Por Betina Ganim.
A más de 20 años de que Jaques-Alain Miller lanzara la propuesta del programa de investigación que constituía el campo de las llamadas “psicosis ordinarias”, tenemos más o menos claro que se trata -o al menos estamos todo el tiempo advertidos de ello- no de un diagnóstico sino más bien de configuraciones sintomáticas que comprometen al sujeto en distintos aspectos de su padecimiento: a nivel de lazos, de lo simbólico, del cuerpo, de lo sexual… Fenómenos que no dan cuenta de una forclusión del Nombre del Padre entendido en su aspecto simbólico, ni tampoco una desconexión total del mundo –ni mucho menos. Caso por caso se verificará qué ha anudado a cada sujeto, que lo ha desenganchado, ¿qué se soltó que todo parece explotar por el aire?
Más allá de las diversas formas de llamar a estas configuraciones actuales, lo cierto es que se trata de un campo que nos convoca cada vez, a afinar la escucha e ir al detalle.
Está claro también que nada que podamos decir de las psicosis clásicas está del todo ausente en los casos que podemos llamar de “psicosis ordinarias”.
Pero es con el último Lacan y el “recomienzo” que sitúa a partir del Seminario 21 [1] , con la clínica nodal o continuista que tenemos más herramientas para poder ubicar ciertas cuestiones clínicas que nos despistan a la hora de leerlas y abordarlas desde la óptica del operador Nombre del Padre.
Uno de los efectos que este “recomienzo” tuvo lo hallamos en el campo de lo imaginario, que cobra igual o mayor relevancia que los otros registros.
Ya no es ese registro relegado a la supremacía de lo simbólico. Siguiendo los lineamientos que propone Juan Carlos Indart, “lo imaginario “es una intuición de lo que hay para simbolizar”; una intuición de lo que se puede masticar, digerir, de lo simbólico.”[2]
Partiendo de las consecuencias en lo imaginario de este “recomienzo” de Lacan, podemos leer ciertos funcionamientos psicóticos determinados por un armazón imaginario que sostienen ese no desencadenamiento. Eso es algo que, clínicamente comprobamos, se puede ubicar hasta en la más temprana infancia.
Recibo un sujeto de edad avanzada que se presenta con una fachada obsesiva estratégicamente organizada para sostenerlo por años. Ya de niño había inventado una manera particular de hacer lazo con otros de su edad, una vez se le había revelado que él “no era normal”. En la pubertad también se ha podido verificar la existencia de ciertos recursos artísticos que le permitían tener relación con niños normales en quienes generaba cierta admiración y fascinación. Así fue construyendo un personaje para cada ocasión.
Algunas notas sobre el funcionamiento “como si», de H. Deutsch
Atendiendo a la dimensión de lo imaginario, me interesa rever aquello que ha descrito H. Deutsch allá por los años ’30 y que llamó “funcionamiento como si”.
Es interesante la pregunta que se plantea J-C Maleval [3]: “¿Por qué tales sujetos que disponen de formas de compensar la forclusión del Nombre-del-Padre vienen a veces en busca de un analista?”.
Las demandas son varias; en nuestro sujeto se trataba de una serie de acontecimientos que lo deprimían, estaba caído.
Estos sujetos que describe Deutsch suelen presentarse con una sintomatología neurótica que no son para nada compatibles con una estructura psicótica. Pero Lacan ya decía en 1956 [4] que “nada se parece tanto a una sintomatología neurótica como una sintomatología prepsicótica”.
En este sentido, Lacan mismo ya se refería a la existencia de parapsicosis: “identificaciones meramente conformistas” [5] , y otras orientadas hacia una identificación “mediante la cual el sujeto ha asumido el deseo de la madre”.
Si bien Lacan no ha desarrollado estas cuestiones, se ha interesado en valorar el funcionamiento “como si” entre los antecedentes del psicótico, señalando que los trabajos de H. Deutsch han distinguido un “mecanismo de compensación imaginario”; esto es, que sujetos que no llegan a entrar en el juego significante recurren a una “especie de imitación exterior” [6].
En la viñeta que les traigo, el sujeto, luego de un largo tiempo de entrevistas confiesa que a partir de un determinado momento que localiza muy bien en su historia, se había dedicado a imitar estilos de los otros para poder ser normal.
Claro está que H. Deutsch, por restringir demasiado el síndrome que describe, lo ha hecho casi inobservable, al punto de decir que en 30 años no había visto más que una persona del tipo “como si”.
Lo que propone Maleval es colocar ese notable hallazgo clínico en un contexto más amplio.
A mi entender ese es el campo de las llamadas psicosis ordinarias, el que precisamente nos ayuda a volver a este rasgo que constituye “un islote espectacular en un vasto campo: el de los modos de sostén imaginarios a los que el sujeto psicótico puede recurrir para compensar la carencia del significante-amo. El funcionamiento ‘como si’ tiende a remediar la inconsistencia del significado, la carencia del fantasma fundamental, y en el terreno de las identificaciones, el defecto del rasgo unario” [7].
Entonces será mejor que reducir este hallazgo clínico al tipo descrito por H. Deutsch, exponer la amplitud de los mecanismos “como si” en tanto modos singulares de estabilización que utiliza frecuentemente el sujeto psicótico.
Si hablamos de singularidades, sería imposible poder situar aquí la enormidad de recursos con las que los sujetos compensan la falta de significación fálica. No podemos hacer una lista de ello.
Pero para ampliar un poco la cuestión me referiré entonces a otra figura que me ha llamado la atención: la figura del “impostor”, trabajada por Phillys Greenacre en 1958 [8], una “impostura patológica” de muy escasa aparición en la clínica, de los que tenemos sí muchas más noticias a partir de la literatura.
