Huellas de lo traumático en la sexualidad

Por Esperanza Molleda

Podemos entender la sexualidad como una elaboración subjetiva, ya bastante avanzada, a partir de los primeros encuentros traumáticos con lo real del goce. Estos encuentros con lo real, junto a la interpretación que de ellos va pudiendo hacer el parlêtre, dejan surcos, susceptibles de ser convertidos en vías de goce sexual. Se trata de un trabajo subjetivo, producto de procesos que permanecen desconocidos para el sujeto, que solo pueden ser fragmentariamente construidos por la mediación de un análisis y siempre en la modalidad de la verdad mentirosa.

Catherine Millet ha escrito tres libros en los que su intención era hablar acerca de “cosas que no habían sido jamás dichas o en todo caso que no habían sido escritas y publicadas de esa manera” [1]. En La vida sexual de Catherine M. (2001), trata “de sacar a la luz el máximo de situaciones y sensaciones eróticas experimentadas por mi cuerpo” [2]. En Jour de souffrance (2008) escribe sobre el goce desamarrado que atraviesa su cuerpo y su subjetividad cuando descubre las relaciones de su partenaire con otras mujeres; un sufrimiento que pone en crisis el ideal de sexualidad abierta y libre que se había forjado sobre sí misma. Por último, en Une enfance de rêve (2014), relata su infancia, nos descubre las condiciones fundantes del sujeto, sus experiencias de cuerpo, sus encuentros con lo traumático, con lo gozoso y las invenciones que la pequeña niña va haciendo. Si bien ya había escrito anteriormente varios libros como crítica de arte, el inicio de la escritura testimonial fue el colofón de su experiencia de análisis iniciada precisamente a partir de la crisis que relata en Jour de souffrance. Gracias a esta escritura, podemos extraer un saber acerca de cómo, a partir de acontecimientos en los que se fraguó el goce troumatico, hay todo un trabajo del parlêtre para “domesticar” este goce e incluso llegar a formarse una suerte de ideal de sí misma que la orientará por largo tiempo en la sexualidad.

Efectivamente, Catherine Millet construye un ideal de vida sexual libre a partir de la difícil relación que mantenían sus padres, particular versión del “no hay relación sexual” de la pareja parental, en la que las discusiones y las peleas con golpes físicos eran algo habitual, y en la que a pesar de mantener la convivencia, cada uno de ellos mantenían relaciones con otras personas abiertamente: “Está claro que si yo tuve esa vida sexual tan libre fue porque nunca estuve entrabada por principios morales que me hubieran inculcado en mi educación. La cosa se explica porque mis padres vivían bajo el mismo techo, pero con una vida amorosa y sexual por separado, lo que creaba muchos conflictos. Y no se escondían delante de sus hijos. Yo veía a mis padres discutir y hasta pegarse, lo que me hacía sufrir, como todo niño sufre al ver a sus padres desgarrándose. Pero, finalmente, creo que me hicieron un favor. Me expusieron, no me mintieron sobre lo que era la vida, no me dieron ninguna explicación, me mostraron la realidad de la vida” [3].

En el núcleo de esta elaboración encontramos el impacto troumatico en el cuerpo ante la violencia entre sus padres. Escribe en Une enfance de rêve: “Nunca me habitué. El ruido de la disputa actuaba como una gota de agua sobre un pergamino. Toda la casa se retraía, mi atención se dirigía al punto de choque, mis sesos e incluso mis músculos se encogían poseídos. A la edad que yo tenía, la violencia no tenía grados, yo no percibía más que sus manifestaciones, ni las hipocresías, ni los pequeños apaños, ni las estrategias inconscientes que constituían el mar de fondo y que la habrían relativizado” [4]. Alude concretamente a la marca del terror en el cuerpo que quedó grabada en su memoria ante una de esas peleas entre su padre y su madre en la que su abuela la empujaba a intervenir: “Recuerdo sobre todo mi terror mientras atravesaba el cuarto dirigiéndome al amasijo indiferenciado de gritos y de golpes” [5].

