“Mal de escuela”. (¿Cómo sostener la educación fuera de las normas?)

Por Olga Montón

El título es un homenaje al libro de Daniel Pennac “Mal de escuela” [1], que ha sido tan inspirador para reflexionar en el Grupo de Investigación de Psicoanálisis y Educación, asociado al NUCEP, donde llevamos trabajando desde hace diez años.

Mi trabajo con distintos profesionales del mundo educativo impartiendo cursos en Centro Regional de Innovación y Formación “Las acacias” (CRIF Comunidad de Madrid), Unidad de Formación e Inserción Laboral “Puerta Bonita” (Ufil) con jóvenes, cursos con profesores de primaria y secundaria en Escuela abierta dentro del Movimiento de Renovación Pedagógica, Taller de trabajo colectivo con el Grupo de Aprendizaje Colectivo y diversos encuentros de reflexión en Institutos de Enseñanza Secundaria y Colegios de Primaria sobre temas concretos que preocuparan al centro, me llevan a algunas reflexiones sobre la situación actual.

En referencia a la escuela de psicoanálisis, Miller habla de la “escuela murciélago”, dice: “La Escuela es un ser ambiguo, que tiene alas analíticas, si puedo decirlo, y patas sociales, que produce, para hablar como Baudelaire, una doble postulación, una hacia el discurso analítico y otra hacia el discurso del amo” [2].

Estas patas sociales en el mundo educativo me permiten una investigación y un análisis de la situación actual. Mientras, por otro lado, también intervenir desde un discurso diferente. Un discurso que habla del malestar estructural con el que tienen que trabajar las instituciones, de la relación de la palabra y el inconsciente, del escuchar sin tener una idea previa de lo que sería el bien para el otro, que existe un saber de aquel a quien nos dirigimos, de dar lugar al sujeto mirando más allá de las clasificaciones que lo convierten en objeto. Saber también sobre la transferencia, la pulsión de muerte y el goce, para poder “hacer con”, pero aceptando la incertidumbre, aceptando que no hay garantía en el acto pedagógico.

En mi experiencia de trabajo con distintos grupos de docentes, y teniendo en cuenta la diversidad y multiplicidad de centros y actividades, lo que he podido observar, es el malestar del cuerpo docente en general por el sentimiento de impotencia ante la invasión de significantes sobre patologías del comportamiento (TCC). Los alumnos son diagnosticados, en muchos casos alegremente, por padres y profesionales, y llegan al aula con una carga de significación difícil de abordar por los docentes.

Son tres los puntos de reflexión:

  1. Declinación de la función docente, del acto educativo, frente al saber del otro del mundo “psi” o de la administración, con su discurso del amo capitalista.
  2. El mundo de la salud mental, con sus TCC, ha entrado en el mundo educativo y aplica sus protocolos. Como sería en el caso del acoso, del TDAH, TEA, etc.
  3. Educación inclusiva versus “uno por uno”. El para todos, lo universal, lo homogéneo versus lo singular, el no todo.

«Toda formación humana tiene por esencia, y no por accidente el refrenar el goce. La cosa se nos aparece así de desnuda, y no ya bajo esos prismas o lentes que se llaman religión, filosofía, o incluso hedonismo, pues el principio de placer es precisamente el freno del goce» [3]. Y si algo caracteriza la institución educativa es eso, refrenar el goce.

Es mi interés por el mundo educativo y mi compromiso con la “acción lacaniana”, de donde parte la creación de espacios de debate y reflexión en el entorno educativo con el fin de llevar “nuestro saber hacer con” (el síntoma) a la institución educativa, lo que permita inventar nuevas posibilidades de lazo social por fuera de la norma. Es la práctica del “saber hacer con” que la intervención del discurso lacaniano puede hacer que “el parloteo se revele como conteniendo un tesoro, el tesoro de un sentido otro que valga como respuesta, es decir como saber llamado inconsciente” [4].

La orientación psicoanalítica lacaniana, partiendo del no saber, dentro de la “práctica entre varios” es un facilitador para asumir la incompletud, permitiendo que cada interviniente tenga la oportunidad de encontrar su respuesta, su invención.

Desde las evaluaciones internas hasta las evaluaciones externas, la institución educativa es observada, medida, validada o no, para intentar excluir el no eliminable real, cuya persistencia no cesa de ser demostrada por la actualidad. Sin embargo, “hacer de la norma, ley, y perseguir a los que se desvían de ella es un factor de estancamiento. Esto se opone precisamente a lo que sería la ambición de algunos: la innovación. Para preservar la innovación de una sociedad es esencial que la norma no sea la ley. Después de todo, es muy lógico que esto se formule a partir del discurso psicoanalítico.” [5]

Igual que en el principio mismo del psicoanálisis se encuentra la novedad, la invención y el pensamiento crítico; en la institución educativa debería ser así, si el discurso neoliberal no se hubiera introducido.

