El fin de la pesadilla de la historia

Por Marcela Fabiana Mas

Tampoco, como Sísifo, yo conozco mi roca.
La subo a lo más alto. Pero cae hasta abajo.
Vuelvo a buscarla, es pesada y áspera.
Aun así la caliento entre mis brazos
mientras vuelvo a subirla a lo más alto.
Es una extraña infelicidad.
Pienso que, todavía más cruel,
es no haber encontrado roca alguna
para subirla así, inútilmente.
Subirla por amor. A lo más alto.

(Poesía, Joan Margarit)

Introducción

Los dichos de un analizante conjuran los espíritus adormecidos del Averno, mostrando así, que lo que parecía olvidado o resuelto no era más que eso, un parecer.

Se trata de un momento clave en el que el cepo de la repetición que lo inmoviliza, le hace sentir su peso y lo arrastra hacia un ayer que se hace presente, vívido e infernal.

Un doloroso padecimiento amenaza con eternizarse y someterlo a empujar la piedra de Sísifo hasta hacerse una con ella, para…volver a caer.

Momento difícil del análisis en el que la repetición se muestra sin descaro y se acompaña de quejas al no poder evitarla.

En este punto, la demanda al analista se hace sin ambages: liberarse de la emergencia de aquellos recuerdos que han adquirido un valor torturante y que no cesan de aparecer sin que se los invite.

Permítasenos poner en duda esa aparente pasividad para circunscribir el fin de la pesadilla de la historia.

El tratamiento del excedente

Freud otorga un lugar central a la reminiscencia, pues a partir de su persecución, se llega hasta el “momento patógeno buscado” [1], es decir, al trauma, y la temporalidad a él inherente.

La causalidad de dicho trauma se sitúa, en la Carta que le dirige a Fliess en mayo de 1896, en torno al excedente sexual. Se refiere allí a una doble temporalidad del trauma; el primer tiempo marcado por la irrupción de esa cantidad que no puede ser traducida, que queda por fuera de la palabra, y un segundo tiempo, que “brinda tanto al recuerdo como a sus consecuencias el carácter obsesivo {compulsivo}- el carácter de lo no inhibible” [2]. Con ello, queda delimitada, la repetición del síntoma.

En la carta 69, dos años después de haber escrito el Entwurf, comienza a delinear el descreimiento respecto del padre como causa de los pesares de la histeria. En esta indica que “en lo inconsciente no existe un signo de la realidad, de suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción investida con afecto” [3].

El valor de la fantasía que comienza a delinearse aquí, es puesto en forma en “Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, y dicho sin rodeos, en la extensa nota al pie Nº 39 del Historial del Hombre de las Ratas.

Tenemos así, un primer tiempo, el de la irrupción de lo sexual y un segundo tiempo, el de la ficción y la repetición del síntoma.

El drama histórico

Al examinar la transferencia, Freud sitúa dos dimensiones; por un lado, la del clisé de las relaciones amorosas que se repiten de manera regular y que permiten situar al analista en “las series psíquicas” del paciente, y por otro, la que tomando la figura del analista paraliza el fluir asociativo, mostrando que el silencio que allí se produce no es efecto de un control sobre el decir, sino que, simplemente, no hay palabra.

La dimensión del objeto – que el analista encarna – se hace presente provocando la resistencia, y con ella, en lugar de que las mociones inconscientes sean recordadas, nos dice Freud, “aspiran a reproducirse en consonancia con la atemporalidad y la capacidad de alucinación de lo inconsciente” [4].

La idea freudiana de llenar las lagunas mnémicas– solidaria de la idea de un saber no sabido– se topa con el obstáculo del agieren en las curas. Lo que no se recuerda, se actúa con un fervor particular. Freud nos advierte que nada resulta más fútil que la disuasión argumentativa contra las pasiones. Hacerlo implica desconocer que se pone en juego una satisfacción paradojal.

Al respecto, Lacan nos indica en “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” que el “capítulo censurado” de la historia que muestra las marcas de su escritura aprisionada en el rébus, en los estigmas del cuerpo de la histeria, en los blasones de la fobia y en los meandros del pensamiento obsesivo, se recuerda en los actos.

Dos años después, en “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” ubica la dimensión metafórica del síntoma indicando la relación entre el “significante enigmático del trauma sexual” [5] y la “chispa” que fija al síntoma que muerde el cuerpo.

La metáfora indica así, que en el corazón del síntoma se localiza “un significante enigmático que surge del encuentro con el deseo del Otro” [6].

Ese cuerpo extraño localizado en el Kern unseres Wesen (núcleo del ser) es recubierto en un segundo tiempo por el sentido nacarado del síntoma.

La marca del deseo del Otro se manifiesta en la insistencia de la cadena significante que se reproduce en transferencia.

