¿Quién autoriza a un analista?

Por Julieta Miguelez

¿Cómo se forma un analista? O más bien cómo se llega a ser un analista es una pregunta que quienes estamos interesados en el psicoanálisis, y aspiramos en algún momento a construir nuestro propio trabajo clínico, nos hacemos permanentemente y sobre lo cual siempre hay algo que pensar o decir.

Una de las dificultades fundamentales al querer formular una respuesta, radica en que en principio no existe una formación académica que lo acredite sin más.

Se puede estudiar psicoanálisis (y sin ninguna duda es fundamental hacerlo), y hasta obtener algún tipo de comprobación que garantice, al igual que sucede con los médicos o los abogados, que se ha pasado por ciertas pruebas de capacidad. Sin embargo, quienes lo hemos hecho, sabemos positivamente que eso no implica, que una vez concluido, haya allí un analista.

Entonces, si la acreditación no es dada ni viene desde afuera, si haber estudiado psicoanálisis aunque imprescindible, no es suficiente, cuál sería el camino posible para que alguien pueda devenir analista.

Es en este sentido que Lacan dirá en su Proposición del 9 de octubre de 1967 y poniéndolo en primer lugar que “el psicoanalista sólo se autoriza a sí mismo”. [1]

Este principio, que de primeras podría resultar al menos conveniente, es desde mi perspectiva uno de los aspectos más complejos de comprender.

No es hasta que algo en la posición subjetiva cambia, que entonces uno comienza a pensar que puede lanzarse a ocupar ese lugar, o por lo menos a intentarlo.

Así, la autorización del analista hacia sí mismo resultará siempre producto de un acto, que en tanto tal depende pura y exclusivamente de una decisión.

Esta particularidad que impone el acto individual es la razón por la cual no existe una definición única y universal de analista, y que termina echando por tierra la idea de que pudiera existir una formación capaz de dar como resultado analistas. Esta solo es posible en relación a cada uno y su propio decir (inconsciente).

El proceso de formación queda ubicado así en un lugar novedoso respecto de otras prácticas, y cuyo centro estará puesto en el propio análisis y donde “…desfallecen los saberes que se enseñan por la vía exterior”. [2]

Quienes tuvimos la suerte de encontrarnos con el psicoanálisis en la universidad podemos dar viva fe de ello. Es que en este caso y desde una idea tal vez un poco naive se tiende a suponer que el título en mano equivale a un analista, o al menos a alguien habilitado ya para serlo.

Sin embargo a la hora de salir a la cancha resulta una autodefinición que todavía queda un poco incómoda. La sensación es que hay algo que no termina de cerrar, y entonces cuando toca responder acerca de lo que uno hace ( y donde queda implicado algo del ser) se termina diciendo que se es psicólogo o a lo sumo psicoterapeuta.

Definirse a uno mismo como psicoanalista es un camino mucho más largo y mucho más solitario y donde no existe fotografía con toga y birrete.

Pero en tanto que con saber psicoanálisis no es suficiente, tampoco se podría decir que “la práctica hace al maestro”. Porque justamente no hay nada más lejano al lugar del analista que el rol de maestro, y el producto de su práctica no está en juego al momento de su definición. “Es la exigencia de definir al analista fuera de su función, en tanto no practicante del psicoanálisis- aun cuando por otra parte ejerza…” [3]

Esto nos lleva nuevamente a la Proposición del 67 donde Lacan trazará las coordenadas de la formación del analista y establecerá la experiencia del pase como mecanismo de formación por excelencia en detrimento del análisis didáctico. En 1973 en Sobre la experiencia del pase agregará que: “…un análisis implica por cierto la conquista de un saber que está ahí, antes de que lo sepamos, esto es, el inconsciente, y desde luego que el sujeto puede aprender allí cómo es que eso se produjo. En este sentido, y solo en este sentido, un análisis es didáctico”. [4]

Se desprenderá de allí que la formación del analista en tanto tal, solo encuentra su punto de anclaje en un saber individual, el saber de su propio inconsciente. No habrá saber para un analista que no esté en relación a eso de singular e inimitable de su propia enunciación.

Miller hablará entonces de la formación como una trans-formación, donde no solamente se tratará de adquirir saberes, sino de “la aparición de ciertas condiciones subjetivas, una transformación del sujeto” [5]

Esto sin duda hace imposible establecer una definición universal de analista, ni establecer un sistema único de formación que de como resultado a “los analistas”.

En el banquete de los analistas dice Miller: “… no hay analistas sin análisis. Por eso su formación es su análisis, el cual consiste en aprender a bien decir e incluso lo que quiere decir hablar…”. [6]

Agrega también: “…la innovación de Lacan es de un orden completamente distinto: uno se vuelve analista, hablando con propiedad, con algo extraído de su propio análisis”. [7]

Es entonces que aquello que va a definir a un analista no es su ejercicio en tanto tal, sino haber sido producido por un análisis, el propio, y haber llegado a la terminación de ese proceso y cuya verificación se realiza a partir del procedimiento del Pase.

