Por Celeste Stecco
En el origen del psicoanálisis estuvieron las mujeres. Ellas fueron la puerta de entrada al inconsciente para Freud. Ahí donde ellas interpelaban a los médicos con los síntomas que alojaban en sus cuerpos, ellos se encontraban con un límite en su saber. Freud no retrocedió ante esto: les dio la palabra y se dejo enseñar por ellas; lejos de silenciarlas las hizo hablar para escuchar eso que él suponía que ellas sabían, aunque no lo supieran, y que ellos no entendían. De esta manera Freud descubre el inconsciente y a partir de ahí la historia del pensamiento es fracturada. Su descubrimiento puso de manifiesto cuestiones negadas hasta ese momento:
- que el ser humano no era superior a las demás especies sino que era capaz de las peores atrocidades
- que en la infancia no reinaba la armonía
- que la sexualidad humana no tenía nada de natural sino que se trataba de experiencias en el cuerpo conectadas a las palabras que marcaron a cada uno, y que esta comenzaba al nacer
- y puso sobre la mesa el hecho de que las mujeres tenían una sexualidad de la cual solo ellas podían enseñar, aún siendo por las palabras que le faltan.[2]
Freud, en la Viena del siglo pasado, rompe con el tabú de la sexualidad de las mujeres y querrá aprender de ellas, intentará acercarse a ese «continente oscuro» que le llevó a formularse la pregunta: «¿qué quiere una mujer?». Su pregunta y la respuesta que él se da le orientaron en el tratamiento de su paciente Dora, una mujer que portaba su propia pregunta: ¿Qué es ser una mujer? Esa pregunta, que orientó sus desarrollos, al mismo tiempo fue su limite, ya que a esa pregunta le sigue la suposición de que habría una respuesta que sería válida para todas las mujeres.
Este límite fue el punto de partida de Lacan, quien, escuchando a las mujeres en el diván, podrá ubicar lo que nombró como “la equivocación de Freud” y formulará su respuesta a la pregunta freudiana: La Mujer no existe, existen las mujeres una por una, desarrollo que encontramos en el Seminario 20, Aún.La singularidad, propia del modo de gozar femenino, orientará a partir de ahí la clínica de Jacques Lacan.
Lacan, en su Homenaje a la escritora Marguerite Duras [3], acerca de su novela El arrebato de Lol v. Stein, da una orientación muy precisa a los psicoanalistas. Nos dice que el artista, en nuestra materia nos precede, y que el psicoanalista “no tiene por qué hacerse el psicólogo allí donde el artista le abre el camino”. Estoy absolutamente de acuerdo con lo que dice allí Lacan: los artistas, los escritores, los poetas, al igual que cada analizante en su esfuerzo de poesía, cuando intentan apresar algo de la existencia, en tanto esas experiencias de los seres hablantes que escapan a al posibilidad de ser nombradas de una vez y para siempre y para todos y todas, por su singularidad y por el limite del lenguaje… estos se acercan… y en esos intentos pueden abrirnos el camino a nosotros, analistas, si lo que queremos es orientarnos por lo real, por eso que existe, innombrable, para cada uno.
Lacan se dejó abrir el camino no solo por los artistas, sino fundamentalmente por las mujeres, en su existencia una por una.
Para abordar el trabajo de hoy he elegido dejarme abrir el camino por una novela del escritor argentino Adolfo Bioy Casares titulada “El sueño de los héroes”[4], que agradezco a Mercedes de Francisco su sugerencia para que la leyera. Intentaré hacer conversar la novela con los desarrollos de Lacan, El sueño de los héroes con La Mujer no existe.
Considero que esta novela de Bioy Casares, escrita en 1954, conversa con los desarrollos de Lacan sobre este tema, e intentare situar distintos puntos donde considero que ambos se encuentran. Lacan desarrolla en su enseñanza cuestiones que ocurren en esta historia, antes de ser formalizadas por el en los años 70.
El sueño de los héroes es la historia de un hombre, Emilio Gauna, que transcurre en el Buenos Aires de 1927. Gauna tiene 21 años, es un hombre de provincia, huérfano, que vive en la urbe porteña. Trabaja en un taller mecánico, vive con un gran amigo, y los dos son integrantes de un grupo de hombres que se reúnen para hablar de futbol, de política y de coraje.
