Por Valeria Casali.
Hay toda una erótica de la voz marcada por una intensidad que no conoce fronteras, desde el canto de las sirenas hasta la voz de Dios, ella resuena en todos los poros y nos arrastra más allá. [1]
Introducción
La frase elegida como epígrafe me permite situar la dimensión del objeto voz como presencia sonora del Otro, y también como objeto paradojal, extraído del Otro para funcionar como objeto de goce.
A la altura del seminario sobre la angustia, el objeto a es concebido por Lacan como inscripción de lo real del goce, como escritura del goce pulsional.
Esta idea es franqueada a partir del seminario Aún al ubicarse como verdadera naturaleza del objeto a su carácter de semblante que semeja darnos el soporte del ser.[2]
Sin embargo, la escritura del goce pulsional como objeto a, funcionando en el lugar del Otro, resulta una noción valiosa para la construcción del fantasma fundamental con que cada quien establece tanto un modo de relación con la alteridad, como un modo de goce.
Intentaré localizar el valor de la noción de objeto a en el análisis, así como algunas operaciones que respecto del mismo la experiencia analítica realiza. Entre ellas, la construcción del fantasma fundamental; la extracción del objeto; la literalización del objeto; y por último el acto de corte, en relación a cierto añadido, que se enlaza con la nominación.
Para hacerlo, me apoyaré en algunos fragmentos del libro La escritura del silencio (voz y letra en un análisis), de Marcus André Vieira, donde se ofrece una síntesis – imposible – de aquello que llegó a cernir en su experiencia analítica, en su Pase y seguramente en su trayecto como Analista de la Escuela.[3]
El objeto a y el fantasma fundamental
En la segunda clase del seminario sobre la angustia Lacan puntualiza que no hay aparición posible de un sujeto como tal sino a partir de la introducción primera de un significante. Retomando el Einziger Zug freudiano – y su desarrollo del mismo en el seminario sobre la identificación – lo formula en términos de rasgo unario. El sujeto tiene que arreglárselas como puede con esa condición: entre él y lo real está el campo del significante, ese trazo del rasgo unario, lo constituye como sujeto. Con respecto al Otro, el sujeto que depende de él se inscribe como un cociente, marcado por el rasgo unario del significante en el campo del Otro.[4]
Para presentar el a, Lacan da un paso más, ubicando que de la división del sujeto hay un resto, un residuo. Este funciona como única garantía de la alteridad del Otro, y como residuo de la puesta en condición del Otro [5], es decir, de su división, de su falta.
Será el a entonces, el punto de intersección entre dos faltas o divisiones: la del sujeto y la del Otro. Este punto de intersección caracteriza el goce – Algo que no se inviste a nivel de la imagen especular por la razón de que permanece profundamente investido, irreductible en el nivel del cuerpo propio, en el nivel de un goce autista que permanece allí para intervenir eventualmente en la relación con el Otro [6]- vía el objeto que el neurótico se hace ser en su fantasma.
El fantasma fundamental, como Lacan lo llamó, se constituye en una suerte de aparato de lectura del mundo, matriz que articula las marcas contingentes de ese Otro con un exceso de lo real que se introduce como objeto. Objeto que queda situado como residuo de aquel investimiento primitivo de nuestro ser, resultante del hecho de existir como cuerpo [7].
La travesía del fantasma en el trabajo analítico consiste en localizar el sentido que el sujeto da al enigma del deseo del Otro y su encuentro con lo que ese sentido nunca podrá recubrir. El encuentro con las formas de presencia del Otro que, ocultas por la represión, se presentan como exceso. En gran medida, este trabajo se produce en el análisis por el encuentro de ese sujeto consigo mismo en el lugar de objeto.
