De la etiqueta a la ética a través del arte

Por Luis Miguel Rodrigo

Siendo el etiquetado la nítida manifestación de lo comercializable al facilitar la adquisición de productos, plantear la desetiquetación como una necesidad ética nos parece ineludible, más aún cuando estamos en el campo de la clínica donde el abuso de la etiqueta diagnóstica se ha propagado en las últimas décadas. Aglutinar a un colectivo poblacional bajo un marchamo diagnóstico, si bien otorga estatuto de identidad, neutraliza cualquier apertura a otras realidades menos estigmatizantes. La compulsión etiquetadora de la sociedad denota una deriva desidentitaria que manifiesta una escasez de emblemas simbólicos en torno a los cuales quedar amparados y poderse nombrar. La propuesta actual es englobar a los ciudadanos en grupos estandarizados que den acogida bajo un rótulo normativizante a una supuesta subjetividad forcluida.

Puesto que el proceso de etiquetación concentra las cualidades del producto para un uso eficaz, la desetiquetación iría en detrimento del principio de usabilidad, menoscabando la concreción necesaria para que la mercancía sea transportable y transferible, desaceleración que repercutiría negativamente en la rentabilidad. Si el etiquetado está hermanado a la velocidad, la desetiquetación ralentiza; opera una pausa. Obliga a tomar espacio y tiempo de reflexión, del que el ciudadano ha de carecer para quedar definitivamente instalado en la postmodernidad. El pensamiento sobre lo necesario entra en juego, cuestionando la obligatoriedad del consumo; queda abierto pues el paréntesis que posibilite un lugar al deseo.

El desetiquetado permite pensar el deseo, el cual ha de entrar en conexión con la subjetividad puesto que no puede haberlo al por mayor: cada cual el suyo. Inyectar deseo a los sujetos desde una posición de fuerza o seducción, aboca a los receptores al malestar, generando rechazo, rebeldía y sintomatización. El less que la lesión provee pone de manifiesto un exceso que hay que aminorar; quizá sea esta la lección (lesson) que el síntoma introduce cuando el sujeto no logra atravesar el desfiladero de la castración, aspirando a una totalidad solo consistente en el registro imaginario. Si ninguna sustracción opera, la sintomatología acudirá para introducir lesivamente la pregunta en relación al goce, el ex-ceso, lo que queda por fuera de lo cedible. Sin cesión, todo es para uno, sin concesiones al Otro.

La ética que promueve lo artístico generaría un diferente proceso de interacción entre los sujetos, promoviendo que los intercambios se vean atravesados por un no tan impulsivo modo de proceder. Moverse a gran velocidad, sin el perjuicio de obstáculos y limitaciones, conforma el ideal del humano en la actualidad, cuya aspiración máxima es gozar de modo inmediato y perenne, eliminando cualquier contratiempo; el arte, en cambio, media, intercala un objeto entre el sujeto y su goce, promoviendo la creación mediante la introducción del factor tiempo. Hacer del obstáculo un trampolín, caracteriza la capacidad artística que cunde en momentos de ruptura, encarando las crisis consustanciales a toda existencia a través de la artimaña inventiva, remedio creativo que permite recomponer las partes desprendidas del sentido significante, deshilvanadas del discurso social. Si el trauma hace referencia a aquello que no encuentra modo de enlazarse a la cadena significante, lo artístico provee de las herramientas con las que reinsertar algo de lo desbarrancado del lazo social.

Si el tiempo es oro, la demora es perniciosa. Cualquier localización estática de goce sería deplorada por su cualidad cercenante; hasta la nominación es un modo de tiranía. La caducidad del sujeto acosa con la misma virulencia que la de los objetos que consume, siendo la fobia a la obsolescencia una de las lacras en la actualidad. La infancia y la vejez quedan marginadas de lo valioso, debido a su improductividad aparente: no generan beneficios inmediatos. Restablecer lugares donde se conceda espacio y tiempo se hace imprescindible desde una clínica del caso por caso. El silencio que el analista introduce en la sesión resquebraja el aparato de producción masiva, desbaratando el discurso social demasiado apegado al rendimiento. Si bien este silencio abre un surco para que otra cosa pueda ser dicha, el sujeto, encarado con su propia incertidumbre, se ve confrontado con su capacidad de construir.

Concretar una idea a la que asimilarse puede llegar a considerarse una forma represiva de sometimiento a la autoridad. Puesto que la movilidad ha de ser máxima, cualquier atisbo de fijeza es arcaico. Liberarse de ataduras, sin referencias sólidas ni puntos de fijación, empuja a una cuasicamaleónica sobreadaptación que fomente la rentabilidad, al permitir una movilidad en sincronía a los intereses del mercado. Lo duro, que se emparenta a la duración, se acerca a su fecha de caducidad. Lo estático y duradero es vilipendiado debido al debilitamiento que puede implicar. Lo sólido deja espacio a lo fluido donde la influencia y la liquidez adquieren relevancia superlativa, quedando la solidaridad diluida bajo la superficie de lo corriente.

