Sonoro. Algunos apuntes sobre lo femenino y lalengua partir de la lectura de Aún.

Por Jazmín Rincón

La música, decía John Cage, comienza por escuchar el sonido del mundo antes de que tome forma en significaciones articuladas. Una frase que resuena en la práctica psicoanalítica a tal grado que podríamos cambiar el significante música por lalengua. También podríamos juntarlos y decir la música de lalengua. Pero si la música amansa a las fieras es porque, rugidos aparte, caemos dormidos ante el empuje del ritmo hechizante que es el lenguaje operado por el nombre del padre. O como dice Miller, aquello que nos hace empeñarnos en encarnar algo “especial”: “su destino, la herencia familiar, un gran personaje, ideales”[1]

Pienso que la música de lalengua es una bella metáfora si tomamos en cuenta que el sinsentido puede llevar a la angustia. La angustia que no engaña, decía Lacan, por lo que el psicoanálisis puede valerse de esta para llevar al sujeto a leer de una forma distinta, separándonos de nuestras certezas. Quizá por eso me interesa más aquí la palabra sonoro, esa que Cage utilizó para definir su arte, pues en su búsqueda exhaustiva de una escucha fuera del lenguaje musical articulado se dice que solía llevar a su audiencia a extremos ciertamente angustiantes. El artista intentaba desmilitarizar aquellos sentidos con los que las instituciones habían recubierto la música hasta convertirla en meros estereotipos. ¿Y qué es un estereotipo sino aquello que, como señalaba Roland Barthes [2], pretende consistencia pero ignora su propia insistencia? Ignora, sobre todo, la insistencia de algo que goza.

Pasar de lo silenciado por el lenguaje, que siempre es social, a la escucha del sinsentido que el goce vehicula es el trabajo de un fin de análisis, tal como lo articuló Lacan en su última enseñanza. Del goce femenino que ha sido efecto de lalengua y que es también del que se sirve el sinthome para acceder a la posibilidad de un saber hacer con ello, con lo inconquistable por el sentido. Así, como parte del trabajo de un cartel que llevamos a cabo en la ELP de La Coruña, me propongo aquí exponer algunas resonancias del significante sonoro a las que me ha llevado este año la lectura del Seminario 20, Aún. Resonancias sin partitura, como aquellas del goce Otro, pues si la lengua en la que el niño fue hablado sonó alguna vez, las marcas que esta dejó en su cuerpo no pueden más que re-sonar. Recuerdo con esto que la palabra “persona” procede del verbo latino per-sonare pues, como bien sabemos desde el psicoanálisis, cada cuerpo resuena en una afinación distinta, singular e inclasificable, culturalmente indelegable.

El goce del Otro, del Otro con mayúscula, del cuerpo del otro que lo simboliza, no es signo de amor (página 12)

Ya el mismo hecho de que el amor necesite de un signo es porque está del lado de las ficciones.

En relación a este aforismo siempre me ha llamado la atención la sinceridad de Freud, tan implacable que a veces resulta difícil de entender. Me refiero a su artículo “El Moisés de Miguel Ángel”, en donde reconoce que es incapaz de obtener placer a través de la música. Freud escuchaba, y lo hacía tanto que tenía que protegerse de lo que le tocaba inexplicablemente, en especial aquello relacionado con lo que Lacan llamó el goce Otro. La música percute el cuerpo y produce un goce imprevisible. Más aún: puede no representar nada, como la escritura de Joyce y quizá era esto lo que incomodaba a Freud, cuya exposición al no saber le atormentó y guio por igual. Un buen músico, al igual que un buen psicoanalista, ha de ser de la misma manera un no músico. Y Freud lo fue a tal grado que nunca renunció a esas percepciones ciegas que le hicieron tropezar, para suerte de Lacan y su enseñanza. Fue su deseo de saber frente al psicoanálisis lo que lo llevó abrir una vía en la que lo inconquistable por el sentido quedaba a su vez implícito, puesto bajo cuestión (Was will das Weib?), pues para que una pregunta nazca es necesaria la presencia del deseo.

Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha (página 24)

Como la clínica ha constatado en los últimos años, el empuje actual a la transparencia y a la self-election desplaza lo inatrapable del cuerpo al campo de la re-producción. Esto significa también que disuelve el deseo a manos del goce. El deseo y la lectura, pues toda lectura necesita una resonancia previa, que la tendencia a cifrarlo todo sofoca.