Si el amo moderno, invisible, desencarnado, busca introducirse en la educación, convocando al superyó, entonces el evaluado puede volverse más feroz que el evaluador, como es el caso de la violencia y el acoso en los centros educativos. Por otro lado, nos encontramos con docentes desorientados que han declinado su función docente en aras de un pretendido saber sobre los sujetos, un saber cuantificado, protocolizado que les viene del otro del discurso neoliberal-capitalista. Con significantes que carecen de contenido para ellos, que eliminan la subjetividad y la posibilidad de un abordaje educativo con su oferta cultural. Entonces se trataría de un trabajo de restablecimiento subjetivo de la función docente, de sostener el acto pedagógico, para preservar un lugar a la sorpresa, a la invención del sujeto. El docente puede aparecer como una figura que ayude a construir un nuevo punto desde donde mirarse, más allá del lugar que ocupa el alumno en la “novela familiar”. Es el caso de un niño diagnosticado de TDAH cuya maestra trae al grupo de trabajo su inhibición frente a esto y su deriva a otros profesionales externos al aula. El encuentro con el discurso lacaniano le permite construir una respuesta educativa nombrándole “su ayudante”, ese nuevo estatuto le permite otro movimiento dentro del aula.

La interdicción del discurso analítico frente al protocolo de la institución educativa, puede dar la oportunidad de que la norma no se convierta en ley, permitiendo abrir nuevas posibilidades, con prácticas por fuera de las normas que pretenden la “normalización” de los alumnos. La orientación lacaniana puede dar la posibilidad de acoger lo más singular de cada uno fuera de los protocolos, como resistencia a la “educación terapéutica”, que erige en ideal el “comportamiento normal”. Más vale lo vivo del psicoanálisis que la norma mortificante.

En muchos centros se impone la evaluación, en muchos casos preventiva, de los niños y jóvenes, que a su manera sintomática rechazan ser escrutados y vigilados por algunos equipos de orientadores cuyos objetivos “normativizantes” destruyen aquello, que, en la invención freudiana, es un pensamiento de la diferencia en la existencia parlante, sexuada y mortal. Este hecho aplasta el verdadero sentido de la educación: formar sujetos críticos y reflexivos que sean capaces de “hacer con” su síntoma algo creativo que les permita tener “una existencia menos miserable”, en palabras de Freud.

Por otro lado, se ha introducido el discurso de la salud mental dentro de los centros. Como es el caso de la aplicación de test, del tipo “Evaluación e intervención en convivencia escolar” por la vía de las guías clínicas, que mantienen sus indicaciones cada vez más neurobiologicistas, admitiendo como único abordaje a los distintos comportamientos las técnicas derivadas de las TCC y su consiguiente abuso de medicación. De tal manera que cualquier comportamiento mínimamente disruptivo o pasivo, es evaluado y clasificado por el profesional “psi” que tomará las medidas necesarias y aplicará el protocolo correspondiente (TDAH, TEA, trastornos de aprendizaje). La administración promete soluciones que no son posibles para la institución educativa sin que los familiares vean su parte de responsabilidad. Es el caso del acoso, donde se carga toda la responsabilidad sobre el centro, mientras se comprueba que el 85% de los jóvenes acosados que cambian de centro educativo vuelven a padecer acoso y solo el 17% tienen algún tratamiento terapéutico (Datos 2015, Comunidad de Madrid). Se aplican medidas sancionadoras, por decreto, frente a medidas educativas más creativas, por ejemplo, los alumnos ayudantes. Lo que deja de lado el “saber hacer” que muchos docentes tienen dentro del aula y que se sienten inseguros ante este “discurso normativizante”. Es el nacimiento de un poder que se apoya en la norma y no en la ley. No se refiere ya a lo que haces, sino a lo que eres. Lo que deja a los docentes y a los alumnos fuera del discurso. Se sustituye la palabra como evocadora y transferencial, por la recopilación de información, todas las semanas hay que rellenar una ficha con los avances registrados por los niños de primaria, y se hace estadísticas (Big data), pero ¿para qué?. “No es ya: ¿Qué has hecho? Serás castigado, sino: ¿Quién eres? No estás en la norma” [7]. Todos iguales, sin “trastorno del comportamiento”, sin síntoma, sin lo que nos hace más singulares.

La orientación por el psicoanálisis lacaniano es crucial para poder responder a ello de manera innovadora, pues todo “fuera de discurso” tiene necesariamente su reverso y desconocerlo, es reforzar la ruptura. Mejor tenerlo en cuenta y no darle sentido, encontrando la lógica que lo acompaña. Es lo real que interfiere, perturba e insiste frente a esta normalización del comportamiento. Es lo real lo que se resiste a ser modificado, a pesar de las prohibiciones y los protocolos que la institución educativa hace valer.

Para los psicoanalistas lacanianos el síntoma no es percibido como algo a borrar, sino como algo con lo que hay que arreglárselas. Es como una solución, una manera que el sujeto tiene de arreglárselas con lo que no se puede reabsorber. Una parte de eso le hace la vida imposible al sujeto, pero otra parte le es muy útil. El síntoma sirve a una causa y a veces es útil no moverlo demasiado, o en todo caso no demasiado rápido, justamente para no privarlo de ello de manera precipitada.

