Por Simón Delgado
La metafísica occidental es un gran relato, que apela al sentido y a la univocidad del decir, pero que en su crisis pierde ese carácter sustancial y de permanencia. El psicoanálisis se rebela en contra de la idea de un ser eterno y está más de acuerdo con un ser discursivo anudado a lo temporal. Lacan es partícipe de esta novedad y hace una lectura del sujeto del inconsciente como algo que, según su concepción, tampoco es sustancial, sino más bien una falta en ser, una hiancia, sometida al significante. Se sitúa del lado de la lógica de la no-filosofía, del no-todo y pasa de la identidad a la diferencia, de lo fijo al movimiento y de la similitud a la heterogeneidad. Eligiendo esta vía se hermana con Heidegger, pues ambos acaban en un modo de decir cercano a la poesía y al silencio. Lacan, aunque se orienta por Platón y Hegel, es permeable al cuestionamiento del saber y del ser absoluto, que comienza en Nietzsche, se afianza en Heidegger y continúa a través de la postmodernidad hasta nuestros días.
Para rastrear la actualidad del final de la metafísica seguiremos las coordenadas de Grondin. Él señala que se debe a Heidegger la renovación y la puesta al día de la metafísica y, también, su final. Pues, como condición de la posibilidad de la pregunta fundamental por el ser, es necesario acabar con el mayor obstáculo para relanzar dicha cuestión, la metafísica misma, entendida esta como aquella actividad que pone en valor solo la explanación del ente. No se puede pensar el ser sin destruir de forma positiva la metafísica.
Heidegger ataca la comprensión del ser entendida como presencia permanente, como algo fijo, estable e infinito, que aparece en la metafísica desde Parménides hasta Hegel. Su proyecto consiste en desplazar la metafísica y entenderla como interpretación del ser desde la finitud y la temporalidad del “Dasein”, desde su “ser para la muerte”; como estructura ontológica que le permite advertirle de su finitud. El «ser ahí» es siempre inacabado e incompleto, pero, justamente por eso, es posibilidad, apertura y proyecto, pues, su inacabamiento es lo que constituye su ser.
“La tesis de Ser y tiempo es que la historia de la ontología ha comprendido calladamente el ser desde la presencia permanente, comprensión del ser que supone en sí misma una relación inauténtica del Dasein con su propia temporalidad. Se puede, pues, hablar de un olvido del ser que vale para el Dasein tanto como para la filosofía en su conjunto” [1].
Piensa que este “olvido del ser”, el dar prioridad a la óntico frente a lo ontológico, es hecho por la metafísica clásica a sabiendas e impregna incluso la filosofía moderna desde Descartes a Kant, donde se da un apartamiento del ser, de la metafísica, y una vuelta al sujeto cognoscente, a la teoría del conocimiento. Este olvido es el frontispicio de “Ser y tiempo”, donde se plasma lo que Heidegger denomina como una “analítica existencial”, que tiene el objetivo fundamental de la pregunta por el ser desde el “ser ahí”; entendido éste como aquel ente que “le va en su ser este mismo ser” [2]. La comprensión es uno de los “existenciarios” del “Dasein”, que le permiten entenderse como temporal, finito y “yecto”. Este “olvido del ser” sería para Heidegger el auténtico nihilismo.
“El “final” de la filosofía –o metafísica- quiere entonces decir: consumación en la época moderna de la actitud griega –cristalizada en la interpretación platónica de la entidad como idea- del atenerse al ente en cuanto ente, al presente en cuanto presente. Según esto, la metafísica consumada es platonismo vigente, allí incluso donde se registra una inversión consciente del platonismo, como en la filosofía de Nietzsche” [3].
El recorrido filosófico de Heidegger consiste en un alejamiento de la metafísica tradicional hacia un nuevo comienzo, que consiste en pensar lo no pensado. Intenta propiciar una novedad, un “por-venir”: el tiempo del ser. La poesía será una herramienta de la filosofía para dejar hablar a las cosas y facilitar una experiencia innovadora del pensamiento. No consiste en el pensar conceptual, sino en un mirar, en un escuchar más hondo, que abre el ser mismo desde el silencio radical, tal como hicieran Parménides o Heráclito. Esta nueva metafísica no da respuestas o garantías de certeza, sino una transformación de nuestros hábitos de pensamiento, que deviene en tarea solitaria y lenta. El lenguaje, que era considerado una herramienta para referir objetos, situaciones, muta con la “Kehre”.
Toma como punto de partida la analítica existencial del “Dasein” como modo de indagar las bases de los conceptos fundamentales de la filosofía, pero esto le acerca a una concepción trascendental, donde se ha cambiado la conciencia por el “Dasein”. Se da cuenta que, aunque sus conceptos son otros, las intenciones básicas de su proyecto siguen estando dentro del espíritu de la metafísica tradicional que había nacido con Platón. Va del “Dasein” al lenguaje, como acontecimiento que tiene preeminencia sobre el sujeto y el mundo.