Ese deseo indestructible, es comparado con la memoria de las máquinas. Tanto en el escrito “La carta robada” como en el “Seminario 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica” hallamos que Lacan concibe la repetición como la insistencia de la cadena significante, enfatizando que “es la ley propia de esta cadena lo que rige los efectos psicoanalíticos determinantes para el sujeto” [7]. De este modo, Lacan retoma las formulaciones freudianas en “Más allá del principio de placer” ubicando dicha insistencia significante dentro de ese principio.

En ese texto Freud se refiere a la compulsión a la repetición- wiederholungszwang– ligando la repetición a la pulsión, pero Lacan no hace énfasis en el szwang, sino en lo repetitivo de la sintaxis significante, de ahí que se refiera al “automatismo de repetición”.

La repetición se sitúa así, entre el deseo que insiste y el inconsciente como saber.

El automatismo de repetición hace presente la eficacia causal del significante.


El salto del once

En el Seminario 11 Lacan formula una pregunta que tiene todo su peso no sólo en lo que respecta a lo epistémico, sino en la dimensión de la praxis.

Revisa los cuatro conceptos fundamentales- inconsciente, repetición, transferencia, pulsión- a la luz de sus aportes: el sujeto y lo real, enlazándolos de manera topológica.

La tesis lacaniana sobre la repetición se diferencia de lo planteado anteriormente, puesto que indica que “no ha de confundirse con el retorno de los signos” [8].

La repetición no es la reproducción ni el retorno de lo mismo, idea que los analizantes vehiculizan con una queja que podemos resumir de la siguiente manera: “siempre me pasa lo mismo”. Esta idea, la de lo mismo, es ilusoria y se sostiene en otra, la de un destino inexorable.

Considerarlo de ese modo, apunta a señalar el carácter demoníaco subrayado por Freud al referirse a las neurosis de destino (en 1920 la compulsión a la repetición queda del lado del más allá del principio de placer).

Aquello que se repite se realiza en una temporalidad diferente a la rememoración, pues se repite en el presente, constituyendo de este modo lo que Joyce llamó en el Ulises, la pesadilla de la historia [9].

Lo demoníaco está ligado a aquello que escapa a la representación e involucra una satisfacción que a todas luces se demuestra paradojal.

Es desde este sesgo que Lacan la aborda, es decir desde “el hueso de lo real” [10]. En esta ocasión, no se sirve de la tragedia de Sófocles, como en el Seminario 7, sino que retoma los desarrollos de Aristóteles en la Física. Allí encontramos diferenciadas suerte y casualidad -tyche y automaton- formando parte de las causas accidentales e indeterminadas.

Aristóteles nos da un ejemplo de esa diferencia: “ Así, cuando alguien va a la plaza y se encuentra fortuitamente a alguien a quien se deseaba pero no se esperaba encontrar, ellos pretenden que la causa está en haber querido ir a la plaza por determinados asuntos” [11].

Ubicamos allí, un hacer de la casualidad destino y con ello, eternidad. Al referirse al automaton, Aristóteles nos dice que tiene lugar cuando algo ocurre “en vano”, es decir, cuando la finalidad está malograda. La diosa griega Tyche es caracterizada como algo oscuro, que escapa al entendimiento humano, y como diosa de la fortuna, caprichosa.

Lacan en el Seminario 11 reserva la tyche para indicar el encuentro con lo real, siempre fallido; y el automaton para la insistencia de los signos.

Contrariamente a lo planteado en el Seminario 2, el automaton queda del lado del principio de placer, del lado del inconsciente que insiste.

Por intermedio del sueño traumático, liga la tyche al trauma: “el trauma es concebido como algo que ha de ser taponado por la homeostasis subjetivante que orienta todo el funcionamiento definido por el principio de placer (…) ¿Cómo puede el sueño portador del deseo del sujeto, producir lo que hace surgir repetidamente al trauma – si no su propio rostro, al menos la pantalla que nos indica que todavía está detrás?” [12].

Podemos ubicar la relación con la pulsión y con ello, eliminar todo vestigio del trauma en su vertiente biográfica como lo nuclear. Esa versión es ya ficción del agujero- troumatisme- efecto de la imposibilidad de escribir la relación sexual.

Siguiendo al Freud de 1920, podemos afirmar que la repetición está al servicio de domeñar la cantidad que ha irrumpido.

Ese trauma instaura dos tiempos: el del agujereamiento y el de la ligadura; tyche y automaton.

El fin en cuestión

Examinemos ahora la relación entre la repetición y el rasgo unario para cernir el fin en cuestión.

En el Seminario 9 Lacan retoma una expresión de Freud presente en Psicología de las masas y análisis del yo, Einziger Zug, para pensar el surgimiento del sujeto. Con ello muestra que basta tan sólo una marca para ubicar que la identificación nada tiene que ver con la unificación.

