Por Miriam L. Chorne
En la experiencia cotidiana de nuestras consultas nos encontramos a menudo frente a una cuestión fundamental: en qué medida nuestro acto consigue oponerse a los imperativos sociales cada vez más apremiantes. La actitud subjetiva requerida por el capitalismo, articulado a su vez al desarrollo del discurso científico-técnico se opone a la posición subjetiva que es propia del psicoanálisis.
Me propongo ocuparme brevemente de estas determinaciones actuales y de sus efectos en un terreno particularmente sensible, el de la maternidad ¿Podemos decir que engendrar un hijo, en las coordenadas actuales, continúa siendo una experiencia libidinal sostenida por un deseo?
La ética capitalista frente a la ética del psicoanálisis
Daré pues comienzo a la reflexión sobre la oposición entre la ética del capitalismo y la del psicoanálisis tal como la formula Lacan en su texto “Televisión” [1]. Podría referirme a otros muchos textos de Lacan ya que en numerosas ocasiones en su última enseñanza tomó esta oposición en cuenta.
En ese texto, define al capitalismo como un orden de explotación de la producción cuya ley es “más”. El crecimiento por el crecimiento está en la base de los impasses actuales de la civilización. Lo que le hace decir a Lacan en Milán, en 1972, que lo que rige la sociedad en la actualidad ya no es el discurso del amo, o que en todo caso el discurso del amo cobra la modalidad de un lazo social diverso: el capitalista. Este no es ya un discurso de la manera en que lo eran los cuatro discursos, porque ellos incluían en su estructura la imposibilidad. Es un pseudo discurso, una estructura circular sin límite, que gira y gira sin encontrar su tope.
A esa modalidad del lazo social opone la ética del psicoanálisis, lo que lo lleva a definir, de manera irónica, en este momento de su enseñanza al psicoanalista como un santo.
¿Por qué situarlo como “lo que en el pasado se llamó ser un santo”?
La santidad es una actitud radicalmente ajena al capitalismo. Es aquella posición que asume la inutilidad como un valor. J.-A. Miller comentó “Televisión” en el Barnard College de Nueva York [2] Distinguió diversos tipos de santo explicando que el santo que le interesaba a Lacan en relación a los psicoanalistas era el santo pasivo, aquel para quien la ética del trabajo es extraña, es el santo que asume la posición de ser inútil.
Lacan buscaba con esta paradójica comparación el contraste entre la actitud capitalista de producción intensiva -la que se ha desarrollado más que en cualquier otro momento de la historia y de una manera cada vez más acéfala- y la posición del psicoanalista. Este último no es considerado como un productor, sino como un producto, lo que queda de la producción: desperdicio, desecho.
En el comienzo del Seminario 20 Aún, Lacan anuncia el tema del que se ocupará, el goce. Para hablar de él es necesario oponer la ética del psicoanálisis a la ética utilitarista, en la medida en que el psicoanálisis define al goce como lo que no sirve para nada.
Freud sostuvo que la civilización alimenta la infelicidad, Lacan retoma la concepción freudiana, señalando que la civilización provoca un síntoma, el malestar ligado estrechamente al superyo.
Este superyo que actúa como prohibición de las pulsiones que de manera ciega buscan su satisfacción. Es su cara de regulación, pero hay otra cara que proviene de que la propia exigencia de renuncia alimenta al superyo. Su puro imperativo moral está conectado al sadismo, es decir con una satisfacción perversa.
Ya en el artículo de Freud “El problema económico del masoquismo” se avanzaba esta doble dimensión, que Lacan hizo aún más explícita, encarnando este funcionamiento en las figuras de Kant y Sade.
J.-A. Miller afirma en la misma conferencia que el superyo que se alimenta con glotonería, que crece más y más en sus demandas a medida que el sujeto cede frente a ellas es el régimen mismo del capitalismo.
De allí se deduce un principio general de la ética psicoanalítica: de lo único que somos culpables es de haber dejado de lado, renunciado al propio deseo, sometiéndonos a los imperativos superyoicos.