¿Cómo construye algo la pequeña Catherine a partir de ello?

Nos interesa la idea de escabel que Lacan elabora a partir de su trabajo sobre Joyce [6] y de la que Miller nos habla en Piezas sueltas en los siguientes términos, a partir de un acontecimiento en el cuerpo que se vuelve síntoma encontramos “un sujeto que lejos de hundirse en él, de ser esclavizado por él, tiene esa libertad de maniobra, ese margen que le permite construir con ese síntoma lo que en otro lugar Lacan denomina su escabel, es decir, el pedestal sobre el cual ponemos algo bello” [7].

Podemos leer la manera que encontró Millet para hacerse un escabel a partir de este encuentro con lo troumatico. Introdujo primero una diferenciación fundamental, una cosa eran las discusiones y el que cada miembro de la pareja parental llevara su vida por su lado, y otra cosa era la violencia real entre ellos. Tenía una relación muy distinta con cada una de esas partes: “Si yo hablaba de buena gana de sus discusiones, de su infidelidad, era muy discreta sobre el hecho de que se pegaban” [8]. De un lado ponía aquello de lo que se puede hablar, de otro lado quedaba aquello de lo que es difícil hablar. Precisamente así diferencia Miller el escabel del sinthome: “El escabel está del lado del goce de la palabra que incluye el sentido. Por el contrario, el goce propio del sinthome excluye el sentido” [9]. Efectivamente, el hecho de que algo pueda ser puesto en palabras permite una circulación de sentido, una elaboración de saber que ayuda a que el ser hablante en cuestión pueda construirse su pequeño pedestal. Así nuestra autora pudo transformar todo aquello que lograba poner en palabras acerca de lo que ocurría en la pareja de los padres en un “saber” que la sostenía en las relaciones con los otros: “yo había vivido aquellas peripecias de una forma jactanciosa: me prestaban una singularidad de la que alardeaba, un “saber”, sobre la existencia del que hacía uso en el patio del recreo” [10].

Otro matiz diferenciaba ambos aspectos escindidos: “Sus vidas independientes la una de la otra permanecían para mí como abstracciones, mientras que los golpes los veía y en ocasiones recogía los contragolpes” [11]. Hay un margen de no saber acerca de las vidas que hacían sus padres, cada uno por su lado, que abre un vacío que Catherine podrá llenar con su propia versión de la sexualidad libre, reinventando con sus partenaires el “cada uno por su lado” de su versión de la pareja parental. Mientras que, por otro lado, la inmersión muy directa de su cuerpo y de su subjetividad en la violencia real no dejaba ningún vacío, queda como marca real troumática en el cuerpo sobre la que nuestra autora realizará otro trabajo.

A la violencia física en la pareja parental se sobrepone la violencia física que Catherine Millet sufrió de manos de su hermano durante toda la infancia, pero que significativamente terminará en la preadolescencia: [12] “Philippe era violento y, desde muy temprana edad, me atiborraba a puñetazos y patadas y yo me defendía como podía” [13]. No se trataba solo de los golpes en el cuerpo sino, sobre todo, de la imposibilidad de encontrar un sentido a esos golpes lo que sacudía el cuerpo de la pequeña Catherine: “Sin embargo, el sentimiento de abatimiento derivado de su carácter intratable me ha marcado más que las palizas de puñetazos en la cabeza y de patadas propinadas en las pantorrillas” [14].

