“¿Por qué nos comprometimos a seguirlo en esa difícil última rama de su enseñanza? No vamos a desestimar el gusto por el desciframiento. Lo tengo, lo tenemos, porque somos analistas. Y lo somos lo bastante como para percibir, en algunos relámpagos, aquellos que agujerean las nubes oscuras del discurso de Lacan, que consigue destacar algún relieve que nos instruye acerca de eso en lo que el psicoanálisis se convierte y que ya no es del todo conforme a lo que se pensaba que era.”[2]
Jacques-Alain Miller
Alea iacta est – la suerte está echada
Psicoanalizarse es una suerte. Cuando “la suerte está echada”, como dice la expresión, hay una suerte de soledad que no es la del aislamiento, sino la que compete a la separación, a una pérdida que causa una renovación, un resto fecundo, incomparable, sin par, sin dos.
Sin más nada que agregar, llegué a un punto. El punto de leer las coordenadas de mi nacimiento que como un relámpago en bon-heur agarré fuerte, tan fuerte como cuando se sostiene esa única ocasión, que en mi caso fue la de aferrarme a la vida.
Fue en el dispositivo analítico que aprendí lo que es hablar por medio del goce de la palabra, todas esas vueltas dichas, en un medio que para quienes consentimos dejarnos atravesar por un análisis comprendemos –no sin ir por el filo del sin sentido–, la posibilidad de un bien decir. Cuando este decir procura el encuentro con un analista, podemos ¡enhorabuena! decir lo que hay de un encuentro, ¡sí! a veces hay el milagro de un encuentro, y cuando este se aferra-con el discurso del analista, solo entonces sabemos leer lo que se encarna, lo que se ofrece en tanto lo nuevo yace desgobernado del Saber (S2) que habla y habla y habla.
Cuando se habla en un análisis, el enunciado cae para dar paso a lo nuevo de la enunciación, pero de una manera distinta a la que uno mismo, tomado por el narcisismo de su sí-mismo, fue hablado por el Otro, S2, S3, Sn.
Al final de mi análisis, que en buena-hora (bon-heur) concluyó, fue algo como el sofisma de los tres prisioneros que Lacan enseña, especialmente sobre el momento de concluir en el que “me solté” –como he testimoniado–, del peso fijado (mirado) del fantasma que satisfizo la felicidad (bonheur) de la pulsión. Es así como leo hoy la paradójica buena-suerte de vivir la novedosa felicidad de la pulsión.
bon-heur (buena-suerte)
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bonheur (felicidad)
Distancia de la disancia
Jacques-Alain Miller agujerea las nubes oscuras del discurso lacaniano, no sin interrogarnos: ¿Por qué nos comprometimos a seguir a Lacan en esa difícil última rama de su enseñanza? Lo cierto es que, de hecho, tenemos cierto gusto por el desciframiento.
Sin embargo, se trata de un gusto nuevo, que si algo tiene que decir es sobre la inconsistente posición del analista S(A/). Una disidencia diría hoy, respecto a todo lo que se pensaba era sostenido por el saber; todo ese saber… no es más lo que fue. El mundo –no solo en este tiempo de pandemia –, no será más lo que era, porque como afirma Heráclito: “No nos bañamos dos veces en las aguas de un mismo río, ni si quiera una vez”. El psicoanálisis, tampoco se baña dos veces en un mismo Otro.
A partir del hilo, de la fibra, de la hebra de El ultimísimo Lacan (título del Curso de 2006 – 2007 de JAM), que retoma más de treinta años de enseñanza, es –a mi lectura– un poético esfuerzo por soltar el ideal de un lacanismo, un esfuerzo por conmovernos respecto ciertas posiciones consistentemente teóricas. Un esfuerzo más para tomar distancia de la disancia lacaniana, esa misma en la que nos zambullimos hace décadas.
¿Qué es la disancia? Se trata de la lengua tal como es hablada por la gente que ejerce la misma profesión –señala Miller en el primer capítulo de este curso–, un curso que advierte a quien se haya autorizado o sostenido solamente en el saber del psicoanálisis, para quizá incurrir en la idea de gobernar. Como es sabido casi por tradición, los candidatos a gobernar no faltan; el problema es si “ocurre lo mismo en el psicoanálisis”, señala Lacan en el primer párrafo de El triunfo de la religión.
Este liviano curso de JAM sobre El ultimísimo Lacan –es uno de mis favoritos–, quizá porque carece del tradicional peso de la Tradición, quizá porque nos convoca a la desegregación, quizá porque me recuerda el gai savoir del discurso analítico abierto a las sorpresas del acto, como ocurre cada vez que un relámpago agujerea una oscura nube.
Pasos discontiunos
Examinar los pasos que van: del sujeto al parlêtre, del inconsciente freudiano al cuerpo-hablante lacaniano, del objeto al sinthome, del cuerpo a la carne, merecen sin duda, el tiempo de releer el trayecto de la continuidad hecha, para pasar a los pasos discontinuos que la época nos confronta, caso por caso, para pensar contra sí mismos.
Hay un precioso poema de García Lorca que, como un fuerte relámpago, dice: “Es preciso romperlo todo para que los dogmas se purifiquen y las normas tengan nuevo temblor”. De hecho, en tiempos de una pandemia sin precedentes (pero no sin un nombre: “Covid-19”). Algo se ha soltado, nuestros munditos ya no son más lo que fueron, lo que fuimos. Este deser, este antes y después es –a mi lectura- un momento afortunado para saber leer en la prisa de los efectos de la época. Algo nuevo está pasando, Banksy –el artista de arte urbano británico– acaba de decirlo mejor sorprendiéndonos con un emotivo homenaje a los héroes que no-tienen capa. Como se dice en inglés: ¡Game Changers!