Lalangue es lo que permanece oculto en lo que el lenguaje nombra y nos da a entender. Oculto, mas no inaudible, pues sonido y sentido se enlazan en la medida en que el primero encierra un vacío que, paradójicamente, hace que las palabras pesen. Es ahí donde el psicoanalista opera. En mi análisis fue el tono casi imperceptible de una queja ocasional, aquí y allá, el que delató la presencia de una re-petición que no puedo visibilizar pero sí leer, para sorpresa mía. Al parecer, las entrelíneas tienen la virtud de reescribir las líneas.

Si algo puede introducirnos en la dimensión de lo escrito como tal, es el percatarnos de que el significado no tiene nada que ver con los oídos, sino sólo con la lectura, la lectura de lo que uno escucha de significante. El significado no es lo que se escucha. Lo que se escucha es el significante. El significado es el efecto del significante (página 45)

El significado no es el acontecimiento, sino réplicas de segundo orden. El significante irrumpe sin que le hayamos dado forma a través del sentido. Irrumpe y al hacerlo reencuentra la curvatura propia de cada historia. La Historia, la que se escribe en conjunto, es el intento de blanquear los equívocos, de taparlos con el canon de la opinión pública. Solo se puede escuchar en singular. De hecho, cuando algo de la Historia nos toca, es porque ésta ha traspasado nuestras defensas. A pesar del sentido, algo ha resonado ahí en nosotros.

Seguir el hilo del discurso analítico tiende nada menos que a quebrar, encorvar, marcar con una curvatura propia, una curvatura de la que ni siquiera puede sostenerse que sea la de las líneas de fuerza, lo que produce como tal la falla, la discontinuidad. Nuestro discurso es, en lalengua, lo que la quiebra (páginas 57, 58)

Es por esto que el psicoanálisis debe fracasar, decía el mismo Lacan. Fracasar como institución para que pueda emerger en cada caso como una especie de relámpago entre dos mundos, liberado del saber. Porque al quebrar el saber es posible apuntar a un goce que más que engañarnos con las ficciones del lenguaje, sucede como un acontecimiento del cuerpo, de cada ser hablante. Donde hay arritmia, corte, modulación, desequilibrio, hay también algo real que pone en cuestión las bellas palabras en las que creemos. Por lo mismo, solo hay una forma de que el psicoanálisis triunfe, y es que éste se sostenga en la línea de fuerza que es el sentido.

La letra revela en el discurso lo que, no por azar ni sin necesidad, se llama gramática. La gramática es lo que del lenguaje sólo se revela en lo escrito (página 58)

En lo escrito, aunque no esté escrito. Esto me lleva a las lenguas que precedieron la invención del alfabeto, y también en aquellas que han resistido cientos de años al progreso ilustrado, como las lenguas mexicanas de poblaciones indígenas que, citando a la lingüista Yásnaya Elena A. Gil “no tienen ejército ni marina”. Dicho de otra forma: lenguas en su mayoría tonales que se han conservado durante siglos al margen de la normativa lingüística y social desarrollada por Occidente. Si hay en aquéllas una gramática, es una que se aloja en el predominio de lo oral comunitario, lejos de las generalizaciones sistémicas que el capitalismo engendra, por lo que no tienden a expulsar lo inarticulado que se juega en las más elementales formas de vida. Solo por esto, los psicoanalistas deberíamos ser especialmente cuidadosos al hablar de la «actualidad» como si fuese solo una. ¿La actualidad de quién, de nosotros? Como si la actualidad existiera, al igual que la mujer. Y cuidadosos también con la tendencia de cierta normativa a usar el psicoanálisis para reproducir la jerarquía entre lo atrasado y lo avanzado pues, así como no hay vuelta atrás, ¿por qué tendría que haber un adelante, precisamente nuestro, en un mundo que en su mayoría desconocemos?

No hay gramática en los síntomas, en los lapsus, en lo chistoso de un chisteo en los juegos sonoros de la poesía de e. e. cummings. Tampoco en lalangue, pues esta es una especie de lengua secreta que cada uno tiene, ajena al grupo social, al sujeto e incluso al analista.

El desarrollo se confunde con el desarrollo del dominio. Aquí es donde hay que tener un poco de oído, como para la música. De esto hablaba justamente antes, del convencido como pendejo vencido. El universo no es más que flor de retórica (página 71)

Oído para la música, que no es lo mismo que un oído de un experto en música. De nuevo, solo se escucha en singular y a partir del desconocimiento. La depresión generalizada es la conformidad con los significantes amo que el espectáculo global nos sirve a domicilio. Aquel que le ha dado la espalda a su historia está destinado a la sordera, pues la historia singular no suena más que en el ruido del vivir, más cercano a la sonoridad de un verso que al universo.