Su corazón es un tambor
Intentaré localizar algo de ese trabajo en el testimonio de Marcus Viera, con la siguiente cita como encuadre: Lo interesante del análisis es que buscamos el secreto de nuestra existencia como sujeto, aunque, cada vez que encontramos un recuerdo que nos trae la certeza de que estábamos bien vivos, la certeza del goce, estamos en la escena como objetos – cuidados, abusados o despreciados por los más próximos-. ¡Esas escenas parecen condensar todo lo que todavía no fue dicho de nosotros! [8].
Habiendo situado el lugar de relevancia de los gritos de los pacientes en la clínica psiquiátrica de su abuela donde pasaba de niño fines de semana y vacaciones, y habiendo recortado una escena infantil de ser sofocado por la mano en la garganta de un paciente – agresión que, nos dice, sintetiza todo el ambiente de violencia que lo silenció -, ubica un recuerdo en análisis que permite el trabajo sobre el objeto voz y el fantasma fundamental: Hacía guardias en un clínica psiquiátrica como médico, y una paciente obesa, desnuda, balbuceaba algo. Cuando se acercó para escucharla, ella lo tomó en un abrazo del que era imposible librarse. Vieira ubica un contrapunto entre el abrazo y la mano en la garganta, los balbuceos de la chica y los gritos de su infancia. Pero recorta que antes incluso del abrazo, la chica ya lo había encantado con su voz.
En aquel sonido balbuceante puede recortar el objeto a vocal, la voz que no es el Otro en su presencia absoluta, ni un objeto como cualquier otro para ser colocado en la estantería después de usarlo. [9]
Esta escena, nos dice, presentó algo del entre-dos, algo extra, hecho al mismo tiempo de sonido y silencio. No había en la escena la violencia muda de los gritos fuera de sentido que lo sofocaban en la infancia, sino un entre-dos que le permitió estar en aquel abrazo. El entre-dos señala que allí donde el sujeto ubica su existir como cuerpo, donde se encuentra concernido íntimamente, se ubica a su vez su punto de desconocimiento, de ajenidad. Rasgo que definirá más adelante en la enseñanza de Lacan la topología del objeto a: su carácter de extimidad, trabajado fundamentalmente en el Seminario De un Otro al otro.
El trabajo sobre el objeto voz, avanzará en las sesiones hasta una interpretación del analista, cuando él situaba cómo la voz del Otro le hacía latir el corazón: Su corazón es un tambor. Esta interpretación produce un movimiento desde la voz del Otro que lo convertía en soldado -haciéndose con todo su cuerpo el tambor del Otro– hacia un ahora la voz que me agitaba era parcial y, sobre todo, ni mía ni del Otro [10]. Y será consignada en el testimonio como un resumen de todo el proceso nombrado por Lacan como extracción del objeto a.
Podemos entender por extracción, el trabajo del análisis de extraer de las vueltas dichas, el objeto en que el propio modo de goce está concernido. Esto posibilita restarlo del campo del Otro, volver a ese Otro inconsistente y quitarle consistencia corporal al fantasma.
Lacan subraya en el seminario sobre la angustia que cuando el objeto viene a manifestarse en el lugar previsto para la falta y – al no ser especular – resulta imposible situarlo, se constituye una dimensión de la angustia. Ese ilocalizable es lo que la extracción del objeto en el análisis apunta a localizar, y extraer.
En Las prácticas de las vueltas dichas Javier Aramburu destaca que las vueltas dichas llaman a la interpretación en sus lugares límites, en los tropiezos [11]. En ese sentido, la interpretación del analista: su corazón es un tambor localiza el equívoco. Produce un corte entre el S1 y S2. Entre la voz del otro que le hace latir el corazón y ser el tambor del otro, la interpretación abre un hiato que anuda algo de lo real. Localiza en las vueltas dichas el objeto voz como objeto de goce, e incide sobre la gramática del fantasma. Su carácter de corte que cierra las vueltas de la repetición, hace caer al objeto, al revelar su gramática.
En este sentido, este fragmento del testimonio me parece un bellísimo ejemplo de lo que llamamos literalizar el objeto: con el corte sobre las vueltas dichas hacemos literalizaciones del objeto, en la lectura que hacemos de él, lo constituimos en letra, localizándolo como inscripción de lo real del goce.
