“La ansiedad que no cesa”, un viaje literario

Por Roxana Graciela Rojas

El libro propuesto para esta reseña es La ansiedad que no cesa, de Fernando Martín Aduriz, publicado por la editorial Xoroi en 2018. Quizás la reseña llame la atención por la analogía propuesta: considero que, lejos de los formalismos, hay libros que resultan en un bello camino sobre un río de chocolate (adelante entenderá la referencia) que nos permite disfrutar de un viaje diferente; éste es uno de ellos, así al menos tomo la propuesta del autor.

Hubo algo que me llamó la atención de esta obra, su título –La ansiedad que no cesa-, pero no solamente por la ansiedad, sino por la segunda parte que conforma la frase: “que no cesa”, y resonó en ese momento el decir de la clínica: “es algo que nunca para, que parece que no va a pasar”. Decidí leerlo por la resonancia de sus palabras. La frase que marca el desarrollo del libro es “la ansiedad es el envoltorio de la angustia” y me fue imposible no imaginarme un caramelo misterioso del cual no sabemos el gusto hasta el momento de abrirlo y descubrir su sabor. Aunque en este caso, el caramelo es combinado y se encuentra formado por la angustia, el deseo y la falta y, en este punto, la angustia que genera que falte la falta, cuyo envoltorio visible puede ser la ansiedad, punto enigmático desde el cual Martín Aduriz nos invita a iniciar el recorrido.

Cada uno de los breves capítulos es como descubrir diferentes envoltorios o lugares. Esto me llevó a otra historia: Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl, en donde Willy Wonka va mostrando distintas puertas y salones. Inicialmente comenzamos el viaje con la búsqueda del billete dorado en algún paquete de chocolate, desenvolvemos uno tras otro paquete buscando ese billete casi como buscáramos una respuesta a la ansiedad; encontramos uno y, en ese momento, emprendemos el viaje de lectura. Lejos de los personajes, creo que en el texto uno se transforma en Charlie, en el invitado que sube al barco de caramelo y recorre un río de chocolate; es así que nos dejamos llevar a los distintos salones que nos propone el autor, sin saber lo que encontraremos en cada uno de ellos.

Esta “fábrica” se encuentra formada por catorce salones, en la entrada José María Álvarez, quien prologa el libro, nos la presenta y precisa: “el libro es actual, sencillo y breve”, lo considera como un texto cocinado a fuego lento, destacando así los años de experiencia del autor. Al pasar por las primeras páginas nos introduce de manera paulatina en los diferentes aspectos tomados por Fernando Martín Aduriz: desde cómo fue la lectura del libro, pasando por la descripción del hombre de hoy, esclavo de las comunicaciones y de la soledad, y cómo esta es solo interrumpida por la angustia y la ansiedad. Para cerrar esta presentación nos da las coordenadas del contexto en el cual se encuentra la obra y dónde debemos situarnos al leerla.

La primera puerta a la que nos lleva el escritor tiene por nombre “La ansiedad que no cesa”, donde nos marca que la ansiedad no se acaba ni en la cultura ni en quienes consultan, dándonos una pincelada de los cambios producidos en el siglo y sus efectos; sin embargo, destaca que la ansiedad ha subido a la categoría de síntoma, generando un cambio en la dirección de la cura. No obstante, el autor advierte en este capítulo que podemos caer en un engaño, la ansiedad sería solo la vestimenta, lo que envuelve. ¿Qué envuelve?, algo que solo se encontrará pasando una a una las páginas. Quizás la pista que ayude a sacar el envoltorio del caramelo sea que si la falta mueve el deseo, la falta de respuesta a esta pregunta es solo para mover el deseo de adentrarse en la lectura.

En este suave río de chocolate el autor nos invita a una segunda sala: “El envoltorio”, en ella nos dice que el envoltorio aparece en el cuerpo, a su decir “estamos ante los fenómenos corporales producidos por la angustia”. Enfatiza que el organismo más el lenguaje dan como resultado el cuerpo, donde uno, el lenguaje, permite la entrada al segundo, el organismo, que es quien se manifiesta. Dice en su relato que es imposible tener una cura para la ansiedad si no se desenvuelve el síntoma, si no se trabaja en descifrarlo para saber qué lógica encierra, qué oculta, qué esconde. Las sorpresas que puede esconder son impredecibles y, si pensamos un poco en el bello relato infantil, quizás sea como la niña del cuento que se transforma en una enorme mora azul, nunca sabemos qué puede pasar al final de la goma de mascar de sabores.

