Por Antonio Carrero
En la experiencia de un análisis llevado a su término lógico hay dos dimensiones que coinciden con dos teorizaciones de la obra de Lacan. Por un lado, tenemos el análisis del ser y por otro el de lo que “ex-siste” al ser. Miller ha propuesto el término “ultrapase” para indicar, precisamente, porqué algunos analistas nombrados AE por los dispositivos del pase volvían de nuevo al diván. Lo hacían para ocuparse de lo que escapó a la construcción por medio del sentido, de los semblantes, de lo imaginario.
Se trataría de dos tiempos del proceso analítico, el tiempo del Otro y el tiempo del UNO.
En el tiempo del Otro el objetivo es la destitución del Otro con todos sus correlatos: el fantasma, la transferencia, el deseo, el sentido,…ya que con lo que Lacan llama el atravesamiento del fantasma, queda resuelto el problema de la verdad. La verdad del deseo del Otro, la cuestión del ¿qué me quiere?, dirigida al Otro. A ese respecto estamos en el nivel del -Eso habla-, es el tiempo del inconsciente transferencial [1].
“El tiempo del UNO es sin embargo anterior, es el tiempo de las primeras marcas traumáticas del lenguaje en el cuerpo. Se trata de lo real que insiste en el “Se goza”. En este caso el goce no está sujeto a ninguna prohibición, sino que es un acontecimiento de cuerpo. Este goce no está articulado a la ley del deseo, sino que es del orden del traumatismo, del choque, de la contingencia, del puro azar. El goce aquí no está sujeto a ninguna dialéctica, sino que es el objeto de una fijación” [2].
En “Análisis terminable e interminable”, Freud hace la diferencia entre el factor traumático accidental y la excesiva intensidad de la pulsión como factor constitucional, siendo este último el verdadero problema para la liquidación de un análisis [3].
Con lo que choca Freud en el factor constitucional es con lo real del síntoma, la roca de la castración, con lo que del síntoma está por fuera del sentido, lo que designará como restos sintomáticos. Es así porque el ser es una creación del lenguaje, pero en la letra, al contrario de lo que encontramos en la homofonía, no es el ser lo que encontramos, sino lo real [4].
Los restos sintomáticos son, por lo tanto, el cuerpo en tanto que “se goza”. Lo que distingue al cuerpo del ser hablante es que su goce sufre la incidencia de la palabra. Un síntoma testimonia precisamente de que ha habido un acontecimiento que ha marcado su goce en el sentido freudiano de Anzeichen (índice, síntoma) y que introduce un Ersatz (sucedáneo), un goce inapropiado, inconveniente, un goce que viene a trastornar el goce apropiado, conveniente, es decir el goce de su naturaleza de cuerpo. Es precisamente esta incidencia significante lo que hace del goce del síntoma un acontecimiento, un acontecimiento de cuerpo. Este goce no es primario, sino que es primero respecto al sentido que el sujeto le dé, al que le dé por su síntoma en tanto que interpretable [5].
Se nos plantea aquí una gran dificultad ya que, si el medio del análisis es el lenguaje, cómo haremos para acceder a esa exterioridad en que se localiza ese Ersatz, sucedáneo. Para localizar el síntoma, para poder leerlo, habrá que olvidarse de las palabras y el sentido que vehiculizan, partiendo más bien de la escritura como un fenómeno por fuera del sentido, como letra, a partir de su materialidad. La disciplina de la lectura apunta a la materialidad de la escritura, es decir a la letra en tanto que produce el acontecimiento de goce determinante de la formación de síntomas. El saber leer apunta a ese choque inicial que es como un clinámen (desviación contingente) del goce. Para Freud, que trabajaba desde el sentido, eso se presentaba como un resto, pero de hecho ese resto es lo que está en el origen mismo del sujeto, es de alguna manera el acontecimiento originario y al mismo tiempo permanente, es decir, que reitera sin cesar [6]. Un real por tanto sin ley, traumático, porque es inasimilable, y que por ello itera una primera vez, cada vez [7].