El advenimiento del analista se dará como consecuencia de un trabajo de transformación subjetiva que se pone en juego en el análisis del sujeto del inconsciente y que resulta en la dilucidación del objeto de goce y la caída de las identificaciones.

El deseo del analista ha de surgir allí, no como una pasión por saber o curar sino por querer ocupar el lugar del objeto causa, del objeto a para otros. Esto es lo que determina la dirección de la cura que lo conducirá ( al menos eso se espera) a tener que soportar la caída de los ideales y del Sujeto Supuesto Saber.

Este es sin lugar a dudas un proceso largo y muy trabajoso, al menos eso parece desprenderse de los testimonios que los distintos AE nos comparten.

De ahí, que la pregunta que muchos nos hacemos, o más bien yo me hago es qué pasa con aquellos que no concluimos nuestro análisis ( y estamos muy lejos de hacerlo), pero que sin embargo hemos llegado al momento de tomar la decisión que nos coloca en el camino de ese nuevo deseo, el deseo del analista.

¿Cómo hacer para hacer surgir allí un analista en nuestra propia práctica?. Esta posiblemente es una de las preguntas más difíciles de responder, porque desde mi perspectiva no tiene una respuesta absoluta y sobre todo no es algo que suceda de una vez y de manera definitiva.

Uno no se autoriza ( aunque quisiera) para todos y siempre, sino que es algo que se dirime vez a vez, paciente a paciente, sesión a sesión.

Y por supuesto, tampoco es sin angustia, aquella que se presenta cada vez que nos encontramos frente a un paciente preguntándonos qué es lo que se debe escuchar allí.

Lacan lo define en el seminario X de la siguiente manera: “Pero el analista que entra en su práctica, no está excluido de sentir, gracias a Dios, aunque presente muy buenas disposiciones para ser un psicoanalista, en sus primeras relaciones con el enfermo en el diván alguna angustia” [8]

Pero una angustia, que como afirma Lacan, aparece allí “gracias a Dios” y que nos mantiene bien despabilados, alertándonos de que no se trata de que haya Otro que sabe y dice lo que hay que hacer y al cual el sujeto que sufre debe obedecer y esperar su aprobación. [9]

Devenir un analista es una empresa que tal vez puede sonar un tanto vertiginosa, y por qué no, muchas veces difícil de soportar y donde se sabe de antemano que no habrá Otro allí que sea capaz dar cuenta de ello, sino que es un acto que se realiza en solitario. Pero sin olvidar que requiere indefectiblemente de otros pilares, que son elementales.

El control de nuestra práctica y el trabajo en la escuela (desde el lugar que cada quien pueda irse apropiando) son los que acompañan y apuntalan el advenimiento de un analista, y hacen de este un proceso cimentado en la soledad del propio acto, pero en el que nunca se debe estar solo.

Notas

[1] Lacan, J: “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela” Segunda versión (traducción y notas de Juan Bauzá).

[2] Miller, J-A.: Para introducir el efecto-de-formación, en ¿Cómo se forman los analistas?”, Grama ediciones, Bs, As. 2012 pág. 17

[3] Miller, J-A.: Capítulo XV, “El psicoanálisis puro”, en El banquete de los analistas, Paidós, Bs. As. 2000, pág. 269

[4] Lacan, J.: “Sobre la experiencia del pase, Acerca de la experiencia del pase y su transmisión”, 3 de noviembre de 1973, en: Ornicar? #1, Publicación periódica del Champ Feudien, Ediciones Pretrel, Barcelona, España, 1981, pág. 37.

[5] Miller, J-A: Para introducir el efecto-de-formación, en ¿Cómo se forman los analistas?”, Grama ediciones, Bs, As. 2012 págs. 14,15.

[6] Miller, J-A: Capítulo V, “Ignorancia, trabajo, pereza y producto”, en El banquete de los analistas, Paidós, Bs. As. 2000, pág. 95.

[7] Miller, J-A: Capítulo X, “La transferencia de trabajo”, en El banquete de los analistas, Paidós, Bs. As. 2000, pág. 186

[8] Lacan, J.: Capítulo I “La angustia en la red de los significantes” en Seminario X, La angustia, Paidós, Bs. As. 1ª ed. 16ª reimp. 2020, pág. 13.

[9] Miller, J-A: Psicoterapia y Psicoanálisis recuperado de: http://psicoanalisislacaniano.blogspot.com/2007/05/psicoanlisis-y-psicoterapia-por-jacques.html