El sueño intérprete
Este funcionamiento de la interpretación en análisis para localizar y extraer el objeto, me interesa particularmente en el trabajo de interpretación que producen ciertos sueños.
Ricardo Nepomiachi [12] ubica en relación al lugar fundamental que los analizantes otorgan a sus sueños para orientarse, que algunos sueños son elevados a un lugar paradigmático, produciendo una reducción o localizando un momento crucial en la cura: marcan la entrada en análisis, presentifican el objeto o figuran declinaciones o vaciamientos del mismo. Es respecto de este último punto que me interesa un sueño del testimonio donde es el sueño mismo el que interpreta en el lugar de la interpretación [13].
Se encuentra en el testimonio que llamó Mordidavida. Sueña con un cuerpo, del que al inicio del sueño no sabe si es un hombre o un cadáver, y que luego se devela como un muñeco de trapo. De los gemidos lacerantes de dolor que emite por atropellamiento de los autos que pasan – vía una distracción por barullo, confusión y griterío al otro lado de la calle- los sonidos del muñeco pierden carácter doloroso para tornarse una farsa.
El sueño, que se zambulle en el alarido, podría haber sido interrumpido allí en un punto ciego [14], señala Vieira. Podemos decir que no solo Freud tenía agallas para seguir soñando, como señala Lacan en su análisis del sueño de la inyección de Irma, sino que los analizantes con deseo decidido de analizarse muestran agallas en reiteradas ocasiones y sus analistas estamos allí para constatarlo con ellos. En lugar de interrumpirse en un punto ciego, en lugar de despertar, el sueño traduce una solución para el impasse fantasmático en tanto mantiene el sonido sin cuerpo como punto fuerte del sueño y retorna al muñeco, que ahora, dado el griterío, es gracioso, incluso sus gemidos [15].
El valor de este sueño, radica tanto en su localización de la angustia frente a la presencia vocal del Otro, y de su encuadre en el fantasma; como en la figuración del vaciamiento del objeto voz vía el sin-sentido del griterío gracioso – aquello que mantiene el sonido sin cuerpo-. Esta operación del sueño, no llama al desciframiento, sino que produce un efecto de convicción que podemos llamar despertar a la opacidad [16] y que implica articular a un borde de semblante lo que tiene de inarticulable, advertir su existencia para convivir lo mejor posible con el goce opaco de nuestro síntoma [17].
El testimonio consigna esa constatación situando que el inconsciente presentó en el sueño un goce suplementario, como agitación barullenta y desencarnada. Ella dio lugar a una vida por fuera de la historia, no capturada por el encuadre del fantasma [18].
La lógica del acto es la lógica del corte
Al sueño, retomado en análisis, se agrega el significante mordido: Ahí, del otro lado en el griterío, hay un mordido [19]. Mordido no es algo extraído del fantasma, es un añadido. Este agregado pasa del alarido disforme a la nominación. Hay allí un salto, un corte, que ya no pone el énfasis en lo real del objeto a como voz, sino en el nombre y la letra.
Para cernir el valor de este corte es necesario considerar la inadecuación de lo simbólico para dar cuenta de lo real que Lacan trabaja en su ultimísima enseñanza. Si es el fantasma el que asocia lo simbólico a lo real, en la práctica analítica se tratará de asociar lo real y lo imaginario. Imaginar lo real, como propone Lacan en la última clase del seminario Momento de concluir. El acto principal de esta ultimísima enseñanza es el acto de cortar. El modelo del acto analítico en la ultimísima enseñanza de Lacan es el corte.
