Los adolescentes y el porno online

Por José Ramón Ubieto

La realidad digital se presenta como una vía privilegiada para tratar el síntoma de la adolescencia, en un momento donde el sujeto toma la responsabilidad de construir su Otro. La clínica nos muestra que se trata de una vía con usos muy diversos. Algunos adolescentes no pueden desprenderse fácilmente del uso de los gadgets porque este nuevo objeto tiene el valor de un objeto transicional, con el que desplazarse de un lugar a otro y de un vínculo al otro. Otros, lo usan como complemento de sus lazos presenciales.

Cada cual hace su uso sintomático, constituye con el objeto una pareja que les permite investigar sobre la vida, la muerte o la sexualidad. Su interlocutor es un Otro digital, distinto a los adultos más próximos (familia, docentes) y con el cual tienen que inventar su solución. Esta nueva opción de construir su propio Otro simbólico de referencia, un Otro universal a través de las redes sociales, les ayuda a transitar la adolescencia en busca de la salida del túnel al que alude Freud, refiriéndose a la metamorfosis de la pubertad.

La red es hoy un interlocutor privilegiado de los adolescentes. Allí, en la era del Otro roto, buscan respuestas y encuentran una versión reconstruida de ese Otro con el que conversar y aprender. Las posibilidades que se les abren son amplias y trufadas de todo tipo de escenas para habitar y gozar solos o con otros. YouTube es una de estas nuevas escenas de lo íntimo y su lema, Broadcast yourself (retransmítete a ti mismo), aúna fortuna y nombre, reconocimiento y goce. Los youtubers ofrecen en sus vídeos cosas personales y una cierta imagen de sí mismos trabajada. No se trata, propiamente de testimonios -aunque no faltan intentos- pero si de mostrar un saber hacer, como es el ejemplo de aquellos que, en sus vídeos, muestran una secuencia de un videojuego. Allí enseñan sus performances, y en ese sentido alimentan su narcisismo, pero también buscan un destinatario de eso, un otro virtual del que se espera la validación. En YouTube también se cuelgan respuestas a otras cuestiones que preocupan a los adolescentes (belleza, habilidades, estar en el mundo, ciencia, política), lo que propicia mecanismos de identificación.

Las versiones virtuales del Ideal del yo -y su conjunción con los yo ideales- encuentran en los youtubers una referencia cada vez más presente, al igual que en otros influencers. Sabemos que, en el trabajo de dar una forma sintomática a lo real en juego, la presencia del grupo o pandilla cuenta mucho. ¿Qué mejor, entonces, que tomar apoyo en sus semejantes para esta exploración? Aquellos que destacan y tienen millones de seguidores es porque algo de su enunciación se cuela, no se limitan a repetir e inventan su manera singular de tomar la palabra y ocupar su lugar. Se convierten así en una referencia para leer el mundo por su estilo y semblante, más que por sus contenidos.


Pantallas y autoerotismo

El sexo se muestra, más que se demuestra. Para ello están miles de webs de porno, gratuito y de pago, donde explorar. Hoy lo hacen, además de los adultos, muchos adolescentes que se inician así a los misterios de la sexualidad. No es de extrañar, pues, que ese amplio interés haya generado un mercado cada vez mayor y que los dividendos se democraticen: todos pueden ser, si no influencers, al menos actores eventuales de cine porno. Mientras en Tik Tok se ensayan coreografías y en Instagram posados, hay otras webs donde uno, a falta de talento, puede vender lo que tiene: su cuerpo, como principal activo y consistencia [1]. Una característica de la mayoría de los YouTubers es que evitan encarnar una virilidad excesiva y eso contrapone la influencia del porno, son una zona libre de sexo. No se ocupan de él porque, a su manera, saben bien que no hay la verdad sobre la inexistencia de la relación sexual, así que guardan silencio.

La pandemia ha favorecido estas nuevas prácticas autoeróticas puesto que un porcentaje alto de jóvenes siente hoy miedo ante la idea de mantener relaciones sexuales con desconocidos y se refugia en el consumo de pornografía, apps para ligar y el sexting. La masturbación, matriz del sexo confinado, sigue en el top ten de las aplicaciones híbridas, entre la presencia y lo digital. Tres de cada cuatro jóvenes de 15 a 29 años se ayudan con el porno gratuito y el audio-porno -donde el Otro se hace más presente- adquiere popularidad, especialmente entre las mujeres.

