El nuevo amor: Otro amor

Por Fabian Fajnwaks.

 

La última enseñanza de Jacques Lacan permite introducir un nuevo amor, según la conocida fórmula del poeta, que permite pasar de una estructura cuadripartita (los dos partenaires, el Nombre-del-Padre y la significación fálica) a una estructura binaria en la que el partenaire puede verdaderamente ocupar el lugar del partenaire en la conversación amorosa. Lo que implica un retorno sobre el partenaire-síntoma, introduciendo una dimensión positiva, allí donde su carácter de síntoma lo deja ligado a un valor definido por un menos, por una falta.

Podemos distinguir aquí el encuentro amoroso en su contingencia, del discurso amoroso como aquello que continúa la contingencia del encuentro. Si la contingencia del amor permite hacer como si la relación sexual cesara de no escribirse, y esto sobre fondo de imposibilidad, ya que la relación sexual no cesa de no escribirse, por estructura, al encuentro amoroso sigue la palabra de amor, al amor como un «decir sin accidentes» en tanto pone en juego lo mas íntimo de la verdad del sujeto. El encuentro amoroso puede aquí encontrar un límite, de hecho lo hace para el sujeto neurótico, en el Nombre-del-Padre en tanto aquel que permite dar su nombre a las cosas y aun más: en tanto cuarto nudo que mantiene anudados Real, Simbólico e Imaginario. Así parece enunciarlo Lacan cuando dice, el 19 de marzo de 1974 que «en el amor se trata del Nombre-del-Padre» y que «el Nombre-del-Padre se sostiene de la dimensión del amor». Enuncia esto cuando está buscando ya elementos que le permitan suplir a este lugar central que el Nombre-del-Padre ha ocupado en su teoría. La tripartición RSI y el sinthome serán los resultados de esta búsqueda.

Lo que significa que las condiciones de amor de un sujeto se encuentran determinadas por el Padre simbólico, haciendo el amor necesario, luego de la contingencia del encuentro. El sujeto ama según las condiciones pre-establecidas por el padre: cuando ama, en realidad, ama según las condiciones del Nombre-del-Padre. No es entonces que el Padre impida o desautorice las contingencias, sino que este es el factor que determina en estas contingencias qué objetos pueden ser amados. La literatura, sobre todo la del siglo XIX nos ha dado bellos ejemplos de esto. El Padre regula los encuentros, dándoles curso o no, según su Ley. En el fondo, se puede percibir que el Padre se opone de algún modo a las contingencias, ya que hace a las contingencias, necesarias, dando lugar al discurso amoroso y a la verdad que allí se vehiculiza.

Se puede formular que al poner en cuestión al Padre como cuarto nudo y avanzando hacia la perspectiva del sinthome, un análisis permite así mantener lo que de contingencia puede tener un encuentro, sin completarlo luego, y complementarlo también, con el anudamiento que asegura como garantía el Padre. Un análisis, cada análisis, sigue aquí la misma dirección que la que siguiera la enseñanza de Lacan: del Padre a un anudamiento sinthomático.

 

El amor como nudo

En la clase del 18 de diciembre de 1974, en el seminario Los No incautos yerran, Lacan retoma la práctica extraña del amor cortés. Se sabe desde el libro de Denis de Rougemont El amor y Occidente, que Lacan cita, que el amor cortés se encuentra en el origen de gran parte de la poesía en Europa tal como se desarrolló en los siglos subsiguientes a este meteoro que fue la practica cortés. La poesía es amorosa, dirá Lacan mas tarde, retomando un dicho de Dante, ya que se dirige al objeto causa de deseo, el objeto inaccesible, que el amor cortés, artificialmente, pone en juego con la inaccesibilidad a la Dama, haciendo creer que «no hay relación sexual» porque el objeto se substrae por un forzamiento del dispositivo. Esto da lugar a la poesía de los trovadores y a la palabra de amor: Luego a la poesía misma, en tanto el poeta escribe a partir de la inaccesibilidad misma del objeto de manera general y la más singular.

