El discurso analítico y el confinamiento

Por Silvia Salman.

A estas alturas podemos constatar que la pandemia que se inició a comienzos de este año 2020, ha producido graves trastornos no sólo en el campo de lo sanitario sino en el conjunto de los lazos humanos. Conmoción, angustia y sufrimiento son algunos de los afectos que hemos visto desplegarse a gran escala en todo el mundo frente a tanta opacidad.

Nada que se haya podido predecir y mucho menos contener, el impulso del virus arrasó sobre los cuerpos y sobre los diferentes discursos. Inédito también para el discurso analítico ¿cómo alojó nuestra práctica semejante desorden? ¿cómo se las arregló cada analista con esta contingencia?

Avezados en el desencuentro y experimentados en lo imposible, los psicoanalistas no retrocedemos ante aquello que compromete a la condición humana y perturba a la subjetividad de una época. La formación analítica, que tiende hacia la experiencia de la inconsistencia del Otro incluso su inexistencia, requiere poder distinguir y percatarse qué conviene poner allí donde se abre ese indecible.

Sin embargo, aun tratándose de urgencias, es preferible no dejarse llevar, precisamente cuando todo va muy rápido [1]. Vale la pena tomarse un tiempo no sólo para comprender sino también para reflexionar sin ningún fatalismo, sobre los modos de vida y de goce que la pandemia ha puesto al descubierto, tanto del lado del analizante como del analista.

Afectos analíticos

La práctica psicoanalítica depende enteramente de la transferencia. Se trata de un combate cuerpo a cuerpo del que tanto Freud como Lacan nos hicieron sentir su alcance. Allí el psicoanalista se confronta con la densidad de los afectos que una experiencia analítica promueve. En muchos casos, la pandemia ha profundizado la intensidad de estos afectos y el modo en que ellos se despliegan en la cura, en otros los ha transformado o incluso renovado para lo mejor o para lo peor…

¿Cómo intervenir? Cuando ese real afecta, no sólo a nuestra práctica sino también a nuestra subjetividad. ¿Cómo acompañar? Para atemperar más que para oponernos a un devenir imposible de calcular.

El modo singular en que cada analizante anuda el cuerpo, la palabra y lo real nos orienta para llevar adelante la cura y calibrar la densidad de esos afectos que ella promueve. El tedio del encierro, el alivio del aislamiento, la tristeza por las distancias o el entusiasmo en la virtualidad, cada cuerpo hablante padece a su manera esa extrañeza de lo real que irrumpió en la cotidianeidad y trastocó la vida. Se trata de hacer lugar a la emergencia de encuentros inéditos con un goce ignorado.

Impregnados

En estos tiempos de pandemia se apoderó de mí el significante “impregnar” como una manera de nombrar un cierto afecto en el cuerpo. Me ocurría primero sentir y luego decir: tengo el cuerpo impregnado de confinamiento…

Impregnar es hacer que una sustancia quede adherida a la superficie de un cuerpo. Impregnar es también penetrar las partículas de un cuerpo en las de otro. Me sirvo de esta expresión para interrogar los modos en que el confinamiento intervino profundamente en los cuerpos y también cómo los cuerpos fueron sensibles a esa intervención.

En este sentido, trasladarse al consultorio puede ser un rasgo fundamental de la experiencia analizante. Sea que el traslado implique el desplazamiento de un país a otro, de una ciudad a otra o simplemente de unas cuadras. Allí se concentra para algunos lo esencial del decir que vendrá. Y el psicoanalista también se traslada para habitar su práctica, se trata en este caso de un uso del espacio que tiene alcance en su quehacer analítico.

Constatamos que la dimensión de la existencia fue tocada y el discurso analítico es nuestro instrumento para alojar sus efectos y restituir al cuerpo hablante su dignidad humana. Pero la dimensión de la existencia también alcanzó a los psicoanalistas. Privados del encuentro en los consultorios, la desmaterialización de la experiencia se impuso. ¿cómo continuar nuestra práctica sostenida en la ética del deseo del analista? ¿cómo mantener una presencia que se encuentra en la esencia de su acto?

La respuesta no es unívoca ni pretende serlo, pero si la práctica analítica también se impregnó del aislamiento social reglamentado en su momento por el Estado, parece oportuno interrogarse cómo saldremos de allí. ¿Cómo des-adherirnos de eso que empapó al lazo analítico?

En esto no cabe ni un todos ni un nosotros, cada uno lo hará a su manera. Pero ello no impide que podamos leer lo que resulta del psicoanálisis y de su práctica en el conjunto de nuestra comunidad analítica, y dar razones de ello.

Cicatrices

El deseo del analista es uno de los nombres que Lacan propuso para dar razón de la propia experiencia analítica. Este deseo sólo se alcanza a vislumbrarlo, después de haber cernido la relación que cada uno tiene con lalengua y sus cicatrices [2]. Si la cicatriz de la evaporación del padre conduce a la segregación, el deseo del analista en su diferencia absoluta deja percibir la cicatriz de la separación [3]. Esa es la subversión que promueve el discurso analítico en el mundo.

Una cicatriz se produce cuando algo se rasga, cuando algo se desgarra, y luego su textura nunca es idéntica a lo que ese desgarro hizo caer. Hay allí una alteración que permanece y que hunde sus marcas en el cuerpo. Así es que el deseo del analista es una alteración permanente en la economía libidinal de aquel que consintió a ocupar el lugar de la causa para que otro se analice. Este deseo brota de un desgarro que se produce una vez que se abandonó suficientemente el campo del sentido, del ser y de la verdad para alcanzar su real.

De allí en más, la pareja deseo del analista y experiencia de lo real comanda el porvenir del psicoanálisis y sólo ella puede poner freno a la creciente descomposición del discurso analítico que el movimiento del mundo arrastra.

El psicoanálisis es un fenómeno de civilización, sí, pero fundamentalmente es una práctica que merece subsistir como tal…cuando creó su Escuela, Lacan al menos creía que existía tal orientación [4].

Efectivamente las Escuelas de la AMP quieren velar por la subsistencia del psicoanálisis, por ello el dispositivo del Pase que verifica la emergencia del deseo del analista está en el corazón de nuestra experiencia asociativa. Sin embargo, el deseo del analista no es un bien que se obtiene al final de un recorrido. Basta recordar la indicación de que el psicoanalista tiene que conocer, a él debe serle transmitido, y en una experiencia, en torno a qué gira el asunto [5], para captar que eso opera desde un comienzo. Pongamos en el lugar de “en torno a qué gira el asunto” lo que querramos…cada uno asumirá el propio asunto a través del alcance de su acto.

En todo caso lo que importa, es que ante los enormes cambios en curso en la vida y en la sociedad, el psicoanálisis continúe abriendo su propia vía para que nuestra práctica y el discurso al que servimos, preserve y exprese su carácter vital. Entonces, un esfuerzo más para dejar que eso nos impregne.


Notas

[1] Miller, J.A.-: Todo el mundo es loco, Ed.Paidós, BsAs, 2015, p.12

[2] Brousse, M.H.: Segregación vs subversión, en la Web

[3] Miller, J.A.-: El deseo de Lacan, Ed.Atuel, BsAs., 1997, p.31

[4] Miller, J.A-: Sutilezas analíticas, Ed. Paidós, BsAs, 2010, p.13

[5] Lacan, J.: El Seminario 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Ed. Paidós, BsAs., 1984, p.239