las preguntas más famosas que recoge la parte primera del cuestionario es: ¿Cuál es su idea de felicidad perfecta?
Es curioso observar, que en algunas versiones del cuestionario aparece matizado que se refiere a felicidad perfecta, y otras a felicidad sin más, como si ya la felicidad fuera perfecta en sí misma y no requiriera aclararse. Allí donde Proust respondió “la lucha” (quizás ya intuyendo la guerra y el auge del nazismo que estaba por venir), Bolaño, el memorable escritor chileno, respondía: “Mi felicidad imperfecta: estar con mi hijo y que él esté bien. La felicidad perfecta, o su búsqueda, engendra inmovilidad o campos de concentración” [1] .
La respuesta es de una lucidez conmovedora… y es la frase desencadenante de este artículo. La alegría, algo así como una felicidad imperfecta (vía parcial compatible con el deseo), podemos pensarla siguiendo la argumentación de Bolaño, como el pecado inadmisible de los campos de concentración nacionalsocialistas. Allí había que estar en todo momento “feliz”, o sea, producir sin descanso, incluso muriendo, porque como rezaba en los carteles a la entrada: “Hay un camino hacia la libertad” y “el trabajo te hace libre”. Terrible y feroz culminación del imperativo kantiano, sentencias que por desgracia evocan también pasajes evangélicos.
Lo primero que murió en el nazismo fue el sencillo guiñol que producía las metáforas. La historia infame posterior, es de sobra conocida. Por suerte hay otros caminos posibles en la vida, con diferencia más placenteros y menos totalitarios. Caminos que no van de la mano ni del Ideal de perfección ni tampoco de la seguridad total de la certeza.
¿Existen las palabras fascistas [2]?
Considero, que quizás no solo es que el lenguaje sea en cierta medida fascista, tal como lo planteó Roland Barthes en su lección inaugural de la cátedra de semiología literaria del Collège de Francia [3] ̶ en filiación con la teoría del «saber-poder» de Foucault ̶ , sino que hay palabras que ya serían fascistas en sí mismas. La hipótesis no es solo que haya subjetividades que producen palabras, sino palabras que producen subjetividades.
Palabras que encarnan en forma “pura” la demanda del Otro, palabras, que son condensadores narcisistas (pibón, que transciende los géneros y las diferencias sexuales, o sea, un objeto), absolutos filosóficos o religiosos (Verdad en mayúsculas, opuesto a la verdad singular e intransferible de la cura), prescripciones para todos (rendir), impulsoras del decirlo todo (sinceridad, emparentada con la culpa y la teoría de la confesión cristiana), palabras deslegitimadoras del sujeto del discurso (TERF, antipatriota, prostituta –no sujeto, no mujer ̶ ), palabras sin matices (todo, nada) con sus correspondientes identificaciones al falo y al desecho. Entre otros tipos.
Sabemos desde Lacan, que «un significante en cuanto tal, no significa nada» [4] ̶. Pero para eso una palabra tiene que devenir significante. La cuestión es: ¿tienen todas las palabras la misma facilidad para convertirse en significante?
La tesis que propongo es que existirían palabras que serían bastante más resistentes a entrar en el circuito de la significación, pero no como el nombre propio por ejemplo (más letra que significante) que juega a favor del sujeto y la estabilidad psíquica. Por mi parte entiendo el psicoanálisis más como una práctica significante, que como una práctica de la palabra. Aunque por supuesto, también es una práctica de la palabra.
Existen actualmente palabras tan instauradas en los discursos de la sociedad, que no se reconocen como propios de la ideología neoliberal. Por ejemplo, “rentar” (¿se han fijado que instalada está entre los jóvenes?), “triunfar”, “oportunidad”, “autoayuda”, “empatía”, “resiliencia”, que se emparentan con el sujeto “autoproducido” fuera de la transmisión intergeneracional y la deuda con sus padres y maestros. Uno solo con sus objetos, ¿Como Robinson Crusoe?
Estas palabras giran en mayor o menor medida en torno a la palabra felicidad. Otro de la evaluación y el rendimiento que reduce la clínica y la vida a pura exigencia superyoica. Invivible. Irrespirable. O peor.