También ha aumentado el uso de juguetes sexuales – más de la mitad de las mujeres de EE.UU. dice que ha usado el vibrador como mínimo una vez- y en las apps de citas, los solteros buscan ahora parejas de sexting o experiencias virtuales compartidas mediante gadgets sexuales que pueden controlarse a distancia. A falta de los encuentros cuerpo a cuerpo, aumentan las conversaciones a través de las apps de contacto. Tinder se ha convertido en la antesala de Instagram, donde se continúan, más relajadamente, las confidencias. No pocos/as, cuando se trata de pasar a la acción, reculan. Lo cierto es que ya antes de la pandemia, los adolescentes estadounidenses cada vez tenían su primera experiencia sexual más tarde y los adultos menos relaciones sexuales que los miembros de las dos generaciones anteriores. En España, según datos de la Encuesta Nacional de Salud Sexual (2019), los jóvenes se inician antes, pero la frecuencia posterior disminuye.

En cualquier caso, constatamos la diferencia entre interés por el sexo -los datos de consumo de porno online son claros- y el hecho de llevar a cabo el acto sexual, que implica otro tipo de interacción menos autoerótica, un encuentro con el otro sexo y sus dificultades que explicarían la disminución de la frecuencia, el retraso en su inicio y la pasión por los gadgets como partenaires de nuestra soledad.

Salir de la infancia

Gus Van Sant, a propósito de su película canónica sobre la adolescencia “Elefant”, declaraba: “me interesaba lo extremo de la decisión que provoca los atentados. Esa ha sido siempre la pregunta: ¿por qué? Por supuesto, yo no respondo. ¿Por qué es alguien un monstruo? ¿Sufrió abusos de niño? ¿Es gay? ¿Escuchaba gangsta rap? ¿Demasiados videojuegos? Investigar un suceso en busca de sus motivos es algo que los americanos hacemos mucho. Así calmamos nuestras conciencias. El film pretende evitarlo, y ofrece evidencias de diferentes motivos para que cada uno extraiga un significado al suceso” [2]. Por eso, lo que cuenta en su película son los detalles, más que un sentido cerrado. Detalles visibles a través de los diferentes objetos que se ponen en juego: comida, mirada, voz, fotografías. Elefant permite apreciar cómo la particular mirada al espejo del adolescente le devuelve un hiato, una brecha entre la imagen de sí –aquello que imagina ser en términos ideales- y lo que él es, o que no alcanza a saber. Este desajuste, experimentado por medio de oleadas de goces parciales, exigencias pulsionales inmaduras (chupeteo, gritos, cortes, exhibicionismo con riesgo) en su camino de alcanzar una identidad sexual, lo divide y busca respuestas en la mirada del otro, a veces por la provocación o por la afirmación. Pasa de ser deseado, como objeto de los cuidados infantiles, a ser un sujeto deseante y por tanto responsable.

El éxito e influencia de los youtubers radica en que la pantalla mira a los adolescentes y eso les interesa. La existencia de cada uno se hace consistente a partir de los likes recibidos, signos puramente imaginarios que le envían los amigos. El mimetismo está aquí a la orden del día y siempre hay un semejante al que seguir o copiar para no pasar desapercibido [3]. No tanto para comprender, en términos de sentido de la vida, sino para tener una experiencia de vivir que les resulte auténtica.

Salir de la infancia implica renunciar al bienestar -de todas formas, ya perdido- de las primeras satisfacciones infantiles. Implica separarse de los dichos familiares y contarse, así como sujeto, alcanzando una representación para el Otro. El objeto infantil privilegiado, encarnado habitualmente en la madre o en otro adulto cercano, ahora en la pubertad se pluraliza en toda una serie de objetos intercambiables, que ocupan su lugar.