En una apuesta, el azar le hace ganar a Gauna una cantidad de dinero que destina a vivir el carnaval junto a sus amigos. Tres noches de carnaval en las que un acontecimiento marcará un punto de inflexión en su vida.
¿Quién es la mujer? Es la primera pregunta formulada por Emilio Gauna en la historia, y es la pista que Bioy Casares nos da para orientarnos sobre el rumbo que tomaran los avatares de este soñador.
Tres noches de carnaval, clubes, bares, comparsas, corsos, bailes, alcohol, risas, inquietudes, y el encuentro contingente con una mujer, velada por una máscara, portadora de antifaz y disfraz. Gauna no se fijó si era rubia o morena, nos dice el narrador, solo sabe que a su lado se sintió “contento”. Se miraron, se tocaron, y en medio del baile de máscaras la pierde.
A la pérdida de la máscara, que es como Gauna llama a esta mujer, le sigue su extravío. Amanecerá borracho, perdido, en uno de los bosques de la ciudad, donde es encontrado por un hombre, el Mudo, quien no podrá responder a ninguna de las preguntas de nuestro protagonista acerca de cómo y porqué llegó hasta ahí.
¿Qué le pasó a Gauna en ese extravío? Esta pregunta se constituirá en una obsesión para este hombre que si bien dice querer saber qué le pasó en ese bosque, se trata de una obsesión que velará lo que es el verdadero misterio que querrá decifrar: el misterio de la máscara. Tal vez quisiera restar importancia a un asunto de mujeres, dice el narrador.
Si bien Gauna no sabía que había detrás de la máscara, si sabía que los vestigios que dejó en su alma eran vivísimos y resplandecientes.
Después de ese encuentro con la máscara Gauna no volvió a ser el mismo. Su vida girará alrededor de un doble propósito: ver lo que entrevió esa noche y recuperar lo perdido.
Bajo el semblante de descreído, se dirigirá al Brujo Taboada, a quien le supone un saber sobre el destino, y le hará las dos preguntas que lo desesperan, una acerca de su ser y otra acerca de La Mujer:
- ¿Soy valiente, o no?
- Vi una mascara… ¿la veré de nuevo?
A lo que el Brujo le responderá:
- No hay consejos que dar. No hay fortunas que predecir. La consulta cuesta 3$.
Gauna conoce a Clara, la hija del Brujo: “Sintió la presencia de la muchacha, como de pronto se siente, imperiosa, una palpitación en el pecho”.
Clara es una mujer, actriz, que no retrocede ante el deseo, y Gauna la sigue… “veía a la conocida Clara transfigurarse en la desconocida Élida”. Será invadido, rápidamente, por el temor a que otro se la robe.
Enamorado, recuerda las palabras de un amigo: “Usted vive tranquilo con los amigos, hasta que aparece la mujer, el gran intruso que se lleva todo por delante”. Intruso es aquel de quien no se sabe nada.
Ya no será un hombre de una sola lealtad. Le habitan dos deseos: que le vaya bien con Clara y descubrir el misterio de la tercera noche del carnaval.
A diferencia del misterio de la mujer de la que nada sabe, siente que a Clara la conoce…
“Le conozco todos los vestidos. El negro, el floreado, el celeste.
Le conozco una expresión de asombro en los ojos, cuando se le ponen muy serios
e infantiles,
el lunar en el dedo mayor, tapado por el oro del anillo,
y la forma y la blancura de la nuca en el nacimiento del pelo…”
Gauna miraba a Clara, la conocía de vista… no imaginó que iban a quererse… le parecía una muchacha codiciable, lejana y prestigiosa, la más importante del barrio y fuera de su alcance. Ni siquiera había tenido que renunciar a ella, nunca se atrevió a anhelarla. Ahora la tenía ahí, sentía que la conocía, que era suya. Pero Clara fractura su certeza, sale con otro hombre y no se lo oculta a Gauna, tampoco el motivo… a ella la asusta la repetición y quiere experimentar que siente con ese otro hombre… Después del encuentro con el otro, le dice a Gauna que no le gustó y vuelve con él.
Ella se da cuenta que lo ama y lo busca. El, herido en su amor propio, la recibe.
