La soledad en la infancia

Por Blanca Cervera. 

Extracto de la conferencia “La soledad en la Infancia” (26/9/19, Sección Clínica de Madrid – Nucep)

 

 

La infancia

Infancia y soledad pueden parecer dos términos antinómicos si pensamos al niño como aquel que está en esa etapa de la vida en la que es acompañado por los adultos o incluso por el Estado cuando no hay un otro ahí que cumpla esa función. El niño sería entonces aquel que no habita la soledad, o aquel que no ha de quedar solo, y tomar la soledad en la infancia como un accidente: este o aquel niño que ha sido dejado solo por aquellos que debían ocuparse de él, o también este o aquel niño para el que la soledad se ha tornado un síntoma.

Esta idea entraña una visión de la infancia como una época maravillosa en la que no habría angustia ni dificultades, un ideal de funcionamiento del niño. Sabemos que no existen esos niños completamente felices para los que todo va y la propia infancia de cada uno no es recordada de esta manera, pero es difícil no caer en la interpretación de que eso no fue así porque hubo algo que lo impidió o un mal hacer de los otros que nos acompañaron. La época tiende también a alimentarlo, ya que al detectar algo que no va  en un niño suele ser atribuido o bien al organismo o bien a ciertos avatares problemáticos y puntuales de una historia. En cualquier caso, ya sea porque se piense que el ser se desarrolla solo a partir del organismo, o que el trauma sería algo puntual a evitar para lograr el “buen desarrollo del niño”, que habría niños traumatizados y niños que no lo están, se trata de modelos en los que prevalece un cierto naturalismo, es decir, la idea de que habría un progreso natural en el niño que le llevaría a un desarrollo integral, y que esto le vendría dado en tanto un saber preestablecido o instintivo.

El psicoanálisis objeta a esta idea, a esta manera de entender al ser humano y la experiencia de la infancia. Los desarrollos de Freud y de Lacan, incluso la palabra inventada por Lacan para el ser humano, “serhablante”, inciden en este punto. Para el bebé que llega al mundo nada viene dado de manera natural, y es precisamente en la infancia que habrán de darse operaciones fundamentales que harán a la constitución psíquica, a la emergencia de un sujeto, a la posibilidad de tener un cuerpo, a la configuración de un modo de satisfacción así como también a una forma particular de enlazarse con los otros. Estas cuestiones no vendrán dadas de acuerdo a un desarrollo evolutivo. Para que se produzcan es necesario que ese pequeño arrojado al mundo se encuentre con el Otro, con el lenguaje, y hace falta también que el niño dé una respuesta temprana a ello. Es precisamente por esta dimensión fundamental que tiene el Otro para el ser que habla que la soledad es una experiencia propiamente humana a la que el niño se va a confrontar y que va a dejar una impronta.

 

El ser hablante, entre la soledad y el Otro.

Decir que el ser humano es un ser hablante es un hecho de enormes consecuencias. El lenguaje no es solo un instrumento de comunicación, una característica o herramienta mas que el humano tendría en continuidad con el resto de las especies y que harían de él un ser biológico que además habla. El lenguaje va a marcar todas las dimensiones de su vida, transformándolo en lo más profundo de sí mismo, originando una ruptura entre el organismo, el ser vivo que nace, y lo que devendrá en tanto ser hablante, de tal modo que la relación del bebe con su propio cuerpo y con el de los demás ya no va a ser una relación puramente natural. Es un hecho que se constata: el ser humano ha producido una ruptura con el resto de las especies capaz de modificar el orden natural del mundo, incluso de destruirlo.

Los animales cuentan con un saber previo de la especie, el instinto, que sería un comportamiento típico que les permite la satisfacción directa de sus necesidades, de las exigencias de la vida del organismo para su supervivencia. Hay hambre, se encuentra el objeto de la necesidad, la comida, se come y punto. Hay sed, se encuentra agua, se bebe y punto. Hay necesidad de reproducción de la especie, se encuentra un macho o una hembra, cualquiera, se copula y punto. En el animal hay una relación directa con su objeto, con el objeto de la necesidad.

