Fantasma: respuesta estándar

Por Sergio de Mattos.
Traducción de Susana Schaer.



El fantasma es un Know How [1]

Para los psicoanalistas de orientación lacaniana, el fantasma es una respuesta que aparece siempre que estamos delante de lo desconocido. Uno de los nombres que damos a esto desconocido es el deseo del Otro. ¿Qué quiere el Otro de mí? ¿Che Voi? Tal es la pregunta que el diablo del escritor Jacques Cazotte – en la ficción “el diablo enamorado”- hizo humildemente a Álvaro de Maravillas, tras ser invocado, apareciendo como una horrible cabeza de camello cuando salía del agujero de la cisterna. En respuesta a la pregunta, Álvaro retruca: “¿Y qué es lo que usted pretende, imprudente criatura al mostrarse con esta forma tan espantosa?” La cabeza de camello responde entonces humildemente a la pregunta del sujeto: “Maestro, ¿bajo qué forma he de presentarme para serle agradable? ¿Cómo me quiere? La historia sigue, el diablillo toma la forma de una bella mujer, Biondetta, de quien Álvaro estaba enamorado. Pero el final no es precisamente feliz, se trata de un impasse insoluble.

Así, lo que llamamos deseo del Otro – Cómo me quiere-, dice en verdad, en la figura de ese diablillo, la incapacidad de tener desde el lenguaje una respuesta para todo. Respuesta para orientarnos tempranamente en nuestras vidas como, por ejemplo, sobre lo que deberíamos ser para ser deseados y amados por nuestra madre. Encontrar esa respuesta, es muy importante para una criatura que, como nosotros, vivientes parlantes, que nacemos desamparados de programas biológicos que podrían orientarnos y habilitarnos tempranamente para la sobrevivencia. Quien haya frecuentado una granja en su infancia sabe de lo que estoy hablando. Un ternero, casi inmediatamente después de salir de la placenta, se balancea, queda de pie y busca luego su primera mamada. Es a ese tipo de comportamiento eficiente, “pre- concebido” por la madre naturaleza, que llamamos instinto. El instinto es para la ciencia de la vida, ese programa previo, un saber almacenado en el ADN, que sabe cómo hacer para vivir, para alimentarse, para defenderse, para reproducirse. Pero no es eso lo que acontece con nosotros. Somos los seres más desamparados de este planeta y por eso los más creativos y más destructivos. Tenemos que encontrar respuestas a partir de un lenguaje que nos llega de nuestros cuidadores más próximos, de sus gestos, de sus palabras que con el tiempo vamos aprendiendo a interpretar, justamente para tomarlos como ese soporte vital que nos falta. Donde falta el instinto como soporte es preciso el amor que nos enlaza. No podemos existir en el mundo humano -humano porque provenimos del humus, de la tierra-, sino a condición, de una tierra que se vea plantada con palabras ¿Dónde entra allí lo que llamamos en psicoanálisis el fantasma? Bien, podemos decir que el fantasma es también una especie de sustituto psíquico, programación mental ante la ausencia de programación instintual.

Entra el fantasma, siempre que no tenemos una respuesta, donde hay una ausencia de garantía. Se trata de una respuesta estándar, hand-made, pronta para ser usada. El fantasma es un Know How, un saber hacer de un cierto modo fijo con aquello que no se sabe. Los analizantes nos dicen “no puede ser, siempre hago la misma cosa, siempre me relaciono con el mismo tipo de mujeres/hombres”. Puede ser también un saber hacer para no relacionarse con nadie. De este modo, estos sujetos permanecen sin condiciones para saber hacer lo que es justo para cada ocasión. Esto es, frente a la contingencia, el azar, lo nuevo, no son capaces de responder de forma creativa.

Dícese que una mañana, una monja budista fue a visitar a un Maestro Zen Chao Chou, preguntándole cuál era el significado del misterio más profundo de todos los misterios”. Chao Chou le pellizcó las nalgas como respuesta, la monja se indignó mucho ante aquel comportamiento descarado.

¿Todavía tienes eso en mente? Exclamó la monja.

No – gritó el Maestro – ¡¡¡Eres tú quien todavía tiene esto en mente!!!

El fantasma puede, por tanto, determinar nuestra comprensión de manera tal que siempre se escuche lo mismo y que en su labor, el analista incurra en el error de interpretar el inconsciente del analizado según su propia fantasía. Así, es imprescindible que aquel que se coloca en el camino de conducir tratamientos, realice un análisis buscando ser liberado lo más posible de este Know How. En una cura es preciso construir, cercar, dar un nombre, percibir la escena de ese teatro interior y atravesarla, siendo esta una de las coordenadas para pensar el término de un análisis.

Vale rescatar para el campo del psicoanálisis, tal como lo hizo Lacan, la noción de prudencia, ese modo de tratar con fineza y fluidez cada situación de la que no se puede extraer ninguna ley u orden que sea válido para todos. Por eso, en el caso de un psicoanálisis, los protocolos siempre se muestran fallidos.