Haciendo desaparecer el síntoma desaparecería la subjetividad, lo que nos hace únicos.

Si impedimos por la fuerza que un niño pueda hacer uso de su síntoma es probable que se produzca otra cosa, lo vemos en la clínica. El síntoma se desplaza sobre otra cosa y en los casos más graves incluso puede conducir al pasaje al acto. Vemos cómo para ciertos niños hay dificultad dentro de la institución educativa. Un enfoque educativo no es suficiente porque hay algo del orden del sufrimiento que se manifiesta en él a través de su comportamiento y eso es lo que habría que escuchar.

Los docentes podrían tener en cuenta el sufrimiento que se esconde detrás del comportamiento insoportable del niño, de forma que pudieran inventar una oferta educativa. A la manera del maestro de D. Pennac, que la dio la posibilidad de construirse un ser en torno al significante “fabulador”. Lo interesante es tomar en consideración la manera en la que cada sujeto trata de arreglárselas con el lenguaje dentro de su universo y que va a poder inventar con lo más íntimo, lo más singular.

Los centros educativos son un espacio para alojar las invenciones de los niños. Y alojar la invención es tanto para los docentes como para los alumnos. En los docentes es necesario un discurso que autorice, que invite, que promueva la invención y que ese discurso sea garantizado por una persona encarnada.

A la manera del padre lacaniano que comenta J. A. Miller en su “Lectura del seminario 5 de J. Lacan” (Las formaciones del inconsciente) la institución educativa debería decir sí. Por supuesto hace falta el no, ya que, si no lo hay, no puede haber sí. Pero a la institución educativa le conviene ser transgresora, saber transgredir la ley cuando hace falta, transgredirla en los casos singulares. Porque si la norma funciona sola, sería el horror del automatismo. De manera que, dando lugar a la excepción, dando lugar a una ley más flexible, se puede movilizar el deseo, como nos enseña Lacan en su primera enseñanza, el tiempo de la primacía simbólica. Humaniza la ley haciendo posible el deseo, instaura la singularidad frente al ideal normativo: niños “normales” sin síntoma.

Lo que quiere decir que la ley solo tiene interés si se encarna de la buena forma, es decir que se humaniza particularizando el deseo. Es en ese sitio en el que se espera al docente. Es el caso de la inhibición de una maestra que cuenta como una alumna de 6 años quiere ir al baño de niños. Se activan las alertas de la identidad de género y lo políticamente correcto. Tras un debate pregunto: ¿Le habéis preguntado porque quiere ir al baño de niños?, pues no. Al siguiente encuentro nos dice que la niña quería ir al baño de niños porque está más lejos y así se entretiene fuera de clase. Vemos cómo la destitución del acto educativo promueve la desorientación.

Las instituciones no reparan en gastos, cuando se trata de poner en marcha, en nuestra sociedad, modelos de evaluación de “competencias” de los jóvenes en el campo educativo. Cuando se trata de la “inclusión” de los distintos sujetos excluidos. Pero ¿no sería esto arrebatarles lo más singular? ¿De qué se habla cuando se habla de inclusión? Las conductas que se desvían de la norma serán consideradas cada vez más un trastorno, un desorden, un peligro, imponiéndose la decisión administrativa frente a la educativa. La educación actual tiende a restablecer el orden social de un “todos iguales” allí donde el psicoanálisis trabaja con el “todos distintos”, con el “uno por uno”. Esto está relacionado con el hecho de que nosotros tratamos con sujetos singulares y en ningún caso reducidos a lo universal.

Frente a la homogeneización del sistema, el psicoanálisis propone la diversidad, propone el “uno por uno”, en la medida que la institución haga valer y sostenga el acto educativo, en su dimensión más contingente en el encuentro entre docentes y alumnos. Un encuentro que dé lugar a la posibilidad de que el docente sepa decir sí a los hallazgos de los alumnos, a su “subversión creativa” [8], haciendo acuse de recibo de su enunciación o autentificando el elemento de novedad que llevan consigo y fundando un nuevo lugar que lo salvaría del agujero en el que pueden hundirse.

Notas y referencias bibliográficas


[1] Pennac, D. (2008). Mal de escuela. Literatura Mondadori.

[2] Miller, J.A. (2017). Cuestión de Escuela consideraciones sobre la Garantía.

[3] Lacan, J. (1967). Discurso de clausura de las Jornadas sobre la psicosis en el niño. En Otros escritos, (2001). Paris: Seuil.

[4] Miller, J.A. (2007). Hacia Pipol 4, 1 de julio de Paris.

[5] Miller, J.A. (2004). La era del hombre sin cualidades

[6] Michéa, J.C. (2002). La escuela de la ignorancia: y sus condiciones modernas. Acuarela editorial.

[7] Foucault, M. (1973). El poder psiquiátrico. Ed. Akal

[8] Lacadée, P. (2010). El despertar y el exilio. Ed. Gredos.