Lacan ubica aquí al amor cortés como una práctica que permite ligar a lo real del goce, devenido imposible, con el saber implicado en la palabra amorosa. Esta formulación le permite formular al amor cortés como una cadena donde lo real se encuentra anudado a lo simbólico del discurso amoroso por lo imaginario, y avanzar entonces que el amor «es el imaginario propio de cada uno». ¿Cómo entender lo imaginario aquí? Quizás no en el sentido de aquello que permite dar consistencia, a partir de la imagen propia del cuerpo, sino más bien como lo planteara en el seminario sobre Joyce el sinthome, como un «nuevo imaginario» instaurando el sentido al que «hay que romperse»[1]. El imaginario «propio de cada uno» concierne entonces más bien al sentido que permite anudar lo real del goce con el saber y es esto, precisamente, lo que logra el amor.

La pregunta que cabe plantearse aquí, entonces, es ¿en qué medida el amor permite dar sentido cuando no se encuentra ya orientado por el Nombre-del-Padre? De otro modo, el sentido del amor es más claro: es no sólo el que determine al padre, sino el sentido religioso, por ejemplo, el que explotan las religiones donde el amor ocupa un lugar privilegiado. Incluso es el caso con el amor tal como se pone de manifiesto en la Transferencia, donde también vehiculiza un sentido, el sentido mismo que permite investir libidinalmente a los objetos del mundo que rodea al ser hablante. Incluso es el caso con el amor tal como se pone de manifiesto en la transferencia, donde también vehiculiza un sentido, el sentido mismo que permite investir libidinalmente a los objetos del mundo que rodea al ser hablante.

Esta cadena en que el amor hace lazo entre el goce y el saber, permite a Lacan enunciar que «el amor es un nudo» que permite anudar lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico. Acentuando el carácter de evento del encuentro amoroso , evento en tanto que «decir sin accidentes», dirá que es simbólico, imaginario y real, ya que el evento mismo de este decir, al cual cada uno le da un sentido preciso. De la cadena pasa entonces al nudo, donde podríamos notar que el evento consiste también en suspender la nominación paterna que da garantía al decir del ser hablante.

Lo interesante en esta lección del 18 de diciembre de 1974 es que afirma que si «un hombre encuentra a una mujer por casualidad», se corrige rápidamente después, afirmando que en el amor «las personas no se eligen en absoluto por casualidad, ya que el plus-de-gozar juega allí un rol fundamental». Podríamos señalar que con esta observación, Lacan permite responder a lo que viene a substituirse al Padre como aquel que ordena los encuentros amorosos en la neurosis: el plus-de-gozar como aquello que hace a alguien amable. Lacan define al Padre en el Seminario RSI como aquel «que no tiene derecho al respecto ni al amor si no está perversamente orientado (Père-version), es decir si no hace de su mujer un objeto (a)», es decir no define al Padre ya desde lo simbólico, sino en relación a lo real de su Plus-de-Gozar, lo que constituye un cambio de perspectiva radical. Y aquí introduce entonces la elección del partenaire en el mismo sentido, a partir de su plus-de-gozar también, lo que implica despejar tanto lo imaginario presente en la elección amorosa, como lo simbólico que el intercambio fálico aseguraba («Amar es dar lo que no se tiene…»).