Si el discurso actual insiste en una cancelación de la falta a través de la producción-consumo ilimitado, lo artístico agrieta esta formulación arriando unos estandartes sin colores nítidos a los que poderse identificar. Los productos y las ideologías predominantes que los fabrican e incitan al consumo, trazan un itinerario férreo donde la posibilidad de completa satisfacción es factible gracias a los mecanismos inductores de bienestar global, como son la autoexplotación y la prisa: lo que renta. La eficacia elimina lo que medie: la inmediatez es lo correcto puesto que incrementa el gasto y el consumo, de modo que favorece el mercado de trabajo. Consumir es lo éticamente aconsejable desde los estamentos capitalistas. La uniformidad acelera el sistema de intercambios: todos iguales, aunque unos más que otros. Las lenguas minoritarias, las etnias, lo particular, discrepante o excéntrico, dañan aquellos intereses, limando los relieves e irregularidades de lo diverso para favorecer el intercambio masivo.

La ideología de la desregulación atenta contra lo carente, lo faltante, cuestión que forma parte de los mecanismos de la psicosis: la falta no se inscribe. Puesto que lo carente encarece, ha de ser borrado; es lastre para la economía. Lo inclusivo es barrido por lo exclusivo. No hay mayor oprobio que quedar desbancado del lugar predilecto del consumidor. Sin un crédito no somos creíbles, aunque para obtenerlo necesitemos credenciales: la nómina nos nomina y el alta en las cotizaciones sociales nos otorga estatuto de ciudadanía.

La alegría obligatoria, la hiperenergetización y la extrema dispersión de consciencia forman parte del ideario moral de la sociedad del siglo XXI. La hiperconexión, la sobreexplotación, la sobreinformación y la hiperactividad marcan las coordenadas de lo económicamente viable, supuestamente. En las orillas de este acaudalado fluir van acumulándose los desechos que desprende la corriente a los que se les sustrae la dignidad. Las sustancias tóxicas irrumpen para mantener el vigor en todos los órdenes de la vida: la adición termina por generar adicción; y esta anula la dicción: el sujeto desubjetivizado habla sin nada que decir. Comunicación monológica sin auténtico interés por los intercambios, con el único objetivo de autoexponerse. Deseo de reconocimiento como argucia para eludir la pérdida, puesto que toda sustracción implica fracaso: si todo es posible en la época del sí se puede, no poder nos arroja al anonimato. No estar en redes es impensable. La almadraba internáutica extrae su pesca del maremágnum informativo.

No dar respuesta a lo reclamado desde lo pulsional fragmenta al sujeto. Si Eros une y atraviesa lo faltante para buscar en el Otro aquello que falta en el ser, el desmenuzamiento del sujeto a micromecanismo de la maquinaria productiva acentúa la fuerza tanática, sintomatizando el cuerpo que no encuentra arraigo en lo erótico sino en lo autístico-pornográfico. El cuerpo del otro, despedazado, es mero objeto de goce.

El símbolo alude a una negatividad, representación de lo ausentificado. Una transmisión discursiva en la que se pretenda erradicar lo ajeno y extranjero, favorecerá la formación de un totalitarismo que opere la jibarización de la singularidad. Será entonces esquilmada la posibilidad de constituir la herejía emancipatoria que supone la creación.

La ética de la desetiquetación implicaría por tanto conceder espacio a lo disruptivo y digno de supresión desde la óptica del sistema dominante de la mejoría obligatoria que desuella al contribuyente hasta dejarle disminuido a simple voto útil. La primacía de la excelencia acaba por exprimir hasta los últimos jugos a quienes se ven embaucados por esta ideología. Sin una protesta, lo invisibilizado es resto que no entra en la estadística, los impalpables residuos a depurar de la democracia. El imperativo de lo excelente borra el excedente, materia con la que opera el analista: lo que se desprende de la lógica simbólica. El sujeto desprovisto de sus insignias más personales se ve empujado, como el melancólico en fase maníaca, a relanzar compulsivamente nuevas cargas de objeto en base a la adquisición de cosas, como él mismo se considera, inútiles.

La etiqueta borra la cualidad: se da por supuesta; el certificado de calidad difumina las peculiaridades. Ahorra tiempo. Solo aquello que queda dentro del embalaje de lo certificado es comercializable, por lo que lo etiquetado penetra en el discurso del sujeto como mercancía en uso. El producto no vale por lo que es, funciona o sirve, sino por lo que significa. Las marcas pelean por su porción de función identificante, dispersando a los cuatro vientos publicitarios una serie de emblemas a los cuales el consumidor pueda asimilarse para alcanzar su supuesto espacio de bienestar. Anonadado por lo idóneo, la idea acaba por ser sustraída; el certificado de idoneidad disuelve la sustancia de las características reales que quedan diluidas bajo el imperio de la marca, quedando el consumidor aturdido por el colorido de la insignia mercantil. La sociedad frenética deja de pensar, perpetuándose el delirio. Puesto que la razón siempre está del lado del cliente, serlo la adjudica de modo automático.