Los gadgets son, sin duda, esos nuevos objetos que vienen al lugar del objeto perdido y les permiten localizar el goce -fijarlo a un objeto- y operar un retorno pulsional en ese “hacerse ver” y “hacerse oír”, en sus reclamos permanentes y en sus performances virtuales (imágenes, audios). Poco a poco tienen que asumir el cuerpo propio, hasta ahora objeto de cuidados del otro, como susceptible de causar el deseo. Al mismo tiempo, la pantalla les protege de la presencia real de los cuerpos que puede resultarles angustiante, porque esos cuerpos presentes encarnan el goce del otro, y ponen en juego un deseo que les resulta enigmático.

La pasión por las selfies es otro tratamiento del cuerpo que tiene también todo su valor para los jóvenes. El 30% de las imágenes que toman los jóvenes entre 18 y 24 años son selfies, edades en las que hay más muertos por culpa de una autofoto. Las selfies, no solo ponen en juego el narcisismo, sino que participan, al igual que las stories del Insta, del lazo social como momento a compartir. El problema surge cuando hay que pasar de esa imagen virtual al encuentro real porque un saber, un verdadero saber hacer con el sexo y con el otro, solo se sabe si se atraviesa mediante una experiencia. Y eso supone poner el cuerpo, que si bien por un lado es autoerótico en su goce (se satisface consigo mismo), por otro, es a la vez hétero, en tanto el cuerpo tiene siempre algo de extraño para el sujeto, su alteridad más radical como señalaba Lacan [4].

Vergüenza de mirar

¿Qué lugar ocupa la vergüenza y el pudor como defensas frente a este real sexual? ¿Será a través de la prohibición y las normativas que dejaremos de lado la ’solución’ del porno online, como rito actual de iniciación sexual de los niños/as y adolescentes? o ¿Será la vía del amor la que resistirá al goce autoerótico al que empujan estos nuevos objetos? Todavía no podemos responder a esa pregunta, pero el límite al porno vendrá quizás más por la vergüenza de ‘verse mirando’, que, por la culpa moral, poco eficaz a día de hoy. El exceso de mirada, los largos tiempos delante de la pantalla, les devuelve vergonzosamente su mirar y los aleja de ella. Les descubre lo prohibido en el momento mismo que se ha transgredido. Si el sentimiento de culpa nos conecta con el deseo al que hemos renunciado -y esa cesión nos vuelve culpables- la vergüenza en cambio remite a nuestro modo de goce, que toca lo más íntimo del sujeto. Consumir porno en lugar de ligar presencialmente –deseo de tener una relación sexual- implica esa renuncia que nos hace sentir, por ello, culpables de no atrevernos con ese deseo.

La vergüenza, en cambio, nos conecta con un otro primordial que más que juzgarnos, como haría la conciencia moral, nos muestra y nos enseña nuestro modo singular de encontrar la satisfacción. Manu, 17 años, lleva tiempo consultando páginas porno. Estuvo tomando psicoestimulantes para el TDAH desde los 7 años, fecha en la que fue diagnosticado. Eso afectó de manera importante a su crecimiento y a su peso. Mientras la mayoría de compañeros ya habían “hecho el cambio”, él todavía habitaba un cuerpo infantil. Ahora, quiere “recuperar el tiempo”, dice, y le cuesta desconectar de esas páginas de sexo. Un día, le visita un amigo que, al verlo conectado, le suelta un expresivo reproche: “Tío, ¿cuándo vas a dejar de ver esa mierda?”. Manu queda conmocionado y nos comenta que desde entonces empezó a sentir cada vez más vergüenza por esa práctica, al punto de abandonarla.

La vergüenza es lo que nos “pilla gozando”, como el que se avergüenza de ser sorprendido en un acto de goce (voyeurismo, masturbación, robo). Es ese “vernos viendo” que nos avergüenza y quizás resulte una oportunidad para que cada uno pueda tomar otra perspectiva.

Notas

[1] Lacan, J. (2006). El Seminario, libro 23, El sinthome, pág.64. Buenos Aires: Paidós.

[2] Lacan, J. (2014). El Seminario. Libro 6. El deseo y su interpretación, p.29. Barcelona: Paidós.

[3] “Gus Van Sant”. Fotogramas, 2/06/2008 (Disponible en Internet).

[4] Lacan, J. El Seminario, libro 14, La lógica del fantasma. Lección del 10 de mayo de 1967. Inédito.