La mascarada femenina es concebida por Lacan como un semblante propio de la sexualidad femenina, en los años sesenta cuando elabora la clínica del falo. Las mujeres se pueden librar de los hombres, pero no del falo. Nunca terminan de saldar sus cuentas con el falo, nunca es suficiente, dice Lacan, «la mediación fálica no drena todo lo que puede manifestarse de pulsional en la mujer» [1].
Antes de plantear una posible articulación entre la categoría de semblante y la posición femenina, de forma abreviada veremos los principales ejes de la categoría lacaniana de semblante que introduce un abordaje heteróclito de la mascarada.
I. Acerca de la noción lacaniana de semblante
Lacan en los setenta elabora el concepto de semblante en el Seminario 18, De un discurso que no fuera del semblante, donde insiste que el semblante no es un artificio o una construcción, ni algo falso, opuesto así a lo verdadero o auténtico, sino que constituye el acto mismo de mostrarse, de darse a ver.
Llamamos semblante a la operación de velar que reúne en una sola categoría lo simbólico y lo imaginario que busca detener la deriva hacia lo real. Hacer semblante [faire semblant] no es un “hacer como si”, implica ser ante otros, ante la mirada de otros. No hay nada detrás del semblante, nada que develar, tampoco se trata de aparentar o engañar, sino que es el único modo bajo el que puede presentarse el ser hablante [parlêtre] [2].
El semblante entonces tiene una relación particular con la verdad, cuya estructura es de ficción, según Lacan “La verdad no es lo contrario del semblante. La verdad es esa dimensión o demansión (…) que es estrictamente correlativa del semblante” [3].
En tal sentido, “del semblante no es semblante de otra cosa (…). Se trata del semblante como el objeto propio con el que se regula la economía del discurso”. [4] El semblante nunca es individual, sino que es aquello que hace lazo social, del cual el sujeto no es causa sino su efecto. Por tanto, el valor del semblante es dar ciertas coordenadas para vincularse con el Otro, y sus semejantes.
“Todo lo que es discurso solo puede presentarse como semblante, y nada se construye allí sino sobre la base de lo que se llama significante.” [5]
¿Cómo se articulan la verdad y el semblante en los discursos? El lugar de la verdad en los cuatro discursos está por debajo del lugar del semblante (del agente), así toda verdad está ligada a un semblante del cual es su reverso. No es posible acceder a la verdad sino es a través de un semblante correlativo a un discurso, en palabras de Lacan, “el goce solo se interpela, evoca, acosa o elabora a partir de un semblante”. [6]
Si el semblante es lo que se da a ver, como dice Miller, la verdad quedará por debajo de la barra en el lugar de lo que se juega a ocultar: si la impostura es el semblante masculino, su verdad es la castración.
Lo que escapa al semblante es para los seres hablantes, la relación sexual. Cuando hablamos usamos todo tipo de metáforas que aluden a la relación sexual. Los significantes “hombre” y “mujer” indican en el semblante la polaridad sexual, y son relativos a los discursos. [7]
El semblante es esencial para hacer posible el encuentro entre los sexos. El semblante, aquello que da consistencia al ser, se sostiene en un parecer, es decir, en el caso del hombre en la impostura masculina, y en el caso de la mujer en la mascarada femenina.
II. ¿Mascarada femenina?
En el Seminario 18, Lacan dice que “lo que define al hombre es su relación con la mujer, e inversamente. (…) Para el muchacho, se trata en la adultez de hacer de hombre. Uno de los correlatos esenciales de este hacer de hombre es dar signos a la muchacha de que se lo es. Para decirlo todo, estamos ubicados de entrada en la dimensión del semblante.” [8]
La relación entre la mujer y los semblantes es problemática, “se observa en las mujeres un odio muy especial al semblante” [9], parecen términos opuestos. Dado que a la mujer se la considera, “más verdadera y más real” a los semblantes, entendidos como lo superficial, lo aparente y falaz.
J.-A. Miller (1993) analiza esta categoría en De semblantes y mujeres, es una categoría simbólico-imaginario que permite construir una antinomia no con el ser, sino con lo real lacaniano, o sea con la imposibilidad de nombrar lo femenino.
Del axioma de Lacan “La mujer no existe”, dice Miller, no significa que el lugar de la mujer no exista, sino que ese lugar permanece esencialmente vacío. Y, este vacío no impide que se pueda encontrar algo ahí. En ese lugar se encuentran solamente máscaras que son máscaras de la nada, suficientes para justificar la conexión entre mujeres y semblantes.
Un semblante tiene por función velar la nada. En eso el velo es el primer semblante y su función esencial apunta a hacer existir algo allí donde no hay nada. En ese sentido, llamamos mujeres a esos sujetos que tienen una relación más esencial, y más próxima, con la nada. La mujer no se puede des-cubrir, hay que inventarla.
