Las aventuras del viejo cuerpo en el mundo tech

Por Javier Baca

El mundo tech

Es cierto que la cuestión trans ha obligado al psicoanálisis lacaniano a explicarse y para ello, volver sobre las pistas dejadas por Lacan acerca del cuerpo y la sexuación del sujeto. En ese esfuerzo de transmisión se han trazado estimulantes coordenadas de pensamiento e indagación para tratar de dar cuenta de los nuevos malestares en la cultura. Sorpresivamente, es nuevamente el cuerpo, como en las histerias tratadas por Freud, el campo en el que debemos descifrar el sufrimiento subjetivo del serhablante en la época.

Una de esas coordenadas es la relación de los sujetos contemporáneos con la tecnociencia y sus dispositivos, colocados al centro de las industrias más lucrativas del capitalismo actual y su articulación discursiva. Que la tecnología es un gran negocio no es secreto alguno; siete de las diez fortunas más importantes en la actualidad están relacionadas al sector de las nuevas tecnologías de comunicación e información (NTIC).

La tecnología en el ámbito del consumo masivo es un territorio en el que se pueden verificar modalidades de goce que contienen elementos o rastros del gran proyecto científico: sujetos cuya existencia puede reducirse a un conjunto de datos escritos en lenguaje informático binario 1-0, colocados en correlación con otros datos para encontrar patrones biológicos y sociales que son catalogados según criterios de definición prestablecidos. Medir para ubicar y segregar.

En esa descripción está el sujeto de la medicina, el sujeto de la neurociencia, el sujeto de la producción, el sujeto de la educación, el sujeto de la guerra, el sujeto del ocio. No está incorporado en el conjunto de lo medible el sujeto del psicoanálisis en tanto que el lenguaje tiene formas específicas de uso que las mediciones no pueden agrupar. La metáfora, la ironía, el sarcasmo o el humor, no son variaciones que las inteligencias artificiales puedan predecir ni replicar.

Como bien acota Dessal [1], el psicoanálisis sitúa aquello que falla, reconociendo que lo más humano es el error en los procesos, aquello que funciona mal. Un lapsus es eso, algo que irrumpe en la fluidez lógica de un proceso de comunicación. Así, el psicoanálisis es una de esas disciplinas que, como afirma Milner en una conversación con Miller, tratan el malvivir [2].

Ahora bien, siendo que nos adentramos en el paradigma de la tecnociencia y la producción de dispositivos tecnológicos que acompañan la vida de los sujetos contemporáneos y los miden, literalmente, paso a paso [3]; podemos pensar que la lógica de la revisión de los procesos de programación y desarrollo tecnológico, sea la destitución del error humano. Es en ese sentido que se desarrolla el proyecto biopolítico actual: controlar y reducir la especificidad orgánica y su margen de error.

Bassols en su texto Ciencia y confianza, señala que:

(…) en ocasión del dramático siniestro del vuelo Germanwings estrellado en los Alpes, el comentario se ha hecho escuchar en distintos ámbitos: mejor confiar en las máquinas, en los programas, que no en las personas, mucho más complicadas e imprevisibles”. [4]

Es interesante pensar que parte del éxito del consumo de tecnología es que los datos que arroja de nosotros mismos carecen de humanidad, de error humano, y por ello son más confiables.

No es patrimonio del discurso de la tecnociencia la extirpación de la huella humana, su ocultamiento. En las universidades donde se imparte Periodismo, se enseña a los alumnos a escribir en tercera persona para dotar al texto de una cualidad objetiva al anular todas las marcas que pudieran sugerir la existencia de un sujeto narrador.

Cuando, en la discusión acerca de lo binario en relación a la sexuación, se apela a un cuerpo fuera del lenguaje, es imposible no pensar en los relatos de ciencia ficción donde existen cuerpos como entidades [orgánicas-inorgánicas-asexuadas] que pueden ser modificadas a través de dispositivos o mejoradas con upgrades: los androides-andróginos o los cíborgs que, dotados de inteligencia artificial adaptativa podrán “ejecutar” de mejor manera, incluso, los afectos humanos: el camino a lo transhumano.

Es importante situar mínimamente cómo es que la preminencia actual de lo tecnológico surge de una suerte de relanzamiento de su propuesta en el momento del posconflicto de la Segunda Guerra Mundial donde el auge de las empresas de medios de comunicación le permiten incorporarse como en la cotidianidad de los sujetos occidentales en un meta relato de las bondades del capitalismo.

¡Yabadabadú!

En 1960 se estrena Los Picapiedra. La cómica serie animada era un manifiesto del american way of life. Una feliz sociedad de consumo que tenía como ingrediente principal la promesa de la tecnología como factor central de una vida cómoda, grata, más fácil.

