Por Eloísa Cano.
“Se ha vuelto terriblemente obvio que nuestra tecnología ha superado nuestra humanidad”.
Albert Einstein
Ninguno de nosotros puede escapar a las coyunturas de su época. Nos guste o no, vivimos inmersos en la era del hiperdesarrollo tecnológico. Existen sujetos que tratan de aferrarse nostálgicamente a eso de “cualquier tiempo pasado fue mejor” y otros que abrazan sin límites las nuevas tecnologías, entregados por completo a esa nueva vida paralela que ofrecen las redes. Se tratará, para cada uno, en su vida, de entrever el lugar que ocupa esta cuestión y de reflexionar acerca de qué satisfacciones se juegan ahí para cada cual, qué uso haremos cada uno de nosotros de estas redes. Como dicen los autores del libro, “hay vida, sin duda, más allá de las redes sociales, pero no sin ellas”, ya que la realidad tecnológica se desarrolla mucho más rápido de lo que somos capaces de pensarla y se ha infiltrado en nuestras vidas a todo nivel. Hoy por hoy, todos formamos parte del Big Data. Y como seres hablantes, la única posibilidad para no quedar totalmente sumergidos por él, sería la de, al menos, situarse.
Y eso es en parte lo que nos puede ofrecer este libro. J.R. Ubieto y sus colaboradores nos llevan de la mano a reflexionar sobre los cambios sociales que conlleva la era digital, cambios que tienen consecuencias en los lazos entre individuos, lo que implica nuevas formas de síntomas psíquicos y nuevas coyunturas en las estructuras familiares. La función que cumplía la familia ha sido en parte reemplazada por las redes sociales; los individuos del siglo XXI utilizan las redes, se apoyan en ellas a todo nivel; para trabajar, para relacionarse, como posibilidad de ocio, etc.., pero a la vez éstas desvelan carencias y vulnerabilidades de los sujetos capturados por la imagen y el cuerpo. Los autores nos invitan a pensar en las consecuencias sociales y clínicas del uso de las redes.
En el libro se pone de manifiesto que “ha nacido una nueva vida, la vida algorítmica”, superficie donde se proyecta el Yo y donde realiza una parte de su satisfacción pulsional. Miramos y somos mirados por las pantallas y nos dejamos atravesar por la satisfacción, no de los contenidos, sino de la actividad misma del touch constante. El goce está en la conexión, en adherir el cuerpo al gadget que nos acompaña a todas horas. El objeto técnico ha adquirido un valor libidinal que se inserta en la vida de cada cual.
Nos proponen los autores que tratemos de situar las transformaciones familiares que han dado pie a una nueva subjetividad. “Donde estaba el Padre, como única Verdad, han advenido las redes”. Sigue habiendo familias, eso sí, pero cada una a su estilo. Han aparecido nuevas formas de familia muy diferentes a las familias tradicionales. Lacan, en “Los complejos familiares en la formación del individuo”, ya nos hablaba del declive de la imago social del padre, lo que según Miller no traduce otra cosa sino un empuje a la igualdad de los sexos; el rasgo de esta nueva época sería la uniformización, la igualdad de los semblantes hombre-mujer como referencia central. Surge en el siglo XXI, además, una preocupación social por el ejercicio de la parentalidad; ha emergido un ideal de padre democrático, cuidador, educador, igualado a las funciones de la madre y ¡entrenado en habilidades sociales en las Escuelas de Padres! Este padre afectuoso, atento e ideal, que ha perdido la autoridad tradicional, es, al mismo tiempo, nos remarcan los autores, claramente inconsistente, y no permite ninguna brecha por la que colarse el sujeto. Como nos decía Lacan, es el deseo lo que causa al padre, lo que lo hace interesante en su función; su función es la de ofrecer al hijo una versión de la vida sobre cómo arreglárselas con su goce. No sería un padre ideal que todo lo sabe, sino un padre cualquiera que desea y se satisface a su manera, un padre que ponga el cuerpo y tenga función de síntoma, un padre que permita al hijo “humanizar su deseo y encontrar una vía de satisfacción que no ignore sus límites y su imposible”.
