La colección de antigüedades chinas de Freud

Por Eloísa García

Freud murió el 23 de septiembre de 1939 en su casa de Maresfields Garden, tres días más tarde fue incinerado y sus cenizas fueron depositadas en una de sus urnas griegas favoritas expuesta, hasta la actualidad, en el crematorio de Goderls Green. La pasión de Freud por las antigüedades le acompañó hasta más allá de su muerte.

Ese gusto por las antigüedades surgió en él desde su juventud. Ya durante su estancia en París para estudiar con Charcot en el Hospital de la Salpêtriere, entre octubre de 1885 y febrero de 1886, le escribió a su novia Martha Bernays, contándole sus impresiones sobre el Obelisco de Luxor, la Plaza de la Concorde y sus visitas al Museo del Louvre del que destacó las estatuas mediterráneas y del cercano Oriente, así como sobre la colección de antigüedades indias y chinas que Charcot poseía y que Freud calificó como “un museo”.

Freud, en un principio no pudo permitirse el lujo de comprar verdaderas antigüedades por lo que comenzó adquiriendo reproducciones en escayola de esculturas italianas como la del Esclavo Moribundo de Miguel Ángel. Con el tiempo, y al mejorar su situación económica, pasó a tener contacto con reputados anticuarios vieneses de los que adquirió la mayor parte de los más de 2.000 objetos que formaron su colección, mayoritariamente compuesta por esculturas egipcias, griegas y romanas.

Peter Gay escribe sobre el estudio de Freud en Viena: “Las presencias que más abundaban en las habitaciones de trabajo de Freud eran las esculturas esparcidas sobre todas las superficies disponibles, formaban filas apretadas en los estantes, se amontonaban sobre las mesas y las vitrinas, e invadían el ordenado escritorio de Freud, donde las mantenía bajo su mirada afectuosa mientras escribía sus cartas y redactaba sus artículos” [1].

En 1931 Stefan Zweig publicó su obra La curación por el espíritu en la que hablaba sobre Freud, y este le respondió con una carta escrita el 17 de febrero de 1931 recordándole que había cometido varias omisiones al hablar de él como: “Que con una simpleza elogiada por todos haya traído muchas piezas para mi colección de antigüedades griegas, romanas y egipcias, y que en realidad haya leído más de arqueología que de psicología” [2]. Podemos notar que en estos momentos todavía no incluye a China dentro de su colección de antigüedades, solo llevaba comprando ese tipo de piezas desde 1929.

Varios pacientes de Freud hicieron referencia a las antigüedades que conservaba en su estudio, entre ellos, el Hombre de los Lobos que hablaba así de la consulta de la calle Berggasse “Las habitaciones mismas deben de haber sido una sorpresa para cualquier paciente, porque de ningún modo hacían pensar en la consulta de un médico sino más bien en el estudio de un arqueólogo. Había allí toda clase de estatuillas y otros objetos desacostumbrados provenientes del antiguo Egipto…// El propio Freud explicaba su amor por la arqueología en cuanto el psicoanalista, como el arqueólogo en sus excavaciones, debe ir descubriendo capa por capa la psique del paciente antes de llegar a los tesoros más profundos y valiosos.” [3]

No sólo contamos con los testimonios de Freud, sus amigos y sus pacientes sobre la colección de antigüedades que poseía, sino que también contamos con la valiosa colección de 150 fotografías que Edmund Engelman (1907-2000) realizó en Berggasse 19 en mayo de 1938. En esas imágenes podemos comprobar que los pacientes vieneses de Freud cuando se tumbaban en el diván tenían en frente una vitrina abarrotada de pequeñas estatuillas de procedencia diversa y sobre la cual había un caballo de terracota de la Dinastía Tang flanqueado por dos damas de la misma época.

En la exposición “Freud and China” del Museo de Freud en Londres nos muestran estas tres figuras tal y como aparecían en las fotografías de Engelman.

Fue sólo en los últimos 10 años de su vida cuando Freud comenzó a adquirir sus antigüedades chinas, que nunca llegaron a alcanzar el centenar de piezas. El gusto de Freud por coleccionar objetos chinos se enmarca dentro de una corriente de coleccionismo de piezas orientales que se pone de moda en Europa a partir de principios del siglo XX. Fueron varios los factores que permitieron la llegada de estas antigüedades: el hecho de que en ese momento la explotación de minas de carbón y la construcción de líneas ferroviarias en China estuviesen en manos de extranjeros, propició, por un lado, el descubrimiento de abundantes tumbas y restos arqueológicos y por el otro, que estas piezas cayeran en manos de occidentales que vieron en ellas un potencial interés por parte de sus compatriotas, por lo que comenzaron a enviarlas a Europa Y Estados Unidos. También la caída de la Dinastía Qing en 1911/12, la instauración de una débil República China, las luchas entre los comunistas y el Kuomintang, así como la guerra sino-japonesa, propiciaron que se careciese de cualquier tipo de legislación que regulase la salida de bienes culturales del país.

