Por Eloísa Cano.
“La mano que mece la cuna es la mano que domina el mundo”. W.R.Wallace (poeta estadounidense)
Dicen coloquialmente que el que no se separa de la madre, no puede con el mundo. Ser hijo es sin duda la experiencia más determinante en la vida para la constitución de nuestro psiquismo. En la clínica constatamos una y otra vez los avatares, marcas, estragos pero también fortalezas y alegrías de lo que quedó como consecuencia de nuestra relación con nuestra madre. El peor estrago materno sería aquel que implicaría que un sujeto no pueda constituir su deseo, lo que se traduce en la vida como la atrofia sexual, creativa, social y profesional.
Todos provenimos de algún tipo de madre, lo que nos conduce a estar inevitablemente atravesados por la experiencia de la maternidad en cualquiera de sus formas, que son siempre sintomáticas.
Es éste un libro conciso, claro, certero. En apenas ochenta y tres páginas Marcelo Barros nos lleva de la mano a través de las principales ideas desarrolladas por Lacan en torno a la maternidad, aportando de su cosecha iluminar estas ideas a la luz de los cambios introducidos por el siglo XXI. Trataré de resumir o reseñar aquí algunos de los puntos del libro que me han parecido más interesantes.
Entre los numerosos cambios que aporta la civilización actual -englobada por Miller en el término modernidad- constatamos un cambio fundamental para nuestra especie que es el derecho de una mujer a decidir si tener o no tener hijos. Por primera vez, el ser humano se hallaría en control de su propia evolución como especie.
Hasta hace relativamente poco tiempo, la mujer se veía generalmente obligada a aceptar embarazos no deseados y además se percibía la maternidad como un destino forzoso de lo femenino.
Actualmente, para cada mujer ya no sería cuestión de acatar el mandato social y biológico que la convoca a la maternidad, sino de decidir acerca de su deseo propio de tener o no un hijo. La tendencia general es la de postergar esta decisión hasta una edad límite y dedicar los primeros años de la juventud a la experimentación sexual, social y profesional o laboral.
Dice Marcelo Barros que «la maternidad es un acontecimiento libidinal que puede tener lugar en las situaciones personales y las configuraciones familiares más variadas»; madres solteras, familias uniparentales, familias tradicionales, hijos obtenidos por técnicas de reproducción asistida, hijos de familias homosexuales, etc…. Remarca Barros que en la perspectiva lacaniana, y lejos de cualquier ideal de normalidad, «difícilmente haya algo más queer que la experiencia maternal».
Por eso mejor hablar de «maternidades» y no de maternidad, porque la experiencia difiere de una mujer a otra e incluso de un hijo a otro en la misma mujer.
La famosa frase de Lacan «no hay relación sexual» englobaría también un «no hay instinto materno». En ningún lugar existiría un saber que pudiera garantizar un buen encuentro de la madre con el hijo. Ninguna mujer estaría del todo preparada para ser madre ya que cada vez, deberá inventar una maternidad posible. Nos dice Lacan que el objeto de deseo como tal, maternal o no, no existe, lo que hay es la falta de objeto y por eso el partenaire es algo que se construye. En la pareja madre-hijo siempre se tratará de un encuentro.
«El hijo es algo que adviene, que llega, que ocurre» y «siempre es del linaje del milagro, fasto o nefasto», porque incluso en los casos de recurrir a la ciencia para tener un hijo, hay algo que se escapa a lo evaluable, a lo medible, a lo previsible, a lo controlable.
Nos dice Barros que en el fondo, todos los hijos son adoptivos, porque «siempre se trataría del rescate de algo que se halla en posición de objeto a».
En sus notas sobre el niño, Lacan expone que la maternidad le ofrece a una mujer la experiencia única de reconocer en el objeto de su amor la causa de su deseo. Según Barros esto significa que debemos diferenciar el objeto de nuestro interés del objeto causa de ese interés. El objeto a, ese «oscuro objeto del deseo» es una parte del cuerpo que se ha cedido al campo del Otro. Es un objeto que nos hace falta. La madre amaría en su hijo una parte de su cuerpo cedida al campo del Otro. Con la contrapartida biológica que el hijo es, en lo real, algo que se desprendió del cuerpo materno, lo cual no es sin consecuencias tanto para el hijo como para la madre.
Parir es el proceso según el cual el hijo se instala en el mundo. Hay mujeres que no terminan nunca de parir, ya que incluso durante la adolescencia o edad adulta siguen apegadas patológicamente a sus hijos. El acto de separación, nos dice Barros, no «está cumplido si no se inventa Otra escena en la que el sujeto habrá de alojarse» y esta separación implicará una elaboración para la madre, elaboración impregnada, para mal o para bien, de lo que su propia madre hizo con ella. El reto para toda madre es pues hacer otra cosa con la hija que se ha sido y con la madre que se ha tenido. Por eso, nos dice el autor, que la maternidad, no es solo un proceso de separación sino también de apropiación, «poder hacer un uso de lo que vino del Otro».
Con respecto al deseo, Lacan nos dice que ser madre no tiene nada que ver con ser buena o mala cuidadora. Si un niño mal alimentado está en riesgo, mucho más lo está un niño no deseado. Lo esencial del Otro materno es «que encarne un deseo que no sea anónimo». La cosa pasa por lo que se es -o no- en el deseo del Otro , y no por lo que se tiene -o no. Esto lo constatamos una y otra vez en la clínica, sujetos deprimidos, melancólicos, marcados por la pulsión de muerte por no haber sido bien recibidos, deseados, acogidos. Sujetos que sufren por no haber podido tener un lugar (en el deseo de la madre).
