Yayoi Kusama y punto.

Por Mila R. Haynes.


Yayoi Kusama, una de las artistas contemporáneas más valoradas en la actualidad, fue invadida desde muy pequeña por alucinaciones visuales y auditivas. Es la prolífera e incesante producción artística la que le procura un tratamiento diferente con lo real, imposible de decir, de la muerte y la sexualidad. Lienzos, escultura, trabajos en papel, instalaciones, performances, happenings, fotografía, vídeos, slideshows, cuentos, novelas, poemas, música, cine, moda, diseño y hasta mobiliario muestran un “saber hacer” que hace las veces de sinthome que la anuda. Aunque siempre, a pesar de todos sus infinitos puntos desparramados por toda su obra, está a punto de desanudarse. Algo así, quizá, como si el siguiente punto que descargara en su obra no fuera a ser suficiente para seguir amarrándola. Así, llegará a internarse voluntariamente en un hospital psiquiátrico en Tokio, Japón en 1977, donde queda a salvo, eso sí, de un insistente impulso al suicidio, yendo a diario a su atelier a trabajar en la obra, y/o escribiendo cuentos, novelas y poemas.

Yayoi Kusama, Horse Play. Happening en Woodstock, Nueva York, 1967. Cortesía de OTA FINE ARTS, Tokio / Singapur; Victoria Miro, Londres; David Zwirner, Nueva York


Yayoi nace el 22 de marzo del 1929 en Matsumoto, una ciudad de los Alpes japoneses relativamente cerca de Tokio. Es la hija menor de 4 hermanos, 2 chicos y dos chicas, de un matrimonio en permanente disputa, Kamon Okamura y Shiguru Kusama. Su padre destaca por su ausencia, constantes viajes a la ciudad, y por ser mujeriego, despilfarrador, depravado y finalmente abandónico. Con su marcada desmesura y depravación, Kamon Okamura no llega a aportar la suficiente autoridad y transmisión de la Ley ni la suficiente regulación simbólica para interferir entre la niña y la madre, donde a su vez la madre ostenta otro lado del exceso en el estrago materno. Falla entonces la operación significante del Nombre del Padre, quedando forcluida en la constitución subjetiva de Yayoi, quedando una estructura psicótica.

Yayoi Kusama en 1939 con 10 años. Imagen vía: David Charles Fox



Como vemos en sus propios escritos, es desde su propio origen que la ausencia de deseo de su madre con respecto a su existencia ya viene marcándola. “No pasó un solo día en que mi madre no se haya arrepentido de haberme dado a luz” expresa, y cita en su autobiografía friccionada en Manhattan Suicide addict (Kusama, 1978/2005), la carta en la que su madre le describe diciendo “Cuando estabas en mi vientre, te pudrías y mi vientre estaba retorcido […] a tal punto que me era difícil no creer que un día el castigo de Dios vendría inevitablemente” (p. 140). La mayoría de los recuerdos de Yayoi de su madre hacen referencia al estrago y el maltrato, como cuando la humillaba ante el servicio diciendo “cuando tienes cuatro hijos, uno de ellos puede resultar una completa basura” (Kusama, 2011, Parte 3, Sec. 3, Par. 16), o cuando rememora a su madre diciendo “ella sólo es un deshecho de la humanidad. Qué desacierto tu nacimiento.” (Kusama, 1978/2005, p. 158). Aunque se daba un apoyo y entendimiento por el arte y los artistas en la familia, la madre de Yayoi odiaba que ella pintara, o la idea de que pudiera jamás llegar a ser una artista, quitándole los lápices y destruyendo todas las cosas que hacía, con una hostilidad y violencia que dejaron a Yayoi en una inestabilidad e inseguridad extremas que le provocaran crisis nerviosas desde muy pequeña.

Yayoi Kusama. (10 años). Sin título, 1939. Lápiz y papel. 25 × 22 cm



Además, Shiguru la obligaba a perseguir y espiar a su padre en sus contiendas amorosas para darle después todo lujo de detalles de lo observado en los encuentros de los amantes, estallando en ira que descargaba sobre ella encerrándola en el desván o dejándola sin comer durante días. Hasta que un día siendo ella aún muy pequeña el padre no volvió, abandonándoles para irse con una geisha.

Yayoi Kusama, más madura, frente a sus estampados de lunares.



Yayoi expresará su aborrecimiento por el sexo, asociándolo a estos sucesos infantiles, y su rechazo de la injusticia que suponía la aceptación social y cultural de la práctica de los hombres de un “sexo libre e incondicional”, en sus propias palabras (Kusama, 2011, Parte 3, Sec. 3, Par. 18), mientras las mujeres sufrían la infidelidad en silencio.

