Por Javier Porro
De la fragilidad subjetiva como buen síntoma.
“No estamos educados cuando hemos adquirido determinadas competencias, sino cuando nuestra relación con el mundo, con los otros y con las cosas resuena, es decir, cuando es relevante, cuando vibra, cuando resulta estremecedora y cuando somos capaces de emocionarnos con lo que leemos, con lo que miramos, con lo que hacemos” [1].
He tomado como referencia principal el libro del filósofo J.C. Mèlich, “La fragilidad del mundo. Ensayo de un tiempo precario” y concretamente el fragmento que encabeza el texto como modo plural de poder dialogar con otras disciplinas o lenguajes afines, sin que por ello la perspectiva del análisis lacaniano pierda su filo y relieve. Antes bien, creo que servirnos del discurso del Otro es también un buen modo de ahondar y extraer las consecuencias de los conceptos analíticos para no quedar atrapados en la universalización de los conceptos, soslayando, en ocasiones, los efectos que realmente nos afectan.
Del fragmento seleccionado, quisiera destacar precisamente como lo que realmente nos toca es justamente no lo que concierne al estar educados en la adquisición de competencias o conocimientos, sino que se trata del acceder a un modo de ser receptivos, en resonancia con lo que sería la adquisición de un saber en conjunción con un modo singular de gozar. Es decir, la experiencia decisiva, la que realmente nos afecta no es, en verdad, la del estar cuantitativamente más informados y actualizados sino de un estar abiertos a quedar formados y siempre un tanto desfasados en el tiempo, respecto de aquello que nos causa un cierto enigma, misterio, sujetos siempre a un cierto grado de opacidad irreductible que nos fuerza a lidiar con un resto de ineludible sin sentido que nos arruina siempre la faena, por más que sea adornada con buen aliño.
Paradojalmente estamos concernidos por aquello que más tememos y a la vez más deseamos, aquello justamente que nos hacer vibrar, estremece y entusiasma. Claro, que para que esto ocurra hay que hacer un recorrido arduo la mayoría de las veces, y saber hacer con los fantasmas que nos asedian, precisamente para no quedar invadidos por una angustia inoperante; supone un modo de consentir al goce sin perder la buena estela del lazo social conectada al deseo del Otro.
Así pues, esta distinción tan pertinente entre saber y conocimiento, me parece que está muy bien expresada por Mèlich, J.C. en su capítulo Pórtico del libro citado “sin gramática no es posible habitar el mundo. Ahora bien, vivimos en una época rica en conocimientos y pobre en sabiduría”. [2]
Del modo de vivir y ser en el tiempo en relación con el ritmo vital.
Desde la perspectiva lacaniana Jorge Alemán en su libro “Ideología” [3] se refiere a lo siniestro, unheimlich, desde la analítica existencial heideggeriana “Porque hay que tener un mundo para poder hacer la experiencia de no estar en casa. Me parece que este estado de inhóspito, de no estar en casa al que Heidegger se refiere es más bien la condición que da entrada o acceso para tener una vida propia o auténtica”.
Quiero poner en relación esta reflexión sobre el tiempo con algunas consideraciones que hace J.C. Mèlich en su capítulo El imperio de la prisa [4] “habitar el mundo es ser capaz de encontrar su ritmo…el ritmo del mundo es una experiencia corpórea…el tiempo uno de los temas sobre los que H. Bergson volvió una y otra vez: nos han educado en la idea de que percibir significa inmovilizar o detener y que para ello hay que sustraer la singularidad de lo otro y capturarlo en un concepto o en una categoría”.
Y Pascal Bruckner en su libro “un instante eterno, Filosofía de la longevidad” [5] en su capítulo “entrelazamiento del tiempo” plantea: “Hay que vivir y ver el mundo como si fuera la primera vez, Vivir y verlo como si fuera también la última”.
Creo que lo que tienen en común los tres fragmentos seleccionados con anterioridad desde una perspectiva filosófica y lacaniana, es que vienen a confluir en que nuestro modo de estar en el mundo se asienta y se funda en nuestra ausencia de fundamento, es decir, se nos olvida que resurgimos de las cenizas o restos de goce de nuestra fragilidad constitutiva, y solo sabiéndonos exiliados es la condición de posibilidad de, quizás, forjarnos un modo de existir más propio, menos alienado, y más orientado por una lógica donde no quede atropellada nuestra corpórea singularidad por el imperio de la prisa.