Dos años después aparecieron los Supersónicos, una versión en el futuro de los Picapiedra para terminar de demostrar el punto: la tecnología siempre ha sido parte de nuestra vida y, situada dentro de la lógica del consumo, tiene posibilidades de confort infinitas.

Entonces, los Supersónicos mostraban dispositivos que eran impensables en esa época: teléfonos donde se podía ver al otro, relojes inteligentes, asistentes virtuales para el hogar, periódicos digitales, mascotas robot. Todos elementos que hoy son parte de la vida cotidiana de millones de personas en el mundo. Ninguna ciencia más seria que la ciencia-ficción.

Años antes, la tecnociencia había aparecido en el mundo de manera atómica y mortífera. El proyecto Manhattan aglutinó a muchos de los científicos más importantes [5] que se pusieron a la tarea de convertir las investigaciones alrededor de la energía atómica en la madre de todas las armas: una gran bomba.

El 6 de agosto de 1945 cayó sobre Hiroshima, Little Boy y en pocos segundos, más de 70 mil personas murieron dentro de una bola de fuego de más de 4 mil grados centígrados. 3 días después Fat Man arrasó Nagasaki. En total, más de 110 mil personas muertas en 4 días.

Lo más depurado de la ciencia y la tecnología mostraba su faz más letal.

Second chance

Desde entonces, y una vez caído el muro, el crecimiento del mercado de la tecnología para uso doméstico se ha ampliado y no hay discurso en el mercado que no tome significantes del mundo tecnológico para describirse, metáforas con las que los sujetos contemporáneos, fundamentalmente tecnológicos, enganchan.

Por ejemplo, los detergentes tienen unas partículas que quién sabe qué hacen, quién sabe cómo, pero deja felices prendas al viento; o el material de las nuevas zapatillas que hacen del pie una máquina ergonómica al servicio del caminar adecuado y eficiente.

Incluso la política adopta sus plataformas en reemplazo de las formas anteriores. La plaza atiborrada de militantes es ahora una multitud de @ en mítines virtuales liderados por un tweet [6]. Las grandes publicidades son sustituidas por memes que se “viralizan” de manera “orgánica”.

Dice Dessal en su libro Inconsciente 3.0 [7].

No solo compramos dispositivos técnicos por los indiscutibles servicios que nos prestan: lo hacemos, ante todo, porque somos unos consumidores de las metáforas que conforman su packaging.”.

Y el packaging es todo un modo de hablar en esta época. Los sujetos ya no montan o pasean en bicicletas, hacen cycling; ya no se sale a correr, se hace jogging y tampoco se enamoran, hacen click. Toda una narrativa tecno que recubre la vida de un hálito de precaria modernidad al alcance del sujeto consumidor.

Chorreado, más que líquido

Hace unos años, Zygmunt Bauman introdujo el concepto de lo líquido para explicar las dinámicas de las sociedades actuales donde los sujetos viven bajo la lógica de la evitación de todo aquello que sea fijo o sólido. El sujeto contemporáneo entiende que esa solidez evita o detiene el cambio.

Cambio, velocidad y performance son significantes que conforman el mandato superyoico para el sujeto actual de la producción. Mientras que limpio, ordenado y eficiente, lo son para el sujeto de la salud.

Desde el psicoanálisis entendemos este momento, que Lacan delineaba ya desde finales de los años 30, como el resultado de la evaporación del Nombre del Padre. El decaimiento de esa función fundamental que le permite al sujeto introducirse en la lógica de la castración y, por lo tanto, de la ley que limita el goce. El mundo actual es el del sujeto chorreado: chorreado en el sofá frente a la pantalla y chorreado en su goce ilimitado; desbordado.

Y el goce es pulsión que, a través del fantasma, logra satisfacción siempre incompleta. Que esa satisfacción es parcial, es algo que el marketing explota en la dosificación. La promesa del discurso publicitario es que sus productos generan satisfacción plena, inmediata y prolongada, y cuando no es así en la experiencia del sujeto, hay ya una versión 2.0.

Sea un nuevo reloj inteligente que mide lo más recóndito de tu organismo o una nueva serie para hacer una maratón, su objetivo es devolver al sujeto a su condición de falta para que vuelva a consumir. No se trata de que el sujeto dé cuenta de esa falta y pueda, con ella, elaborar un modo de hacer distinto que le procure un anudamiento sintomático menos mortificante, sino que compre.

I, data

Antes de la pandemia, consulta un joven por un implacable insomnio que lo tiene agotado e irritable. Decía no saber de qué se trataba, hasta que unas semanas después dice con algarabía: “¡Es que tengo insomnio!”.

La app que había descargado a su teléfono, y que medía la calidad del sueño cada noche, lo había confirmado. La data no podía fallar. No era relevante su cuerpo como productor sintomático, sino que sólo al ser mediado y transitar la cuantificación y catalogación es que este sujeto puede nombrar su sufrimiento. La tecnología lo nomina.

