Eran las cinco en todos los relojes

Por Francisco Gutiérrez.

Lo que habla sólo tiene que ver con la soledad…”.
Seminario 20, Aún, de Jacques Lacan.



Esta frase radical e inquietante nos señala de un modo dramático la posición de los sujetos ante lo real de la existencia. Ilustra el desamparo humano, su existencia inmutable, onírica, imaginaria, una existencia agónica y, también, una posibilidad de dignidad: el amor. El amor es una condición de posibilidad que pasa por el único modo que conocemos para trascender esa condición de soledad estructural o de desamparo. No encontraremos otra salida. El amor es, en sus diferentes variables, la búsqueda del otro; sirve para construir algo, algo nuevo sin garantías, nunca las hay, pero nos permite sostener y soportar la dificultad de la precariedad de la existencia humana, aquella que se sabe en un déficit. Las palabras no llegan, las garantías no van más allá de una promesa que se pierde como un recuerdo en la bruma del tiempo y la certeza de un final, que aunque resuene lejano, siempre sorprenderá al narcisismo estúpido de los sujetos. Sí, la vida es frágil; hay un desamparo doloroso, desesperado, y las palabras no llegan, nunca llegan, ni tan siquiera para comunicar la desesperación de la vida; siempre nos faltan. Éste es el panorama.


La existencia es en soledad. Uno siempre está solo frente a los desvaríos del discurso sobre la propia vida, incluso cuando nos sentimos acompañados. Dos siempre bailan desde la lejanía de lo inconsciente. En el fondo, aquella luz que brilla, que nos hace únicos, y que mira el mundo desde la profundidad de los cuerpos, cuerpos maltratados, abandonados en muchos casos, cuerpos que nos mediatizan, nos permiten tocarnos y construir un imaginario de cercanía, dar aquel calor que tanto nos alivia y que dignifica la relación con nosotros y con los otros; los otros cuerpos. Quien ha sentido el más radical de los desamparos, el encuentro con la enfermedad o la muerte, conoce el valor del calor de otro cuerpo cercano que se afana en ayudarnos y el sostén de las palabras bien dichas. Nunca será suficiente. La falta es radical. Uno siempre enferma, muere y vive solo, aunque estemos en compañía. Pero es mucho, es tanto que dignifica la propia existencia y da el sentido de una posibilidad distinta, una existencia distinta. Abre la puerta a un modo distinto de habitar lo común desde las tres faltas que nos constituyen a todos los sujetos sin excepción: lenguaje precario, relación sexual sin reglas, y la muerte como un real inquietante e ineludible, desde la soledad de cada cual. Hay un valor humano ahí, radical y constituyente, que nos señala la salida: el mundo será desde la perspectiva de los cuidados y el sostén de los cuerpos que sufren y sus singularidades subjetivas, o no será. Es una posición política radical, no admite matices, toca ponerla en acto.


Hoy toca, tras la experiencia que nos atraviesa estos días y que nos confronta a nuestra miseria como sujetos, a nuestra precariedad radical, sólo opacada por la fantasía de plenitud y la supuesta potencia delirante de los cuerpos, toca el sarcasmo de comprender que la apuesta fue en vano. Ni la apuesta por el dios de la tecno-ciencia, ni el delirio megalómano de la opulencia nos salvará de la miseria de existir, y mucho menos de nuestra incurable fragilidad. La de todos. El apocalipsis neoliberal nos confronta con aquello con lo que Victor Hugo nos interrogó: “Hay un punto en el que los infames y los desafortunados se mezclan y se confunden en una misma palabra, palabra fatal, los miserables. ¿De quién es la culpa?” El horror está servido, la miseria y la precariedad en la existencia es para todas, una a una, si no articulamos políticas y una conciencia social constituyente de un nuevo paradigma de la dignidad y cuidado que amortigüe este desamparo. Un para todas, para siempre. Una a una.
Hablemos de una oportunidad que desnaturalice la lógica neoliberal que nos empuja deprisa, que impone gozar sin límites y que desdibuja el tiempo de la esperanza y del contacto con los semejantes y la naturaleza; pongamos en marcha aquel reloj que siempre marcó las cinco en punto de la tarde, para Federico García Lorca, cuando de Tánatos se trataba:

(…) Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde.

La culpa, como interroga Víctor Hugo, la responsabilidad de estas terribles cinco de la tarde, cae del lado de la pulsión a la destrucción propia y ajena de la condición humana. Estamos advertidos. Hay una responsabilidad en los espacios de lo común por mantenerla a raya. Hay que saber qué hacer con aquello que se opone a ser integrado en el circuito de la mercancía y que constituye lo más particular de cada cual. Saber hacer con esa universalidad fallida, precaria e incompleta, pero de la que todos podemos dar un testimonio que constituye lo “Común”; un lugar para el encuentro de nuestras soledades, sostenidas por unas políticas humanistas; una dignidad al punto de elevación de Protágoras –el hombre y la mujer es la medida de todas las cosas– desposeyendo la frase de delirio narcisista; un lugar para las artes, donde la aportación al mundo del hombre se asemeje a la armonía alcanzada por los antiguos griegos. Mirar el ideal de la belleza. Que nos sirva aquella armonía clásica como inspiración, como una guía que equilibre los conceptos de la bondad, belleza y verdad. Que todo esto nos interrogue sobre qué hubo y si puede haber otro modo de hacer; con la ética, el conocimiento y la experiencia subjetiva de la que hablaba Kant. Un saber hacer nuevo que conjugue y nos emancipe de tiranías auto impuestas e impuestas. Sin ceder, atentos, constituidos y constituyentes, la pulsión de muerte es silenciosa. Nos debemos y sobre todo les debemos, a los que vendrán, todo el cuidado y la atención para que esa metáfora de la armonía humanista clásica no acabe en una suerte de mercado de la carne donde una vale lo que su fuerza cautiva le permite entregar al amo, donde los cuerpos moribundos, enfermos y ancianos no tendrían cabida en la ecuación coste-beneficio de que también y tan-bien articularon los nazis. Cuatrocientos gramos de sopa repugnante era la x resuelta de coste-beneficio de un cuerpo para el trabajo. No hay mucho más que decir de aquella primera propuesta neoliberal. Hoy muchos se preguntan cómo ocurrió en Alemania, mientras niegan la asistencia sanitaria a sus compatriotas europeos en una crisis de salud sin precedentes. Sí, sucedió justo de ese modo.