Durante los años 20 y 30 del pasado siglo, esta abundante llegada de antigüedades chinas se traduce en el auge de coleccionistas particulares, así como en importantes exposiciones en museos de Europa y Estados Unidos, con sus correspondientes catálogos y publicaciones.

Pero el auge de la demanda de piezas chinas por parte de los occidentales, unido a la falta de expertos en esta materia propició que una parte de las antigüedades que llegaron procedentes de China no fueran tan antiguas como se pensaba, en realidad eran piezas que se estaban fabricando en serie en ese mismo momento. Esta forma de producción en serie no era un fenómeno nuevo en China, donde comenzó a emplearse mucho antes de que estos métodos llegasen a Occidente. “La producción en fábricas comenzó en la antigüedad en China. Si una fábrica se define por sus propiedades sistemáticas, por ejemplo, la organización de la mano de obra, reparto del trabajo, control de calidad, producción en serie, y estandarización, entonces podemos hablar de fábricas de bronce, seda, y posiblemente jade tan antiguas como el periodo de la Dinastía Shang (1650-1050 a. n. e.) [4]. Es decir, mucho de lo que hoy clasificaríamos como objetos de arte chinos ya fueron producidos en serie desde el siglo XII a. n. e. . Posteriormente, con la sólida organización política y social que se estableció en China en la Dinastía Qin (212-206 a. n. e.), así como una consolidada estratificación social se favoreció este modo de producción que buscó satisfacer la demanda del mercado en cada momento. Eso es lo que pasaba en el primer tercio del siglo XX; Occidente comenzó a mostrar su interés por adquirir antigüedades chinas y ellos se limitaron a satisfacer la demanda como siempre habían hecho.

Lo que es difícil de rastrear es en qué momento comenzaba el engaño ¿Los chinos se las vendían a los comerciantes occidentales como verdaderas antigüedades? ¿Sabían los importadores europeos que lo que estaban vendiendo a los anticuarios eran copias contemporáneas de piezas antiguas? La respuesta no parece fácil de responder.

Se sabe de diversos comerciantes expertos en piezas asiáticas en Paris, Londres y Berlín, pero en Viena solo se conoce un anticuario especializado en arte asiático, Anton Exner (1882-1952) de quien no es demasiado probable que Freud adquiriese sus piezas ya que eran un declarado antisemita y miembro del NSDAP, Partido Nazi, desde 1931, que colaboró con los nazis en la tasación de las antigüedades orientales expropiadas a los judíos. Lo que si se sabe es que Freud compró varias joyas de jade para su hija Anna en joyerías vienesas donde también pudo adquirir algunos de los pequeños objetos de jade que poseía.

De las piezas chinas de la colección de antigüedades de Freud, no se ha conservado ningún recibo ni documento de compraventa. No se puede olvidar que Freud murió en el exilio en Londres donde huyó tras tener que abandonar su casa de Viena. A pesar de que muchos de sus amigos, Marie Bonaparte, Ernest Jones, Stefan Zweig, Ferenczi, entre otros, comenzaron a aconsejarle desde 1933 que abandonase Viena ante el posible peligro nazi, Freud mantuvo la esperanza de que este no llegaría a su país y fue sólo tras el Anschluss, anexión de Austria por parte de Alemania el 11 de marzo de 1938, tras varias visitas de los nazis a su casa familiar, algunos interrogatorios a su hijo Martin en comisaria y el arresto de su hija Anna por parte de la Gestapo el 22 de marzo, cuando Freud accede a iniciar los trámites necesarios para abandonar Austria. En los tres meses que debió esperar para que le concedieran los documentos necesarios para su salida del país, él se dedicó a ordenar sus libros, papeles y antigüedades, se deshizo de muchas cosas que no consideraba necesarias para su exilio y también vendió algunas de sus antigüedades y objetos de valor para conseguir parte del dinero que los nazis reclamaban como impuesto para obtener el visado de salida. Durante ese tiempo “Marie Bonaparte y Anna Freud revisaron todos los papeles y la correspondencia de Freud, quemando montones de cosas que no valía la pena para llevar a Londres” [5]. Tal vez entre esos papeles de los que se deshicieron hubiéramos podido encontrar la información sobre dónde compró sus antigüedades chinas, si los anticuarios donde las adquirió eran especialistas en arte oriental o cuánto pagó por ellas.

Finalmente, Freud y su familia salieron de Viena el 4 de junio de 1938 y tras una parada en la casa de Paris de Marie Bonaparte viajaron a Londres. En este viaje Freud llevaba consigo dos de sus objetos favoritos: un pequeño bronce romano del siglo II representando a Atenea y una pequeña pieza de jade verde oscuro con el carácter “shou”, longevidad, labrado en el centro. Sabemos que estas dos cosas viajaron con él personalmente, porque ambas aparecen en fotografías tomadas en Londres antes de que llegasen las cajas de la mudanza. Parece ser que Marie Bonaparte se las arregló para sacarlas de la casa de la casa de Berggasse 19 sin ser vista por las autoridades nazis.