Por otra parte, pero articulado al discurso capitalista, el actual desarrollo tecno-científico propone la identificación del ser hablante a su organismo, para hacer olvidar mejor que estamos confrontados a la ausencia de lo que podría responder en tanto que sujeto al goce. Goce que es, ante todo trauma, agujero en el tejido de representaciones del sujeto.
Lacan en cambio ha mostrado innumerables veces que la perspectiva más corriente de la filosofía como la de esta ciencia al proponer al sujeto de la conciencia como su fundamento y al hacer de la percepción su base se opone radicalmente a la psicoanalítica. Para ella la dimensión del deseo inconsciente y del goce no se pueden elidir, lo que hace que el sujeto lejos de ser transparente para sí mismo, se constituya en la absoluta opacidad de una parte de sí mismo. La más determinante en su vida.
Entre la desorientación y los imperativos superyoicos
La pregunta que surge es ¿Cómo re-inventan hoy, con las coordenadas que acabamos de describir, su deseo los seres hablantes?¿Cómo lo hacen bajo un régimen que es menos el de la represión que el de los imperativos de goce?¿Cómo debemos escuchar las dificultades que nos presentan cuando muchas veces vienen veladas por una “solución” técnica o por alguna forma de colectivización que se transforma en significante amo para el sujeto? ¿Cómo hacer presente el real que concierne a cada uno cuando es obturado por los dichos que valen para cualquiera?
Quisiera ilustrar las respuestas a algunos de estos interrogantes con lo que les sucede a algunos sujetos -que sin formar ningún colectivo en sentido estricto- se ven sin embargo igualmente divididos entre algunos mandatos sociales y las dificultades que encuentran para situar su deseo.
Las tensiones que corresponden a la articulación entre la dimensión de la mujer y la de la maternidad no son en absoluto nuevas, sin embargo en algunos casos cobran actualmente una agudeza mayor. Ello obedece a dos movimientos paralelos, pero que a veces confluyen, de una parte la indudable declinación de las tradiciones con su secuela de desorientación y de la otra las novedosas posibilidades abiertas por la ciencia y la tecnología en este terreno.
Es un hecho, que al menos en nuestras sociedades la maternidad ya no es la esencia y el destino forzoso del ser femenino. Al contrario quizás comienza a aparecer cada vez más el “derecho” a no tener hijos. Una nueva figura que, como otras también, es bautizada en inglés: la pareja child free.
Pero junto a esta reivindicación de una parte de los sujetos, hay otra, o la misma en otro momento, que encuentra que la libertad de elegir si quiere ser madre o no, se acompaña de nuevas dificultades para realizar ese deseo cuando quiere hacerlo. Cambios sociales como los vínculos amorosos más fluidos y también la preocupación por el trabajo y el desarrollo profesional de la mujer las abocan, en muchos casos, a encarar la maternidad tarde y en muchos casos solas.
Marcelo Barros escribe “La maternidad -y con ello designamos una experiencia libidinal- se nos presenta en la actualidad como un residuo de la experiencia tradicional de la vida, más allá de las innovaciones técnicas que la hacen posible.” [3]
Si cada maternidad es la versión que cada una se ha podido construir de la maternidad que falta, todas ellas se anudan de diversos modos a una misma imposibilidad: el complejo de castración que nos permite leer el no hay relación sexual también como no hay garantías de un buen encuentro de la madre con el niño.
En ese acontecimiento constituido por el parto se produce el encuentro con un niño real que a pesar de todos los modernos aparatos -los niños hoy son ampliamente fotografiados antes de nacer- no se ha podido imaginar por completo.