Hay cierto dejar de lado la mediación fálica por Lacan que aseguraba el encuentro en esta última enseñanza, en beneficio del encuentro permitiendo a cada uno de los partenaires de «tejer su nudo». Así, por ejemplo, en Los no Incautos yerran el 15 de enero 1974 cuando dice «El amor son dos medio-decires que no se recubren. Es lo que hace a su carácter fatal. Es la división irremediable, quiero decir, aquello a lo que no se puede remediar, lo que implica que «mediar» sería ya posible. Es justamente no solamente lo que es irremediable sino también sin ninguna mediación. Esa conexidad entre dos saberes en tanto que irremediablemente distintos (…) Conexidad a partir de la cual cada uno teje su nudo». Muchas cosas dice Lacan aquí: que el amor son dos medio-decires que no se recubren implica su carácter de verdad, en tanto la verdad de cada uno no recubre la del otro. Pero Lacan utiliza aquí la palabra «medio-decires» es decir que acentúa la dimensión de enunciación de la verdad, mas que la de «dicho», la de los enunciados, es decir que el lugar de enunciación de cada uno de los partenaires permanece diferenciado del otro y no se superpone. Definir al amor como «la conexidad entre dos saberes» implica dejar de lado la mediación fálica, ya que supone que los dos partenaires se conectan a partir de ciertos puntos comunes presentes en estos saberes y no ya a partir de suponer que el otro podrá venir a recubrir la falta que el deseo vehiculiza. ¿Qué es la conexidad? Una noción de topología por lo cual dos cuerpos pueden tener algunos puntos en común, sin unirse. Son los elementos comunes que permiten que los cuerpos se encuentren conectados, sin que necesariamente ambos se encuentren reunidos. Algunos puntos geográficos, por ejemplo, que se encuentran unidos entre dos territorios gozan de esta conexidad. Esto supone tener puntos comunes que hacen que el saber Inconsciente de uno resuene con el saber del Otro. Obsérvese que ya no existe en esta perspectiva un elemento tercero como el Falo que haga mediación: La conexidad es real.

 

Un amor civilizado

El amor del que se trata aquí no es ya el amor que demanda amor, el que pide reciprocidad como complemento del ser faltante al ser hablante. Es un amor depurado de su parte de goce, la que articula el fantasma fundamental, por ejemplo, lo que lleva a hablar a Lacan de «un amor mas civilizado»[2], ya que es el goce que se ha visto sancionado por la operación analítica. Lo que permite entender por qué Lacan habla en la Carta a los italianos de «un amor más digno que el género de palabraduría que se escucha por doquier», ya que este amor más digno se obtendría de la reducción de la parte indigna de goce que el fantasma aseguraba [3].

Se puede señalar también que la conocida proposición de Lacan en el Seminario Aun que «el amor permite suplir a la no relación sexual» encuentra aquí su límite, ya que no se trata ya de la función de velo que el amor puede ocupar en su contingencia, pareciendo suspender esta inexistencia de la relación que pueda ser escrita entre dos partenaires. Lo que deja planear aun cierta ilusión de completud en tanto tapón al real que la premisa de la no relación sexual que pueda escribirse. El amor definido como «conexidad entre dos saberes» permitiendo a cada uno «tejer su nudo» se encuentra más cercano a lo real de lo indepasable de la posibilidad de escribir la relación sexual y no da lugar a ilusión alguna. La célebre proposición de Rilke lo deja escuchar bien cuando escribe: «El reparto total entre dos seres es imposible y cada vez que se podría creer que un tel reparto ha sido realizado, se trata solamente de un acuerdo que frustra a uno de los partenaires, o aun a ambos, de la posibilidad de desarrollarse plenamente.

Pero cuando se ha tomado consciencia de la distancia infinita que existirá siempre entre dos seres, cualesquiera sean, una maravillosa vida compartida adviene posible. Tendrán que ser capaces de amar ambos partenaire esta distancia que les separa gracias a la cual cada uno percibe al otro entero, recortado en el cielo»[4] . ¿Cómo decir mejor la no-relación sexual que esta «distancia infinita que existirá siempre entre dos partenaires»? Observemos que el poeta dice «tendrán que ser capaces de amar esta distancia infinita», lo que desplaza mucho la cuestión de amar al otro con los enredos que esto implica. No es fácil, pero un análisis permite acercarse a este punto.