El impostor, de P. Greenacre
Un impostor, nos dice Greenacre, no es sólo un mentiroso, sino un tipo muy especial de mentiroso que impone (imposses) en los otros inventos sobre sus logros, posición o posesiones mundanas.
Esto puede hacerse a través de tergiversaciones de su identidad oficial, ya sea
presentándose con un nombre ficticio, con una historia y otros elementos de identidad personal, o ya sea tomando prestados algunos rasgos de alguna persona de su entorno o fabricada según alguna imagen de sí mismo.
La impostura puede contener la esperanza de conseguir algo material, o alguna otra ventaja mundana; o por el contrario existen personas distinguidas, ricas y competentes que se pierden en una asumida oscuridad y mediocridad. Estos aparecen con menos frecuencia en el “foco agudo del ojo público”, aclara Greenacre.
Sin embargo, el contraste entre las identidades originales y las supuestas pueden no ser tan espectaculares, por lo que no se llega a entender la explicación superficial de que eso sirva para obtener algún beneficio.
La investigación de algunos casos de impostura es suficiente para mostrar lo crudo -aunque inteligentes- que son muchos impostores, cuántos errores tienen sus maquinaciones y cuánto carecen de astucia. Más bien, interviene una cualidad de espectáculo, con su dependencia sobre todo en la respuesta de los espectadores: eso es imprescindible, ya que gracias a esos espectadores, el sujeto puede hacerse una idea positiva de sí mismo.
Nuestro sujeto había cumplido funciones institucionales importantes en su campo y en el campo artístico, y tenía varios y sostenidos espectadores –“conspiradores conscientes” como los llama Greenacre-, que alababan su inexistente participación. Había en esas presentaciones momentos claros de perplejidad en la que el sujeto desaparecía ante la acuciante “sensación de ser descubierto”.
Su éxito también es en parte una cuestión de tiempo. Esto es lo que lo atormenta a nuestro sujeto, momento en que se formaliza su demanda: siempre siente que está a punto de ser descubierto, sobreviniendo un fenómeno corporal que lo paraliza.
Tal como lo precisa H. Deutsch, casos bien definidos de impostura son bastante raros en la práctica analítica. El analista, sin embargo, frecuentemente obtiene destellos (glimpses )de tales rasgos, sólo parcialmente realizados o que aparecen brillantemente en escasos incidentes, sin emerger en la fraudulencia abierta, en la vida de un escaso número de pacientes.
Según P. Greenacre, tanto en estudios clínicos como en personajes históricos, aparecen tres constelaciones sintomáticas básicas, que en casos de impostura “clínicamente bien desarrollados”, son a la vez impresionantes: en primer lugar, tenemos la novela familiar dominante y dinámicamente activa; segundo, la intensa y limitada perturbación del sentido de la identidad, una especie de infarto en el sentido de la realidad; tercero, una malformación del superyó que implica tanto conciencia como ideales.
Lo imaginario
Para terminar, si tenemos en cuenta estos destellos, primero nos servimos de la indicación que nos da Lacan en 1956: son destellos que nos sirven para aislar los determinantes esenciales de los modos imaginarios de compensación psicótica. Sin embargo, si bien no es a que sea de lo más frecuente en la clínica, estos destellos dan cuenta de esos signos ordinarios, que no le quitan mérito a su discreción y elegancia.
Podemos decir que el punto común entre la “impostura patológica” de Greenacre y las “personalidades como si” de H. Deutsch reside en aquello que hace de lo imaginario una dimensión que en el “recomienzo” de la enseñanza de Lacan, tiene la misma importancia, no a nivel valorativo, sino que es tan importante como las otras dimensiones a nivel de lo real, “en la estructura como nudo”.
Decíamos que Lacan define lo imaginario como una intuición: “intuye lo que hay para simbolizar, lo que se puede masticar y digerir de ese simbólico enloquecedor que no contiene en sí límite alguno, y que no se soporta. Muy rápidamente hay que detener lo simbólico-real, y lo hace anudarle lo imaginario. Entonces, a partir de esta idea, todo lo que hemos pensado como límite simbólico, como Nombre del Padre y su metáfora, como castración, significación fálica, como lenguaje y como discurso se desplaza hacia la eficacia de la intuición imaginaria de algo capaz de anudar la imagen corporal proviene la elaboración posible de la parasitación simbólica.” [9]
¿Por qué la gente consulta si decimos que ya no se analiza, no relaciona su síntoma a lo inconsciente? Lacan nos abre un horizonte con su última noción de síntoma. El síntoma como escritura de goce en lo imaginario, se hace instrumento, empuja a usarlo, es un tipo de escritura que motiva a escribir, pero no se trata de escribir literatura sino de escribir “la vida de cada cual, ponerle los paréntesis, los puntos y las comas necesarios para llevarla adelante” [10].
Bibliografía:
[1] Lacan, J.: “Seminario 21: Les non dupes errent”, clase 1 (13/11/1973), inédito.
[2] http://www.eol-laplata.org/blog/index.php/ponencia/
[3] Maleval, J-C. “Identificaciones imaginarias y estructura psicótica no desencadenada”. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., 1996, vol.XVI, nº 60, pp 629-646.
[4] Lacan, J. El Seminario Libro 3, Las Psicosis
[5] Íbid.
[6] Íbid.
[7] Maleval, Op.Cit
[8] Greenacre, P. The impostor. En The Psychoanalytic Quarterly, 1958, vol. 27, núm.3
[9] Indart, J. C. Sinthome e imagen corporal en torno a casos clínicos. Ed Grama. Buenos Aires, 2018.
[10] Íbid.