Para el ser humano ninguna función, por mas vital que sea, se produce de esta manera ni procura automáticamente la satisfacción. Las necesidades biológicas están profundamente trastocadas para él, perdidas en su naturalidad. El acto mas simple, el de comer, aparece rodeado de rituales y muchas veces cargado de síntomas desde edades tempranas. ¿Por qué se produce esto?

 

La desamparo, la soledad originaria

Freud nos dice que el bebé nace siempre prematuro, en un estado originario de desamparo, refiriéndose a la indefensión y a la dependencia al otro que genera su incapacidad de satisfacer sus necesidades por sí mismo. Es un hecho, el recién nacido no sobreviviría solo, necesita del amparo de otro que lo espere y que lo acoja incluso antes de nacer.

A diferencia de los animales, que acceden directamente al objeto de la necesidad, el bebé tendrá que pasar por el Otro para satisfacerla. El pequeño, ante aquello que experimenta, grita, llora, y hace falta que el Otro primordial reciba ese grito como un llamado, que lea que ahí el bebé le pide algo. Pasa a veces, en los casos mas extremos, que el otro que acoge al bebé no se siente interpelado por el grito del pequeño, y las consecuencias, si nadie da ahí algún tipo de respuesta, son nefastas. Generalmente el otro interpreta que algo le pide, y se siente llamado a responder, pero no está escrito qué es lo que el pequeño pide. El otro no sabe bien qué le pasa, qué le pide, y lo que va a hacer es interpretarlo: me pide comer, me pide dormir, me pide que lo acune,… Es el Otro el que sanciona el sentido del mensaje como tal. Por eso Lacan dice que el sujeto recibe su propio mensaje en forma invertida, es decir, viniendo del Otro. ¿Y con qué cuenta el otro para interpretar ese llamado? El otro va a interpretar a partir de su propia subjetividad, a partir de sus propias experiencias y sus propias marcas inconscientes, dando una respuesta y no otra. Así, los cuidados del recién nacido están marcados por lo que el otro ponga de suyo en ese agujero, en esa hiancia entre el llamado y la respuesta, e irán acompañados de palabras en los que se va ir vehiculizando otra cosa que ya no es la satisfacción de la necesidad, tampoco la respuesta a la demanda misma, sino algo mas opaco que tiene que ver con el goce y el deseo de esos otros que acogen al bebé, con el lugar que ese pequeño ocupa en su inconsciente. Esas palabras, eso que va pasando en esas palabras, irán dejando sus marcas en el pequeño. Es decir, los padres no saben a priori lo que se les juega en la concepción de un hijo o una hija, y va a ser precisamente eso lo mas importante que van a transmitirle.

 

La soledad del Uno Solo…

El pequeño se encontrará así inmerso en un magma de palabras, de sonidos que le invaden y que le vienen de estos otros primordiales. Si bien para estos otros estas palabras están encadenadas en una trama, que hace a su propio deseo inconsciente, y atienden a unas leyes, para el pequeño no tendrán en este momento ningún orden ni ley y resultan incomprensibles. Son palabras sueltas, meteoritos que afectan su cuerpo, que le producen sensaciones, excitaciones para las que aun no tiene un marco que les dé un sentido. Será en este momento, en el que el lenguaje tiene este estatuto de sinsentido para el bebe, que algunas palabras vendrán a impactar su cuerpo, agujereándolo y produciendo una excitación inasimilable que hará a una fijación libidinal primera. Es el significante uno, solo, impactando ese cuerpo de manera contingente. Podemos pensar el desamparo, una soledad radical, también en relación a este momento donde no hay los recursos para hacer con eso que acontece, donde esas palabras no se anudan a nada y producen efectos en el cuerpo, y donde no se cuenta con el auxilio del Otro para poder tratarlo. Se trata de la soledad de la letra, primera marca en el cuerpo.