Una de las formas de entender el discurso capitalista es definirlo como un discurso que ejerce una fuerza (precisamente por no disponer de inscripción de la imposibilidad) que dificulta que las palabras (muchas de ellas mandatos encubiertos) se conviertan en significantes (o sea pensables, dialécticos, flexibles). Es importante tener en cuenta que el superyó es una orden (aunque se camufle de un consejo o una pauta) mientras que el deseo es una pregunta.
Pregunten a un coach empresarial: no hay nada más de “perdedor” nimayor “fracaso” que ser medianamente feliz, o suficientemente feliz (todo omnipotencia, ninguna imposibilidad). O si lo prefieren: vean una película de instituto americana. Allí viven dos grupos de seres segregados: el capitán de futbol americano y la jefa de las animadoras como líderes, el grupo que “triunfa” y todo el resto. Los primeros son totalmente felices, o pretenden serlo, claro, porque son los jefes y se aman mutuamente. Los otros, pobres infelices, envidian mortalmente a estos seres sublimes y perfectos, sin poder nunca alcanzarlos, salvo a costa de la violencia o el intento de suplantarles: a y a’ del esquema L de Lacan nuevamente dando problemas. [5]
Si pensamos, por ejemplo, en el concepto «madre suficientemente buena» de Donald Winnicott, considero que suficientemente era la palabra clave. En perfectamente buena ya habría un exceso, correspondería a la madre de la culpa o del estrago. Os propongo ahora que nos detengamos un poco más en la palabra felicidad.
¿Qué es la felicidad?
La palabra felicidad nos llega como término de origen romano, aunque fue trabajado también por distintos filósofos griegos, que encuentra en el discurso de la psicología positiva (estrechamente relacionado con el discurso neoliberal) un importante relanzamiento, preconizando un rendimiento ilimitado y una satisfacción plena. Y cuyo reverso tenebroso podemos rastrearlo en el auge inusitado de la depresión en las sociedades occidentales actuales.
La felicidad, palabra perfecta e insolente por antonomasia, entre lo yoico y lo superyoico, no me queda claro si es un concepto, un afecto o un Ideal. En cualquier caso, es como si uno nunca estuviera a la altura de la palabra. Si no existe en el lenguaje algo así como lenguaje a-ideológico, así como no hay una clínica a-política, es importante también realizar una arqueología de las palabras. Desenrollar y advertir el complejo entramado de significaciones históricas, ideológicas y filosóficas que entrañan.
La palabra felicidad en concreto se parece a un condensador donde todo cabe, donde todas las ideologías son posibles, donde todas las ideas son incluibles, donde no hay que descartar nada. Expresado poéticamente: la felicidad es el discurso capitalista en miniatura.
Porque ya se sabe, es dicho con frecuencia, que lo importante no es ser de derechas o de izquierdas, socialdemócrata o conservador, religioso o ateo, sino ser feliz. En otras palabras, defender inadvertidamente la ideología neoliberal como el sentido común, que no es en realidad más que preconización de la ideología “inconsciente” de la clase dominante. Esa es justamente la trampa: ideología que no quiere ser identificada como ideología, bancos que no quieren ser bancos, ordenadores que no son ordenadores. Esta dimensión ideológica, tramposa y ¿perversa? del lenguaje pasa muchas veces inadvertida y no digo inconsciente, porque el término inconsciente ya presupone un sujeto.
Aunque la aproximación a la felicidad que realizó el impulsor de la psicología positiva Martin Seligman, otros autores lo han visto demasiado rígida, la mayoría de autores y autoras actuales de esta corriente no se bajan de este significante. Leyendo sobre concepciones de felicidad de la psicología positiva, reseño algunas coordenadas que me parecen importantes:
- se apela al individuo, visión de la sociología, o a la persona, visión del humanismo, donde la cuestión del sujeto y del sujeto del inconsciente queda escamoteada.
- idea de crecimiento personal (como si siempre se pudiera crecer un poco más. ¿Como los árboles?)
- idea de que siempre se puede ser más feliz, es decir, aunque no se diga, la felicidad es pensada como un bien acumulable.
- apelación a la dignidad de la pobreza y la humildad en la vida, en ocasiones, a condición de haber encontrado la riqueza anteriormente («El monje que vendió su Ferrari»).