Desestimar la falta obliga a tildar de prescindible lo que desestabilice la cadena de producción. El discurso instiga a la velocidad. Extraditar lo en apariencia sobrante al destierro de lo innecesario, se nos presenta como una maniobra carente de todo lo que en el psicoanálisis es prioritario, dar lugar a lo que en nosotros está deslocalizado, otorgando espacio a la palabra por más extravagante que sea, repatriación que da acogida a lo que, por enigmático, no suele hacerse oír. Derruir el armazón delirante de una ideología que se escandaliza ante lo incomprensible, que atenta contra lo artístico con un gravamen en el impuesto sobre el valor añadido, se convierte en la labor del artista que adquiere un compromiso social para dar visibilidad a lo heterogéneo. 

Si los mecanismos ideológicos imponen una posibilidad identificatoria, administrando suministro al yo para consolidarse en base a unas doctrinas que den sujeción a una precarizada subjetividad, la intervención analítica irrumpe como una cizalla que corta el flujo automático y repetitivo. En la caja de resonancia de la sesión analítica, el malestar toma cuerpo: lo subjetivo se constituye como único. Aplastado el sujeto bajo el peso de lo no simbolizable, los sistemas ideológicos basados en la superficialidad suplen la carencia del sentimiento de sí, en horas bajas. Se incrementa el individualismo y lo insolidario: la licuefacción de la sociedad aumenta su fluidez mediante el Sintrón de lo consumible; lo admisible es estar al día, sin pasado y sin futuro. Lo tradicional es una obsoleta forma de ordenamiento digno de quirófano: el ideal de belleza pretende el borramiento quirúrgico de la diferencia, aquello que nos hace únicos. Mediante un proceso de cirugía estética queda tergiversado el concepto de lo bello, transformado en lo carente de vello, arrugas y demás excrecencias, quedando los sujetos asimilados a un alisamiento, a una posición intercambiable donde lo mismo pueda ser sustituido sin pérdida. Hemos pasado de lo crónico a lo clónico; no hay tiempo, todo es repetición. Lo light es la única luz existente al final del túnel.

El borramiento que produce el atiborramiento se convierte en arma de destrucción masiva. Con el quemagrasas del hacer irreflexivo se puede prescindir de la asunción de responsabilidad, quedando disgregada toda toma de conciencia respecto a los actos cometidos. Si lo pausado o reflexivo es considerado excluible, la impulsividad es valiosa al atentar contra lo normativizado: hace frente a lo regulado por las leyes de lo simbólico. La insumisión ha sido absorbida por el mercado como otro producto a publicitar.

La creatividad cae bajo el manto de la mercadotecnia, siendo la publicidad quien se apropia de lo singular. El escaparate con sus líneas de expositores y sus estilizados maniquíes decapitados han condensado tras los cristales todo rastro de innovación. No se crea para vender, la venta hace que el producto sea creado. El diseño se encarga de trabajar y pulir los aspectos que atraigan potenciales consumidores, rastreando gustos y preferencias, detectándolos desde el panóptico benthamiano de internet. Puesto que el ser ha quedado reducido a lo que hago y me gusta, la negatividad ha sido amputada. Fluir en el caudal mediático nos absorbe en la deriva de ser influidos por los marcadores de tendencias. Lo trans se presentaría como un modo de no quedar arraigado en ningún sistema de nominación, liberado de las coordenadas subjetivas y castrantes que condenarían al sujeto a un padecer eliminable que resta goce. Sin límites precisos no hay pérdida posible, todo es reemplazable.

No negar la pérdida, dar relevancia a lo extraño, interrogar al poder en cuanto apisonador de masas, son algunas de las funciones de lo artístico así como de lo psicoanalítico. Dejarse atravesar por el real que nos marca el cuerpo y del que somos reos, pudiendo hacer con eso innombrable algo que abra una posibilidad menos sintomática, no es una opción más dentro del abanico de opciones que nos oferta el mercado: saber hacer con la cosa es la manera de reequilibrar nuestra titubeante individualidad mediante el acto creativo descategorizado, inetiquetable.

Bibliografía

-Alemán, J. y Larriera, S. (2001). El inconsciente: existencia y diferencia sexual. Madrid: Síntesis.

-Do Rego, R. (2005). El objeto del arte. Revista Colofón 28.

-Lacan, J. (1984). Las psicosis. Buenos Aires: Paidós.

-Lipovetsky, G. (2006). La era del vacío. Barcelona: Anagrama.

-Mesnil, J. (2020). La desimbolización en la cultura contemporánea. Madrid: Brumaria.

-Miller, J.-A. (2008). El partenaire síntoma. Buenos Aires: Paidós.