La dimensión de objeto a del niño se hace sentir en esa angustia anticipadora, que a menudo asume la forma de tener un hijo “con problemas”. Recuerdo a una mujer que recibí hace tiempo que había situado el comienzo de su intenso malestar en el carácter ominoso que había tomado para ella el embarazo y el nacimiento de su hijo. Ya era madre de una niña con la que la relación era idílica. La niña, que le parecía ideal, había venido para ella a completar la felicidad de la pareja. El nuevo embarazo, buscado, había sido difícil desde el comienzo, lleno de síntomas, vómitos continuos, dolores de cabeza, pero sobre todo de la convicción de que el niño sería disruptivo respecto de la armonía familiar existente hasta entonces.
El parto se retrasó, fue complicado y de ese modo en una compleja dialéctica, sus peores temores vinieron a confirmar el lugar -objeto de angustia- que esperaba a este niño. Sometida a los mandatos sociales de la alimentación a demanda, no encontraba otro recurso para calmar al niño y calmarse a sí misma que ofrecerle continuamente el pecho, en un intento vano de tapar el deseo del niño, no sólo enigmático como suele serlo, sino enteramente opaco para ella. El deseo del niño quedaba así aplastado bajo la forma de la satisfacción continua de la demanda lo que había llevado a la pareja a una situación desesperada: el niño nunca había dormido una noche entera hasta el momento en que su madre consultó, tres años después del nacimiento. Ni obviamente lo habían podido hacer sus padres. El marido no había podido o sabido interrumpir esta relación desesperante.
La paciente, que tenía un compromiso cierto con la verdad, que mantenía una relación valiente con su inconsciente, no dejaba de observar la manera insistente en la que tanto ella como el marido interrogaban al niño, una y otra vez, para que les dijera qué quería. Hablando en una sesión de esta pregunta, afirmó con culpa “como si él pudiera saberlo”.
Afortunadamente el impacto del hijo como objeto a, como real, como desconocido, no necesariamente perdura, porque al igual que en otros vínculos amorosos los primeros encuentros no son siempre los mejores, pero tampoco fijan un destino ineluctable a la relación. En el caso (del que hablaba más arriba) el ofrecimiento del dispositivo analítico, el empezar a desplegar las coordenadas del nacimiento del niño y a interrogarse sobre su deseo, permitieron un cambio en el valor libidinal del niño. Ese cambio se manifestó en un índice claro para la paciente al poco tiempo de comenzar las entrevistas preliminares, y que vino a contarme con mucha alegría, el niño por primera vez había logrado dormir toda la noche.
Hacer de un hijo el falo es, tal vez entre otras cosas, poder darle un valor libidinal a lo que en principio se presenta como un misterio pero también como algo que cae, que se pierde, que puede encarnar un desecho.
La mujer, como dice Lacan “tiene distintos modos de abordar ese falo, y allí reside todo el asunto” [4]. Puede abordarlo también por fuera de la maternidad, pero conseguir resolver esa ecuación simbólica es importante en el tratamiento del goce, sea madre o no.
La maternidad siempre concierne a una mujer aún si no quiere tener un hijo. Mucho más cuando la decisión de no tenerlo se acompaña del deseo de hijo. Otra mujer que consultó por dificultades con su pareja, rápidamente descubrió que había sido su decisión de desembarazarse de una gestación “accidental” sobrevenida en el momento en que se interrogaba sobre su deseo de tener un niño sola, lo que había conmovido todo su mundo. Era la primera pareja tras muchos años de la separación de su primera y única relación importante. Un hombre con el que había vivido, que había interrumpido la vida en común de manera repentina y sorprendente para ella, dejándola entregada a un duelo imposible. El hijo que no había tenido, había abierto sin embargo, la elaboración de un duelo de esa y otras pérdidas, dando lugar al deseo de una pareja, de una familia, que había estado congelado hasta entonces.
La no garantía que afecta al deseo materno angustia a todos y en primer lugar a la madre misma. Recuerdo otra mujer a la que la presión familiar conjuntamente con el llamado reloj biológico, empujaban a interrogarse con cierta insistencia si intentaría una fecundación en vitro, si congelaría óvulos… La paciente que no tenía pareja en ese momento, y que había encontrado grandes y poderosas dificultades en sus distintos intentos de tener una relación amorosa se revolvía contra la idea de un padre anónimo. Y por otro lado se interrogaba temerosa frente a las dudas sobre el lugar que el niño real podría encontrar en su deseo “¿Lo querré? ¿Y si no me gusta?”