Hay todo un trabajo de elaboración por parte de la joven Catherine para hacer de esta violencia cuerpo a cuerpo en la pareja parental y redoblada en la relación entre los hermanos algo que pudo elevar a la dignidad de la sexualidad. Justo en el momento de la preadolescencia, cuando terminan los golpes de su hermano, Catherine inventa un juego que hace de transición entre las palizas familiares y el incipiente encuentro con la diferencia sexual y con el empuje sexual en el cuerpo con sus compañeros. Así se explica la autora la invención del juego en cuestión: “probablemente (…) porque lo que se comenzaba a tramar entre los chicos y las chicas me daba miedo, aunque por supuesto no lo sabía. (…) (H)abía uno [un juego] que consistía pura y simplemente en luchas de tres o cuatro sobre el parquet de mi habitación (…). La lucha consistía en una suerte de judo salvaje, no nos dábamos golpes, solamente teníamos que controlar al oponente, doblegarlo y mantenerlo en el suelo” [15]. Es revelador que Catherine Millet especifique que estas peleas tenían lugar “en el cuarto que compartía con mi hermano” [16]. Por otro lado, el carácter sexual de este juego quedará recalcado por la negación: “Puede ser que los chicos tuvieran segundas intenciones cuando me sujetaban encima de mí. (…) Por mi parte, yo no las tenía” [17]. De hecho, en La vida sexual de Catherine M., sus primeras fantasías masturbatorias se verán asociadas por contigüidad con este juego [18].

Por otro lado, llegados los dieciocho años de nuestra autora, un nuevo acontecimiento relevante de violencia sobre el cuerpo se producirá. Volviendo a casa después de haberse ido para tener sus primeras experiencias sexuales, sin mediar palabras se encontró con los golpes de su padre: “No había tenido tiempo de meter mi llave en la cerradura, cuando la puerta se abrió sola, fui arrastrada por la mancha. (…) Un diluvio de bofetadas cayó sobre mi cabeza. Me daba con las dos manos, de cualquier manera. Yo me cubría con mis brazos sin luchar. Él no habló, yo no grité, éramos dos obreros que conocíamos perfectamente la tarea y los movimientos se encadenaban sin que tuviéramos necesidad de decir nada. Nada es más difícil de imaginar que el dolor, y a nadie le gusta hacerlo, así que no lo reconocemos y desaparece en un primer momento por la estupefacción. (…) Los golpes con la palma de la mano que me alcanzaron las sienes me aturdieron. Acurrucada en el suelo, recibí aún las patadas en la carne de las nalgas. Jamás antes mi padre me había pegado. (…) Al levantar la cabeza la vi, a ella [su madre], que retrocedía en el pasillo. Tenía la mirada relativamente inexpresiva, solo los labios un poco fruncidos” [19]. Para elevar este nuevo encuentro con lo troumático de los golpes en el cuerpo a la dignidad de la sexualidad nuestra autora recurrirá a una interpretación sexual y tramada por el argumento edípico: “Si Louis [su padre] se hubiera tomado el trabajo de mirar la escena, de la misma manera que un historiador del arte que para comprender una imagen se deja llevar por otras imágenes que relaciona, (…) habría visto que la joven que replegaba su cuerpo tanto como podía para ofrecer la menor superficie posible a la paliza era casi la misma que la que él se llevó a Italia, casi treinta años antes a unas vacaciones de amor (…). Las dos, madre e hija, en la primera oportunidad de sus vidas, no hicieron más que responder al instinto que guía a los seres humanos, una vez que llegan a la pubertad, para buscar el marco particular, ideal y secreto para sus descubrimientos sexuales” [20]. La interpretación fantasmática que da a la paliza del padre, superponiendo el encuentro de la sexualidad de la pareja parental a su propio encuentro con la sexualidad y teñida de la clásica erotomanía que ya Freud detectó en los relatos de sus pacientes en Pegan a un niño: [21] “Si me pega es porque me ama” ayuda en la escabelización de ese goce opaco y sin sentido de los golpes del Otro sobre el cuerpo.

Estas distintas líneas de elaboración de la violencia directa sobre el cuerpo producirán un surco de goce sexual en su futura sexualidad, y Catherine Millet encontrará el gusto de hallar su cuerpo vapuleado en las partouzes como un vestigio de ese goce que se inscribió a partir de las prematuras palizas infantiles de su hermano y del efecto en el cuerpo de ser testigo de la violencia real entre sus padres. Podemos hablar de cierta sublimación de la marca que este goce dejó, en la medida que no se trataba de violencia, de golpes, en lo que encontraba el goce sexual, sino más bien en la experiencia de ser un amasijo de carne entre los otros cuerpos.