En El ultimísimo Lacan, Miller pone en relación la aspiración de Lacan de elevar el psicoanálisis a la dignidad de la cirugía con la forma sintáctica que había utilizado acerca de la sublimación: elevar el objeto a la dignidad de la cosa [20]. En este sentido mordido como añadido, vacía el objeto voz en tanto se localiza del otro lado del griterío. Pero más allá, da un paso: es corte, y por tanto constituye una nominación que solo designa una excitación. Un goce suplementario que ganó un nombre y tornó disponible un plus de vida que el fantasma no preveía [21].
Notas:
[1] Vieira, M. (2018) La escritura del silencio. Voz y letra en un análisis, pág. 35. Buenos Aires: Tres haches.
[2] Lacan, J. (1981) Aún, El Seminario. Libro XX, pág.116. Buenos Aires: Paidós.
[3] Tarrab, M. (2018) Prólogo al libro La escritura de silencio. Voz y letra en un análisis, pág.7. Bueno Aires: Tres Haches.
[4] Lacan, J. (2006) La angustia, El seminario, Libro X, pág. 36. Buenos Aires: Paidós.
[5] Ibid., pág. 36
[6] Ibid., pág. 55
[7] Ibid., pág. 72.
[8] Vieira, M. (2018) La escritura del silencio. Voz y letra en un análisis, pág. 30. Buenos Aires: Tres haches.
[9] Ibid., pág. 36
[10] Ibid., pág. 37.
[11] Aramburu, J. (2000) El deseo del analista, pág. 27. Buenos Aires: Tres Haches.
[12] Nepomiachi, R. (1999) Sueños de pase. En Pase y Transmisión 2, pp. 31-36, Serie Testimonios y Conferencias. EOL.
[13] Brousse, M.H. (1997) Algunas observaciones sobre la interpretación a partir del cartel del pase. En Enseñanzas del pase, pp. 21-39. Buenos Aires: Ediciones Publikar.
[14] Vieira, M. (2018) La escritura del silencio. Voz y letra en un análisis, pág. 48. Buenos Aires: Tres haches.
[15] Ibid., pág. 48.
[16] Stiglitz, G. (2019) Despertar a la opacidad. En Lacan XXI. Revista FAPOL. Sitio web: http://www.lacan21.com/sitio/2019/11/09/despertar-a-la-opacidad/
[17] Ibid.
[18] Vieira, M. (2018) La escritura del silencio. Voz y letra en un análisis, pág. 48. Buenos Aires: Tres haches.
[19] Ibid., pág. 51
[20] Miller, J.-A. (2012) El Ultimísimo Lacan, pág. 195. Buenos Aires: Paidós.
[21] Vieira, M. (2018) La escritura del silencio. Voz y letra en un análisis, pág. 52. Buenos Aires: Tres haches.
Bibliografía:
– Aramburu, J. (2000) El deseo del analista, Buenos Aires: Tres Haches.
– Brousse, M.H. (1997) Algunas observaciones sobre la interpretación a partir del cartel del pase. En Enseñanzas del pase, Buenos Aires: Ediciones Publikar.
– Lacan, J. (1981) Aún, El Seminario. Libro XX, Buenos Aires: Paidós.
– Lacan, J. (2006) La angustia, El seminario, Libro X, Buenos Aires: Paidós.
– Miller, J.-A. (2012) El Ultimísimo Lacan, Buenos Aires: Paidós.
– Nepomiachi, R. (1999) Sueños de pase. En Pase y Transmisión 2, Serie Testimonios y Conferencias. EOL.
– Stiglitz, G. (2019) Despertar a la opacidad. En Lacan XXI. Revista FAPOL. Sitio web: http://www.lacan21.com/sitio/2019/11/09/despertar-a-la-opacidad/
– Tarrab, M. (2018) Prólogo al libro La escritura de silencio. Voz y letra en un análisis, Buenos Aires: Tres Haches.
– Tudanca, L. (2016) Lo imaginario en asociación con lo real. En Virtualia 31. Sitio web: http://www.revistavirtualia.com/ediciones/31/indice
– Vieira, M. (2018) La escritura del silencio. Voz y letra en un análisis, Buenos Aires: Tres haches.