Por otro lado la evolución tecnológica también ha tenido consecuencias en la maternidad, retrasando la edad de ser madre y separando la sexualidad de la reproducción. Los hijos han devenido objetos preciosos, intensamente deseados y a veces ocupan el lugar de partenaire sintomático de la madre. Lacan ya nos alertaba del punto de vista científico que aspira siempre a considerar la falta como colmable. La maternidad pasa al registro del derecho, y asistimos a las reivindicaciones de muchas mujeres sobre cuándo, cómo y con quién tener un hijo –solas o acompañadas.
Por otro lado nos dicen los autores que el estatuto del hijo también ha cambiado en este siglo: los niños se ven como objetos de satisfacción de los padres y, a la vez, viven rodeados de exigencias de funcionamiento y de rendimiento constante. Se habla hoy en día de “infancias hiperactivadas, hiperconectadas e hipersexualizadas”. El niño sería ahora “sujeto de todos los derechos y de todos los cuidados, pero también objeto de todos los controles y de todas las satisfacciones”.
Una nueva subjetividad digital se encarna en cada uno de nosotros, ya sea niño, adolescente o adulto. Se sabe que cada persona consulta el móvil ¡una media de 150 veces al día! Hay un aumento constante de la conectividad, y lo que llama la atención es que éste va en parejo con el aumento de las consultas por crisis de angustia, especialmente entre los millennials. Aparece el Mirar y Ser Mirado del Instagram, donde nos remarcan los autores que se trataría de encontrar una justificación a la existencia, para lo cual se requiere de otro que le reconozca a uno su diferencia, su ser único. Los selfis y los likes nos devolverían cierta unidad de nosotros mismos. “Los sujetos actuales necesitan retratar y retratarse para que se les vea”; “la proliferación de imágenes es un síntoma de una identidad que huye”. Vivimos en una sociedad con menos referencias tradicionales ligadas a significantes sólidos (patria, familia, trabajo, etc.) lo cual conlleva una mayor dificultad para hacerse una idea de sí mismo. “Pasión por verse e incertidumbre de la nominación del ser”.
Pero esta demanda de reconocimiento trae además otra cara: la alienación a este Otro digital que “puede resultar muy imperativo: notificaciones, likes, mensajes”, que nos asedian continuamente e invitan a una respuesta inmediata, por no hablar, por ejemplo, de adolescentes que ¡se han suicidado mientras se hacían un selfi!
Por otro lado el libro analiza en detalle los cambios en torno al concepto de intimidad. Si en el siglo XIX la privacy enmarcaba a un yo como nuevo sujeto de la civilización, ahora nos pasamos el tiempo mirando y siendo mirados sin cesar; los conceptos de íntimo y privado se volatilizan bajo el imperativo actual de “verlo todo”; somos observados desde antes de nacer (ecografías) y el “ideal de transparencia se convierte en una ley de hierro”. La pulsión escópica nos invade, no hay más que pensar en la proliferación de los reality shows y en Gran Hermano.
Por otro lado Eric Laurent habla incluso de hacer pareja con el objeto digital, el iPhone puede funcionar como un partenaire fiel. Y a la par C.Leguil nos habla de “la hipertrofia del Yo”, “una promoción de sí mismo al infinito”.
Todos estos cambios, nos dicen los autores, también impactan por supuesto al trabajo. Hasta hace unas décadas “la promesa del sacrificio, la formación y el esfuerzo, se traducían en una estabilidad futura, hoy el trabajo se asocia más bien a la degradación”. Por otro lado el valor del saber está devaluado. Hoy, cuesta atender, interesarse, preguntarse… La sobreexcitación y la hiperactividad implican que la capacidad de atención sostenida está muy mermada. Esto tiene un reverso: la apatía, las ideas de vacío, la depresión… Porque si por un lado hay una crisis de atención, también hay una crisis de presencia.