Será tanto odio como fascinación por el sexo, el cuerpo humano desnudo, y en especial los genitales masculinos y femeninos, lo que aparecerá como aversión ligada a la sexualidad en su posición subjetiva, y como temáticas principales de la creación de su obra artística.

Instalación de una Infinity room de Yayoi Kusama.



Yayoi queda vinculada a la sexualidad desde “una injusticia”, fundamentando su arte, que emerge desde muy temprana edad, en una posición de duplicidad, observable en los constantes pares de contrarios que dan cuenta de este “odio y fascinación” conjuntos. Así, nos dice que dichos fundamentos se constituyen por “disolución y acumulación; propagación y separación; particular obliteración e inadvertidas reverberaciones del universo” (Kusama, 2011, Parte 2, Sec. 2, Par. 4)

En la expresión artística de Yayoi, en cualquiera de las modalidades que hemos nombrado al principio, es singular el uso repetitivo de puntos y lunares que cubren en una distribución ordenada interminables superficies, la reiterada alusión a la multiplicación de la imagen a través de espejos enfrentados, u otros artilugios, en extensiones de redes infinitas, la utilización de millares de esculturas fálicas blandas sobresaliendo de objetos o muebles cotidianos, así como emergentes de espacios inesperados como puertas o paredes. Entra desde pequeña en un irrefrenable mundo de alucinaciones auditivas y visuales, imágenes que luego troca en infinitos puntos, cual tela agujereada con la que velar fallidamente los trozos de real que se escabullen en lienzos y esculturas.


Sala de espejos del infinito- Campo de falos (1965/2013)



Frente a lo real de la sexualidad y la muerte, el arte le da la posibilidad de un tratamiento, que no alcanza a envolver en un tejido metafórico neurótico. Consigue, sin embargo, con su infinitud de puntos y sin fin de reflejos, trasmitir un mundo de ilimitados bordes, trozos de cuerpo y multiplicación de penes, un arreglo singular frente a las formas de malestar que le acosan y una manera de posicionarse ante la sexualidad, la muerte, su propio cuerpo fragmentado y deslavazado y el mundo que le rodea.

Kusama describe un real imposible para ella de velar y añade el intento de atrapar el tiempo en una tela, en el arte, en esa reiteración de puntos, o esos espacios de luces sinfín a manera del cosmos. Para ella los humanos son fantasmas efímeros en un mundo que también lo es, y donde nada se puede capturar, tampoco la belleza. El espacio no es real, aunque si lo es el tiempo, así como también lo piensa Lacan (Miller, 2013, pág. 107).

Yayoi Kusama. Obliteration room. Cleveland Museum of Art, 2018.



En su novela “Acacia olor a muerte” encontramos un relato con los mismos tintes, aunque podemos decir que nos encontramos aquí con un nuevo material: el amor. “Nos relata aquí la historia de un joven pintor hiper-realista que se había mantenido virgen hasta el encuentro con quien luego fuera su mujer durante tres años, a la sazón modelo de la escuela de arte y prostituta. Mimiko, enferma de cáncer de útero, muere y Masao permanece junto a su cuerpo en descomposición manteniendo relaciones con él mientras todo el mundo orgánico a su alrededor se desintegra y desvanece” (Elvira Dianno, Agosto 2016.) por “los cambios traídos por el tiempo al drama cósmico” (Kusama, 2013, pag. 82).

Es un amor que podría pensarse traspasando la muerte, y la obliteración de puntos a la que se ve subsumida. Obliteración que Yayoi nombra para dar cuenta del mecanismo mediante el cual destruir el yo para fundirse como un punto en el infinito, cubriéndose y cubriendo todo de puntos, todo el fondo blanco obliterado de puntos. “El único regalo de esta corta e insignificante temporada de carne y hueso fue sólo un instante de blancura a la madrugada” (Kusama, 2013, pag. 84) Siendo el blanco, la blancura para Kusama, el semen, el fondo de un real. Así cubre de flores de acacias blancas el cuerpo muerto de Mimiko, y son blancos los cuartos en las instalaciones de los museos, sobre el que estampa sus miles de infinitos puntos.

Yayoi escribe en la novela:

La región de su alguna vez denso, negro vello púbico se había pulverizado; no quedaban rastros. El intervalo de Eros se había vuelto una ruina negra que flotaba en el aire. Eros hueco expandiéndose para llenar el espacio vacío.

Así como con las vigas de un puente reflejadas en un río, la imagen real y la imagen fantasma se juntaban para formar un círculo ilusorio; un Eros que estaba simplemente allí, sin propósito alguno. ¿Adonde fue esa forma? ¿Esa fresca y atractiva, voluptuosa forma? La belleza y Eros que Masao había sentido recién, hacía instantes, con todas sus sensibilidades y toda su razón de ser suya –¿adónde habían ido?

