Por Julio Riveros.
“¿De qué está hecho el psicoanálisis? De experiencia y de teoría. En todo caso, esta es la respuesta que se me ocurrió y que acepté”
J.- A. Miller
En la última enseñanza de Lacan hay una mutación del fantasma al síntoma. El significante y el goce están conectados en el mismo sentido que en Freud síntoma está en connivencia con satisfacción a partir de Inhibición, síntoma y angustia.
Miller considera al fantasma, desde una óptica freudiana, como el quinto concepto fundamental, lo llama juntura. Lo podemos nombrar también soldadura entre autoerotismo y deseo edípico (Dora). El fantasma es amboceptivo, tal como lo indica el matema lacaniano usando una conectiva inédita en el metalenguaje de la lógica (losange). A propósito, ya no es la lógica, Lacan se sirve de la topología. El Kern del síntoma es el goce y Lacan lo llamó a. El fantasma entonces, es el matema de la ambocepción entre dos sustancia heterogéneas, significante y goce.
El a condensa goce, a esa conclusión llega Lacan y en el Seminario 20, el goce muta y a partir de Encore está en todas partes. La palabra del analizante no apunta a ninguna trascendencia. El gozar está en el decir. De modo tal que síntoma muta, y hay un viraje etimológico a sinthome, no en términos de formación del inconsciente sino de funcionamiento, es decir libidinal.
No se trata de levantar el síntoma. Hay la positividad incontrastable del goce, por tanto, no se trata de elucidar, ni de transformar nada, sino “de mutaciones que ocurren en la positividad del sinthome» (Miller, 2014, p. 178). La meta de un análisis desde el punto de vista de la positividad del goce, no es anularlo ni eliminar el síntoma, sino disminuir el displacer que implica, aumentar el placer, dice Miller. Es puramente cuantitativo, más o menos satisfacción. Un arreglo práctico. Subrayo la palabra arreglo, encontrarle la vuelta al embrollo. Cero trascendencia, nada de metafísica. Se trata de mera satisfacción en términos no de padecimiento sino de placer. Una dimensión de “comodidad” en el dasein.
El horizonte es mucho más modesto que el de llegar a llegar al Hombre Nuevo o al despertar. No. Se trata de «la satisfacción que marca el fin de análisis», como decía Lacan. Y Miller agrega leña al fuego indicando: «Uno está más cómodo en su miseria -está, pese a todo, más cerca de lo que se observa-; es decir, actuar de modo que el sinthome, en el mejor de los casos, empiece a darles placer, quizás los cure, les permita hacer una obra, como a Joyce, y tal vez les aporte una pequeña satisfacción» (Miller, 2014, p. 179).
Por tanto, el fin del análisis se dirime en términos de satisfacción. Ninguna metafísica. Tampoco se trata de encontrar ninguna figuración de la verdad, porque la verdad como tal no entra en las consideraciones del goce, es decir del fuera del sentido.
Por tanto, siguiendo a Miller, la lección en todo caso es de mesura, como describe al final de la Clase XI de Sutilezas analíticas: «Por lo tanto, hoy termino con una lección de modestia, de mesura. Lo más difícil de alcanzar no es el hombre nuevo,… no es la tierra prometida (el sinthome no tiene tierra prometida). Hay simplemente un andar bastante mejor [las itálicas son nuestras]. Cuando éste se instala, cuando dura, cuando les cuesta menos -y más en particular, el análisis-, pues bien, ya es suficiente».
La respuesta al factor cuantitativo freudiano es lacaniana. El sesgo de la finalización de un análisis es el de la satisfacción, no opera en el sentido de ningún paradigma “paratódico”, es un acento, un énfasis sutil, acotado a la singularidad del goce de cada uno, tal como lo define el poeta argentino Joaquín Giannuzzi: «Hay algo en uno que no encaja en nada» . Cuando se llega a ese hueso, es suficiente.
Bibliografía:
– Miller, J.-A., Sutilezas analíticas, Paidós, Bs. As., 2014.
– Giannuzzi, J., Obra Poética, Emecé, p. 219, Bs. As., 2000.