El pequeño quedará, en el mejor de los casos, traumatizado por ese impacto. Será precisamente ese agujero que introduce la lengua, este traumatismo, lo que tendrá una función fundante imprescindible al volverse causa que empuja a hablar. Y hablar, encadenar una palabra con otra y organizarlas en un discurso donde inscribirse, supone entrar en el universo simbólico del Otro y su trama. Se trata entonces de hacerse un ser y un cuerpo a partir de esa lengua que ya lo habita, de arribar a un borde que ordene, nunca del todo, el campo de la satisfacción, y eso pasará por inscribirse de alguna manera en el campo del lenguaje, en el campo del Otro.

 

… un anudamiento al Otro

En un primer tiempo no hay distinción para el niño entre él y el Otro, no hay en este punto esta dimensión del uno y el Otro. Las palabras le invaden sin ton ni son, y su cuerpo y el cuerpo de la madre, o quién ocupe ese lugar, no se diferencian, los dos hacen uno para el pequeño. De ahí que para él el pecho de la madre sea en principio una parte de sí mismo, o que ante la desaparición de ella no haya en estos momentos la dimensión de otro que se va sino que se trate mas bien de consentir o no a una pérdida.

Para que la constitución subjetiva se de, para que un sujeto pueda emerger y en ese trayecto se pueda arribar a tener un cuerpo, es necesario que se den unas operaciones lógicas. En primer lugar es necesario que el niño se aliene a algunas palabras que le vienen del Otro, que consienta a que alguna de esas palabras lo representen vía una identificación.

Muy pronto el niño se ve confrontado a un Otro deseante, a un otro que desea y cuyas palabras resultan enigmáticas. El pequeño se va a sentir concernido por ese deseo, emergiendo una pregunta fundamental: “¿Qué soy para el Otro?”. El niño forjará una respuesta a ese enigma fundamental, y se identificará inconscientemente a esos significantes que nombran lo que ha interpretado como lo que él es en tanto objeto de deseo de la madre. Esos significantes lo representarán en el magma del conjunto de los significantes. En este momento se trata de satisfacer el deseo de la madre, de ser el objeto que a la madre le falta. Es lo que en psicoanálisis llamamos el falo. Así mismo podrá alienarse también a la imagen que a priori le resulta ajena y que el Otro sostiene y nombra como propia, constituyéndose a partir de ella un yo desde el que nombrarse y pudiendo apropiarse de una imagen unificada del cuerpo, de un cuerpo que se pueda contar como algo que se tiene.

Si bien la alienación supone un primer paso de diferenciación de ese continuo primero en el que no hay distinción alguna, identificarse a ser el objeto de deseo de la madre, realizar la presencia de dicho objeto, resulta muy angustioso y tiene sus complicaciones. En este momento la madre es para el niño un Otro completo, omnipotente, y ante cuyo deseo está a su merced. De ahí que Lacan asocie el desamparo al deseo del Otro, un deseo que nos dice lo aspira y lo deja sin recursos. La presencia del Otro entonces protege del desamparo originario y a la vez estar a merced de su deseo, sin corte, sume al niño en un desamparo radical. Es necesario un paso mas, que de nuevo podrá darse o no darse, es necesario aunque no está asegurado que se produzca otra operación que abra a la dimensión de la falta, en el Otro y en sí mismo, y que opere una separación. Es lo que en psicoanálisis llamamos castración.

Hace falta entonces que haya un otro que acoja al niño, y hace falta también que ese otro falte, que indique que su deseo puede estar en otra parte mas allá del niño para que el niño pueda tomar nota de que a la madre le falta y de que él no la colma del todo. A veces se intenta evitar que el bebé llore o se angustie ante la partida de la madre, pero es precisamente por la alternancia entre la presencia y la ausencia del Otro primordial que se inaugura un tiempo de la simbolización necesario para que se de la operación de separación.