Hay que estar muy atentos. La pulsión silenciosa, la de las cinco de la tarde, se abre paso en Alemania y en otros países, 80 años después entre semblantes alternativos y comida orgánica. ¿Fue sólo un cambio estético, momentáneo? ¿Fue el diezmo a pagar por arrasar Europa y cosificar los cuerpos, sin más vocación de perdurar que esa? ¿Hay algo que se nos impone como sujetos, como es ese empuje a la muerte? De cualquier modo, sólo nos queda persistir para que no vuelva a suceder, como único modo de suspender la imposibilidad. El reverso, lo peor que nos mueve, como aquello que “no cesa escribirse”, si no podemos acabar con ello, si podremos estar muy atentos para construir un paradigma ético legal y social que pueda contener esta deriva perversa. En 1789 se dio buena cuenta de ello. Los sujetos al grito Libertad, Igualdad y Fraternidad, como significantes que los aglutinaron, les permitió constituirse como ciudadanos y no como súbditos. Se reconocieron como tales. Hubo una suspensión de la imposibilidad cuyo acto constituyente llega, a rastras, aún hasta nuestros días; en precario, ya atenuado su influjo. Demodé, si se quiere. Hoy la lógica del capital, se impone y triunfa.


La escisión de la nueva clase dirigente sin legitimidad, pero con el empaque y la presencia poderosa de su influencia se impone y se escinde. Mandan. Y dirigen gobiernos con los que no se comprometen ni se identifican. Los Estados nación hoy no significan nada para el capital y apenas para sus ciudadanos abandonados, por el triunfo anti-humanista del capital, cuyo único compromiso es con la rentabilidad. Hemos entrado en una fase oscura de la historia donde los mega ricos buscan su escisión total de personas y países. No hay compromiso. El pueblo está solo, el Estado los abandonó. Los sujetos estamos más solos que nunca, frente a un enemigo desdibujado. Ni siquiera sabríamos dónde ir a buscarlos para pedirles que rindan cuentas. Es un despropósito. El capital ha impuesto sus reglas y los gobiernos desposeídos de dignidad, de la dignidad que le otorgan los ciudadanos en tanto en cuanto son sus representantes, se arrastran y pelean de un modo miserable suplicando ahora, demasiado tarde, respiradores para su gente, para los enfermos. Es el mercado, nos decían no hace mucho. El ciudadano desposeído de su ciudadanía y constituido como consumidor consumido. ¿Qué esperábamos? Estábamos advertidos, sabíamos quiénes éramos para el sistema. Nos avisaron, no les importó desahuciar a nuestros abuelos e hijos, no les importará dejarlos morir tampoco. No habrá milagro, somos los que fuimos porque no hicimos lo que debimos. No hay más. La única fuerza con la que contamos es la puesta en práctica de políticas de lo común, y perseverar, estar atentos, no ceder, nunca ceder. La propuesta capitalista hará negocio de todo lo que desprotejamos, siempre. No cesa y nunca cesará si no introducimos límites éticos. Es la única salida que se vislumbra cuando no tenemos un plan post capitalismo.


Sólo las políticas de lo común, puesta en acto del deseo de cada cual, generan condiciones de vida para garantizar la dignidad de la existencia, y las de el proyecto de vida de cada cual. De un modo radical garantizan los cuidados, también de la naturaleza, y protegen los diferentes modos, siempre sin reglas, en que los sujetos-ciudadanos pueden amarse. En definitiva, se trata de salir de la dualidad infernal y destructiva de consumidor-consumido. No callar. “El acto de callar dice algo, no libera al sujeto del lenguaje, por el contrario, el silencio habla e infiltra goce”. Es el mutismo de la pulsión del que hablaba Freud. Callar significa permanecer inmóvil ante la imagen obscena del saqueo al que estamos siendo sometidos. Callar significa…

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde (…)

«La cogida y la muerte», de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935). Federico García Lorca.


Bibliografía

García Lorca, F., «Antología poética», en Aderson, A. (Selección). Edición cincuentenario. Anel, Granada, 1986.
Lacan, J., Seminario 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 1997.
Ariño, A. y Romer, J., La secesión de los ricos, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016.
Alemán, J., Capitalismo. Crimen perfecto o emancipación, NED Ediciones, Barcelona, 2019.
Miller, J.-A. (dir.) y Briole, G., Un real para el siglo XXI: Silencio, en Lijtinstens, C. (autora). Grama ediciones, Buenos Aires, 2014.