- se toman distintas ideas del yoga, el budismo, la psicología cognitiva, el humanismo, teoría de la motivación, la filosofía, el mundo de la empresa (entre otras): fantasía de que todas las corrientes de pensamiento son superponibles y que toda contradicción es superable, o incluso que no existen las tradiciones filosóficas e históricas de pensamiento.
- idea de alcanzar “la sabiduría”, como si el saber se realizara por agregación o el saber fuera homólogo al conocimiento.
- idea de ser lo que quieres ser o convertirte en lo que ya eres: abolición de la división subjetiva y ontología del ser (voluntad, razón, identidad) frente a la interrogación por el deseo.
La felicidad y palabras en contigüidad (autoestima, autoayuda y otras), y esto tampoco es irrelevante, son versiones de la topología de la esfera. Topología relacionada con el romanticismo y la literatura gótica, y los descubrimientos científicos del siglo XIX y actualmente, con la ideología neoliberal y el cenit del auge del yo, que convendría revisar: ¿Qué tal dos toros abrazados?
También esto tiene resonancias de cara a la escritura y la literatura: la frase perfectamente feliz lleva a la eternización del acto como en Flaubert, ̶ ritmo de una coma en una mañana ̶ [6], o al intento obsesivo de captar el todo y retornar al pasado, como en Proust. Versión quizás melancolizante de la enunciación, donde la frase no aspirar meramente a evocar la magdalena, sino a ser la magdalena misma. ¡Bendita alegría!
¿Qué es la alegría?
¿Qué conceptualización de la alegría desde el psicoanálisis de orientación lacaniana? Si la melancolía viene del Otro ¿de dónde viene la alegría? ¿del cuerpo? ¿de lo real? ¿de la castración simbólica?
La respuesta no es sencilla y probablemente no única. Lo que sí parece claro ̶ ahí seguramente coincidamos ̶ , es que frente a las conceptualizaciones parciales, que no aparecerán por suerte en la flamante sección de libros de autoayuda, como «el infortunio común» de Freud o el «gay saber» de Lacan, la felicidad neoliberal o de cualquier teoría política que se propugne como totalidad necesaria (y por tanto con riesgo segregativo), sigue pareciendo la peor de las opciones.
A su lado, la alegría, ̶ la hermana pobre de la felicidad ̶ , alberga la mayor de las dignidades. Incluso canta y brilla como las aves humildes del bosque. Invitación a la vida y al lazo con los otros. Amistad es también una forma de amor. Realistamente, y merced de la benéfica castración simbólica, a la alegría le basta estar alegre, no quiere ni el goce de la felicidad plena ni la muerte de la vitalidad que engendra la melancolía.
Son temas complejos, algunos desarrollados, otros apenas esbozados, a seguir pensando, mejor junto a otros, como la mayoría de las cuestiones complejas. Concluyo provisionalmente con un fragmento del poema bendita alegría [7] de la poeta española Raquel Lanseros, recogido en su libro «Matria» (2018), que inspira el título de este trabajo:
no nos dejes en mitad de que océano sin tu luz, alegría,
la de las manos anchas
la que convierte el alma en lugar habitable.
Y un poema propio apuntando a una nueva topología de los afectos:
psique es una mariposa
que huyó del invierno del alma,
una flor que ya no
quiere vivir en el corazón.
Notas
[1]Extraído de: https://www.elciudadano.com/artes/el-cuestionario-proust-respondido-por-roberto-bolano/05/22/
[2] Utilizo la palabra fascista, en el sentido y contexto de Barthes, que considero tiene bastantes diferencias respecto al fascismo como teoría y praxis política.
[3] Barthes, R. (2003) El placer del texto y la lección inaugural. Buenos Aires, siglo XXI
[4] Lacan, J. (1956). Seminario 3. Las psicosis. Clase 14. Buenos Aires: Paidós.
[5] Esquema planteado por primera vez en su seminario de 1954, ver: Lacan J. (1986) Seminario 2: El yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Barcelona: Paidós.
[6] Esta reflexión y otras muchas sobre la escritura en: Flaubert, F (1997). Razones y osadías. Edición de Jordi Llovet. Barcelona, Ed. Edhasa.
[7] Poema extraído de su web: http://www.raquellanseros.com/index.php/2015-11-17-17-47-09/poemas-en-espanol