¿Se trataría aquí de un nuevo ideal, esta vez analítico, del amor? ¡En absoluto! Más bien del resto de amor que la incidencia analítica sobre el goce permite de operar. Las Analistas de la Escuela (A.E.) dan cuenta a menudo, en sus testimonios de esta operación, más tomadas quizás que los hombres en dar cuenta de una nueva relación al Otro que el análisis ha permitido. Los hombres, más bien se ocupan a menudo de demostrar la validez de la solución sinthomática obtenida en el análisis, aunque esta misma solución implique, por cierto, una nueva relación al partenaire, al Uno solitario del goce y al Otro, como destino del resto pulsional, Otro encarnado por la comunidad analítica.

 

El amor como fracaso del inconsciente

Título enigmático, si lo hay, de un seminario de Lacan: ¿Por qué el amor implica el «fracaso del Inconsciente»? Hay que destacar que el amor como «conectividad entre dos saberes» no implica un saber no sabido, como en el Inconsciente transferencial. La diferencia introducida por Jacques-Alain Miller aquí entre aquel y el inconsciente real es fundamental: El amor es lo no-sabido de la Una-equivocación (L’insu de l’Une-bévue), es decir justamente su dimensión de accidente, de error, no permitiendo ya dar cuenta de un saber Inconsciente a descifrar. Es lo que el «esp de un laps» introduce: No se refiere ya al sentido, como Lacan lo escribe en el Prefacio a una edición inglesa del seminario XI . El amor sabe de esta «Una –equivocación» en el sentido que implica un saber que no se interpreta y que no concierne la verdad del ser hablante, sino su posición en relación al goce. El ángulo cambia así radicalmente y hace fracasar toda tentativa de interpretación que el Inconsciente transferencial implicaría. El ser hablante ama aquí desde esta falla estructural que implica el inconsciente real. El partenaire no vehiculiza un saber sobre sí, lo que pone un límite a la perspectiva del partenaire-síntoma como verdad reprimida del sujeto, que retorna desde el partenaire y que la diferencia entre «creer a» y «creer en» su partenaire implica [5]. Se cree en su partenaire porque ella o él encarnan el síntoma como falta que hace que se elige, pero no se le cree ya que este no detiene ya una verdad sobre el sujeto. El amor que se le porta comporta desde aquí un saber de lo no sabido que esta dimensión de síntoma soporta, pero no se espera obtener ya de su partenaire una verdad que le faltaría al sujeto. Este no saber sabe de esta falla estructural: es por eso que se ama, y el plus de gozar del partenaire ocupa aquí un lugar relevante. El Inconsciente en juego es un aquel que como en el síntoma reducido a su nudo de goce sólo sabe de su existencia como falla, pero no encierra significaciones a descifrar.

Esto explica también que Lacan hable del amor, en este seminario, como de una significación, diferenciándolo del deseo. Si el amor es una significación es porque conlleva un vacío estructural que el plus-de-gozar del partenaire ocupa en parte, sin saturar, y que la sola contingencia del encuentro determina , donde este plus-de-gozar resuena con aquel del amante, dando lugar a la conexidad en cuestión. Pero no comporta un sentido, como es el caso con el deseo con la fijeza de su objeto, que le determina de manera unívoca. Que el deseo esté en juego no hay duda, pero se trata ya de un deseo advertido de su dimensión fetichista y en cierto modo entonces separado del goce que este objeto condensa.

 

Notas:

[1] J. Lacan. Le séminaire XXIII Le Sinthome. Texte établi par Jacques-Alain Miller. Ed. Du Seuil. París. 2005. P. 121.
[2] Lacan, J; Seminario XXI. Los no incautos yerran 12 de marzo de 1974. Inédito.

[3] Eric Laurent ha clarificado estos términos hace algunos años.

[4] Rilke, R-M. Carta a Emanuel Von Bodman.