Lacan en diversas ocasiones se sirve a lo largo de su enseñanza de la noción de prudencia. Lo hace especialmente en referencia al Jesuita Balthazar Grácian, en su libro más conocido, “El arte de la Prudencia”, compuesto de 300 aforismos.

Para Gracián comportarse de ese modo depende de otra noción, de un je-ne-sais-quoi, expresión que podemos traducir como “Un no sé qué”. Ella es utilizada cuando alguien desea explicar algo que es inexplicable, o sea, cuando algo o alguna cosa llama la atención, se destaca, pero nadie sabe exactamente lo que es. Ser prudente, depende de estar abierto a ese “Un no sé qué”.

Cazadores de fantasmas

Es por eso que Freud nos orienta a tomar cada caso como si fuera el primero. Un caso se define por ser justamente algo que está fuera de una generalización, de una fórmula que sirve para todo. La fórmula de la gravedad sirve para todos los objetos que caen. Pero en psicoanálisis, el caso Dora, no es el caso Elizabeth, ni el del hombre de los lobos. Si Freud da un nombre a un caso, es para designar justamente que es un caso singular.

En el curso de un análisis somos un poco como cazadores de fantasmas, nuestra arma o trampita es el dispositivo analítico: las palabras, la transferencia y la lógica de la dirección de la cura. En una entrada de análisis ¿por dónde está el fantasma?

1) Un análisis comienza con un cambio. Alguien transfiere a otro con palabras lo que se decía a sí mismo, pasa a compartir lo más íntimo de sí mismo. Antes que nada, la transferencia es una transferencia de palabras. 2) Para que haya esa comunicación es necesario que haya confianza. Esta confianza es de inicio, imaginaria. Cuando no hay esa confianza, es preciso suscitarla. 3) A partir del momento en que el sujeto se pone a hablar algo puede ser enganchado: una palabra, una relación entre cosas de la vida que nunca fueron vistas y que producen un enigma “¿Qué quiere decir esto?” “Nunca había visto las cosas desde ese punto de vista…”. Esto desencadena un funcionamiento interpretativo, todo pasa a querer decir otra cosa. Cabe aquí al analista, favorecer la suposición de que, esas nuevas conexiones, lo llevarán a tratarse, en el devenir de un análisis. Es a este funcionamiento que nosotros llamamos Sujeto supuesto Saber.

Algo se engancha

Un hombre comienza su análisis por causa de la decadencia de su vida conyugal y profesional. Tiene apariencia descuidada, se quita los zapatos y las medias cuando entra al consultorio, ello a pesar de poseer una formación superior y contar con medios económicos para tener éxito. Me relata con satisfacción que es muy querido por amigos que lo apodan J. Ganga. Le pregunto qué es Ganga. Él me responde: algo bueno, que les gusta a las personas. Le digo que no era nada de eso –yo tenía una idea de qué era esa palabra-. Tomo el diccionario y le leo: “Materia que se extrae de una mina junto con otros materiales inútiles y que no sirve para nada. Cosa que se adquiere por menos precio o esfuerzo que el que corresponde”.

J., percibe que estaba colado a este nombre durante toda su vida. Comienza a relacionar este modo con que se lo nombraba con una serie de comportamientos y posiciones que asumía en la vida, como un desecho, borracho, sucio, sin éxito, involucrándose con mujeres de un nivel social muy inferior al suyo. A partir de allí se interesa por esa cosa extraña vinculada a palabras de su historia que parecían haber dominado su vida.

Un análisis, nos dice J.A.-Miller [2] , comienza como una formalización, lo que era amorfo, pasa a poseer una morfología. Cuando invitamos a alguien a hablar hacemos que su amorfo adopte una estructura, se distribuye en elementos que se ordenan y muestran relaciones de causalidad, funciones, etc.

Localizando un punto de goce

Si un análisis se extiende, las revelaciones se vuelven más escasas, o incluso desaparecen. Surge lo más radical que tenemos en mente y que pellizca nuestro cuerpo. Se trata ahora de un régimen completamente diferente. Es la revelación sustituida por la repetición. Momento difícil para la transferencia. La verdad buscada muestra su cara libidinal. Estamos allí, en la transferencia pensada como actualización de la realidad sexual, donde no hay la relación sexual tropezamos con pedazos de goce. Adviene una cierta inercia, es el momento en que algunos analizantes dejan sus procesos con la esperanza de encontrar con un nuevo analista un nuevo período de revelaciones.

