Por Angelina Harari.
Traducción revisada por Fabiana Gama Pereira.
Lo ilimitado es una expresión en boga y constituye un accesorio inevitable cuando se trata de la producción de los gadgets, esa serie de productos creados por el discurso de la ciencia para ser consumidos por la sociedad contemporánea globalizada. Una forma de burlar el límite de la castración, está en la confluencia de los discursos prevalentes de la modernidad: el discurso de la ciencia y el del capitalismo. En la sociedad de consumidos por la dominación combinada de los dos discursos, el Nombre-del-Padre, como función-clave, se desvaloriza [1].
Si uno adquirió un smartphone, precisará un plan ilimitado de datos para poder usarlo, por más que el gadget en sí no tenga, por definición, valor utilitario.
Desde el punto de vista del discurso analítico, lo ilimitado puede ser abordado partiendo de un aspecto de la revolución científica del siglo XVII: el del pasaje del cosmos finito (cerrado y jerárquicamente ordenado, basado en la concepción aristotélica del espacio) al universo infinito (sostenido apenas por la identidad de las leyes que lo rigen), basado en la geometría euclidiana, que toma el espacio como extensión homogénea e infinita y acarrea, según Koyré, la historia de la destrucción del Cosmos. Para Jacques-Alain Miller, con el universo infinito de la física-matemática la naturaleza desaparece y lo real comienza a develarse.
El cosmos finito tiene afinidad con la idea de naturaleza y de orden [2]. Lo que caracteriza a lo real positivista de la ciencia es la forclusión del sujeto: es aquello que se impone independientemente del sujeto, diferente de un real para el psicoanálisis, que implica la falta de ley natural entre los sexos. El real del psicoanálisis no es el real de la ciencia.
Lacan trató el tema remitiéndonos a Koyré, a Frege y a Cantor: “A partir de allí Cantor vuelve a poner en cuestión toda la serie de números enteros y remite el denumerable al primer infinito, nombrado χ0, el primer Uno otro al transferir del primero el corte: aquel que de hecho hace el corte del dos”. Al forjar las fórmulas de la sexuación, Lacan se valió de los descubrimientos de Cantor. Desde ese punto justamente deduce el Uno: cuando falta un elemento al conjunto, aunque este sea cerrado, no puede ser finito.
La falta de ley natural entre los sexos quiere decir que no hay relación de causa y efecto, hay fractura entre real y sentido: el significante no determina el significado. Enlazar lo ilimitado a lo infinito orienta hacia un real, extrayendo todas las consecuencias de la última enseñanza de Lacan para una nueva práctica del psicoanálisis.
En ese contexto, la no relación sexual separa hombres y mujeres: no en el sentido freudiano de la roca de base de la castración, de la diferencia entre, por un lado, el horror a la pasividad y, por el otro, la envidia del pene, sino la separación que se da por lo que, de la relación, no puede escribirse, no cesa de no escribirse.
El límite de la castración del lado de la función fálica no corresponde a un ilimitado del lado femenino, pues no hay proporción sexual. De un lado, la función fálica se escribe porque hay una excepción al límite de la castración, que escapa a la regla, constituyendo así un universal, o sea, los hombres están sometidos al límite de la castración.
¿Y del lado femenino? La perspectiva de la última enseñanza de Lacan, elucidada gracias al trabajo de Jacques-Alain Miller, nos lleva a la noción de que hay otro goce no fálico y que la mujer está dividida entre dos goces, constituyendo siempre una excepción. Al límite de la castración corresponde el infinito, del universo infinito, como “el primer Uno […]: aquel que de hecho hace el corte del dos” [3].
La diferencia sexual no reside en dos órdenes opuestos, mucho menos complementarios. Del lado hombre puede pensarse en orden fálico, pero del lado del no-toda, una división entre lo que se escribe y lo que no se escribe. Por eso Lacan aborda la sexualidad con la lógica, sustentando la diferencia en la lógica.
De un lado el conjunto cerrado, contenido, conlleva la excepción y, por lo tanto, admite el universal; del otro, la serie de unos, el Uno separado del dos, caracterizado como lo sin límite, o sea, sin el límite del falo, lo cual no quiere decir ilimitado, pues éste mantiene una afinidad con el imperativo del goce, el “¡Goza!” que siempre pide más.
La excepción paterna se diferencia de la excepción que cada mujer constituye, en el uno por uno, en la serie de las singularidades, cuando el sujeto se determina como mujer no-toda. Lacan agrega en “El atolondradicho”:
“Decir que una mujer no es toda es lo que nos indica el mito porque ella es la única superada por su goce” [4]. Ella quiere ser reconocida por la otra parte como única, y además, “aunque se satisfaga la exigencia del amor, el goce de la mujer la divide, volviéndola partenaire de su soledad” [5].
Extraer consecuencias de la postrera enseñanza de Lacan implica no quedar más acá de los límites de la función fálica. Al contrario, ir más allá, del lado de lo no-toda: no habría cómo reconciliarse con el propio goce, punto al cual se pretendía llegar en el final de la experiencia analítica, con el primer Lacan. La mujer no-toda, al ser superada por su goce, constituye un límite de la función que no puede certificarse a partir de nada que pertenezca a un universal.
Como afirma Jacques-Alain Miller, es cuestión de reducir el Otro a su real y liberarlo del sentido [6], sin pretender un ilimitado como una ausencia total de límites, que redundaría en el goce del blablablá. Lo real desprovisto de todo sentido, Lacan lo encuentra en la matemática [7].
Bibliografía y notas:
[1] Miller, J.-A., “Un real para el siglo XXI”. Presentación del tema del IX Congreso de la AMP p. 17-27.
[2] Ibíd. Un real para el siglo XXI.
[3] Lacan, J. El Seminario, Libro 19, …o peor, Buenos Aires, Paidós, 2012, p.236.
[4] Ibíd.
[5] Lacan, J. “El atolondradicho”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 490.
[6] Ibíd.
[7] Miller, J.-A. “Un real para el siglo XXI”, op. cit.