Se me ocurre como referencia el efecto organizativo de lo no dicho en un relato, las omisiones que deforman un decir como el itinerario alterado de quien quiere evitar encontrarse con algo, cuando años de defensa naturalizaron esa disposición volviéndola normal y evidente. Será por medio de hacer vibrar, resonar, escandir, extraer, recortar, la materialidad del significante, más allá de lo imaginario de la significación, como la interpretación analítica abrirá la posibilidad de esta nueva lectura de una escritura en el cuerpo [8]. Una interpretación que toma su poder en una suerte de más acá y más allá de lalangue y sus equívocos para hacer oír y resonar el grito de la vida, su jaculatoria, el decir como acontecimiento [9].
Cuando hablamos de tratamiento psicoanalítico del trauma, el aislamiento del UNO, la apropiación de su insistencia, los medios para su reducción y las coordenadas o condiciones de posibilidad de este proceso, final de los finales de la experiencia analítica, constituye, a mi entender, el núcleo principal de nuestro trabajo como analizantes, y como analistas.
Tomaré el testimonio de pase para ilustrar este proceso y facilitar su comprensión. Se trata del testimonio de Myriam Chèrel, y me basaré en tres trabajos que Chèrel publica en la revista “Quarto”, en los números 127 y 128 [10].
ILUSTRACIÓN CLÍNICA
Myriam Chèrel, al nacer se encuentra con que sus padres le ocultan la muerte de su hermana precedente, lo único que le llega es una frase enigmática, que funcionará como un S1: “Teníamos miedo de que murieras”. Desarrolla un síntoma que le empujará desde muy pequeña con desenvoltura a decir alto y claro lo que todo el mundo pensaba discretamente. Una modalidad del decir la verdad. Eso hasta aislar su fantasma que formulará así: “Se calla un niño”, fantasma que fue el soporte de su parte fálica con la que orientaba su existencia para ser “la que salva de -Otro- que hace callar”, y eso por medio de “darle voz”.
“Si los espejismos de la hystorización obstruían el acceso a lo real, en su caso habrá sido necesario que se formule, a partir de un deseo de encuentro con lo real y de un consentimiento a la contingencia, un dicho que se sostenga en la topología de la poética. Un dicho que suene, híbrido entre significante nuevo y letra, donde ningún resplandor de sentido venga a inscribirse, y que aísle así el goce e indexe lo real. Un acto del analista: aparece con unos cascos en los oídos escuchando voces que ella no oye, oye el murmullo, pero no el sentido. Ella se queda escuchando y se lo indica. El analista responde “es un silencio poblado”. Eso le provoca un franqueamiento, ya que el silencio, colmo de la voz, fue puesto en la delantera de la escena. Su goce fue así tocado. Le fue entonces posible la rememoración de una pesadilla infantil nunca recordada durante veintidós años de análisis: “Representa el cuadro de la crucifixión. Su padre en el lugar mismo de Jesús sobre la cruz. Su madre en la cruz de la derecha. La tercera cruz está en la sombra. En lo alto de una loma percibe las cruces. Oye las voces que emanan de la multitud. Se acerca y se da cuenta de que los crucificados son sus padres. Se precipita para salvarles, pero están muertos. Silencio”. La angustia la despierta. Como se ve, la muerte y el objeto voz están en el corazón del asunto.
La interpretación inédita hace caer la última identificación al niño muerto antes de su nacimiento y del que se callaba la existencia.
El consentimiento para escuchar/comprender que se abrió entonces la permitió atrapar en el susurro del envío de un mensaje en el ordenador, un Chch… que actuaba en el fin de análisis. Este Chch como detención y la caída como agujero se anudaron a la caída del sujeto supuesto saber y a la certeza concerniente al goce.
Ese Chch le ha percutido, huella en el cuerpo del trauma inicial, del inconsciente que se lee en tanto que está lo más próximo del acontecimiento traumático; permitiendo captar hasta qué punto todos los relatos significantes giraban en torno al agujero del trauma en el cuerpo. Silencio, muerte, sombra, voz…, multitud de abejas, de significantes uno del enjambre.
La ilustración está reducida al mínimo. Recomiendo leer sus testimonios porque son una ilustración cristalina de los procesos de fin de análisis, aparte de un extraordinario trabajo de reducción del fantasma. Myriam señala algunos sueños, pero sobre todo el encuentro con las contingencias, que tienen un efecto sobre ella que escapa a toda explicación. Ella da cuenta de los efectos, pero cómo o porqué se producen eso es del todo imposible de explicar. La relación entre la causa y el efecto escapa totalmente al sentido y a la explicación. Una extracción, aligeramiento, vaciado, inversión del signo, se producen con un saldo de saber que ella nombra como certeza concerniente a su goce.