Freud le dio toda la importancia a un juego que observó en su nieto de año y medio, se dejó enseñar por lo que ahí se mostraba. Se trata del “fort-da”. Freud se percata de como el niño juega a “se fue” tirando un pequeño objeto, haciéndolo desaparecer mientras enuncia “oooo” (“fort”, fuera, lejos), para mas tarde hacerlo aparecer de nuevo diciendo alegre “aaa” (“da”, aquí). Resalta como en este juego se obtiene una satisfacción y se juega algo fundamental: la elaboración de la separación de la madre, de un Otro primordial. A través del juego el niño está tratando de elaborar, de dominar, eso que pasa: la madre va y viene, está y desaparece. Lacan resaltará la importancia del uso de esta pareja de significantes, fort-da, que lleva al plano simbólico la ausencia y la presencia, y plantea que el niño no solo trata la pérdida de la madre, que es en realidad en este momento una pérdida de sí mismo, una automutilación, sino que ya ahí el niño se abre a la palabra, se apropia de las primeras migajas de lo simbólico.

Es la antesala de esta operación lógica que llamamos separación, operación en la que tendrá también toda su importancia que opere un cuarto elemento, mas allá de la madre, el niño y el falo. Este cuarto elemento es lo que Freud ubica en el padre y que Lacan separa del genitor, del padre de la realidad, introduciendo su metáfora paterna en su relectura del Edipo freudiano. El Nombre del Padre, en tanto función, hace obstáculo entre el niño y la madre, encarna un no que separa y que lejos de expresar un rechazo rescata al niño del cautiverio de quedar identificado absolutamente a ser el objeto que colma a la madre. Lo rescata entonces de quedar solo con eso y lo aloja bajo unas coordenadas simbólicas. Lacan decía que un padre es aquel que hace de una mujer objeto causa de su deseo, aquel que convoca a la madre a otra cosa, mas allá del niño, y pone en juego su propia versión del deseo de la que el pequeño podrá servirse.

En este momento puede producirse la separación que permite la emergencia de un sujeto del deseo. Así mismo, si en el niño se inscribe la función paterna, si toma nota de que a la madre le falta, que hay un deseo en la madre que lo trasciende y que él no puede colmar, este Otro primordial pasa de ser un Otro completo para el niño, a ser un Otro barrado, en falta, lo cual produce un gran alivio. No es lo mismo que el Otro tenga una dimensión omnipotente y que pueda hacer con uno lo que quiera, que que sea un Otro afectado por la castración.

 

Una clínica del aislamiento y de las dificultades en el lazo con los otros en la infancia

Así, de si se dan o no se dan estas operaciones, y del modo de darse, depende el estatuto que el Otro tenga para cada uno, estatuto que va a determinar el lazo que se establezca con los otros y la manera de habitar la soledad a lo largo de la vida. Habrá quien en un rechazo radical a pasar por el Otro encuentre en el aislamiento una defensa radical. Habrá para quién el Otro sea omnipotente y quiera el mal del sujeto resultando persecutorio todo aquel que para él encarne ese lugar. Habrá para quién constatar los signos de la castración en el Otro resulte insoportable pegándose o alejándose de los otros de su vida. Habrá quien padezca del fantasma de abandono ante la ausencia del Otro. Y así todos los casos posibles.

Como además cada una de estas experiencias dejarán sus huellas y nunca se dan de una manera lograda del todo, no se trata de un desarrollo evolutivo que llevaría a un estadío superior, cada uno habrá encontrado en la infancia una forma singular, sintomática, de hacerse con ello, y también habrá respondido con un síntoma, en el mejor de los casos, a los impases con los que se ha ido encontrando en el camino. Muchas veces nos llegan a la consulta niños que han pasado por múltiples dispositivos en los que han estado demasiado acompañados por terapeutas, protocolos e intervenciones destinadas a eliminar el síntoma, dejándoles precisamente solos con aquello que habita en él, no haciendo del síntoma algo que habla y que podrá ser leído en un lazo privilegiado que llamamos transferencia. Vía el amor de transferencia un niño puede encontrar un partenaire en el que apoyarse para tratar su síntoma o incluso, en una edad temprana, para que se produzcan las operaciones que hacen a la constitución subjetiva cuando no se han producido. El análisis puede ser entonces una experiencia donde tratar el aislamiento, que no es lo mismo que la soledad, y las dificultades en el lazo con los otros, no a partir de categorías, de grupos, sino en una clínica del uno por uno bajo transferencia.