La tercera puerta en el recorrido trazado lleva por nombre quizás lo más escuchado en la clínica y lo que más temor genera: “El ataque de pánico”. En este recorrido el trabajo del psicoanalista se centra en decodificar las razones que llevaron a su aparición, presenta para ello un texto de Paul Auster y su vivencia con relación a los ataques de pánico. Anuda la propuesta con el funcionamiento de las identificaciones y cómo relacionarse con ellas, planteando, además, algunas alternativas posibles frente a la ansiedad que implican “captar lo que en el fondo está en juego”; para ello se aleja de la superficialidad, de aquellas alternativas presentadas o encontradas en lo cotidiano. El río nos lleva a la siguiente parada: calmar la ansiedad.

En el camino propuesto por el cuento infantil hay puertas, y también escotillas. La cuarta escotilla de este libro se titula “Calmar la ansiedad”. Sin duda en el recinto encontrará una multiplicidad de soluciones para “calmarla” -la ansiedad-, entre ellas hallará el exceso de comida o bebida, que responde, según las palabras del autor, al “descontrol de la pulsión oral”, el exceso de trabajo, el consumo de sustancias (incluidos los psicofármacos), el sexo y la práctica deportiva exagerada, formas de las cuales expone sus consecuencias; sin embargo, destaca una entre ellas: la escritura, que abre una posibilidad de trabajo en análisis. Sin duda, la imagen a la que remiten estas soluciones es la llegada a un bosque hecho de dulce, donde Willy Wonka solo da como indicación “tomen lo que quieran”, y es precisamente la manera en que se ofrecen estas soluciones -al por mayor, desbordantes- que el niño glotón de la historia es tragado como consecuencia de su pulsión oral, pese a las advertencias.

Salimos del bosque y nos encontramos con la quinta puerta a la cual nos dirige Martín Aduriz, es “La espera ansiosa”; donde declara: “La espera ha pasado a mejor vida. Ya nadie espera”, y partiendo de este punto coloca sobre la mesa sus distintos tipos: la espera ansiosa, tras de la que surge la angustia, introduciendo la idea del huésped desconocido y cómo esta espera afecta el cuerpo (lo podemos ver magistralmente descripto en la niña del cuento que quiere todo y lo quiere ya, tanto así que es llevada por las ardillas a un largo ducto de basura); la espera aburrida, que es un modo sin angustia, pero que debe usted descubrir abriéndose paso en el texto. Por último, la espera del enamorado, que es un puente a la puerta número seis.

Así, tras el puente encontramos la puerta seis que lleva el cartel: “Ansiedad y mal de amores”. Comienza con dos grandes autores, Gabriel García Márquez y Miguel Hernández. Hernández define el amor como una herida. Martín Aduriz sentencia que el sujeto de nuestra época sufre de mal de amores, en parte por la dificultad para aceptar la herida de amor. Desde este punto retoma a Lacan y a Barthes para cerrar magistralmente en lo que llama “la mala cura para el mal de amores”; luego de leerlas piense usted si alguna vez, quizás, tal vez, recurrió a una de ellas; son como caramelos ácidos. Pero para sacarnos este desagradable sabor de boca, nos presenta una dirección más saludable para el mal de amores; en este caso son dulces caramelos que le sugiero disfrutar de a poco.

Saliendo de la sala seis el autor nos invita a entrar a la siete, cuyo cartel anuncia misteriosamente: “La entrada: un huésped inesperado”. Al respecto, el escritor brinda la siguiente indicación: “La llegada de la angustia que despierta la ansiedad es como la llegada de un huésped desconocido”, a lo que agregamos lo inesperado, situando el dilema de que es lo familiar en lo extraño, que va acompañado de una serie de manifestaciones que irá usted descubriendo en cada página. Es la golosina misteriosa que genera efectos en el cuerpo y que no cesa de producirlos. La angustia nos es relatada de la siguiente manera: “Es un corte en la estructura simbólica” que se presenta como inesperado; es como ese sabor que no podemos definir, quizás es como un caramelo mexicano (si usted es de cualquier otro país) que probamos pensando que es dulce, pero resulta que además es ácido y picante a la vez, del cual no logramos definir su sabor, pero ahí está. Si tiene uno de estos dulces a mano lea este capítulo degustándolo lentamente y luego me cuenta.

La escotilla ocho es titulada “La prisa”. El autor, en una primera aproximación, nos presenta su lazo con la ansiedad y la angustia, a lo que suma el acting fuera de lo simbólico; la segunda aproximación la ubica escondida en el goce. Martín Aduriz define la prisa como algo de lo que echamos mano para enfrentar la angustia, para calmar la ansiedad. Sin duda, la escena de nuestro cuento que remite a ello es donde el padre de una de las niñas usa a los empleados de su fábrica para encontrar el boleto dorado entre medio millón de chocolates diciendo: “todo sea porque no le falte nada”, y se apresura a tapar la falta de manera rápida. El texto nos habla de la prisa para evitar la angustia y, de igual manera, se tapa la angustia de la niña. Se cierra esta puerta no sin antes advertirnos sobre dos prisas, la mala y la buena, y cómo se manifiestan en distintos tipos de sujetos. Nuevamente, léalo y trate de no reflejarse en ellos.