La aparición del analista con sus cascos podemos también considerarla como un modo de molestar la defensa. La defensa de la que se trata aquí de molestar es la que provee el dispositivo analítico mismo. En esta clínica del parlêtre aplicada a la neurosis, el objetivo al final del recorrido analítico es desmontar la defensa, desordenar la defensa montada contra lo real. Puede parecer paradójico, pero el inconsciente transferencial es una defensa más contra lo real, ya que una intención se mantiene viva, un querer que me diga algo, mientras que el inconsciente real no es intencional, sino que se impone, se encuentra en la modalidad “es así” [11].
Hay un libro muy divertido de Jean Allouch llamado: “Les impromptus de Lacan” (Las improvisaciones). Recoge quinientas cuarenta y tres viñetas de Lacan con sus pacientes. En algunas aparece un Lacan que da la impresión de estar actuando el fantasma del paciente, en situaciones cuya ambigüedad permiten cierto margen para sustituir el “que se diga” por el “que se oiga/entienda” [12]. En el caso de Myriam vemos la relación íntima que tiene el fantasma con la constelación que produce la escritura del Uno. Es como un camino de sentido que se desvanece en las cercanías del trauma.
Se trata de un Déjà Vecu, aunque nunca asimilado. La pseudo-contingencia de los cascos del analista en su caso dan la impresión de introducir un eco del Déjà Vecu que permite un efecto de reducción de lo indecible.
Tras este desarrollo ya podemos tratar de dilucidar el misterio del título “Symptrouma” [13]. En el abordaje de lo real se trata de una eliminación de las defensas frente a lo real hasta llegar al núcleo traumático. Un trabajo que va del síntoma extinguible, pues “es en tanto que una interpretación justa apaga un síntoma que la verdad se especifica de ser poética” [14], hasta llegar al volcán inextinguible de lo real con lo que habrá que consentir a vivir. Es el pasaje que va del sympthomatiza al sinthomatiza donde encontramos el symptroumatiser, intentando hacer resonar sympthome trauma y sinthome, ya que “solo por el equívoco podrá operar la interpretación, cuando algo en el significante resuena” [15].
Notas y referencias bibliográficas
[1] Miller, J-A. (2011). L’être et l’Un, lección del 09/02/2011.
[2] Ibíd., lección del 09/02/2011.
[3] Freud, S. (1937). Análisis terminable e interminable, pág. 3342. En Obras completas, Vol. 9. Madrid: Biblioteca nueva.
[4] Miller, J-A. (2011). Lire un symptôme. Sitio web : http://atelierclinique.t.a.f.unblog.fr/files/2008/05/jacques-alain-miller-lire-un-symptome.pdf
[5] Ibíd.,
[6] Ibíd.,
[7] Miller, J-A. (2011). L’être et l’Un, lección del 30/03/2011.
[8] Argument de la soirée de la passe du 5/10/2021, en Paris.
[9] Lasagna, P., Revue LCD 106, p. 54.
[10] Chèrel, M (2021). Lâcher la main de l’Autre. Quarto 127. Que la vérité se spécifie d’être poétique. Quarto 128. Des rêves instruments du réveil. Quarto 128. ECF
[11] Miller, J-A. (2012). Presentación del tema para el noveno congreso de la AMP. Sitio web: http://www.congresamp2014.com/es/template.php?file=Textos/Presentation-du-theme_Jacques-Alain-Miller.html
[12] Lacan, J. (1971) Lé Séminaire, livre XIX, …ou pire, p. 221. Paris, Seuil, 2011.
[13] Lacan, J. (1975) Lé Séminaire, livre XXIII, Le sinthome, p. 162. Paris, Seuil.
[14] Lacan, J. (1976) Lé Séminaire, livre XXIV, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre. Ornicar ?, 17/18, p. 16. 1979.
[15] Lacan, J. (1975) Lé Séminaire, livre XXIII, Le sinthome, p. 17. Paris, Seuil.