R. hace de su agresividad generalizada un síntoma analítico. En sueños, las relaciones sexuales agresivas con las mujeres, revelan un punto de fijación, una dimensión libidinal en juego. P. se enorgullece de su herencia: una familia que proviene de la región de Jagunços [3]. P. en su modo de ser se identifica con un Jagunço: pelea todo el tiempo y quiere hacer justicia, no tiene pelos en la lengua. Entre tanto, cuando un día se dispone a relatarme que, durante una crisis de celos se controló para no pelear, me dice “Hice el mayor esfuerzo para no abofetearme en la cara». Pregunto: “abofetearse ¿qué quiere decir eso?” Justifica el error en el hecho de que habla varias lenguas, pero señalo que en este contexto era significativa esta forma de decir. Le digo que encuentro que él no es de hecho un jagunço de verdad, que lo que lo mueve es abofetearse a sí mismo, “¡hacerse abofetear!” Él lo confirma diciendo que había leído en su cuaderno de notas una pregunta sobre si la motivación real de ciertas cosas que hacía, no era justamente para “irse a la mierda”. Aquí aparece algo que no es del orden del significado, sino de un sentido que toca su cuerpo: irse a la mierda, es lo que toca como un modo de goce. En el transcurso de un análisis lo que sabemos del inconsciente, del funcionamiento de este programa, se reduce a un saber sobre un programa de goce dirigido por las marcas hechas, por las palabras que impactan de una historia. En este momento del análisis ya no se esperan grandes revelaciones, sino la retirada de la libido de esos significantes, S1, que dejaron una marca de afecto.

Fantasma y objeto mirada.

M. presenta un miedo insistente y perturbador a morir, a enfermarse y una timidez que se interpone en el camino de su vida. Porta rasgos de extrema organización, limpieza y control. Su historia está marcada, desde el nacimiento, por el miedo de la madre de que ella muriese. Recuerda la mirada de su madre, como la de alguien que buscaba una enfermedad mortal. A lo largo del análisis se depuraron algunos recuerdos fundamentales que se articulaban a sus síntomas. 1) Está en la cama de los padres, observa una relación sexual debajo de las sábanas. Queda trastornada, tiene rabia del padre, no sabe qué hacer. Permanece paralizada. 2) Está en la cama con la madre, tapada por las sábanas se toca sexualmente, pero está atenta y preocupada por la mirada de la madre. 3) Está en la cama enferma, su madre, en la cabecera la cuida y dice “¡Oh hija mía, no sé qué más puedo hacer por ti!» En este recuerdo, se ve a sí misma como estando fuera, se ve en la cama como muerta siendo velada por su madre. Con el inicio de la pandemia, interrumpe el tratamiento, la presencia del cuerpo era para ella muy importante en el proceso. Tras un tiempo retoma las sesiones, la situación pandémica hacía aparecer fuertemente todos sus miedos recrudeciendo todo su arsenal de perturbadoras defensas obsesivas. Acepta con la condición de que, durante la video llamada, la vea por la pantalla, manifestando que no precisa verme, pero sí que yo la vea.

Aquí la mirada se sitúa como un espacio privilegiado alrededor del cual gira la vida psíquica del sujeto, como condensador de una satisfacción que ordena su vida.

En el transcurso de este análisis M., se da cuenta de que, si bien por un lado esta mirada la enferma, por otro, le da un lugar ante su madre, quien la dejaba muy sola a lo largo del día. Este lugar podría recibir un nombre, como el enunciado de una fantasía fundamental: “Velada por la madre”, con las ambigüedades que vienen allí a resonar: esconder, cubrir, cuidar, morir. La dirección de este tratamiento apunta aquí a separar este sujeto de este objeto con el que ella se identifica, deslibidinizar esta conexión mirada-sujeto. A esa separación Lacan nombra, travesía del fantasma. M. siente miedo a enloquecer, estuvo sintiendo odio de todo y a todos –lo que es una buena noticia, pues antes lo mal “mirado” siempre venía del Otro. Me cuenta que encontró en un baúl algunos antiguos poemas en los que percibe que ya estaban allí sus dificultades; le digo que me gustaría verlos, lo que va en el sentido contrario a esconder, velar, etc.

Ella me envía sus escritos y de inmediato un mensaje: había sido tomada por una crisis de rabia, al pensar que yo quería leer sus poemas, solo por un manejo profesional. Esta idea le revela, sin embargo, que en verdad quiere que el Otro la vea. Su ira es por no ser vista, “verse muerta” no dejaba de ser un modo de ser vista, aún de esta forma.

M. ha tenido recientemente importantes sueños que señalan por donde hacer una travesía. Se observa un efecto de vivificación en este cuerpo, una nueva vibración. Hay una cierta separación de aquella mirada que la localizaba al precio de sentirse muerta. Aún no es posible saber cómo este proceso de análisis seguirá su curso, pero se nota que M. va por la vida más viva.

Notas

[1] La idea del fantasma como un Know How, es de Fabiám Naparstek, em su libro, “El fantasma, aún. Grama ediciones.

[2] Miller J-A. Sutilezas analíticas. Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alaim Miller. Paidós.

[3] Jagunço es el nombre dado a hombres rústicos y poco instruidos, que están al servicio de grandes agricultores del pasado, eran guardaespaldas de esos grandes propietarios, andaban armados y mataban como parte de su trabajo.