¿Por qué se angustia, si esas no son sus memorias?

Por Noemí Castiñeira

A propósito de la película Memoria, en el marco de las XXI Jornadas de la ELP, Todo el mundo está en su mundo



La relación del hombre con un mundo suyo, nunca ha sido más que un melindre al servicio del discurso del amo. No hay mundo que sea suyo si no es el mundo que el amo hace marchar sin discusión

J. Lacan, Seminario 19

Memoria, la última película del director tailandés Apichatpong Weerasethakul, es una verdadera chef-d’œuvre, una perla en el océano cinematográfico. Tal vez no aconsejable para un público que solo pretenda entretenerse, pero sumamente estimulante para quienes tienen interés en esos seres que han tenido que inventar otros mundos para poder habitar el suyo.

Las imágenes detenidas, catatónicas, congeladas como fotografías, que caracterizan el trabajo de su autor, producen una atmósfera hipnótica que nos somete como espectadores a una curiosa experiencia, la de intentar deshacerse de la angustia por medio de la suspensión del tiempo.

Nada es trivial en el transcurso del rodaje, ni la elección del lugar, ni la arqueología como telón de fondo, ni la lengua extranjera. La procedencia y el origen están en el horizonte del relato. El director lo muestra, no lo explica.

La perplejidad es la experiencia fundamental que el director transmite en su película. Perplejidad es también el afecto preponderante de Jessica (Tilda Swinton), que ha convertido su vida en el tratamiento de un fenómeno enigmático para el cual no encuentra ni explicación ni cura. Se trata de un sonido que la interpela, difícil de explicar, “como si una bola enorme de hormigón cayera en un fondo de metal rodeada de agua de mar”.

Muchas son las pistas que nos advierten que nuestra protagonista, una extranjera en tierra colombiana, ha llegado al borde de un agujero. No solo por el deambular, aparentemente errático, en busca de una significación que no llega, sino también por los numerosos momentos de extrañeza que sufre en contacto con la realidad. Este agujero está simbolizado en la película por un extraño orificio que presenta el cráneo de una mujer, una joven que vivió, probablemente, hace 6000 años, descubierta en unas excavaciones. Este agujero, explica su amiga antropóloga, la responsable de analizar los restos, puede deberse a un antiguo ritual. Se refiere a que aquellos antepasados solían perforar la cabeza para expulsar los espíritus malignos.

En el caso de Jessica, esta experiencia acústica se acompaña de una difusa inquietud, de un sentir enigmático que, además de producirle angustia, cautiva toda su atención. Un conjunto de sensaciones nos lleva a pensar que estaríamos ante un fenómeno elemental y que todo el desarrollo de la película no es más que la búsqueda de su tratamiento.

Un tratamiento para Jessica… y para el director, porque también él, según cuenta en una entrevista, está aquejado de la misma experiencia sensorial. Un conjunto de síntomas a los que la neurología, no nos sorprenderá, ya le ha dado un nombre, el síndrome de la cabeza explosiva. Una denominación patológica que se caracteriza por escuchar en duermevela, como si una bomba explotase al lado de la cabeza.

Nos quedamos con el tratamiento que hace el director. La película sería el modo en que el director trata “sus propios traumas”, tal como él mismo testifica. Nos confiesa que la experimentación de ruidos que provienen de lo real está en su historia personal, por lo que el interés por los sonidos y las máquinas que los capturan y reproducen, forman parte de sus inclinaciones más profundas. ¿Cómo extraer esos ruidos reales y colocarlos afuera? ¿Cómo hacer posible otro tratamiento de la angustia, una vez que el objeto se vuelve extraíble, localizable, reproducible? ¿Qué resultado tendría? ¿Podría integrarse este real en un lazo social? El director intentará llevar a cabo este proyecto, que queda replicado en la película a través del proyecto de la protagonista. La seguimos en sus pasos. Por ejemplo cuando contacta con un técnico de sonido para reproducir el sonido que ella escucha. Asistimos a algo mágico, crear un doble real del sonido real. Hacerlo audible para todos, manipulable para todos.

Este no será su único intento de elaborar la extrañeza que le produce tal fenómeno. Fiel a su modo de sincretizar varios mundos en uno: oriente y occidente, la selva y la civilización, la ciencia y la mitología, Apichatpong Weerasethakul introduce otras vías de curar la angustia. Por ejemplo, cuando la protagonista acude a la medicina tradicional. Quizás sea este el momento divertido de la película, el diálogo que mantiene con la psiquiatra que la atiende. Jessica le pide algo para relajarse, una pastilla. “¿Me está pidiendo un Xanax?”, le pregunta la psiquíatra. “No”, responde la paciente. “Bueno, tal vez sí”,rectifica. Su doctora, reticente a recetar este tipo de medicamentos altamente adictivos y que no representan una cura real, le dice: “Eso le va a quitar la empatía, no le va a emocionar ni la alegría ni la tristeza de este mundo. ¿Conoce a Salvador Dalí? Hay una pintura de él en la recepción. Salvador Dalí entiende la belleza de este mundo”. Una sutil observación que va a encontrar en Jessica una respuesta genial: “¿No cree que él tomaba algo?”. Una pregunta que debió conmover el saber de la psiquiatra, pues Jessica obtiene las pastillas que buscaba.

Memoria es una tierra intermedia entre el sujeto y el otro, si es que fuera posible en este caso recurrir a tal separación. Para algunos sujetos el mundo está estructurado a partir de los significantes del Otro, produciendo un mundo reglado, con carreteras bien indicadas por donde circular. Por lo tanto, todo retorno seguirá las huellas originariamente establecidas. En cambio, otros sujetos no cuentan con un mapa compartido por todo el mundo. Tienen experiencias singulares. Se les aparecen cartelitos a orillas del sendero, y los significantes, solos, se ponen a hablar. A estos sujetos la tierra los llama. Es su modo de experimentar el mundo, de vivir su perplejidad. ¿Pero de qué mundo se trata? ¿Y cómo estar en él?

En su búsqueda, Jessica se adentra en la selva colombiana y llega a una aldea del interior del país, donde entra en contacto con un pescador local. Este encuentro será el nuevo intento de acondicionar la angustia insoportable producida por la perplejidad del sonido. Descubre que hay recuerdos que no son propios, son retornos de otros mundos que no son los suyos, otras lenguas, otras filiaciones. ¿Qué es esa memoria? ¿De dónde proviene? “¿Por qué se angustia, si esas no son sus memorias?”, le pregunta el pescador. Pregunta que nos lleva al abismo de esta extraña heroína, como venida de un más allá. La imagen, casi detenida de ella nos atrapa. Jessica es antena de sonidos ajenos, máquina real. El sonido deviene lluvia; la lluvia, lengua extranjera; esta, susurros; y vuelta al sonido inicial, que se detiene en un delirio en ciernes. Jessica experimentará la extranjeridad más absoluta, la de no ser de este mundo. No solo la ajenidad de la tierra, la lengua, la cultura, sino el modo en que cada sujeto que carece de carretera principal inventa su propia memoria para habitar su mundo particular.