Podemos ver como hay todo un trabajo del parlêtre sobre las marcas del goce troumático para elevarlo a la dignidad de la singularidad de la sexualidad de nuestra autora. Pero es un trabajo que corre el riesgo de desmoronarse en el encuentro con lo real: “El efecto de lo real, cuando regresa, es levantar el velo de lo simbólico que está sobre un pedestal, es ver que debajo no hay más que un escabel algo inestable, que no vale un comino” [22]. Esto es lo que le ocurre a Catherine Millet cuando en su relación de pareja se encuentra con la constatación real de la no relación sexual que el ideal de sexualidad libre no logra suturar, como sí sucedía cuando se trataba de encuentros en los que no formaba pareja. En su libro Jour de souffrance, Catherine Millet dará cuenta de los devastadores efectos en el cuerpo y en la subjetividad del goce desamarrado del escabel que había construido a en su infancia y juventud de “ser la más liberada de todas” [23].

En este momento, nuestra autora recurrirá al análisis, análisis que se cerrará precisamente, como decíamos, cuando decide iniciar el trabajo de escritura testimonial. La escritura testimonial se convierte entonces, gracias al análisis, en la puntada final estrictamente necesaria para que nuestra autora pueda hacer del goce troumático un verdadero escabel que le permite extraer “de ese acontecimiento singular, de ese traumatismo contingente y que no se parece al de nadie, de ese acontecimiento que afecta en su singularidad a cada parlétre (…) una lección, una lección que valdrá para los otros, que se apropiarán de ella, (…) algo que puede ser llamado bello [24].

Notas

[1] Brousse, M.- H., “Conversation excepcionelle avec Catherine Millet en Wiels”, Quarto nº 103, Revue de Psychanalyse, Bruxelles, janvier 2013, pág.66.


[2] Millet, C., Celos. La otra vida de Catherine M., Barcelona, Anagrama, Panorama de narrativas, 2010, pág. 48.

[3] Jurado, M. C., Entrevista a Catherine Millet, 27 de octubre de 2015, disponible en:

http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=195183

[4] Millet, C., Une enfance de rêve, Paris, Flammarion, 2014, pág. 88.

[5] Ibid., pág. 91.

[6] Lacan, J., “Joyce el Síntoma”, Otros escritos, pág. 591-597.

[7] Miller, J.- A., Piezas sueltas, Buenos Aires, Paidós, 2013, pág. 21.
[8] Millet, Une enfance…, op. cit., pág. 88.

[9] Miller, J.- A., “El inconsciente y el cuerpo hablante” disponible on line en: https://www.wapol.org/es/articulos/Template.asp?intTipoPagina=4&intPublicacion=13&intEdicion=9&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=2742&intIdiomaArticulo=1
[10] Millet, C., Celos, op. cit., pag. 182.

[11] Millet, C., Une enfance…, op. cit., pág. 89.

[12] Ibid., pág. 167.

[13] Ibid., pág. 88.

[14] Ibid., pág. 166.

[15] Ibid., pág. 193.

[16] Millet, C., La vida sexual de Catherine M., Barcelona, Anagrama Compactos, 2016, pág. 43.

[17] Millet, C., Une enfance…, op. cit., pág. 194.

[18] Millet, C., La vida sexual…, op. cit., págs. 42-43.

[19] Millet, C., Une enfance…, op. cit., págs. 40-41.

[20] Ibid., pág. 42.

[21] Freud, S., “«Pegan a un niño». Contribución al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales”, Obras Completas, volumen XVII, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1992, pág. 184 y ss.

[22] Miller, J.- A., Piezas sueltas, Buenos Aires, Paidós, 2013, pág. 268.

[23] Millet, C., Celos, op. cit., pág. 196.

[24] Miller, J.- A., Piezas sueltas, op. cit., pág. 48.