En su exilió hacia Londres, Freud no estuvo acompañado solo por algunos miembros de su familia, también viajó con ellos Paula Fichtl, “la criada de la familia desde 1929, que desempolvaba con supremo cuidado sus estatuillas en Viena, las distribuyó exactamente en el mismo orden.” [6] Como se puede comprobar al observar el escritorio tal y como está ahora en la casa de Londres y las fotografías tomadas por Engelman en Viena, la pequeña pieza de jade y la Atenea siempre ocuparon el centro del mismo.

Este camello, copia al estilo de la Dinastía Tang (617-907), es una de las varias terracotas de ese estilo que Freud poseía, como las anteriormente mencionadas que se encontraban frente al diván de los pacientes en Viena, otro camello, varios caballos, una amazona y varias damas.

Entre las antigüedades chinas de Freud podemos encontrar varias reproducciones de piezas funerarias de la Dinastía Tang (617-907), tenía algunos caballos, camellos, una amazona, varias damas… Estas terracotas formaban parte de los ajuares funerarios, acompañaban a los difuntos de clases altas en sus enterramientos, al cadáver se le enterraba con figuras de animales, criados, objetos domésticos, grupos de jinetes, músicos y bailarines. Eran figurillas de cerámica fabricadas con moldes a base de piezas que se unían posteriormente, cocidas a baja temperatura y que se decoraban con vidriados brillantes de tres colores, de ahí el nombre con el que se las conoce, san cai, tres colores. Ese vidriado se ha perdido en muchos casos. Estas figurillas funerarias reflejan la sociedad china del siglo VIII, esta época fue un momento marcado por el contacto de China con otros países a través del comercio y las caravanas de la Ruta de la Seda que promovió no sólo el intercambio comercial sino el de conocimientos e ideas de ida y vuelta.

Al estudiar la biblioteca de Freud solo se han encontrado dos libros sobre China en alemán, una guía de viaje ilustrada de 1920 y un pequeño ensayo sobre arte chino. Hay, además, dos libros en inglés, uno sobre historia de China y otro sobre jades, que debieron ser de su época londinense. No hay ninguna obra de Richard Wilhelm (1873-1930) que tradujo muchas obras de filosofía china al alemán, entre las que destaca el Yijing, Libro de los cambios, que tanto influyó en Jung. La falta de libros sobre China nos muestra que, aunque a Freud le pudiesen atraer las antigüedades chinas, no parece que tuviese demasiados conocimientos sobre su cultura o su arte.

Según Craig Clunas, comisario de la actual exposición y profesor emérito de Historia de Arte en la Universidad de Oxford, “la mayoría de sus objetos chinos, desde luego sus mayores y más importantes adquisiciones como los caballos y camellos, tienen una íntima relación con la muerte, son objetos realizados para estar en las tumbas” [7]. Éste es uno de los puntos que Clunas insiste en demostrar a lo largo de la exposición.

Por todo lo visto se podría decir que la colección de antigüedades chinas de Freud no es una gran colección, ni tiene piezas de especial valor, en ella hay más copias que piezas originales. No es la colección de un experto sino la de un hombre de su tiempo que veía a China como un país lejano y, en cierto modo mitológico, de un hombre con un deseo de atesorar objetos que representasen algo especial para él, que le acompañasen. Tal vez, lo relevante de la colección es que es la colección de Freud, las piezas que él eligió, los objetos que le regalaron sus amigos, y que se ha conservado completa hasta nuestros días gracias al empeño de su hija Anna y del Museo Freud de Londres.

La exposición Freud and China. Possession and Imagination, que se está celebrando en el Museo Freud de Londres permanecerá abierta hasta el 26 de Junio de este año, miércoles, sábados y domingos de 10:30 a 17:00.

Además de la muestra de las antigüedades chinas hay una parte de la exposición dedicada a los perros chow-chow, raza de origen chino, que acompañaron a Freud desde 1928 hasta su muerte.



Bibliografía

[1] Gay, P., (1988). Freud. Una vida de nuestro tiempo, pág. 203. Buenos Aires. Ed. Paidós.

[2] Freud, S. y Zweig, S., (1908-2939). La invisible lucha por el alma, pág. 57. Buenos Aires. Ed. Miño y Dávila.

[3] Gardiner, M. (ed.), (1971). El Hombre de los Lobos por el Hombre de los Lobos, pág. 163//164. Buenos Aires: Ed. Nueva Visión.

[4] Ledderose, L., (2000). Ten thousand things. Module and mass production in Chinese art, pág. 5. Princeton: Princeton University Press. En inglés en el original.

[5] Jones, E., (1953). Freud, pág. 551. Barcelona. Ed. Salvat.

[6] Gay, P. (1988) Freud. Una vida de nuestro tiempo, pág. 703. Buenos Aires. Ed. Paidós.

[7] Clunas, C., (2021). Freud and China. Possession and Imagination, pág. 51. Londres: Freud Museum London. En inglés en el original.