Cuando sepamos apreciar el ritmo y latido temporal de cada momento en lo que tiene de instante nuevo que escapa a la repetición y que abre la posibilidad de la emergencia de lo no realizado, de lo imprevisible, impredecible, de la sorpresa, ahí donde no somos más que un punto de opacidad inapresable que no se deja capturar bajo ningún concepto y rebelde a cualquier encorsetamiento que pretenda imponer un sentido unívoco y dogmático en la forzada elección del singular arreglo vital o estilo de vida de cada uno.
“El tiempo existencia o humano es el tiempo de la duración (durée)…la duración no es ni impersonal, ni homogénea. La tesis de Bergson es que nuestros cuerpos no están acostumbrados a vivir en una repetida alteración, en esa heterogeneidad que impone la durée…Contemplar el mundo ese tiene su propio tiempo, lo que sucede es que no lo soportamos, no lo escuchamos, no lo cuidamos” [6].
De ahí que, en esta tensión dialéctica entre yo y el mundo, es más fácil y cómodo dejarnos llevar por la inercia del narcisismo, aunque es bueno tener presente el aforismo de Kafka para situarnos respecto de la ética del deseo.
“En la tensión entre yo y el mundo, hay que defender el mundo” (Kafka).
La contingencia como mediación de lo universal a lo singular.
“La verdadera filosofía consiste en aprender de nuevo a ver el mundo” (Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción).
“Olvidamos que para habitar el mundo no hay que tener prisa, hay que saber demorarse en el presente, hay que aprender a vivir en la provisionalidad en el desarraigo y en la incertidumbre” [7].
“Todo el mundo está en su mundo, es decir en aquello que su síntoma fomenta, con esto nos las arreglamos como podemos para entendernos e intentamos caminar juntos” [8].
Nos encontramos, en términos de Heráclito, con la imposibilidad de bañamos dos veces en el mismo río, en este sentido de más allá de la repetición, lo nuevo siempre puede emerger y despuntar, “Otra vez, de nuevo” siguiendo también la orientación de Kierkegaard en relación al tiempo.
Aprender de nuevo a ver el mundo, supone aceptar que hay algo inapropiable, algo que resiste a la simbolización, un real que no puede ser bajo ningún concepto incorporado, algo que responde a la alteridad más radical y que por no estar disponible, no queda más remedio que el remiendo de inventar como buenos artesanos el mejor modo de acercarnos a este vacío innombrable.
Creo que se trata de producir algo nuevo en el lugar donde nos topamos con una angustia que en tanto afecto que no nos engaña, supone el quedar advertido respecto del objeto que nunca puede venir a colmar una falta que, en su versión real, siempre echaremos en falta. En tal sentido doy a la angustia este valor de empujarnos a salir del autoengaño y a la producción de un objeto nuevo por venir.
“Asumir la fragilidad, es asumir que somos finitos, contingentes y no podemos controlar nuestras vidas…propongo pensar la condición humana desde una razón desvalida y abrir una débil puerta al fluir del tiempo…aprendemos en el mundo como quien se pierde en el bosque sin buscar el centro, sin buscar nada” [9].
Está en nuestras manos, es decir, en la apertura a la contingencia más allá de los determinismos que nos atraviesan, la posibilidad de abrirnos paso hacia un proyecto transformador, “de modo contingente (ni necesario ni imposible)” [10]donde surja la posibilidad, quizás, de un acto que a posteriori podamos saber de su efecto en los afectos más íntimos, en la misma medida que esté originado en la falta de fundamento de nuestra constitutiva fragilidad, anclada en lo real de nuestro vacío central.
Un acto desde nuestra razón desvalida, desde nuestra constitución como sujetos excéntricos como el buen modo de dar acogida en nuestro interior a lo más heterogéneo, la alteridad más radical, la diferencia absoluta respecto del sí mismo de cada uno, y desde esta condición éxtima y frágil, saber hacer de la necesidad estructural de nuestra debilidad mental la posible virtud del arreglo sintomático.
Notas
[1] Mèlich, Joan Carles. (2021). Ética de la vergüenza. La fragilidad del mundo. Tusquets P. 212.
[2] Ibid. Pórtico. P.13
[3] Alemán. Jorge. (2021) Lo siniestro. Ideología. Ed. NED. P. 51
[4] Mèlich, Joan Carles. El imperio de la prisa. La fragilidad del mundo P. 161-165.
[5] Bruckner, Pascal. (2021) Entrelazamiento del tiempo. Un instante eterno, filosofía de la longevidad. Siruela. P.78
[6] Mèlich, Joan Carles. El imperio de la prisa. La fragilidad del mundo. P.169.
[7] Ibid. Pórtico P.13
[8] Miller, J.A. (2015) Todo el mundo es loco. Paidós, p.342
[9] Ibid Pórtico P.16
[10] Alemán, Jorge. Nuevos desafíos, Ideología. P.16