Ser medido y catalogado es una de las marcas más claras de goce relacionadas con la tecnología. Todos los días, millones de personas usan dispositivos en las muñecas, en las manos o en el pecho, como puertos de conexión que los introducen al mundo tecno en el que habitan como la expresión más sintética de su existencia. El sujeto se reduce a una cantidad de datos, ritmos y fluctuaciones orgánicas que le dan un lugar en relación a otros. Es decir, el mecanismo, a través de un dispositivo, subsume un modo de hacer operativo al sujeto. Una data específica.

La tecnociencia contemporánea constituye un saber de tipo fáustico, pues anhela superar todas las limitaciones derivadas del carácter material del cuerpo humano”, explica Paula Sibilia [8].

Si el analizante insomne requiere de la data para decir que no puede dormir, es porque esa data es supuesta como la verdad última de sí, la verdad irrefutable, científica y numérica que él es en el mundo contemporáneo.

Se trata, también, de una relación erotizada con el dato científico en tanto libidinización de ese ser numérico. Los resultados de su reloj lo conmueven a tal punto que le otorga el valor de productor de verdad. Es confiable, porque él no ha intervenido en la conclusión, se ha borrado. Se trata del sujeto forcluido de la ciencia.

En consulta

El consultorio (privado o en instituciones) es el espacio en el que los analistas damos cuenta de los modos en los que los sujetos dicen de sí y sus objetos. Hay anudamientos que la tecnología permite, sin duda. La clínica con adolescentes tiene, muchas veces, un tono tecno.

Bugueado, es un significante utilizado por un chico de 13 años para describir algo de sí que no funciona de manera clara y fluida. Este neologismo proviene de bug, “bicho” en inglés y designa, en el ambiente gamer a un problema de software que hace que el juego no responda, funcione con retraso o se paralice.

Antes de la pandemia, este chico dice, para describir el impacto en el cuerpo al aproximarse a su objeto de enamoramiento: “Brother, me quedé bugueado, no me pude mover”. Este agenciamiento del neologismo para dar cuenta de su relación con el evento, da cuenta del consentimiento que le otorga a una versión suya, una especie de sí tecnológico. Y es muy preciso su decir. No es que un evento externo lo paraliza, es que se vive como dentro de sí, de su “programación” falla al ver a la chica que le gusta.

Su éxtimo, muy tech, es un bug, propuesto en las sesiones para pensar qué es eso que le malfunciona en esos momentos. Emerge entonces la marca en el cuerpo de la irrupción de la sexualidad, un bicho para el que no existe antivirus, con el que hay que aprender a hacer.

Juan Mitre recuerda que:

La sexualidad hace agujero en lo real, y nadie zafa bien de ese asunto, advierte Lacan, lo que quiere decir que más que producir sentido, hace agujero. En la pubertad el sujeto se confronta con un goce desconocido (…) que lo exilia de sí mismo…”.[9]

La sexualidad es un bug del serhablante.

Este chico gamer, techy, nativo digital, hiperconectado no ha podido evadir el error de programación que, felizmente, supone lo humano. La sexualidad que obliga a hacer algo con la incomodidad del cuerpo, algo original sin prótesis. El viejo cuerpo hablado del sujeto.

Notas

[1]DESSAL, Gustavo. Inconsciente 3.0. Lo que hacemos con las tecnologías y lo que las tecnologías hacen con nosotros. Xoroi Edicions, 2019. Edición digital.

[2] MILLER, Jacques Alain; MILNER Jean-Claude. ¿Desea usted ser evaluado? Conversaciones sobre una máquina de impostura. P 15. Miguel Gomez Ediciones, Málaga, 2004.

[3]Las versiones más recientes de teléfonos móviles, así como los relojes inteligentes incorporan la función de medición de pasos dados al día e incorporan, algunos, las recomendaciones de la OMS al respecto como medida de una vida más saludable.

[4]BASSOLS, Miquel. Ciencia y confianza. En Lacaniana Nª.24. Escuela de Orientación Lacaniana, Buenos Aires, 2018.

[5]Antes de morir, Einstein se arrepentería de ser uno de los firmantes que impulsara la construcción de la bomba nuclear.

[6]Esto lo analizaba Giovanni Sartori en su libro Homovidens, antes del auge de Internet y sus plataformas.

[7]DESSAL, Gustavo. Inconsciente 3.0. Lo que hacemos con las tecnologías y lo que las tecnologías hacen con nosotros. Xoroi Edicions, 2019. Edición digital.

[8]SIBILIA, Paula. El hombre posorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010.

[9]MITRE, Juan. La adolescencia: esa edad decisiva. Grama, Buenos Aires, 2014.