Cerrada la escotilla de la prisa aparece la puerta nueve, a la cual ingresan cada vez más personas, día tras día; su cartel de entrada suena prometedor: “Los juegos del ansiolítico”. Quien entra con prisa a este espacio puede que corra el riesgo de que no desee hacerse preguntas, logrando, como plantea el autor, un enlentecimiento forzado con todo lo que conlleva la adicción, llegando así a cortarse el lazo social. Esta sala puede parecer luminosa, clara y prometedora, con frascos de dulces de colores y caritas sonrientes, pero que al consumirlos simplemente las luces se apagan. Lúcidamente explicado, Martín Aduriz nos muestra un poco de esta realidad dando luz al juego escondido tras las promesas iniciales.

En la recta final nos damos cuenta que el barco de caramelo en que navegamos, como lo hace Charlie, lleva por número el diez y su nombre es “El viaje”. El capítulo precisamente se refiere a los viajes, a la ansiedad que ellos pueden causar y en el por qué se produce; en este viaje nos recita el poema Ítaca y acentúa la siguiente frase: “No tengas prisa en el viaje”, y el hecho de todo aquello que implica emprender el viaje llamado vida, sin prisa; imagine que va en ese barco y que el autor le lee pausadamente estas páginas.

La siguiente parada es la puerta once, “La página en blanco”, quizás la sala más misteriosa a la que accedemos. Es blanca. En ella el autor nos relata la angustia frente a que “cese de no escribirse algo”; la sala está vacía, es a la que se entra cuando se debe empezar de nuevo, sumado a la angustia que esto genera. La analogía que nos presenta es la de la página en blanco, para lo cual invita al diálogo a Miquel Bassols, quien escribe sobre ella. Es este espacio se menciona que la página en blanco y la espera se dan la mano en la ansiedad -continúe leyendo este capítulo y encontrará una interesante resolución por parte de los autores-. En nuestro cuento existía una sala blanca donde se podía entrar a otra realidad, quizás se trate de no sucumbir a la tentación de esta salida rápida y ver qué es lo que ocurre.

Próximos al final del recorrido nos encontramos con dos salones muy juntos, el doce y el trece, el primero de ellos se titula “La angustia, signo de deseo”; para hablar de ella retoma a Barthes y a Lacan en su célebre frase “solo el amor permite al goce condescender al deseo”; Martín Aduriz se pregunta sobre el significado de esta frase, respuesta que podrá encontrar al adentrarse en este breve capítulo. El segundo salón (el trece) es “La angustia, señal de lo real”; inicia el recorrido al decir que la angustia se encuentra enmarcada, emergiendo de lo inesperado, relacionada con lo sorpresivo y que siempre será angustia ante algo; pero no tema, continúe, las sorpresas se encuentran luego del ascensor de cristal como en el cuento.

Arribamos al término de este viaje: el capítulo catorce, “La ansiedad que no cesa”. Llegamos así al punto de salida, distinto a cuando entramos, de esta aventura literaria. El autor plantea una frase de Agustina Bessa-Luis, frente a la que afirma “(…) conversar en el dispositivo de un psicoanalista es conmover para desangustiar”. Desde este punto nos lleva a los poderes de la palabra, para lo que cita a Lacan en su correspondencia con una mujer religiosa y a Miller. Cierra con el enunciado “ese difícil arte de encontrar palabras que conmueven, que permitan un giro subjetivo (…)”. Ubica en ese lugar el espacio para el psicoanalista y para el sujeto como responsable de su ansiedad, donde lo importante es el uno a uno. Le recomiendo que lea estas páginas atentamente, dice más de lo que aquí describo.

El lector sale de esta obra como Charlie, con más claridad. Quizás aquello que no cesaba de no escribirse para Willy Wonka cesó en el momento de regresar a casa de su padre. Tal vez algo de su historia comenzó a escribirse.

Solo queda esto por decir: disfrute el recorrido.

Nota: Más allá de las luces y sombras que caen sobre Roald Dahl, se retoman el relato infantil, el recorrido y la relación con los problemas de la sociedad actual planteados por él.

Bibliografía

– Martín Aduriz, Fernando (2018). La ansiedad que no cesa. Madrid: Xoroi.

– Dahl, Roald (1964) Charlie y la fábrica de chocolate. México: Alfaguara.