Desde esta perspectiva, merece destacarse la mascarada femenina, noción creada en los años treinta por Joan Rivière, psicoanalista inglesa discípula y paciente de Freud. Él relacionaba esa nada con una nada corporal, anatómica. En su conferencia sobre La feminidad (1932), enumera algunas particularidades psíquicas de la motivación femenina, entre las cuales subraya el pudor, cuya función es velar la ausencia del órgano genital.
Miller señala la paradoja del pudor: que a la vez que vela la ausencia la constituye como algo, se hace existir. Por tanto, al velar también se crea, se hace nacer, se hace surgir. El pudor es un invento que, según su ubicación, dirige la mirada, el pudor faliciza el cuerpo. Como el pudor, el respeto apunta a la castración. A este no tener de la mujer da dos respuestas: adquirir lo que no se tiene o hacerse ser el falo (mascarada).
Esta mascarada, cuya función tiene afinidad con la del velo, resulta fundamental en el juego amoroso porque la asunción de una mascarada es lo que le permite a la mujer encarnar un objeto de deseo para el hombre en su fantasma, y quedar menos expuesta como objeto de goce.
El postizo lacaniano
En el mismo texto, Miller nos dice, el hombre lacaniano es fundamentalmente miedoso. Sus semblantes son para proteger su pequeño tener. No es el caso del semblante femenino que es propiamente máscara de la falta.
A diferencia del hombre propietario, la mujer con postizo lacaniano es la mujer que se agrega artificialmente lo que le falta, con la condición de que, siempre en secreto, ella lo obtiene de un hombre, mientras que todos piensan que es de ella. Esconde su falta en tener, está del lado del ser, allí se “vela” la nada y se asume el agujero, y reconoce su falta.
Una verdadera mujer sería la encarnación misma de la castración, aunque no la realice, apunta a tocar al hombre en lo que él tiene de más precioso (Madelaine-Gide…). Miller dice que una verdadera mujer es, respecto al hombre, un momento de verdad. Alguien que le permite manifestarse como deseante, asumir el menos y los semblantes que van con él. [10]
En cambio, la mujer fálica es una “propietaria”: aparece con el tener como propio. Se presenta como quien no le falta nada ni necesita a nadie, y su lado femenino se ve en el carácter decidido y a veces salvaje con el que protege sus bienes. La mujer con postizo se dirige al hombre como castrado y se completa con un hombre así en la sombra. Es un sujeto tranquilo más para hacer pareja ya que pone a salvo el propio bien en una caja fuerte. [11]
En suma, la mujer con postizo lacaniano no amenaza al hombre ni le exige que sea deseante, asumiendo también ella los semblantes que hacen juego con el menos fi.
El sexo se funda en el semblante, en el parecer, pero no de cualquier manera. Por eso al hablar de la mujer Lacan indica que “es la ausencia de pene la que la hace falo”, pero la mujer lacaniana es aquella que “accede, consiente en llevar, a pedido de un hombre, un bonito postizo.” [12]
La verdadera mujer es aquella que hace del postizo una máscara de nada, es decir, que el postizo lacaniano no es un fetiche. Y el verdadero hombre es aquel que desea a la mujer sin ambages, sin rodeos, en la medida en que no teme a la castración femenina, aquel que está lo suficientemente despegado del falo de la madre para saber que la mujer no lo tiene. Por tanto, si el postizo en una verdadera mujer no es un fetiche, el hombre sin ambages es aquel que no es un fetichista [13].
Un bricolage femenino: será su modo singular de “saber hacer” con lo real de la feminidad, no es un saber teórico ni articulado, es un saber fuera del concepto. “Las mujeres son artesanas de su feminidad”. [14]
Notas y referencias bibliográficas
[1] J. Lacan, Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina, Escritos. I, Siglo
XXI, 1960: 294- 295.
[2] Rossi y Muniagurria, “Semblante, discurso y simulacro”, Valenciana, vol. 14, nº 17, 2021.
[3] J. Lacan, Seminario 18, De un discurso que no fuera de semblante, Bs. As., Paidós, 1971: 26.
[4] Ibíd., p.18.
[5] Ibíd., p.15.
[6] J. Lacan, Seminario 20, Aún, 1972-1973:112.
[7] E. Solano Suarez, “La mujer, resonancias de lalengua”, Freudiana 93, 2021: 63.
[8] J. Lacan, Seminario 18, De un discurso que no fuera de semblante, Bs. As., Paidós, 1971:18.
[9] E. Solano Suarez, “Las mujeres y sus pasiones”, Conferencia inaugural del III Simposio
SEPHORA, 28-08-2006.
[10] J.-A. Miller, De semblantes y mujeres, 1993: 16, 84-85, 95-96, 107-108.
[11] G. Belaga, “¿Solo resta para los hombres ser ‘esposos fecundos’?”, Libertad de pluma.
[12] J.-A. Miller, La naturaleza de los semblantes, Bs. As., Paidós, 2002: 168.
[13] H. A. Bernal, “La comedia de los sexos”, Poiesis, diciembre 2004m.
[14] E. Solano Suarez, “Las mujeres y sus pasiones”, Conferencia inaugural del III Simposio
SEPHORA, 28-08-2006.