Clara le mostraba todas las cosas a Gauna: la puesta de sol, las tonalidades del verde, las flores silvestres. “Es como si hubiera sido ciego: me enseñas a ver”. Le dijo.
Se produce el encuentro sexual y la exaltación de sus almas era compartida por el campo entero.
Clara quiso a Gauna con pasión, lo enamoró.
Gauna, tal como le confiesa a su amigo Larsen, la enamoró para poder olvidarla. A la vez que se preguntaba si un hombre podía estar enamorado de una mujer y anhelar, con desesperado y secreto empeño, verse libre de ella.
Su empeño por descifrar el misterio de la mascara de aquella noche de carnaval seguía intacto, tan intacto como su empeño en situar en él los rasgos de valentía y coraje, los que para él eran el signo de la virilidad, eran su vestido. Un día el Brujo le dijo:
- Ese valor, del que habla Gauna, carece de importancia. Lo que un hombre debe tener es una suerte de generosidad filosófica, un cierto fatalismo, que le permita estar siempre dispuesto, como un caballero, a perder todo en cualquier momento.
Pero Gauna no está dispuesto a perder, no acepta que haya algo a lo que él no pueda acceder, y forzará el saber hasta las últimas consecuencias.
Su empuje a hacer del misterio velado por la mascara algo descifrable ocultaba precipicios en los que finalmente se hundiría su dicha.
Enamorarla no le sirvió para olvidarla… Gauna no puede aceptar que haya algo misterioso de la mujer a lo que él no pueda acceder… no tiene ese valor… y emprende su búsqueda. Cree que, a fuerza de la repetición llegará a saber del misterio de la mascara.
Así es como, tres carnavales después, luego de que el azar vuelva a hacerle ganador de un dinero, dejará a su mujer y buscará a sus amigos, con los que vivió aquel carnaval del 27, y repetirá la peregrinación de aquella noche con la esperanza de revivir el encuentro con la máscara y recuperar lo que había sentido aquella vez.
Llega así al cabaret donde la conoció, y contra el mismo mostrador, con un vestido de dominó idéntico al de hace tres años estaba, inconfundible, la máscara.
Pensó que el dominó y el antifaz podían despertarle una desilusión, se angustió de pensar que quedarían eliminados los atributos.
Gauna y la muchacha se encontraron, como dos actores… y tras la máscara, descubre que la misteriosa mujer era Clara, la que él estaba seguro de conocer, toda.
Gauna dijo: Tal vez yo imaginé dos amores. Ahora veo que hubo uno solo en mi vida.
En ese momento, de repente, Clara se encontró en los brazos de un enmascarado y vio a Gauna con Otra mujer… Gauna la miraba ansiosamente y le sonreía con triste resignación. El baile los apartó. Ella estaba aterrada… se veía a si misma caminando entre máscaras grotescas:
Se veía desde fuera,
Porque en cierto modo había quedado afuera de sí misma
No aceptar lo inapresable no era un acto de coraje ni un signo de valor, sino lo que empujo a Gauna a la tragedia.
Una pelea con sus rivales acaba llevándole a la muerte, recordándonos el planteamiento de Lacan de que es más fácil para el hombre enfrentar cualquier enemigo en el plano de la rivalidad que enfrentar a la mujer, por cuanto ella es el soporte de esta verdad, el soporte del hecho de que hay semblante en la relación del hombre con la mujer. [5]
El empeño de él de descifrar lo indescifrable femenino y colocar a La Mujer en la columna de las pérdidas negando su inexistencia, junto al empeño de ella de encarnar a La Mujer aún extraviándose de ella misma, condenan a los dos al trágico desenlace.
Forzar a que lo real se escriba les lleva a un más allá de lo que este hace posible, un más allá del amor, del deseo y de los goces que los enfrenta al extravío y a la muerte.
Notas y referencias bibliográficas
[1] Conferencia impartida en la Sección clínica Madrid – Nucep en octubre de 2018. Los fragmentos en cursiva son extractos literales de la novela.
[2] Lacan, J., Seminario 24, Clase 8. (Inédito)
[3] Lacan, J., Otros Escritos
[4] Adolfo Bioy Casares, El sueño de los héroes. Ed. Austral
[5] Lacan, J., Seminario 18 De un discurso que no fuera del semblante, pág. 33, Paidos.