Por Gabriela Galarraga.
“¿Se ha dado usted cuenta de hasta qué punto es raro que un amor naufrague por las cualidades o defectos reales de la persona amada?” (I) pregunta Lacan en el Seminario II.
El amor hace existir al Otro a quien se supone portador de un saber acerca de nuestra verdad Se cree que amándolo se accederá a esa verdad que esconde y que colmará la falta en ser.
Pero allí donde se busca un saber sobre cómo relacionarse se encuentra el malentendido entre los sexos del que da cuenta el aforismo lacaniano No hay relación sexual. El amor agujerea el saber.
Falta la fórmula de la pareja sexual. La oposición entre el goce masculino, localizado y potencialmente separable y el goce femenino, envolvente y contiguo, los vuelve incompatibles y dispares. El Uno del falo es incompatible con el dos de la pareja.
El goce del Uno y su carácter autoerótico operan como un “rasgón en el lazo” (2). Los seres sexuados encuentran su satisfacción en el Uno, que les exilia a la soledad de su goce.
Para el parlêtre, la relación con el otro sexo es compleja, para salir de la repetición, se hace necesario inventar un nuevo lazo. ¿Cómo hace cada sujeto para que el goce y el deseo den forma al lazo sexuado que lo une a otro?
ATADURAS (3)
Ataduras de Doménico Starnone responde a la novela Los días del abandono de Elena Ferrante. Ambos autores conversan en dos novelas con la misma trama: un hombre deja a su mujer e hijos por una mujer más joven. Sin embargo los estilos de prosa difieren así como el rumbo de la historia.
La novela de Starnone es un texto clave del misterio literario de que novelista se esconde tras el seudónimo de Elena Ferrante. Luego de años, una investigación periodística desvela que se trata de Anita Raja, la traductora literaria casada con Doménico Starnone.
En Ataduras, cuyo título en italiano es Lacci, Lazos, la historia se cuenta desde tres voces distintas e independientes: Vanda, Aldo, y sus hijos ya adultos, en tres libros que podrían ser leídos por separado.
La novela arranca con las cartas que, a lo largo de un par de años, una madre de dos niños le dirige al esposo que la ha abandonado por una mujer más joven.
Cartas de amor, en tanto intento de recuperar el lazo con el Otro ausente al que se le recuerda: “Por si se te ha olvidado, muy señor mío, ya te lo recuerdo yo: soy tu mujer”.
Vanda ha perdido a ese otro al que le entregó todo buscando asegurarse ser todo para él, y a la vez el semblante que le permitía orientarse en el escenario de su vida.
El tiempo dará paso a amenazas, a miedos y al desprecio por ese “hombre débil y confundido, falto de sensibilidad, superficial, lo opuesto de lo que durante casi doce años creí que eras”.
Denuncia así los semblantes que apuntarían a cualquier consistencia del otro y le increpa “¿Tienes lo que buscabas y que yo ya no tengo o nunca he tenido?”
Pasa entonces a reivindicar sus hijos como su propiedad, ya que para ella el final de la relación supone el final de la relación de Aldo con sus hijos “aunque esto los mate”.
Pero Valda no es Medea, escribe: “Me he matado. Sé que debería escribir ‘He intentado matarme’, pero no sería exacto. En esencia estoy muerta. …. Hace tiempo que me mataste, y no solo en mi papel de esposa, sino como ser humano…”.
Aldo no acude, pero siente que algo cede en la coraza de insensibilidad que había construido, al recordar el intento de su suicidio de su madre, “brecha por la que se coló también el dolor de Vanda”.
En el Libro 2, Aldo toma la palabra recordando a una Vanda “llena de gracia” pero a la que deseaba “con juiciosa mesura” frente al “amor absoluto” que siente por la mujer con la huye.
Cuatro años después de abandonar a su familia, algo le hace retroceder frente a su deseo. Una gélida mañana ve una mujer sola y empobrecida tirando de sus hijos enfurecidos y piensa que es su “familia que regresa del olvido, y de golpe vi mi lugar vacío junto a ellos, me convencí de que ese vacío los había modificado de ese modo”.
Al regresar a su casa con su familia empieza a temer a su mujer por “Cómo había barrido con todos los tabúes, de su determinación por convertirse plenamente en mujer…. se negaba a perderse a sí misma”.