En el siglo XXI asistimos a una invasión de los algoritmos en nuestra vida. Los algoritmos del mercado nos evalúan, miden nuestros datos y observan nuestros quehaceres constantemente, para ofrecernos objetos de mercado supuestamente acordes a nuestros gustos e intereses, tratando de anticiparse a nuestros deseos. Señalan los autores que “el internet que cada uno de nosotros habita son los algoritmos que lo gobiernan”. El Big Data procesa millones de datos con la teoría subyacente de un sujeto consumidor que desea un objeto que lo colme (confundiendo así demanda y deseo). El riesgo es adentrarnos cada vez más en un sistema totalitario (las llamadas dictaduras digitales).
Pero el algoritmo se topa con un problema que apunta el psicoanálisis: la pulsión no tiene un objeto predeterminado que la satisfaga plenamente. La manera de sortear este problema es inducirnos a la repetición, empujarnos a buscar una y otra vez un objeto que la colme, sabiendo que todo objeto siempre dejará un rastro de insatisfacción. Por eso el mercado capitalista no tiene límites.
Nuestra esperanza es que hay algo de la subjetividad humana que no es predecible y clasificable, porque alude a la singularidad misma de cada uno, y los algoritmos no pueden tomar en cuenta la intuición, la creatividad, la contingencia, la sorpresa e incluso, el inconsciente mismo. Nuestra posible protección frente a la vida algorítmica propuesta por el mercado sería nuestra mezcla de ficción, deseo y recuerdos, todo ello ámbitos incodificables.
Como punto a nuestro favor, podríamos pensar que al menos los psicoanalistas no podrán ser cifrados nunca, ya que el acto analítico, constituido ya sea por la interpretación, el corte, la pregunta, el silencio, u otras intervenciones, no entra dentro del ámbito de lo previsible y está sujeto a la subjetividad.
E.Laurent señala que internet nos construye imperios que tienden al todo: “Amazon nos lo quiere vender todo, Google digitalizar todo, Facebook conectarnos a todos”. Se trataría de una especie de sistema totalitario al que cada uno de nosotros consiente, a cambio del goce que nos procura. Nos venden la idea de que cualquier falta puede ser colmada, pero la contrapartida es que a más promesa de felicidad, a través del consumo, más aumento de malestar psíquico, angustia y depresión. Ya nos señalaba MarieHelène Brousse que “al sujeto solo le queda la insatisfacción del deseo como defensa frente a la bulimia del consumo.” Pero qué duda cabe que las redes tienden a absorber, cada vez más, la libido de los usuarios. Las consecuencias son flagrantes: más insomnio, falta de sueño, menos encuentros sociales (aunque más conectividad), menos citas, menos sexo, menos diálogo familiar, más soledad, sensación de vacío y depresión.
Los autores se preguntan también ¿Cómo ejercer de madres y padres en esta época? Ante los hijos “ausentes” de las veladas familiares con el rostro pegado al gadget de turno, el riesgo para los padres es de ocuparse solo de los objetos (y castigar indiscriminadamente) y no de lo que les pasa a sus hijos. Ubieto nos señala que tal vez convenga más, no preguntarse sobre si lo están haciendo mal o bien como padres, sino de qué real se trata para este hijo, en qué laberinto andará. Se trataría, no de prohibir, sino de regular y acompañar, para poder seguir siendo “un interlocutor válido para los hijos”.
Este libro, muy recomendable, nos ayuda a estar alerta ante los desafíos contemporáneos y a plantearnos cuestiones de rotunda actualidad que inciden directamente en la práctica clínica.
Notas:
Las citas son de “Del Padre al Ipad, Familias y redes en la era digital”. J. R. Ubieto (ed), R. Almirall, F. Borras, L. Ramírez, F. Vila. NED Ediciones, 2019.
Bibliografía del autor:
– Lacan, J. ( 2012a) ”Los complejos familiares en la formación del individuo” en Otros escritos, Paidós: Buenos Aires, pp33-96.
– Miller, J.A. (2006a) “Buenos días, Sabiduría”, en Colofón, nª14, FIBCF, Barcelona.
– Leguil, C. “Nous vivons à l’ère d’une hypertrophie du moi”, Le Monde, 27 de julio de 2017.
– Laurent, E., (2014a) “Faire couple avec l’objet numerique”, en Quarto, nº109, p.43.
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