Los sistemas de goce como derecho
En consonancia con una sociedad capitalista -que promueve que la satisfacción se puede alcanzar siempre y de manera inmediata- el deseo de niño se ha transformado en la ilusión de una satisfacción asegurada de la demanda de niños por los desarrollos científicos y técnicos.
Las biotecnologías de la procreación introducen nuevos modos de origen y de filiación. La madre puede también volverse incierta: está por ejemplo aquella que proporciona el óvulo y la que lleva el niño en su seno. Pero seguramente estos cambios ya son antiguos, porque la ciencia anuncia nuevas transformaciones.
En la revista Science se comunicó que se habían generado ovogonias humanas a partir de células madre superpotentes [5]. Otra comunicación informaba que ya se había conseguido la procreación a partir de ratas del mismo sexo. Sabemos que los comités de ética y la legislación sólo pueden demorar por un tiempo los hallazgos de la ciencia. Si hay algo que es posible hacer, seguramente terminará por hacerse.
¿Cuál ha de ser nuestra posición como psicoanalistas? No podemos sostener la religión del progreso pero tampoco podemos convertirnos en nostálgicos de la tradición. No es posible, ni siquiera conveniente oponerse sin más, al empuje de la evolución científico-técnica o social. Los que luchan contra esta evolución de una manera conservadora permanecen aferrados a la superposición de la ley moral y la ley natural. Por eso es tan importante mantener claros los principios que rigen nuestra actuación.
Lacan supo formular hace ya más de 50 años la imposibilidad de inscribir la relación sexual. Entre el hombre y la mujer “ningún acuerdo ni armonía, no hay programa, nada preestablecido: todo está librado al azar, lo que en lógica modal se llama “contingencia”. Nadie se salva. (…) En el lugar de lo que así agujerea lo real, hay plétora: imágenes que embaucan y que encantan, discursos que prescriben lo que esa relación debe ser. No son más que semblantes, cuyo artificio el psicoanálisis volvió patente para todos. En el siglo XXI, se lo da por sentado. ¿Quién cree aún que el matrimonio tenga un fundamento natural? Dado que es un hecho de cultura, se consagran a la invención”. [6] ¿Quién cree que la sexuación sea natural? ¿O que el deseo de niño sea natural?
El mundo contemporáneo quiere constituir los sistemas de goce como derechos, lo que no impide que la relación sexual que no existe permanezca en el centro de la clínica.
En su “Nota sobre el niño”, el texto dirigido a Jenny Aubry, Lacan afirma que el niño le da a la mujer “inmediatamente accesible, lo que le falta al sujeto masculino: el objeto mismo de su existencia, apareciendo en lo real”. [7] Es decir la experiencia única de reconocer en el objeto de su amor la causa de su deseo. El niño amado es causa de deseo, es una parte del cuerpo que se ha cedido -cuando se ha cedido- al campo del Otro, como cualquier otro objeto a. Es un objeto que nos “falta”, que nos agujerea, con esa falta deseamos.
Bibliografía
[1] Lacan J., “Televisión” en Psicoanállisis Radiofonía &Televisión, Editorial Anagrama, Barcelona, 1977.
[2] Miller J.-A., El lenguaje aparato del goce, Colección Diva, Buenos Aires, 2000.
[3] Barros M., La madre, apuntes lacanianos, Grama ediciones, Buenos Aires, 2018.
[4] Lacan J., El Seminario Libro 20, Aún, Ediciones Paidós, Barcelona, Buenos Aires, 1981, p.90.
[5] Ansermet F., Lacan Quotidien Nº 794.
[6] Miller J.-A., Presentación en la cubierta posterior del Seminario 19, …O peor, edición Paidós, Buenos Aires, 2012.
[7] Lacan J., en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, en “Nota sobre el niño” p. 394.