Vanda intenta con su mascarada femenina vestir el semblante que le haga un lugar en el fantasma de él. Se adhiere a esa identificación imaginaria, mostrando sus dificultades para operar con la nada.
Para Aldo algo cambió cuando ella empezó a mirarse mucho en el espejo, necesitaba renovarse, ser como ella misma dirá “algo más que una buena esposa y una madre aplicada”. “¿Me volví demasiado nueva? “, pregunta.
Nueva quizás sí, pero no Otra para él. Aldo no responde. “De la crisis de hace tantos años los dos aprendimos que para vivir juntos debemos decirnos mucho menos de lo que nos callamos”.
Y así transcurren cincuenta y dos años de convivencia, “un largo hilo de tiempo ovillado” y en el que se enredan, organizándole la vida sin ocultarlo ella y él siguiendo instrucciones sin protestar.
Frente a las exigencias de Vanda para con sus hijos, Aldo optó por hacer como si no existiera, “un espíritu inocuo, casi mudo…En familia he sido un hombre sombra, siempre callado”. Siempre en vilo entre “caricias y latigazos”, entre lazos y ataduras.
Reconoce haber vivido con ellos como un padre distraído. Recuerda la incomodidad que sintió en un paseo con sus hijos luego de cuatro años sin verlos, y que no se venció hasta que su hija le pregunto si fue él quien enseñó a su hermano a atarse los zapatos con un “lazo ridículo”.
Algo le toca el cuerpo con una intensidad insoportable y Aldo se conmueve frente a la pregunta de cómo se hacía aquel lazo. “Eres ridículo, pero ¿me enseñas?”, le pide la pequeña.
En el Libro aparecen en escena los hijos ya adultos que opinan que “los únicos lazos que han interesado a nuestros padres son los que han utilizado para torturarse toda la vida”.
Para la hija, su padre “no es más que un hombrecito encogido por dentro” que se entregó al “sadismo de mamá”, quien dijo: “te pondré a prueba cada minuto, cada hora”.
Solos en el piso de sus padres, lo que empieza como un juego para buscar pruebas de una posible infidelidad de la madre, un rescoldo de su no-toda, acaba con un desgarro. “Al principio nos limitamos a estropear el orden de nuestros padres… Después le tomamos el gusto y nos dedicamos a destrozarlo todo”.
No sin antes la hija desvelarle a su hermano que, con ocasión de aquel paseo con su padre, cuatro años después de que los abandonara, fue su madre quien le preguntó “¿te has fijado qué lazo más ridículo se hace tu hermano al atarse los zapatos? La culpa la tiene tu padre, nunca hizo una a derechas. Cuando lo veas díselo …. Esta historia del lazo nos implicó a todos”.
Aldo y Vanda regresan a un hogar saqueado. Asoman recuerdos de otro momento baldío. Vanda le confiesa que cuando aceptó que volviera a casa lo hizo “solo para recuperar lo que me habías quitado”, pero no se aclaraba qué debía devolverle.
Se dijo “vamos a ver cuánto aguanta antes de volver a marcharse con ella. Pero cuanto más te atormentaba, más te doblegabas”.
El amor, experiencia sintomática, une a los partenaires a partir de las condiciones de goce singulares e inconscientes. Pero cuando cede el fugaz espejismo del amor y no logra hacer lazo frente a la soledad del goce, entra en escena el goce de cada uno y el odio. El odioenamoramiento pasa a ser la atadura más duradera.
En Nápoles hay un tipo de teatro particular, característico del sur, la sceneggiata, un mostrar sin filtro. “Se han ocultado el uno del otro, no sin antes dejar caer la amenaza de descubrirse en cualquier momento”, concluyen los hijos.
Starnone dice que su ciudad es un lugar complejo que no puede encajar en un estereotipo: “Sobre Nápoles siempre hay algo más que decir”.
Quizás también sobre el amor, mientras se sigan escribiendo historias de sus errancias, desvaríos, enigmas y malentendidos.
Bibliografía:
(1) Lacan J. Seminario 2 El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica, ed. Paidós, Barcelona, I984, p327
(2) Miller J. A. El lugar y el lazo, ed. Paidós, Bs. As. 20I3, p I3.
(3) Starnone D. Ataduras, es. Lumen, Barcelona 20I8.