Existen también otros casos donde lo que estaría en juego sería lo que Barros nombra como la insaciabilidad de la madre -la mère inassouvie o madre insaciable. Toda madre tiene un punto insaciable, pero habrá maneras y maneras de llevar esta cuestión. En los síntomas, observamos madres eternamente insatisfechas, deprimidas, protestonas, víctimas, furiosas, sacrificadas, amargadas, coléricas, angustiadas, locas… Habría hijos entregados a la reparación infinita de ese «agujero materno», lo cual no es sin dramáticas consecuencias. Todo hijo esperaría en el fondo que haya algo o alguien que «le dé de comer a eso», «para que el ataque no se dirija a su persona».
Por otro lado hay otro apunte interesante sobre el que nos hace reflexionar Marcelo Barros: que en toda madre hay, en mayor o menor medida, una mujer que desea otra cosa que el hijo. Lacan nos advierte de la importancia de que la madre, para que sea madre, no sea toda madre. Estaríamos refiriéndonos a la Otra en la mujer. Hay mujeres que tratarían de escapar de la mujer que son por la huída hacia la maternidad. Conviene entonces en la clínica estar atentos a la posible feminidad angustiada que puede haber detrás de una maternidad.
Ya sabemos que para muchas, la condición maternal y la femenina son de difícil conciliación. Muchas neurosis giran en torno a síntomas como la pérdida de erotismo, las dificultades para la realización profesional… Nos dice Barros, «es como si allí la madre hubiese devorado a la mujer».
El bebé recién nacido adquiere una consistencia corporal y erótica ante la mirada materna que le provee de una firmeza fálica. Ya desde el embarazo la futura madre fantasea con un cuerpo para su hijo y durante la gestación ya se forma «un diálogo amoroso» entre los dos-como señaló Melanie Klein. Pero sabemos que incluso ya en esos primeros momentos habrá coyunturas más o menos trágicas que dificultarán la erotización fálica del futuro bebé.
Todos sabemos de los relatos escalofriantes de algunas esquizofrénicas refiriéndose a cómo vivían el llevar a su hijo en el cuerpo durante el embarazo. Una vez nacido el hijo, puede significar la deriva hacia el delirio, o, en otros casos, quedar el hijo fijado a un lugar desde el que funcionará como un fetiche destinado a calmar las ansiedades maternas. El hijo queda pues como un atributo de la madre, muleta que no puede faltarle nunca.
Freud nos enseñó que muchas mujeres tienen un hijo para dárselo al padre. Pues bien, existirían también casos de mujeres que tendrían un hijo para dárselo a su madre; darle algo a la mamá como compensación por su eterna insatisfacción, «una muñeca que funciona como el pago de un rescate».
En el seminario La Angustia, Lacan nos señala que hay un lugar, un vacío que debe ser preservado si queremos estar protegidos de la angustia. Lo que angustia no es tanto la falta de la madre sino su obsesiva presencia. Tener a la madre encima implica la pérdida de una distancia indispensable para que el motor del deseo pueda funcionar. La posición incestuosa se presentaría como la anulación de la distancia entre demanda y deseo. Esto deja al niño capturado en la demanda materna, lo cual conlleva trágicas consecuencias. Queda el infans en posición de objeto y no de sujeto.
En las últimas páginas del libro nos habla Barros del lugar del analista con respecto a estos sujetos no deseados por la madre. Nos señala que hay una diferencia entre padecer por la falta de algo (como el neurótico de a pié) y «padecer por faltar de sí mismo, por carecer de un ser que no sea de desecho, de un lugar en el Otro».
Todo analizante se planteará en algún momento la cuestión de su ser y del lugar que tiene en el deseo del Otro. ¿Qué posición debe ahí tomar el analista? ¿»Lo sostendrá de la mano, en la encrucijada en la que el sujeto se plantee la cuestión de su deseo?» «¿Lo sostendrá en esa hora amarga en la que se hará presente el fantasma de ser un objeto rechazado?» Ahí, nos dice Barros, el analista solo cuenta con su propio análisis. Todos sabemos de algunos de esos pacientes que no encuentran un analista que esté dispuesto a alojarlos; tentativas de suicidio, «pacientes que pesan»… Se trataría de acompañar al sujeto que padece «durante el tiempo necesario hasta poder ubicarlo en una escena». Pero Barros nos advierte muy seriamente: «el analista debe cuidarse de encarnar a otro maternal» que movido por la culpa o la angustia se arriesgue a responder a la demanda del analizante. «Estar no es lo mismo que estar encima». Se trataría, «más que de la presencia como tal, del acto de presencia».
Es sin duda éste un libro que convoca y conmueve. Y nos hace pensar : ¿Cómo ser analista cuando uno también ha sido hijo o también es madre o padre? Ahí el análisis de cada cual servirá tal vez para advertirnos a cada uno de no dejar interferir los posibles estragos vividos por nuestra propia experiencia de la maternidad en nuestro trabajo con los analizantes. Gran reto sin duda. Y que nunca estará exento de un cuestionamiento continuo.
Notas:
Todas las citas son de » La madre. Apuntes Lacanianos». Marcelo Barros. Ed Grama, 2018.
Bibliografía:
-Lacan, J. Otros escritos. » Nota sobre el niño». Ed. Paidós, Bs As, 2012.
-Lacan, J. Seminario 10: La Angustia. Ed. Paidós, Bs As, 2006.
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