Él buscaba en la zona con frenesí, como si estuviera loco.

Pero debían de haberse escondido más allá de las burbujas de la transitoriedad. Los días preciosos de la visión del fantasma terrenal.

¿Dónde estaba el jardín de flores de la juventud que él había estado persiguiendo? Aún con todas las herramientas de arte que él creía estaban en su comprensión, la belleza y el Eros verde pálido de la juventud habían colapsado en basura, desaprovechados. La nada aporreaba el cuerpo entero de Masao, cautivo de su propia desesperación. Un punto de luz resplandecía sobre el suelo. Masao veía el brillo de un delicado y pequeño arco iris que casualmente se posaba ahí. Maravillado extendió la mano para recogerlo entre los dedos, y capturó una gota de lamé. Separada del telón bordado en oro que colgaba del techo, acababa de aletear hacia el piso. Masao llevó el fragmento de lamé cerca de las pupilas de sus ojos. Centelleaba en el resplandor de las lámparas del techo. Y entre esas luces angulares y brillantes luces, Masao volvió en sí.” (Kusama, 2013, pag. 84-85)

¡Cómo no, es un punto, punto de luz en este caso, lo que saca a Masao de la deriva al vacío! Aunque aparece Eros, por debajo de Eros, solo está Thanatos. Luego de la muerte de su amada, con su cuerpo cubierto de pétalos de acacias blancas desintegrándose, Masao busca en el espejo la imagen de ella y no la encuentra, sólo halla su propia imagen envejecida; esto le destroza, y todo desaparece alrededor y el cuerpo se pulveriza comido por larvas y vuelto al polvo. El tiempo irrumpe como un real implacable. ¿Adónde habían ido la forma, la belleza y la imagen? Asoma, compacto, lo real tras lo imaginario que, desintegrado, se desvanece.

Al final del cuento “El escondite de los prostitutos de la Calle Christopher” (Kusama, 2013, pag. 60), escribe:

Una cosa, en toda la neblina lechosa. Un punto negro, cayendo. El punto se hacía cada vez más pequeño instante a instante, se hacía un grano más minúsculo y estaba a punto de desaparecer y disolverse en la niebla. En ese momento, los pájaros negros que picoteaban las frutas de color rojo carmesí como la sangre de pronto todos juntos levantaron vuelo y salieron al cielo. Iban moviéndose en un círculo, con el cielo a sus espaldas mientras de frente seguían detrás de aquel punto negro.”

Yayoi nos muestra y nos revela muy ejemplarmente aquí, al igual que Joyce para Lacan en lo que podemos leer del Seminario XXIII, “la potencia heurística de las hipótesis psicoanalíticas en la lectura del sufrimiento que es inherente al ser humano.” (De Battista, 2017, p. 385).

Es en las diversas y multifacéticas aproximaciones al arte de Yayoi Kusama, según sus propias palabras, las que la han salvado del suicidio en reiterados intentos. Su producción, incesante, aún a día de hoy a sus 92 años, es su solución original, un saber-hacer que le permite soportar el intento de velar un real que insiste en asomarse en los intersticios de cada fragmentación.

Yayoy Kusama, la producción artística, y punto.

Yayoi Kusama posa frente a cuadros de su serie inacabada My eternal soul (Mi alma eterna), comenzada en la pandemia de la Covid-19 © Tomoaki Makino



Bibliografía

De Battista, J. (2017, Junio). El joven Joyce y el pathos del lenguaje. Rev. Latinoam. Psicopat. Fund., 20(2), 382-398.

Dianno, Elvira (Agosto de 2016). Kusama, Amor y muerte. Virtualia. Arte y Psicoanálisis. Recuperado de: <http://www.revistavirtualia.com/articulos/4/arte-y-psicoanalisis/kusama-amor-a-muerte>.

Kusama, Y. (2011). Infinity Net: The Autobiography of Yayoi Kusama. Londres, UK: Tate. Edición Kindle.

Kusama, Y. (2013). Acacia olor a muerte. Buenos Aires, AR: Mansalva-MALBA.

McCurry, J. (6 de junio de 2009). Coming full circle. The Guardian. Recuperado de: <https://www.theguardian.com/artanddesign/2009/jun/06/yayoi-kusama-art&gt;.

Miller, J.-A., El ultimísimo Lacan, Paidós, Bs. As., 2013, pág. 107.

Para quien esté interesado en el tema recomiendo especialmente:

  • El Documental en Filming: “Yayoi Kusama Infinito” 80´ en Filming
  • Los Vídeos en Youtube: “Yayo Kusama´s Obliteration Room I TateShots” 3:58´

“Yayoi Kusama: Infinity Mirrors I Arts I NPR” 1:53´

“Infinite Mirror Rooms Share Yayoi´s Kusama Visions” 4:32´