Es a partir de la inscripción del cero- a través del juicio de existencia- como el sujeto comienza a buscar su unicidad significante a partir de la repetición del rasgo unario.

Dicha repetición unaria se realiza sobre el fondo de una pérdida esencial: la del objeto de la satisfacción.

El neurótico intenta obtener del Otro el objeto de su deseo formulado en la demanda. Vemos aquí un circuito que va desde el sujeto al Otro a partir de una falta que sólo puede captarse a partir de lo simbólico.

La dimensión de goce se acentúa en los Seminarios 15 y 16 al indicar la función del objeto a como plus de gozar.

En el Seminario 16 la repetición queda planteada del siguiente modo: “Esto es lo que designa la teoría de Freud en lo concerniente a la repetición, mediante la cual nada es identificable a ese algo que es el recurso al Goce (Jouissanse), en el cual, por la virtud del signo, algo distinto viene a su lugar; es decir, el trazo que la marca no puede producirla sin que un objeto se haya perdido allí. Un sujeto es lo que puede ser representado por un significante para otro significante” [13].

Es en El reverso del psicoanálisis donde enfatiza que el rasgo unario es la conmemoración de la irrupción de un goce (podemos ubicar aquí el excedente mencionado anteriormente). La repetición, por tanto, designa la búsqueda de un goce siempre perdido.

En el Seminario de 1972, “… o peor” Lacan antes de trabajar el apartado “El uno que no accede al dos” ciñe “Lo que incumbe al Otro”. Ubica allí que “del Otro sólo se goza mentalmente”. Plantea que a partir de su desvanecimiento, que escribimos S(A∕), es posible poner en evidencia la imposibilidad lógica que comporta la no escritura de la no relación sexual. Hasta tanto eso ocurra, el goce proviene del fantasma con sus distintas figuraciones del goce del Otro, punto en el que Lacan afirma “lo importante es que sus fantasmas los gozan” [14]

De lo que hasta aquí hemos desarrollado se puede apreciar una de las vertientes del fin de la pesadilla, su intención, su motivación: la obtención de goce a través del pad(r)ecimiento, un padecimiento sostenido en la versión del padre que encontramos en el fantasma.

La otra acepción, la del cese del padecimiento, nos permitirá futuros desarrollos.

Notas

[1] Freud, S. (1992) Sobre psicoterapia de la histeria . En Obras Completas. Vol. 2, p.283. Buenos Aires, Amorrortu.

[2] Freud, S. (1992) Carta 46 En Obras Completas. Vol. 1, p.270. Buenos Aires, Amorrortu.

[3] Íbid., p. 301-302

[4] Freud, S. (1995) Sobre dinámica de la transferencia. En Obras Completas. Vol. 12, p. 105. Buenos Aires, Amorrortu.

[5] Lacan, J. (2008) La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud. En Escritos 1, p.485. Buenos Aires, Siglo veintiuno editores.

[6] Gorostiza, L. (2020) Lo ininterpretable, p. 31.Buenos Aires, Cuadernos del ICdeBA. Vol. 24.

[7] Lacan, J. (2008) El seminario sobre “La carta robada”. En Escritos 1, p. 23. Buenos Aires, Siglo veintiuno editores.

[8 ] Lacan, J. (1984) Seminario libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, p. 62. Buenos Aires, Paidós

[9] Joyce, J. (2015) Ulises, p. 47. Buenos Aires, El cuenco de plata. (“La historia –dijo Stephen- es una pesadilla de la que intento despertar”)

[10] Lacan, J. (1984) Seminario libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, p. 61. Buenos Aires, Paidós

[11] Aristóteles (1982) Física, Libro 2, cap. 4, p. 111. Madrid, Editorial Gredos.

[12] Lacan, J. (1984) op.cit. p. 63

[13] Lacan, J. (2008) Seminario libro XVI, De un Otro al otro, p. 8. Buenos Aires, Paidós

[14] Lacan, J. (2012) Seminario libro IXX,…o peor, p. 111. Buenos Aires, Paidós

Bibliografía

Aristóteles (1982) Física. Madrid, Editorial Gredos.

Freud, S. (1992) Sobre psicoterapia de la histeria. En Obras Completas. Vol. 2, Buenos Aires, Amorrortu.

Freud, S. (1992) Carta 46 En Obras Completas. Vol. 1. Buenos Aires, Amorrortu.

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Freud, S.( 1992) Recordar, repetir y reelaborar . En Obras Completas. Vol. 12, Buenos Aires, Amorrortu.

Gorostiza, L. (2020) Lo ininterpretable, p. 31.Buenos Aires, Cuadernos del ICdeBA. Vol. 24.

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Schejtman, F. (2009) “Padrecimiento y discurso”. En Eidelberg, A., Godoy, C., Schejtman, F. y Soria, N., Porciones de nada. La anorexia y la época, Buenos Aires, Serie del Bucle.