La búsqueda de respuestas o la indagación que manipula objetos y los dispone según el deseo de lograr verdades, suponen, para él, una violencia que altera el sereno estar de las cosas y produce un ruido que subvierte el momento elemental de la meditación, entendida como permanencia en la cercanía de las cosas, a la escucha de lo que deviene de ellas. La posibilidad de apertura, incardinada en el desvelamiento del ser, se da a través del quehacer poético.
”Pues bien, del mismo modo que la poesía no consiste en una producción de frases o enunciados, susceptibles de ser utilizables, revisables, reiterables y archivables, sino en la posibilidad de que aparezca el mismo decir (con lo que tiene eso de extraño y anómalo, pues siempre esperamos a lo dicho y nunca al decir), del mismo modo el arte no consiste en una especie de principio a partir del cual se producen obras de arte, sino en la posibilidad misma de que pueda aparecer la cosa, que es tanto como decir: que pueda hacer acto de presencia el mismo aparecer” [4].
La poesía se constituye en punto de partida para la nueva indagación heideggeriana, pues el lenguaje no es algo que hacemos, sino que nos hace, nos configura. Se pasa de un pensamiento calculador, basado en el razonamiento técnico, que pretende desvelar todos los misterios y dominar la naturaleza entera, a un pensamiento meditativo, caracterizado por el silencio, la escucha y la inacción. Se trata de callar y esperar.
”El lenguaje no es solo una herramienta más que el hombre posee al lado de muchas otras, sino que el lenguaje es lo único y lo primero que le permite al hombre situarse en medio de la apertura de lo ente. Solo donde hay lenguaje hay mundo” [5].
El lenguaje permite esa apertura de lo existente, donde el hombre no es el dominador, sino un mero participante. El logos des-cubre el ser, lo hace visible y lo coloca en la cercanía de la “Lichtung”. Hay una forma existenciaria del “ser ahí” que conecta con el logos, con la palabra y es el “comprender” como rasgo ontológico del “Dasein”. Existenciario al que el “Dasein” no accede, sino que éste es en el comprender que le permite “poder ser”. Heidegger considera que el decir poético confluye con el decir filosófico, ya que ambos procuran abrir un mundo y des-ocultar lo velado. Hölderlin es “el poeta de los poetas”, al entender la poesía como “la más inocente de las ocupaciones” y al lenguaje como “el más peligroso de los bienes”, pues en él se revela el hombre en lo que es. Badiou critica esta visión “mística” y piensa que es necesario desacralizar la filosofía como modo de legitimarla.
“La forma poética en Parménides es esencial, cubre con su autoridad la conservación del discurso en la proximidad de lo sacro. Ahora bien, la filosofía sólo puede comenzar por una desacralización: instaura un régimen del discurso que es su propia y terrena legitimación. La filosofía exige que la autoridad misteriosa y sagrada de la dicción profunda sea interrumpida por la laicidad argumentativa” [6].
La poesía se hace necesaria para una investigación que quiere evitar el salto hacia una metafísica del ente y concentrarse en el ser. El lenguaje filosófico, el lenguaje discursivo, racional y unívoco, está sumergido en esa metafísica del ente y ha de ser evitado. Heidegger opone un matiz pasivo y sereno contra la capacidad operativa y activista de la razón ilustrada. La poesía será el lugar privilegiado donde se manifiesta el ser, un “claro”, donde se muestre el ente en su verdad.
Podemos interpretar este giro como una deriva “mística”, al remitir a algo etéreo e inaprensible como es la poesía, pero, desde nuestro punto de vista, tiene un correlato en la forma en que Nietzsche entiende el arte como la vía para superar el nihilismo heredado de la metafísica platónica, que estableció la separación entre mundo sensible-suprasensible y, con ello, la negación de la vida. Para Heidegger el nihilismo es el “olvido del ser” y para Nietzsche la negación del mundo sensible. El arte es para Nietzsche el camino para conectar con la vida y la poesía para Heidegger la que acerca a los límites del ser.
“Lo artístico es configurar y crear. Si constituye la actividad metafísica en cuanto tal, desde él tiene que determinarse todo hacer y especialmente el hacer supremo, y por lo tanto también el pensar de la filosofía” [7].
Notas y referencias bibliográficas
[1] Grondin, J. “Introducción a la metafísica”. Herder. Barcelona, 2006. p. 324.
[2] Heidegger, M. “Ser y tiempo”. Trotta. Madrid, 2018. p. 32.
[3] Rodríguez García, R. “Heidegger y la crisis de la época moderna”. Cincel. Madrid, 1987. pp. 164-165.
[4] Leyte, A. “Heidegger”. Alianza Editorial. Madrid, 2006. p. 259.
[5]Heidegger, M. “Hölderlin y la esencia de la poesía”. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1992.
[6]A. Badiou, “El estatuto filosófico del poema después de Hölderlin”.” en: Imago Agenda, núm. 29. Mayo, 1999, p.1.
[7] Heidegger, M. “Nietzsche”. Ariel. Barcelona, 2020. p. 77.