El objeto es una falla. La esencia del objeto es el fallar (página 73)

La idea de Heiddegger era que la esencia de la técnica es visible cuando sus aparatos fallan. De tal forma que para que un objeto esté en juego, necesita de un dispositivo que lo haga visible. Por otro lado, este dispositivo sólo se sostiene al estar en juego su objeto. Cuando la voz falla, es posible encontrar un resplandor de singularidad en la retórica del sujeto, algo que exsiste anudado en la dimensión fónica que es lalangue. La voz es incluso el fallo en marcha. La poesía y el arte habitan esas fallas, por lo que pueden renacer en lugares insospechados, insistía Borges. Y Alejandra Pizarnik lo escribía así en su poemario El infierno musical: “La soledad es esta melodía rota de mis frases”.

El Otro no es simplemente ese lugar donde la verdad balbucea. Merece representar aquello con lo que la mujer está intrínsecamente relacionada. De ello sólo tenemos testimonios esporádicos, por lo cual, la vez pasada, tomé éstos en su función de metáfora. Por ser en la relación sexual radicalmente Otra, en cuando a lo que puede decirse del inconsciente, la mujer es lo que tiene relación con ese Otro (página 98)

Donde el hombre naufraga, la mujer es capaz de navegar en un barco sin timón. Al respecto, el lema de la Liga Hanseática que tanto le gustaba a Freud era: vivir no es imprescindible, navegar sí (Navigarenecesseest. Vivere non estnecesse). La mujer balbucea una verdad que poco tiene que ver con el orden simbólico. De hecho, no hay otro orden que el simbólico, aquel que produce series. De ahí la referencia de Lacan a la mujer como “no-toda” y que, hablando de metáforas, me recuerda al cuadro La firma en blanco, de René Magritte, como si la imagen de esa mujer nos sugiriera que ahí donde esperamos que ella esté no está. Hay algo en ella que sobra, que falta, que no se puede atrapar, algo que la hace estar donde no “debería”, donde no se la puede englobar.

Por ser su goce radicalmente Otro, la mujer tiene mucha más relación con Dios que todo cuanto pudo decirse en la especulación antigua siguiendo la vía de lo que manifiestamente sólo se articula como el bien del hombre (página 100)

La mística es un acercamiento al goce femenino desde el lado del hombre y la mujer. Decir que el goce femenino es un goce bueno ¿no es seguir en el registro del goce fálico, de no sé qué noción trascendental del bien y del mal? El goce Otro está fuera del saber y por lo tanto de las lógicas contables, de las identificaciones y la división subjetiva. Es inclasificable, carece de sistema, de referentes: malos y buenos, hombres y mujeres, histéricas o históricas, víctimas y verdugos… Idealizar el goce Otro o, por el contrario, degradarlo y condenarlo, es ponerse del lado de las significaciones, otorgarle a lo femenino el valor fálico que porta cualquier interpretación. Se podría decir entonces que el goce femenino, al igual que la no-relación sexual, son la imposibilidad misma. La imposibilidad de hacerse ilusiones, al menos permanentemente.

La mujer tiene relación con el significante de ese Otro, en tanto que aquí evocarán mi enunciado de que no hay Otro del Otro (página 100)

Que no hay Otro del Otro es que no hay fundamento de Dios. O dicho de otra forma: no hay metalenguaje más que la angustia. Lo que es angustiante en el cuerpo de una mujer no es la presencia o ausencia del falo sino su relación con lo real, con aquello de su cuerpo fuera de sentido.

El sujeto del verbo (je) no es un ser, es un supuesto a lo que habla. Lo que habla, sólo tiene que ver con la soledad, sobre el punto de la relación que no puedo definir sino diciendo, como hice, que no puede escribirse. Ella, la soledad, en ruptura del saber, no solo puede escribirse, sino que además es lo que se escribe por excelencia, pues es lo que de una ruptura del ser deja huella (página 145)

La soledad que no cesa de no escribirse y, por lo mismo, carece de remedio. Un análisis es también poder autorizarse a la soledad de cada cual que tiene que ver con el sinthome, con lograr un saber hacer. Esto se puede decir así también: lograr una articulación que coincida con la desarticulación propia de la risa, lo que me conduce –de nuevo– a las palabras de Joyce: Sonoro, cólmanos de miserias, mas adorna nuestras artes con risas suaves.

Notas

[1] Miller, J. A. Sutilezas analíticas, pág. 93. Buenos Aires: Paidós.

[2] Barthes, R. El placer del dexto y lección inaugural, pág. 39. Zaragoza: Titivillus.

Bibliografía

-Lacan, J. (1972). Seminario 20, Aún. Buenos Aires: Paidós.